RUROUNI KENSHIN NI NINGUNO DE SUS PERSONAJES ME PERTENECE. HAGO ESTO SIN FINES DE LUCRO.
Ella viajaba errante buscando una identidad. Kenshin Himura tenía sólo unos días para volver a enamorarla. ¿Podrá Kaoru recordar que ese triste pelirrojo de envolventes ojos violeta es el hombre que ama?
ENAMORARTE DE NUEVO
Claudia Gazziero
Capítulo I
Dejarte ir.
I
Ella dejó caer todos los cuadernos que llevaba en su mano y lo observó con los ojos vidriosos por la emoción. ¡No podía creer que el muchacho más apuesto de la Universidad, estuviese interesado en ella! Era una locura, pensó mientras intentaba no hiperventilarse.
-Yo… - Rió nerviosa, agachándose para recoger sus materiales. El bajó con ella y la estudió impaciente. Le encantaba todo de esa chica. Tomó uno de sus libros entre las manos y él aprovecho la oportunidad para poner las manos sobre las suyas. Kaoru se estremeció con el contacto. –No sé qué decir… yo…
Balbuceaba sin atinar a responderle claramente. Quería gritarle a él y al mundo que aceptaba su propuesta, pero las palabras simplemente no salían de su boca. Kenshin esperó a que ella respondiera, pero sólo se revolvía inquieta mirando de un lado para otro sin saber cómo articular palabras.
-¿Kaoru-dono?- Ella se emocionó al escuchar su nombre de los labios del pelirrojo. Sonaba tan cálido y sensual, justo como se lo había imaginado en sus sueños.
-¡Oh… Me gustas tanto ¡- Admitió exaltada. Su cabello y los libros que acababa de levantar volvieron a volar por los aires al lanzarse sobre sus brazos. Kenshin, hincado en el piso y con la bolsa de Kaoru en las manos, la recibió sorprendido y con una extraña sensación de alegría y placer. Kaoru había aceptado su propuesta.
-¿No te molesta que te llame Kenshin, verdad? –Dudó ella, levantando el rostro preocupado y visiblemente avergonzado por su impulsiva muestra de afecto.
El joven, en un arrebato de alegría unió su boca a la ella y descubrió el sabor dulce y fresco de alumna de primer año. Ella enredó sus brazos alrededor de su cuello y Kenshin Himura supo que no se cansaría nunca de esa mujer, por muy sencilla y arrebatada que fuera.
Incluso en ese momento, a más de ocho años desde aquel día, seguía recordándolo con la misma sensación abrumadora en su pecho. Sonrió con melancolía. Kaoru siempre había sido hermosa. Le había encantado desde el primer momento en que la había visto. Ella había entrado a la Universidad, a estudiar una carrera que le apasionaba. Llevaba una mochila de yeans con un parche de la banda del momento y tarareaba una canción de algún grupo romántico, ya que cerraba los ojos con parsimonia y movía sus labios en un ritmo avasallador. Su cabello azulado y el lustre de su mirada marina, además de sus labios carmines ofreciendo siempre una sonrisa, habían movido el piso de Kenshin Himura, provocando que se olvidara de todo y perdiera completamente la cabeza.
No le habían importado ni los berrinches de su novia Tomoe, que pasó a ser automáticamente exnovia, ni la existencia de esos tres inútiles de primer año que estaban detrás de ella. Al mes de estudios le declaró sus sentimientos a la chica, y desde ese día, ignorando los comentarios de todo el establecimiento y los intereses de sus padres, nadie había podido separarlos.
Es que Kaoru Kamiya había quedado prendada de ese exquisito pelirrojo, desde que lo había visto por primera vez en aquel casino. Él la había ayudado con la bebida que había derramado en su ligera falda, había cuidado sus cosas y la había acompañado a una lavandería cerca, hasta que su ropa estuvo lista. Charlaron de todo tipo de cosas y entonces, para Kaoru fue imposible no enamorarse de él. Ese día, Kenshin comprobó que Kaoru, era realmente como la había imaginado, y mucho mejor.
De repente, había pasado cuatro años de noviazgo. Kaoru terminó su carrera de Arte. Para ese tiempo él se había titulado y trabajaba en una agencia de Publicidad. En su ceremonia de graduación, Kaoru recibió el mejor regalo de su vida: una propuesta de matrimonio y una promesa de una vida feliz y próspera con el hombre que le arrancaba el sueño incluso cuando estaba despierta.
