Mi primer fic! He tardado bastante en decidirme a publicarlo porque aún lo estoy terminando de escribir pero aquí está la primera parte (aunque es corta).
Antes de nada quiero aclarar algunas cosas: La historia está ubicada temporalmente entre el final de la saga de la Sociedad de Almas, y el principio de la saga Bount (en el anime) o Arrancar (en el manga), así que no vereís nada de lo que ha pasado despúes (IchigoHollow controlado, etc.). Me gusta ajustarme al canon todo lo posible asi que si veis alguna irregularidad en ese sentido avisadme, por favor! La única licencia que voy a permitirme es la del tiempo. Para que esta historia funcione es necesario que pase más tiempo desde que Ichigo y compañía vuelven de la Sociedad de Almas y empieza la siguiente saga, así que os daréis cuenta que alargo más el tiempo transcurrido entre una cosa y otra.
Espero que os guste. Cualquier comentario será bien recibido!
I. Luna nueva.
I.
Cuando Zangetsu atraviesa al último de los hollow con su afilado acero y el extraño y desproporcionado monstruo de casi tres metros de altura se desvanece ante sus ojos, a Ichigo Kurosaki apenas le quedan fuerzas para soportar el peso de su propio cuerpo.
Con un breve espasmo, y temblando ligeramente, cae de rodillas sobre el suelo húmedo del parque, respirando con dificultad.
Hace ya rato que el cebo para hollows que tomó prestado del almacén de Urahara dejó de emitir señales, y lo único que escucha con claridad, es el latido acelerado de su corazón golpeándole en las sienes y bombeando la sangre que resbala desde su hombro hasta la muñeca y los dedos de la mano derecha con los que sostiene su zampakutoh.
Pese a todos sus esfuerzos, apenas consigue levantarse del todo sin que se le doblen las piernas, y la molesta presión que empieza a sentir en el costado superior izquierdo del abdomen, justo debajo de lo que debe ser una costilla rota, sólo confirma lo que ya estaba claro, que no va a ser nada fácil ponerse de pie.
Mientras trata de recuperar el aliento, la fría cadencia del viento silbando en sus oídos comienza a envolverle con una melodía lenta y oscura que hace que Ichigo se estremezca hasta los huesos. Tiene el cuerpo entumecido y las manos frías, pero le arde la herida del hombro. Siente el líquido viscoso y caliente empapando el suelo bajo su cuerpo, y aunque no es capaz de calcular el tiempo que lleva sangrando, sabe que a ese ritmo, muy pronto ya no podrá moverse.
Decidido a detener la hemorragia, Ichigo se incorpora ligeramente sobre sus rodillas y con cuidado de no desenvainar a Zanguetsu, desgarra parte de la cinta de tela blanca que cubre la empuñadura de su zampakutoh y la coloca con su mano izquierda sobre la herida, ciñéndola con cuidado alrededor del hombro y presionando con determinación para anudarla con fuerza.
Unos minutos después, agotado por el esfuerzo y debilitado por la pérdida de sangre, su cuerpo se precipita torpemente hacia el suelo. La tira de tela blanca se tiñe de rojo y esta vez, cuando cae, cae de espaldas.
La cabeza le da vueltas y durante un momento está seguro de que va a perder el conocimiento, pero no es así. Parpadea pesadamente una, dos, tres veces, desorientado, y aunque le cuesta recuperarse, no tarda demasiado en volver a ser consciente de la situación en la que se encuentra y de lo que le rodea.
Sin duda, lo que se extiende ante sus ojos es el cielo tormentoso de la ciudad de Karakura.
Las nubes han cubierto la flamante luna nueva que ha estado acompañándole toda la noche, y ahora, tendido sobre la fría hierba del parque, malherido y completamente a oscuras, Ichigo se siente por primera vez en mucho tiempo, completamente solo.
Abandonado.
II.
Rukia tiene ese sueño recurrente.
Camina por las polvorientas calles del Rukongai, descalza y completamente sola. Las puertas y ventanas de las casas que va dejando atrás se cierran de golpe a su paso, y por algún motivo que no comprende, sostiene su zampakutoh rota entre las manos. Va vestida de blanco y tiene un agujero abierto en el centro del pecho, aunque no siente ningún dolor. Una gran avenida se extiende frente a ella y al final de la calle, un tenue resplandor que apenas es capaz de ver del todo, brilla con más intensidad a medida que se va acercando.
Detrás, a lo lejos, una voz grita su nombre, una voz que no es capaz de reconocer. Escucha los pasos de alguien que corre hacia ella y aunque quiere detenerse, siente que su cuerpo no le pertenece. Sus pies continúan caminando instintivamente hacia delante y en dirección a la luz, que ahora es de un color rojo intenso y desprende un extraño calor. La voz sigue llamándola con insistencia, cada vez más cerca, pero Rukia ya ha llegado al final de la calle, y ahora puede ver con claridad lo que antes sólo era una sombra.
Kikouou, la verdadera forma de Soukyoku, se alza frente a ella y extiende sus alas, envolviéndola.
Empujada por algún tipo de fuerza, cae de rodillas al suelo, con su zampakutoh carbonizada deshaciéndose a sus pies. Está tan cerca del verdugo de la doble hoja que casi puede tocarlo, y sólo algunos pasos de distancia la separan de un final que parece inevitable.
Es entonces cuando la voz que ha estado persiguiéndola consigue alcanzarla. Unos brazos fuertes la sujetan por la espalda y una energía familiar rodea su cuerpo, apartándola de las llamas.
A partir de ahí, el sueño varía. Algunas veces el Kikouou no llega hasta ella. Otras, la fuerza de la doble hoja es demasiado intensa y Rukia queda presa sin remedio. Pero a pesar de esas diferencias, el final es siempre el mismo. Soukyouku en su forma liberada consigue atrapar a la persona que lucha por protegerla, y Rukia no puede hacer nada para evitar que Ichigo termine consumido por el fuego, entre sus brazos.
Noche tras noche.
Esa vez no es distinta, y con el recuerdo de Ichigo desvaneciéndose ante sus ojos, Rukia se despierta de nuevo en plena madrugada. Sola y empapada en sudor.
Sin esperar siquiera a que su corazón se calme, se levanta de la cama con cuidado de no hacer ruido y deja atrás la que ha sido su habitación en la casa de la familia Kuchiki desde que fue adoptada.
Camina despacio, con pasos cortos y meditados, hacia la puerta principal. Es una noche tranquila y cuando sale a pasear por el jardín, la luna nueva brilla en lo más alto del cielo del Seireitei.
Durante un rato, deambula sin rumbo entre los cerezos, con una extraña sensación en el pecho, como si aquel agujero que le abrió Aizen, el mismo de su sueño, estuviera todavía allí.
No es hasta que comienzan a despuntar las primeras luces del alba que Rukia Kuchiki consigue reunir toda la determinación que necesita, y cuando por fin abandona los límites de la casa de su hermano, sabe exactamente a donde va.
