Era un día como todos los demás: estaba sentada en mi pupitre, técnicamente prestando atención a la clase, mientras los alumnos que se sentaban al fondo no paraban de hablar, y la profesora Agatha de vez en cuando les dirigía algún que otro ladrido.

En cuanto la señorita Agatha empezó a explicarnos el teorema del coseno, empecé a notar pinchazos en mi cabeza. Al principio los ignoré, intentando centrarme en la explicación que estaba exponiendo mi profesora, pero el dolor fue incrementando, y finalmente me vi prácticamente obligada a pedir permiso para ir al lavabo a refrescarme.

Salí del aula, poniendo una de mis manos sobre mi frente para comprobar si tenía fiebre, pero el resultado fue temperatura natural. Recorrí el pasillo a mi ritmo, sin prisas, ya que tampoco tenía ganas de volver a la clase. Todo era normal, tan aburrido y monótono… Suspiré e inmediatamente paré de caminar. Di unos cuantos pasos hacia atrás hasta estar en frente del cruce de pasillos: Me había parecido ver una sombra extraña al final, en la esquina… Sin embargo, ya no veía nada. Continué caminando con tranquilidad, ya que yo nunca he sido de esas personas que se asustan a la primera. Pero lo que sí que no me esperaba y me hizo tener dudas fue lo que vi justo al entrar en el lavabo.

Era una cabina de policía, de esas londinenses, tan antiguas. En medio del lavabo de las chicas. Desde luego no recordaba cual había sido la última vez que había entrado en esos aseos, pero estaba segura de que por aquel entonces no había visto nada parecido allí dentro. Decidí no tomarla en cuenta y abrí el grifo para lavarme la cara.

En cuanto me hube refrescado salí del lavabo, determinada a entrar en esa clase y entender lo que se me estaba explicando, pero de repente los pinchazos volvieron, y con más fuerza que antes… Y justo estaba pasando por delante del cruce de pasillos. Antes de que pudiera echar un vistazo, el dolor aumentó aun más, haciendo que me llevara las manos a la cabeza, agarrando fuertemente mi pelo y casi agitando mi cabeza. Durante esos momentos, realmente pensé que me iba a volver loca. Empecé a oír lo que parecía el eco de unos pasos, pero no unos normales; eran ruidosos, casi explosivos, rebotaban contra el suelo y volvían a estallar contra la superficie, provocando hasta eco. Honestamente, en ese momento empecé a pasar mucho miedo. Ni siquiera me atrevía a mirar hacia el otro pasillo, y para meter más leña al fuego, parecía que los pasos se iban acercando… Hasta que pude sentir que, fuera lo que fuera, estaba a tan solo uno o dos metros de mí. Cerré mis ojos instintivamente, intentando sentirme más protegida. Pero entonces ocurrió un milagro, el suceso más importante de ese día y, probablemente, de toda mi vida.

Noté como alguien me agarraba del brazo, me rodeaba; sentí una presencia alrededor de mi lado izquierdo, y entonces fui capaz de abrir los ojos. Lo primero que vi fue un brazo justo delante de mí, y lo recorrí con la vista hasta poder ver la mano. Fuera quien fuera sostenía una pistola… una pistola de agua. Lo único malo de esto era que con esa pistola estaba apuntando a tres cosas gigantes que parecían llevar un traje raro y tecnológico. No eran cosas normales, ni siquiera humanas; su cabeza tenía forma de medio huevo y su cara no era fea, era lo siguiente. Pero lo peor de todo ese asunto era que estaban armados… Y muy armados; llevaban una especie de metralletas más grandes que mis dos brazos juntos. En ese momento se pararon todos tal como si fueran soldados antes de apuntarme a mí y a la persona que estaba a mi lado, cuyo rostro aun ni siquiera había podido ver. Y en ese instante caí en ese detalle, así que me tragué el miedo y giré mi cabeza poco a poco, hasta que pude ver a un hombre de unos veinte-tantos, de piel clara, mandíbula casi cuadrada y melena castaña. En mi opinión, lo más extraño de ese hombre no era que estuviera combatiendo a esas especies de monstruos con una simple pistola de agua, si no la forma en que vestía. En aquellos días no era demasiado normal ver a una persona con americana de pana marrón, camisa a rallas, corbata y para echar leña al fuego, un Fez.