Aceptó de inmediato, arrebolada de emoción y felicidad, los aplausos de todos los presentes marcaron un eco igual al de la blanca ceremonia.
"No hay nada como ser tu esposa".
Había dicho ella, la primera noche de casados, mientras el reconocía nuevamente las formas de su mujer. Entró con ella en brazos a la hermosa habitación y no despegaron sus ojos ni por un instante. La acostó encima de la cama, adornada con suaves y aromáticos pétalos de rosas, todo meticulosamente preparado por un novio que siempre quería lo mejor para su chica.
El vestido simple y provocador había dejado de cubrirla, y el tinte acalorado de sus mejillas había movido hasta la última fibra de su ser. La había besado como nunca y había hecho de ella la mujer más feliz sobre la tierra. Se amaron casi toda la noche sin cansarse del otro, y anticipando que jamás podrían hacerlo. Las caricias habían abrumado la vista de ambos, y acordaron no volver a separarse con un beso en los labios, y plasmando en las sábanas que cada uno le pertenecía al otro.
Al año, Kaoru lucía un vientre hinchado de vida. Preparaba su vida para recibir al hijo del hombre que amaba. Yahiko había nacido un 26 de Diciembre entre nieve y regalos de todo el mundo. Kenshin sacó la foto que ostentaba en la entrada de la casa: la familia había crecido, y los tres integrantes del pequeño círculo sonreían prometedoramente ante el flash.
Kenshin había recibido a su primera chica en Agosto: Misao, tan traviesa como su madre. Los cuatro integrantes de la familia obtuvieron una casa más grande y se mudaron entre risas y esperanza.
El amor era algo que nunca había fallado en la casa, en la familia, ni en la vida de Kenshin Himura. Tampoco en ese momento, cuando contaba el segundo aniversario de la muerte de su esposa.
-¿Terminaste de empacar?
-Sí… Estaré listo en un momento. –Murmuró sin emoción.
Seijuro Hiko, su padrastro y padrino de sus hijos iba a cuidar de los chicos en su ausencia. El viaje que iba a realizar prometía ser largo y completamente arduo. Estaba seguro de que dejaba a sus hijos en manos seguras.
-¿Llevarás también estas fotos? –Preguntó, con una bolsa entre las manos, Kenshin la recibió y se sentó pesadamente en la orilla de la cama que ocupaba él solo desde que ella no había ido a dormir nunca más.
Tomó el montón entre sus manos y observó con resignación cada una de ellas. –No… No puedo. Las dejaré aquí, tal vez los chicos las quieran ver alguna vez en su vida. Se excusó.
Dejar los recuerdos de su esposa era la tarea más difícil que se había propuesto nunca. Solo debía hacer desaparecer todo lo que le recordaba a ella. Necesitaba urgentemente deshacerse de su esencia, ya que todo en ese lugar estaba impregnado de ella. La veía en los pasillos, en la cocina, en su habitación, en la cama, con los niños. La sentía en todas partes y a todas horas. Su voz alegre y despreocupada aún llenaba la sala, el jardín, el estudio…
En esa casa, definitivamente, iba a volverse loco. Por eso, para volver a vivir una vida normal, estaba echando en una caja todo lo que le pertenecía a ella. Sus cosas llevaban dos años esperando a su dueña, Kenshin jamás se había resignado a perderla, sin embargo, era hora de que la dejara ir.
Metió los perfumes que le encantaban y que hacían que perdiera la cabeza en un empaque de zapatos, lo cerró con scotch sin oler por última vez ninguno de ellos. Ya era suficiente de dolor y sufrimiento. No podía permanecer como un zombie. Tenía dos hijos a los cuales cuidar sin que fuera evidente y necesaria la presencia de una mujer.
Fue hasta el armario por los abrigos y los metió de a uno en una caja. -¿Estás seguro de lo que haces, Ken? –Interrogó su padrastro desde el umbral, observando cómo se movía mecánicamente. Para Seijuro había sólo una verdad absoluta: Su hijastro nunca olvidaría a esa mujer. Esperaba que esa decisión de llevársela lejos no terminara de destruirlo.
-Sí, ya te lo dije… Voy a comenzar de nuevo. –Aclaró intentando que el tintineo de su voz pasara desapercibido.
