La Chica del Cabello Rojo

¡Hola! Este es una historia sobre la Comadreja, regalo para Ana88. Espero que te guste(:
Para el Intercambio "Un obsequio real" del foro El diente de león.

Todo le pertenece a Suzanne Collins.


I

—¿Cerraste la tienda?

—Sí.

—¿Las ventanas?

—Sí.

Miro de reojo a mi abuela, que se acomoda unos mechones de cabello que alguna vez fue rojo detrás de la oreja. Me ha de haber preguntado eso mínimo unas 5 veces lo mismo en nuestro trayecto a la Plaza. Es normal que se preocupe, especialmente en los Días de la Cosecha, no la puedo culpar.

Cuando llegamos a nuestro destino, me gira hacia ella, tomándome por los hombros y me da una pequeña sonrisa. Lleva una de sus manos a mi mejilla y la toca tan suavemente que creo que me lo he imaginado. No sé cómo reaccionar, pues sus muestras de afecto son escazas.

—Buena suerte, Finch.

Me da un ligero empujón hacía una mesa donde dos Agentes de la Paz toman muestras de sangre para comprobar que nuestros datos sean los mismos que los del Capitolio. Casi ni siento el piquete. Me señalan el área rodeada de cuerdas para las niñas de 15 años y me coloco junto a unas gemelas de cabello negro. No falta mucho para que inicie la Cosecha, lo sé por cómo los Agentes de la Paz llevan las urnas al centro de la plataforma, que colocaron frente al Edificio de Justicia, y después vacían unos maletines llenos de papeletas con nuestros nombres en ellas.

—¡Finch!

Miró detrás de mí, hacia la sección de niñas de 16 años. Mis primas, ambas más altas que yo, con el cabello rubio pero con la misma nariz grande, me están sonriendo con sorna. No es secreto que no me quieren, que sus madres les llenan la cabeza con ideas de que soy una carga que mi madre dejó a la abuela cuando murió en un accidente en la Planta de Energía.

—Sólo queremos desearte buena suerte —dice la mayor, Olive, su voz ahogándose en sarcasmo—. Sabemos que sería una pena si sale tu nombre.

Me giro sin hacerle caso. No pienso causar más peleas en la familia. Sé que la abuela desea hablar con sus hijas, aunque no lo diga, y ellas la rechazan por mi simple existencia.

Creo que van a decirme otra cosa, pero no tienen tiempo porque el himno de Panem está sonando por toda la Plaza, y son forzadas a ponerse de nuevo en las filas. Cuando la música termina, el alcalde se levanta con una amplia sonrisa y da un discurso sobre la energía que proveemos al Capitolio, nuestros pocos vencedores y los Juegos. Miro las sillas colocadas al lado del podio en la plataforma. Tres sillas para nuestros vencedores. Una mujer con un aparato para su columna, resultado de sus Juegos. Un hombre que debe de haber cumplido los cuarenta, que tiene una expresión en su cara que no puedo leer. Y por último, otra mujer, la más joven de los tres, creo que su nombre es Adelina.

No me doy cuenta cuando el Alcalde termina el discurso y Ivory, nuestra escolta, ya está de pie frente al micrófono.

—¡Bienvenidos a la Cosecha del Distrito 5 para los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Contengo el aliento, y siento a las gemelas a mi lado hacer lo mismo mientras se agarran de las manos con desesperación. Un dolor surge en mi pecho, el anhelo por un hermano, una hermana, alguien que me haga sentir menos sola. Pero no es momento para pensar en eso, sino para pensar en la Cosecha.

—Las damas primero —dice Ivory y se dirige a la urna a su derecha. Mete su mano enguantada y toma una papeleta, después la suelta y toma otra. El corazón me late en los oídos. ¿Siente alguna clase de satisfacción al demorar el momento, sabiendo que cambiara el destino de dos familias? Camina al micrófono de nuevo y abre la papeleta. —¡Finch Wiesel!

Me toma dos segundos exactamente darme cuenta que ese es mi nombre. Las gemelas a mi lado se desconciertan cuando me muevo de mi posición para caminar a la plataforma, pero el alivio está presente en sus ojos.

Mis pasos son pequeños y lentos, pero seguros. No me atrevo a mirar las filas de las niñas de 13 años, dónde está Leah, mi vecina y probablemente mejor amiga. Me concentro en las escaleras en frente de mí y en llegar al lado de Ivory. Me toma de la mano y me arrastra al centro. Siento que las cámaras se enfocan en mí y estiro mi cuello, levantando mi mentón un poco y entrecierro mis ojos, que luchan contra el sol.

—¿Alguna voluntaria?

Nadie habla, nadie se mueve.

Ivory camina hacía la urna a su izquierda y saca una papeleta de la urna de los chicos.

—¡Christian Haus!

Sale de las filas de los chicos de 15 años. No mira a nadie mientras camina hacia la plataforma. Ivory le da una sonrisa y pide voluntarios. Silencio de nuevo.