Me dejó ir el brazo y avanzó hacia aquellos seres, más decidido de lo que debería estar, en mi opinión.

- ¡Los Sontarans exigen saber quién es el que se atreve a ponerse en su camino! – gritó uno de aquellos monstruos con la voz más horrenda que había oído en toda mi vida. En mi cabeza empezó a sonar una especie de pitido. - ¡Identifícate!

- Me conocéis muy bien, Sontarans. – dijo con voz serena. – Lo que ocurre es que cambié de cara hace un buen tiempo, por eso que no podéis reconocerme. – Iba lanzando sus brazos al aire mientras hablaba, como si estuviera loco. – ¡Aun así no os daré ventaja! Os doy la opción de abandonar este edificio pacíficamente, y nadie saldrá herido.

- Jefe Tahn, el arma que sostiene es inofensiva. – informó uno de los otros dos monstruos. – No estamos en peligro.

- Oops… - exclamó a la vez que me agarraba la mano. – ¡Me habéis pillado!

Inmediatamente después de eso lazó la pistola de agua por los aires y arrancó a correr, arrastrándome a mí con él. Su Fez salió volando una fracción de segundo antes de que se oyera chillar a los Sontarans "¡Disparad!" y empezaran a rodearnos con balas, la mayoría de las cuales nos rozaba, pero por suerte, no llegaban a dar en el blanco.

- ¡Gerónimo! – chilló mientras aumentaba la velocidad y cruzaba a otro de los pasillos para distraer a los enemigos.

Pasamos unos minutos corriendo, hasta que llegamos al patio y nos pareció que los habíamos distraído, al menos durante un tiempo. Me tiré para sentar en el suelo y puse mi mano sobre mi pecho, el cual no paraba de inflarse y desinflarse, intentando recuperar el aliento. Aquel hombre apoyaba una mano sobre la pared y otra sobre su rodilla, y tampoco conseguía respirar correctamente.

- Pero… - dije antes de tener que pausar para coger más aire. - ¡¿Quién demonios eres tú…? – otra bocanada de aire. - ¡¿Y esos monstruos..? – de nuevo, una más. - ¡¿Y a qué venía la pistolita..?

- Tranquila, tranquila… - respondió tendiéndome una mano para que me levantara. – Soy el Doctor, aquellos seres no eran monstruo si no alienígenas, y lo más importante ahora mismo es preparar a los alumnos del colegio para lo que se avecina. Pero no te preocupes, soy un genio, encontraré algo; ¿Tal vez instalar un dispositivo de comunicación en masa, como los auriculares? ¿Construir un robot que vaya informando a la gente? – murmuraba con los brazos cruzados y rozando su barbilla con su dedo índice derecho, totalmente sumergido en un mar de pensamientos.

- … No es por nada, "genio", pero creo que es mucho más sencillo que todo eso. – le dije con voz seca, y él me miró con los ojos bien abiertos. – Tan solo sígueme y cúbreme las espaldas.

Volvimos a entrar en el instituto y empezamos a avanzar por los pasillos sin hacer ningún ruido. Alguna vez avistamos algún Sontaran al final del corredor, pero conseguimos escondernos en completo silencio y no nos descubrieron. Tras cruzar un pasillo más, finalmente llegamos a donde necesitábamos llegar. Le hice pasar y cerré la puerta después de comprobar que ningún Sontaran nos hubiera visto. Miro a su alrededor, abrió la boca exageradamente y dio una palmada, antes de poner sus manos sobre mis hombros.