Seijuro lo notó de igual manera, y sintió lástima. -¿Quieres que te deje solo? – Trató de no importunar, pero Kenshin lo detuvo.
-No es necesario… ya voy a acabar… -Explicó, sin levantar la cabeza de las cajas.
-Voy a ver a Misao… -Mintió. Himura necesitaba tiempo. La tarea que se había autoimpuesto necesitaba de valor y su hijastro tenía que hacerla por sí solo. Kenshin vio como su padrastro desaparecía. Se quedó solo en el silencio sepulcral de la habitación.
Entonces, sacó cada uno de las ropas de Kaoru, que estaban allí libres del polvo y bien cuidadas. Desocupó todos los espacios, buscó en los cajones sus prendas íntimas, y las dobló cada una con la vista perdida, rememorando cada momento en que ella las vistió. Descolgó la bata de atrás de la puerta y la olió, el aroma del último día aún estaba impregnado en cada centímetro. El tiempo voló y de pronto eran las diez. Sintió un abismo expedito en todo su hogar y su pecho. De alguna manera, se sintió aliviado, desde esa noche, el fantasma de Kaoru desaparecería para siempre. Sólo entonces, Kenshin podría continuar con su vida, y ser un padre completo.
Terminó de sellar todas las cajas. Fue hasta el auto ignorando la lluvia pesada que caía por la ciudad y mojaba sus zapatos. Acomodó todas las cosas junto a los cuadros de Kaoru. Grandes y pequeñas obras pintadas a óleo, con colores hermosos y perfectas combinaciones de luz y sombra. Echó encima su cojín favorito y su peluche gigante que el mismo le había regalado.
No se detuvo en vacilaciones. No podía llorar toda la vida a una mujer. Cerró la puerta trasera del carro. Su deber era seguir la vida con sus hijos. Debía dejar de buscar a Kaoru y admitir que estaba muerta. Muerta.
Movió su cuerpo macilento de regreso al calor del Hogar. Yahiko, Misao y Hiko estaban cenando. Fingió una sonrisa que tranquilizó a los niños.
-¡Papá, quiero ir contigo! –Rogó Yahiko, el mayor.
-Hace mucho frío en las montañas, podrías enfermar como la última vez. –Habló con voz neutra.
-Fue Misao la que se enfermó, papá…- Aclaró el chico. Kenshin rió de su torpeza.
-Es cierto… aún así no quiero arriesgarte.
-Pero papá, se cuidarme muy bien. Déjame ir contigo. –Insistió, mientras revolvía la comida fría.
Misao observaba dudosa. -¿Puedo ir yo también? – Murmuró con su agudo timbre.
-¡Por supuesto que no! –Expuso tiernamente a sus hijos. –Papá irá solo, y volverá en dos semanas… Hiko los cuidará bien, asegúrense de no volverlo loco. Tía Megumi los visitará también.
Los niños no respondieron. Yahiko tenía cuatro años, estaba en preescolar y era travieso, aunque no tanto como el desastre de su princesa. Misao era más traviesa que el demonio de Tazmania. Nada por donde ella pasaba quedaba en pie.
Yahiko dudó en hablar. -Papá…-
Kenshin dejó su comida para escucharlo con atención. -¿Qué sucede?
Yahiko preguntó cabizbajo. -¿Por qué te llevas las cosas de mamá? ¿Te casarás con tía Megumi?
Siempre había tenido conciencia de que los niños no recordaban a Kaoru, ya que Yahiko tenía solo dos años cuando ella desapareció y Misao era un bebé. Sin embargo, el espíritu de ella había albergado sin descanso el lugar. Sus cosas extravagantes permanecían adornando todos los rincones, dando el aire femenino y maternal al hogar que pudo haberse ido abajo en su ausencia, pero que había sobrevivido, y estaba en la última fase del proceso: la de olvidar.
Con respecto a Megumi, lo único que sabía, era que no lo sabía.
No supo qué contestar. Miró a Hiko consternado.
-Papá va renovar la casa… Las lleva para guardarlas bien en las montañas, así ningún monstruo las tomará. – Salvó. Yahiko se creyó todo, y Misao comenzaba a dormirse.
-Las traeré de vuelta. – Prometió en vano. Kenshin estaba decidido a dejarlas atrás.
Llevaba las cosas a un pequeño pueblo que se adentraba en las montañas, el lugar donde Kenshin y Kaoru había separado sus vidas para siempre. Así tal vez, podrían ser usadas por personas que disfrutarían con ellas más de lo que él podría hacer nunca. Esas cosas darían luz y alegría a todas las personas que decidieran quedarse con ellas. Sobre todo las pinturas. Kaoru era tan talentosa, pintaba atardeceres de ensueño y usaba los colores de una manera extraña que sólo ella podía entender. Se descubrió extrañándola y se castigó. Avizoró el reloj. Era hora de irse para así llegar a buena hora al día siguiente. Se levantó de la mesa y besó en la frente a sus dos retoños.
-Pórtense bien con Hiko. –Advirtió a los muchachos.
-¡Síííí! –respondieron al unísono los dos traviesos.
Kenshin frunció el seño, descubriendo que ambos planeaban pasársela bien con su padrino consentidor. Rió de la situación. ¡Cuánto amaba a esos dos niños!
Todos salieron a despedirlo a la puerta. Hiko lo ayudó a llevar el último artefacto de Kaoru, una lámpara que ella amaba y que decía que era para inspirarse en su arte. Los muchachos adentro, observaron la escena sin atreverse a mojar sus pies. El padre sentimental se sentó en el asiento del conductor y abrió la ventana para hablarle a su padrastro.
-Cuídalos bien…- Pidió.
-Están en buenas manos. – Lo tranquilizó.
-Recuerda la medicina de Misao.
-Se la daré.
-Yahiko tiene un cumpleaños este sábado. Dejé la dirección en el teléfono.
-Ya me dijiste. Tranquilízate… todo estará bien. Aprovecha el viaje. Descansa. –Alentó Seijuro con una sonrisa.
Kenshin sonrió sinceramente también y echó a andar el motor. –Adiós. – Hiko detuvo el ascenso del vidrio con una mano. – Deja a Kaoru allá, Kenshin… - Aconsejó por el bien de su muchacho.
Éste reconoció la intención beata y cerró los ojos decidido. –Eso haré.
Inició el viaje del olvido. Condujo durante horas, dejó atrás las luces y el ajetreo de la ciudad, reconoció la extensa carretera que lo llevaría por las laderas hasta las montañas, en donde, había un pueblo pequeño y cómodo asentado.
La montaña Namuro había sido escogida hacía dos años por la familia como lugar en donde ir a pasar la Navidad. La nieve y el viento formaban el perfecto escenario para unas pequeñas vacaciones de Navidad, olvidándose del mundo. Corrió por el mismo camino que había descubierto aquella vez con su sonriente esposa de copiloto.
Esperaba regresar a casa, luego de dos semanas, renovado y limpio de dolor. Kenshin Himura quería volver solo. Sin la sombra de ella sobre él, con una decisión a cuestas y listo para empezar una nueva vida, solo, o con Megumi Takahashi.
II
-Tio Seijuro… ¿Por qué papá estaba tan triste?– Interrogó Yahiko apenas éste desapareció en el horizonte.
-Porque dejará allá todas las cosas de mamá. –Comentó el aludido compartiendo el dolor de Himura.
-¿Para qué? –La inocencia infantil conmovió al hombre.
-Para olvidarla. –Confesó complicado.
-¿Para qué quiere olvidarla? Yo no la olvido…
-Para cuidar mejor de ustedes. –Explicó, mientras lo llevaba a la cama. Yahiko buscó el pijama.
-Pero si ya lo hace bien…
-Es que quiere hacerlo mejor .– Siguió conversando Seijuro mientras lo tapaba con la abrigada manta, e iba hasta la cama de al lado para acostar a una dormida Misao.
-¿Para qué?– Estaba en la edad, pensó Seijuro, querían saberlo todo…
-Para que sean más felices.
-Yo ya soy feliz. –Solucionó el chico.
-Pero papá aún está un poco triste. Necesita ese tiempo para estar solo.
-¿Por eso se llevó a mamá con él? ¿Para no sentirse solo?
Seijuro se sorprendió. -¿A qué te refieres?
-A que se llevó todas sus cosas… -Contó somnoliento.
-Ah… - Se complicó. –Se las llevó para guardarlas.
-Y para estar con mamá.
Hiko rió con ternura. –No Yahiko… él se las llevó para dejar a mamá. - Declaró, pero el niño ya estaba en el mundo de los sueños.