- ¡Impresionante! ¡Increíble! ¡Eres maravillosa! – exclamó antes de acercarse al escritorio. Y todo eso se debía a que le había llevado hasta la sala de megafonía. Agarró el micrófono y pensó durante unos segundos antes de encenderlo y chillar:

"Alumnos y alumnas, se dirige a vosotros el Doctor – debéis estar preguntándoos cosas como "¿Doctor qué?", lo sé, pero desafortunadamente no hay tiempo para presentaciones. Profesores, estoy seguro que ya habéis notado que está pasando algo extraño en la escuela, así que aseguraos de que ningún estudiante salga de su clase hasta nuevo aviso. Gracias por la atención."

Apagó el micrófono de nuevo y se cruzó de brazos, volviendo a ponerse en modo pensativo. Me acerqué a él y le miré fijamente, pero seguía sin dar señal de vida.

- ¿Hay algún problema? – cuestioné, preocupada. - ¿Cómo se supone que podemos parar a esos bichos? ¿Y por qué me duele tanto la cabeza al estar cerca de ellos?

- Lo de la cabeza lo más probable es que sea porque los extraterrestres que se sirven de una armadura tecnológica para moverse o defenderse utilizan una electricidad, que vosotros aun no tenéis aquí en la Tierra, cuyo efecto secundario es que manda unas ondas hipersónicas, aun que lo más normal sería que nadie de la especie humana pudiera oírlas. Para que lo entiendas, funciona igual que las ondas que envían los murciélagos, que les sirven como ojos. Por tanto, debes ser una de los pocos humanos hipersensibles a esta energía que existen. – murmuró tan rápido que me costó casi un minuto procesar todo lo que había dicho, y al hacerlo, asentí. – Y sobre el problema… El problema es que estoy seguro de que aquellos tres Sontaran no han venido solos, que los que hemos estado evitando en el pasillo no eran los mismos, y si eso es así… - hizo una breve pausa y finalmente me miró a los ojos. – Necesitaríamos a todo un ejército para pararles los pies.

- ¿Y cómo se puede derrotar a un… Sontaran? - volví a preguntar, intentando ayudar en pensar algún plan útil.

- Tienen una especie de válvula por aquí, en la nuca. – señaló con su dedo índice su propia nuca, e iba lanzando sus manos por el aire y gesticulando a la vez que se explicaba. – Es la parte más frágil de su armadura, por no decir la única. Con un simple golpe en esa válvula caen al suelo aturdidos. No mueren; mi intención no es matarlos, tan solo dejarlos sin sentido y arrojarlos a todos de nuevo en su nave, una trampa. Para que me entiendas… - hizo otra pausa para coger algo de aire antes de continuar. – Es como darle una patada en las partes a un hombre.

Dejé ir una pequeña risilla sofocada ante esas palabras, y procedí a ponerme a pensar de nuevo. Me costó, pero poco a poco fui viéndolo más claro. De alguna forma, al lado de ese hombre – si es que era un hombre – me sentía más inteligente, y de hecho diría que incluso lo era.

- Dices que necesitamos un ejército, ¿verdad? – asintió sin decir nada. – Y mientras que no se atacara de cara, nadie saldría herido, ¿verdad? – volvió a asentir y esa vez se giró para mirarme. – Entonces no veo problema alguno.

- ¿Cómo? –preguntó, confuso. - ¿Pero de donde podríamos sacar un ejército?

Sonreí de forma satisfecha y señalé a los cuadros que estaban colgados de la pared, en los cuales se podían ver montones y montones de fotos de todas las clases del instituto. Se mantuvo mirando estos durante unos cuantos segundos, antes de dar otra palmada y empezar a corretear por toda la sala.

- ¡Maravilloso! ¡¿Te he dicho ya que eres extraordinaria? – exclamaba mientras saltaba a abrazarme, lo que me hizo sonrojar levemente. - ¡Increíble! ¡Estupenda!