III
Cerca de las cuatro de la madrugada tomó la calle local que lo llevaría a encontrarse con las plasmadas casas de madera, escondidas entre bosques de pino y nieve. La pequeña cabaña estaba lista para recibirlo, bajó del auto sin descargarlo y fue hasta la cama para descansar del agotador recorrido. No prendió luz alguna para no entrar en un mundo vivido dos años atrás, en esa lúgubre cabaña en donde había dormido y amado por última vez a su mujer.
A las diez, cuando despertó, la blanca luz de la alborada estaba derramada en todas partes. Observó cada rincón de la habitación, y descubrió todos los sectores de la vivienda. Todo siempre había estado igual en dos años. Había comprado esa cabaña, luego de que Kaoru desapareciera, ya que se asentaba ahí cuando iniciaba una nueva búsqueda infructífera. Ahora sólo era una residencia vacía, y esa, la última vez que la visitaba. Decidió salir a caminar por el asfixiante poblado, ignorando todo lo que tenía que desempacar.
Todo estaba adornado para la época. Las campanas y guirnaldas nacían de todas las casas, y la avenida principal que se limitaba a solo dos cuadras estaba cubierta de luces y pinos con adornos de ángeles y Santa Claus. Los niños estaban de vacaciones de Navidad y revoloteaban todos por la pequeña feria navideña que ocupaba el bandejón. Se encaminó sin razón alguna hasta los stands caseros y hogareños. Todos se conocían, y vendían utensilios y juguetes usados, los cuales serían comprados por un cercano y entrarían en un círculo sin fin.
Las dulces melodías y la escarcha del ambiente hicieron sentir frío a Kenshin. La soledad en la que se encontraba se le vino encima y sólo pudo quedar absorto añorando el pasado.
Metió las manos en su abrigo y escondió parte del rostro en la bufanda de colores que había recibido en la primera Navidad de noviazgo.
-¿Señor Himura?
El viejo a su lado lo había reconocido al instante. Era famoso en todo el lugar y en los otros pueblos también. El joven turista que había venido con su joven familia y se había marchado destrozado. El hombre al cual la desgracia de las montañas lo había marcado. Salió de su ensimismamiento.
-¿Hmm?
-Es un gusto tenerle aquí de nuevo…- Murmuró sinceramente. Luego de la desgracia, era costumbre que el Sr. Himura se instalara en la cabaña mientras buscaba a su mujer por periodos que cada vez se hicieron más cortos hasta que se dio por vencido.
-Muchas gracias. – Kenshin reconoció al hombre. Tenía una tienda de abarrotes en la esquina de al frente.
-¿Ha venido por la feria?
-No. He venido por motivos personales.
El anciano sintió lástima de él. Había envejecido edades desde que había perdido a su esposa. De su rostro joven y fresco solo quedaban estragos en declive. -De todos modos puede quedarse, toda la gente del pueblo está vendiendo las cosas que no necesita. –Kenshin escuchó atento.
El Señor Itawa comenzó a caminar con Kenshin detrás. –Todo a un buen precio, para que todos tengamos acceso. – Continuó. -¡Mire, Sr. Himura! –Señaló alegre un tragasueños que vendía una adolescente.
Kenshin sonrió sinceramente. –Es hermoso.
-Cuesta solo un yen. –Señaló la chica.
-Ten. –Kenshin lo compró para la habitación de Misao.
-¿Es para su hija, verdad? – Pregunto el Sr. Itawa curioso.
-Si… a Misao le encantan estas cosas. – Comentó con ternura sin quitar la vista del artefacto.
-¿Cuántos años tiene ya esa traviesa?
-Va a cumplir tres en tres meses. – Parló. Guardó el regalo en su bolsillo.
-Gracias Sr. Himura. – Agradeció la muchacha. Kenshin sonrió.
-¿No trajo a los niños? Les habría gustado instalarse a vender sus juguetes…- Enunció el viejo, sin maldad en sus palabras, Kenshin le prestó atención.
-¿Es libre?
-Sí, el que quiere se instala, mientras más gente mejor.– Explicó. A Kenshin se le iluminó el cerebro. El destino había jugado a su favor. Ese era el lugar para dejar huir las cosas de su Kaoru.
-¿Cree usted que habrá lugar para mí?– Preguntó como si fuera un niño. El Sr. Itawa evidenció su regocijo. Le agradaba ese muchacho.
-Puede venir cuando quiera… es más: ¿ve usted ese stand de allá?– Señaló con el dedo unas tablas en un armazón.
-Sí… -Siguió su dedo y comprobó que habían varios libres.
-Es suyo…
¡Qué rápido había sido todo! Sólo preguntó y ya tenía lugar asignado. –Muchas Gracias Señor Itawa.
-¡De nada, hijo! ¡De nada!– Levantó las manos exageradamente y se marchó palmeándole la espalda. – ¡Suerte!– Le deseó.
Kenshin sintió que todo estaba yendo bien. Apresuró el paso hasta la cabaña, llevó el carro hasta la feria y se estacionó atrás del stand, junto a un termo de café, azúcar y galletas de chocolate.
Puso una tela impermeable atrás, para frenar la helada brisa que lo azotaba por la espalda, lo amarró con nudos firmes a la madera y se paró en medio de todo para planear la ubicación de cada cosa. No era cualquier mercancía la que iba a vender ese día. Tal vez ni siquiera las vendiera, suspiro. Nada valía lo suficiente.
Descargó el auto y comenzó a acomodar cada cosa con sutileza especial. Colgó los cuadros a los lados, sobre unas sábanas blancas, y decoró una mesa con perfumes y adornos, pinches y artículos de belleza: pinturas, labiales y brillos lucieron en primera fila. Atrás, atravesó una tabla y colgó cada una de las ropas de Kaoru, teniendo cuidado de no tocarlas lo suficiente como para no soltarlas.
Cuando hubo terminado y quedado satisfecho con la decoración, una pequeña niña llegó y quedó deslumbrada. Quería tocar todo lo que había, Kenshin se sentó en una banca pequeña y la observó. Se sirvió un café para el frío. El cielo prometía soltar copos de nieve.
-¿Todo esto lo vende, Señor?- Estaba absorta en su mundo.
–Sí…
-¿Cuánto vale?– Preguntó, mientras se ponía los guantes que se había arrancado para tocar los maquillajes.
-¿Qué…?
-¡Todo!– Declaró ella, abriendo sus manos.
-No puedes llevarte todo. – Regañó Kenshin.
-¿Por qué no?
-Porque entonces… ¿qué voy a vender?– Preguntó alzando una ceja en señal de broma.
La chica rió tiernamente – ¿Cuánto vale este peine?
Kenshin no supo qué contestar. Ella lo miró impaciente. –Vale… vale…
-¿Cuánto?– Lo apuró la chiquilla.
-¿Te gusta?
-Sí. – Respondió ella, naturalmente. –Es bonito.
El celular de Kenshin vibró. Lo sacó de su bolsillo y miró la pantalla. Era Seijuro Hiko. –Espera…- Se excusó. -¿Diga?
-Kenshin, hola…
-Hola. ¿Está todo bien?
-Sí… es sólo que Misao quiere hablarte. Ha insistido mucho.
-No te preocupes. – Sonrió Kenshin. Si era para Misao o Yahiko nunca iba a haber problema.
-¿Papá?– Escuchó a su pequeña hija.
-¡Hola, princesa! ¿Cómo estás?– Se derritió.
-Bien… ¿Te gusta allá?
-Claro, pero ya voy a estar de regreso.
-Te vamos a esperar aquí… Tráeme un regalo. – Cotorreó a modo de cómplices.
-Si te portas bien con Hiko.– Reiteró.
-¡Sí! –Repitió lo de siempre. Kenshin tenía la impresión de que era respuesta mecánica, en realidad, era como si no lo dijera. Rió. –Dame con Hiko, Misao.
-Sí, papá. Te quiero. Vuelve pronto…
-Yo también, preciosa…
-¡Tío Hiko! –Escuchó como lo llamaba.
-Estoy a tu lado, demonio. ¿Hola?
Mientras tanto, la pequeña cliente estaba aburriéndose de esperarlo y lo miraba acusadoramente. Kenshin fue hasta un lugar más atrás para que ella dejara de escrutarlo.
–Puedes ver la ropa…- La invitó.
-¿Qué?– Se confundió Seijuro.
-Nada… Hablaba con la primera clienta. – Contó a su padrastro.
-¿Dónde estás?– Largó preocupado.
-Estoy en una feria…- Comenzó a relatar la experiencia vivida para tranquilizar a su preocupado padrastro.