- De acuerdo, ¡Entendido!, pero, ¿no deberías avisar ya a los alumnos? – dije intentando separarle, aun algo avergonzada.

Siguió murmurando cumplidos hasta que volvió a agarrar y encender el micrófono para anunciar:

"¡Cambio de planes! No podría echar a esos "monstruos" de aquí yo solo, ni por asomo, así que aun que me cueste decir esto voy a hacerlo: ¡os necesito! Si queréis ayudarme a darles una patada en el trasero, necesito que sigáis mis instrucciones. Primero de todo, tened claro que esto no es obligatorio, no voy a obligar a nadie a luchar y/o involucrarse. Segundo, los que queráis hacerlo, debéis armaros con cualquier cosa que pueda servir para golpear, ya sea un machete, la pata de una silla, la silla entera o incluso una escoba. Tercero, nunca, repito, NUNCA intentéis atacarlos de cara, ¿de acuerdo? Tenéis que esconderos hasta que os podáis poner detrás suyo, y golpear esa especie de botón redondo que tienen en la nuca. Ese paso es el más importante de todos. Cuarto, y por último… ¡Buena suerte!"

Volvió a apagar el micro y me miró fijamente por unos segundos. En su mirada podía leer preocupación, probablemente por la seguridad de los alumnos que accediesen a ayudar. Parecía que me mirara con ojos de cachorro.

- Estarán bien. Bueno, de hecho… - murmuré mientras me armaba de una raqueta que había sido confiscada a algún estudiante y olvidada en esa sala. – Estaremos bien.

- No tenéis por que hacerlo… - dijo mientras buscaba asimismo alguna cosa útil como arma. – Esta es mi responsabilidad… - Pasé las manos por encima de la red, acariciándola, y apreté el puño con el que estaba sosteniendo el mango, intentando darme seguridad a mí misma.

- Si alguien necesita mi ayuda, no soy quién para negársela. – respondí con firmeza.

Se quedó en silencio durante un minuto, a la vez que yo iba dirigiéndome hacia la puerta, decidida a luchar. Antes de que pudiera agarrar el mango de la puerta para abrirla, oí como decía algo que me volvió a hacer sonrojar.

- Solo te faltan las alas para ser un ángel. – Corrió hacia donde yo estaba parada y abrió la puerta el mismo. - ¡Y no me refiero a los llorosos!

No esperábamos, ni mucho menos, que hubiera tal nombre de alumnos que se apuntasen a luchar. Aun así, eso facilitaría las cosas. Nos reunimos todos en el patio interior, que parecía no haber sido descubierto aun por los Sontaran, quienes habían ocupado el despacho del director, aun este ya hacía un buen rato que se había refugiado en el armario de la limpieza – sí, nuestro director no era precisamente una persona muy noble. El Doctor se colocó en frente de todos nosotros.

- Soy el Doctor, la misma persona que os ha estado hablando por megafonía, y exacto, sigue sin ser la hora de dar presentaciones. – alzó la mano con la que agarraba un machete. – Antes de ir a por ellos, quiero que recordéis lo más importante de todo: no ataquéis por delante. I atacáis por delante, moriréis. Y no queremos eso, ¿verdad? – dijo guiñando el ojo, de alguna forma eso nos hizo sonreír a todos, quitándole importancia al peligro que corríamos. – Bueno… ¡Es hora de ser valientes! ¡Allons-y!

Todos los estudiantes empezaron a repartirse por las diferentes salidas de ese patio y, evidentemente, yo seguí al Doctor. Paramos justo antes de cruzar una de la esquinas; allí vimos como dos Sontaran patrullaban, caminando de espaldas a nosotros. Nos miramos el uno al otro y nos sonreímos antes de avanzar en silencio hasta estar casi a tocar de su espalda, y una vez allí, les golpeamos la válvula de la nuca. Inmediatamente cayeron redondos al suelo, y por supuesto, habrían hecho ruido si no fuera porque los agarramos antes de que impactaran contra las baldosas y los tumbamos suave y silenciosamente. Repetimos ese proceso al menos unas cinco veces más, hasta que no nos encontramos más Sontarans por los alrededores.

- Muy bien, ahora vamos a tener que separarnos. – le miré con cara insegura. – Yo tengo que asegurarme de que todos los que no han querido luchar estén a salvo en las aulas. Tú deberías ir con los alumnos que están en el patio, allí estarás más segura.

- … De acuerdo. – murmuré, y acto seguido se giró, preparado para echar a correr de nuevo. Pero antes de que pudiera hacerlo le agarré por la manga derecha, reteniéndolo solo por unos segundos más. – Ten cuidado, ¿de acuerdo? – Sonrió y asintió. Entonces cada uno de nosotros empezó a correr en dos diferentes direcciones.

Pocos momentos después conseguí llegar al patio sin haber avistado a ningún Sontaran por el camino. La gente allí parecía muy agitada y todos estaban apelotonados, rodeando alguna cosa. Me hice paso entre ellos como pude, para descubrir que en el centro de esa piña había un Sontaran, la armadura del cual estaba hecha polvo.

- Le hemos dado en la válvula, pero parece que no lo acaba de dejar inconsciente. Por lo que sabemos, es el último que queda despierto en toda la escuela. – me explicó uno de los chicos que había allí. - ¿Dónde está aquel hombre? Aquel amigo tuyo… ¿Dice que se llama Doctor? ¿Pero Doctor qué más?

Negué con la cabeza y suspiré, dándole a entender que aun no había llegado el momento de las presentaciones. Me acerqué al Sontaran con miedo, pero sin mostrarlo, observándolo con una expresión parecida a una neutral. Me quedé un metro alejada de él, por precaución.

- ¿Por qué habéis venido? – le pregunté, mirándole a los ojos. Él vaciló antes de contestar mi pregunta.

- … Los Sontaran oímos una profecía. Es por eso que decidimos atacar. – murmuró mirando hacia otro lado, sin aclarar nada.

- Bien, ¿y qué decía esa supuesta profecía? – dije intentando mantener un posado duro ante esa criatura enorme.

- La profecía decía… - vaciló de nuevo, por lo visto no estaba seguro de si podía revelar aquella información, pero al analizar la situación en la que se encontraba, se vio obligado a hacerlo. – Decía que el Doctor iba a desaparecer. Que iba a morir, definitivamente. Así que pensamos que este sería el mejor momento para hacernos con este inútil planeta y vengar a todos los Sontaran que cayeron hace un año, como el General Staal.

- ¿Cómo…? – susurré asustada, mientras buscaba con la mirada al Doctor entre toda la multitud, que cada vez era más ruidosa y se alejaba más de nosotros.

- Pero eso ahora ya no importa… El Doctor ha vuelto a salirse con la suya, ya no queda nada que perder… - apretó rápidamente un botón que tenía en la parte del pecho de su armadura, una redonda que los demás Sontaran no tenían y que empezó a brillar.

De repente vi como una especie de rayo azul iba a toda velocidad y directamente hacia mí, tal como si fuera una flecha pero hecha de luz. El miedo me bloqueó las piernas, se sentía como si estuviesen completamente atadas e inmóviles, era incapaz de moverme o esquivar aquello. Podía oír cómo la gente chillaba y gritaba mi nombre, pero aun así no podía hacer nada. El relámpago avanzaba a una velocidad vertiginosa, produciendo hasta corrientes de aire que hacían mover el césped, todo mi pelo e incluso a mí misma, tirándome al suelo, momento en el cual decidí cerrar los ojos para no contemplar el momento en el que aquella luz me atravesase y acabase conmigo.