Una segunda visitante entró en el reducido stand. Con un abrigo desgastado y los zapatos mojados la chica se internó en el lugar atraída por una extraña fuerza. Kenshin estaba ocupado en el celular, completamente vuelto. El viento comenzó a meterse en todas partes, y algunos artefactos comenzaron a tintinear al ritmo de la helada brisa.
-¿Hola?- Preguntó temerosa, observando los cuadros. Sus ojos rolaron por todo el lugar.
-Hola…- Saludó la chiquilla.
-¿Tú atiendes aquí?
La niña se burló de ella con simpatía. –No, es ese hombre de allá, el viudo. – Exageró.
-Oh…- Gimió, en señal de respeto hacia el hombre. -¿Quieres comprar eso? –Murmuró, notando el broche que ella guardaba en sus manos.
-Sí, es muy hermoso.– La joven chica se agachó a su altura para verlo. La niña se lo dio.
-Tienes razón, es bellísimo. – Inspeccionó con voz aturdida. Todo lo de esa tienda le encantaba, desde las pinturas extrañas hasta la mesa llena de curiosidades. -¿Cómo te llamas?
-Hana.
-¡Lindo nombre! – Animó la mujer. El rostro de la muchacha se iluminó cuando vio la calle detrás de ella.
-¡Algodón de azúcar!– Chilló.
-¿Te gusta? ¿Quieres que te compre uno?– Guiñó un ojo.
-¡Gracias!– La joven mujer despreocupada buscó en su bolsillo y sacó dos monedas, le dio una a la pequeña que fue corriendo hasta donde el hombre rodeado de niños. Se quedó con el broche en la mano y lo dejó en la mesa, donde supuso que estaba antes de que lo tomara.
Se quedó hipnotizada por las novedades. Extendió el índice y corrió por cada uno de los objetos tocándolos todos. ¡Eran tan elegantes! Llegó hasta un perfume, que le llamó la atención de sobremanera. Lo tomó entre sus dedos y levantó la tapa. El aroma que salió del frasco embriagó sus sentidos. ¡Era como un bálsamo! Tomó otro, y lo sometió al mismo examen. La fragancia volvió a tomar su nariz de rehén. Continuó con todos, hasta que se atrevió a aplicar un poco en la parte interna de su muñeca. La llevó hasta su cara para absorber cada matiz.
Kenshin vio que la nueva compradora estaba muy interesada en la mercancía valiosa que ofrecía. Decidió colgar para atenderla.
-Nos vemos en dos semanas… Adiós. – Se despidió, caminó hasta el otro extremo de la mesa. Guardo el móvil en el saco.
-¿Te interesa ese perfume? - Frotó sus manos enguantadas para calentarlas, con cuidado de no derramar su bebida caliente.
La muchacha, que estaba con la cabeza metida en los recuerdos del vendedor, levantó el rostro. –Sí… ¿cuánto cuesta?– Musitó con una apacible voz y un destello brillante en su mirada oceánica. Dedicó al simpático pelirrojo una sincera sonrisa de lado a lado.
Kenshin se quedó de piedra. El lugar fue cubierto por una pantalla nebulosa y el peso de dos años cayó de golpe sobre él. El corazón lacerante saltó y se salió por su garganta hasta la boca impidiéndole decir palabra. Las ideas se amontonaron desesperadas por ordenarse, y los sentimientos enraizados vibraron en su interior como si se los hubiera removido a punta de pala y chuzo. La mujer que estaba delante del era como una visión venida desde el otro mundo. Hermosa como siempre, tímida por naturaleza, sincera y regocijada en delicias, hizo que Kenshin Himura casi sufriera un infarto cuando deslizó su desesperado escrutinio hasta sus ojos de azul intenso y comprobó, efectivamente, quien era su joven visitante. La nieve comenzó a caer blanca sobre los bellos cabellos de ella y su café cayó de improviso al piso.
Su Kaoru venía desde el olvido a preguntar por su perfume favorito.
CONTINUARÁ…
Lunes 18 de febrero, 2008 (02:19)
NA: Hola! Espero que les guste este fic. Les advierto que es puro drama romántico. Y que sufrirán mucho. Pero de todas maneras, está lindo. Osea, a mi me gusta, le tengo un gran cariño, y se los dedico con el mismo afecto.
Espero tengan un bien día (o noche) leyéndolo.
Muchas gracias por llegar hasta aquí y nos leemos!
"NO MATES EL TIEMPO. A FIN DE CUENTAS, ES EL TIEMPO EL QUE TE MATARÁ A TI"