Sin embargo, habiendo pasado unos instantes desde que la luz que podía ver aun con los ojos se había desvanecido, seguía sin sentir nada. Bueno, de hecho sí que podía sentir algo; el césped húmero contra mi espalda y melena, mis manos tiritar, la sensación de que todo estaba mucho más calmado que antes y una voz.

- ¿Estás asustada? – oí como me susurraba al oído.

- ..No. – respondí, noté como mi voz temblaba aún más que mis manos.

- Mentirosa. – volvió a susurrar.

Decidí enfrentarme a mi miedo de una vez por todas y abrí los ojos. Evidentemente, estaba estirada en el suelo, pero lo que no me esperaba es que un chico con la ropa del Doctor estuviese justo encima de mí, apoyando sus manos en el suelo a ambos lados de mi cabeza. Su cara era algo más delgada, de facciones mucho más finas, tenía los ojos algo rasgados y de color negro azabache, su pelo era un poco más corto y de un marrón más intenso. Y lo que era aun más extraño… sobre en negro de sus ojos se movían un montón de chispas doradas, así como sobre su piel, aun que pronto se desvanecieron.

Poco a poco fue levantándose, y cuando estuvo de pie me tendió una mano para ayudarme. Una vez alzada, miré hacia el Sontaran, para descubrir que estaba totalmente destrozado y tirado en el suelo.

- Era un dispositivo de autodestrucción. – me explicó aquel chico. – Así son los Sontaran; su vida entera es luchar, la guerra… Y si la pierden, ya no quieren vivirla.

- Ya veo… - murmuré sin quitarle los ojos de encima al Sontaran. - ¿Pero porqué no estoy muerta? ¿Y quién eres tú? Me suenas de algo…

- Eso es porque yo me puse en medio de la trayectoria del rayo. En otras palabras, lo recibí yo. – me giré para mirarle con expresión extrañada. – Supongo que ha llegado el momento de las presentaciones. Soy el Doctor, vengo del planeta Gallifrey, es decir, soy un Señor del Tiempo. Tengo más de novecientos años, viajo por el espacio y tiempo con mi Tardis, he salvado la Tierra miles de veces, y cada vez que acabo gravemente herido, en vez de morir como un humano o cualquier otra especie haría, me regenero. – le observé con cara aun más extraña. – Por supuesto, te debes estar preguntando que qué significa regenerarse: es el proceso por el que…

- En base a lo sucedido, puedo imaginármelo. – respondí, interrumpiéndole. – Cambias de aspecto… - le miré de arriba abajo, sonrojándome al darme cuenta de que acababa de pensar que ahora estaba incluso más guapo que antes. - O algo así, ¿cierto?

- ¡Muy bien! Normalmente a la gente le cuesta más comprenderlo… Pero por lo que veo, no te pareces a la gente corriente. – dijo eso sonriendo, por lo que me tomé como un cumplido. - ¿Debería preguntar por tu nombre?

- Es que mi abuelo solía explicarme historias sobre seres de otros mundos, aun que no las recuerdo del todo bien. – sonreí. – Violet. Soy Violet Rose Tyler. – de repente su rostro se volvió más serio.

- Violet… ¿Rose Tyler? – asentí, algo preocupada por su cambió de expresión.

- Sí; mi madre me puso de segundo nombre el nombre de mi abuela. – le expliqué. – Son dos nombres de flores… ¿Es raro? – se quedó congelado durante unos segundos, mirándome con los ojos bien abiertos, pero de seguida volvió a sonreír como antes lo había hecho.

- No, en absoluto. Es precioso. – respondió, lo que hizo que volviera a sonrojarme levemente. – Por cierto, me preguntaba si querrías venir conmigo. Ya sabes, en esa cabina azul, a ver planetas, otras épocas y esas cosas… - esbocé una amplia sonrisa y le agarré la mano.

- No me lo perdería por nada del mundo.