—¡Nuestros tributos, Finch Wiesel y Christian Haus! —hay pocos aplausos—. Ahora ustedes, dense la mano.

Cumplimos, pero no nos miramos a los ojos. Tendré que pelear contra él, alguien que no conozco, otros 23 chicos que no conozco, si quiero volver a casa a ver la sonrisa de mi abuela. ¿Vale la pena?

No lo sé.


Cuando la abuela viene a despedirse, hay silencio. Se quita una cadenita dorada del cuello y me la entrega. El dije es una simple letra F; sé que era de mi madre, cuyo nombre era Fara, y lo guardo en el bolsillo de mi vestido.

—Tus tías me dijeron que te desean lo mejor.

Sé que no es así, que probablemente tendrán una gran cena celebratoria hoy y sólo verán los juegos cuando sea obligatorio para todo Panem.

—Gracias, abuela —digo cuando siento que el tiempo se nos acaba.

—Tienes que intentarlo, cariño, tienes que...—se aclara la garganta—. Eres inteligente, Finch, más inteligente que el resto. Enséñales eso, que no te quedaras de brazos cruzados, que tienes un plan.

No lo tengo, ni siquiera sé si hay posibilidades para que gane, pero no se lo digo. Le doy una sonrisa que ella devuelve, pero no le llega a los ojos.

Un Agente de la Paz anuncia que se acabo el tiempo. La abuela se levanta y me da una última mirada antes de salir por la puerta.

Casi de inmediato, alguien entra de nuevo: Leah. Es igual de alta que yo, a pesar de la diferencia de edad, y muy bonita. Se lanza a mis brazos y empieza a llorar. Desde que la conocí la traté como trataría a una hermana menor. Sus padres y ella viven al lado de dónde yo y la abuela, y al no tener hermanos, encontramos compañía perfecta en la otra. Sus padres son dueños de una tienda de zapatos, y la abuela es dueña de la tienda de comestibles de nuestra parte del Distrito. No son nada comparadas a los comercios cerca de la plaza, grandes y a rebosar de gente, mientras que nuestra clientela es mayormente vecinos, pero paga las cuentas y nos deja conservar nuestras casas.

—Te extrañaré, Finch —me dice después de unos momentos.

—Yo a ti, Leah —la separó suavemente de mí y le limpió las lágrimas con mi pulgar—. Quédate en la escuela, consigue trabajo en la Planta, sé feliz.

No hay nada más que decirnos, y lo sabe, sabe que mis posibilidades son tan remotas que casi son inexistentes. Me da un último abrazo que se deshace sólo cuando el Agente de la Paz entra de nuevo y dice que no hay más tiempo. Cuando Leah sale, no se gira.


Nuestros mentores son Porter Tripp, la mujer con el aparato ortopédico de la columna; es un par de tubos que se esconden es sus ropas por la espalda y se unen en un aro que usa en la cabeza. Veo que le cuesta sentarse en el tren, y permanece parada en silencio. Adelina, una mujer en sus treinta y algo, es amable pero se nota que ha perdido esperanza en Christian y en mí. Y finalmente, Joseph, quien no dice ni una palabra y se limita a comer su cena.

Christian no me mira, se nota que intenta ignorar mi existencia lo más que le sea posible. Debería hacer lo mismo.

Después del postre, mientras nos sentamos en la sala de televisión para ver las Cosechas, Adelina se sienta a mi lado y me da una sonrisa que no le devuelvo. No presto mucha atención a las Cosechas de los primeros Distritos, es lo mismo de siempre: voluntarios de chicos altos y fuertes en el 1 y 2. Cuando me veo a mí misma en televisión, me doy cuenta que lo que más llama la atención es mi brillante cabello rojo contra la luz del sol. Una niña muy pequeña en el 11. Una voluntaria del 12. Eso me extraña; no hay voluntarios en los Distritos más pobres (no digo que en 5 haya demasiados, pero hemos tenido algunos. Creo que Joseph fue voluntario, según la abuela). Mi corazón se contrae al ver cómo la chica corre a abrazar a su hermana, cómo decide sacrificarse por ella. Su nombre es Katniss y automáticamente me cae bien.

Esa noche me regaño a mí misma porque no me puedo permitir que alguien me caiga bien, no cuando vamos destinados a la muerte.


Miró a mi estilista, una mujer con el cabello púrpura y que probablemente ha tenido un par de cirugías en su cara por la forma en la que su piel se estira antinaturalmente sobre sus pómulos, creo que su nombre es Volumnia. Me acomoda la falda del vestido varias veces hasta que decide que es lo suficientemente amplia para que salga en la televisión.

—¡Estás divina, Finch! —exclama y me da un beso en la mejilla—. ¡Muy brillante!

El vestido está cubierto en círculos hechos de papel brilloso, simbolizando paneles solares, según mi estilista. Me pregunto si alguna vez los ha visto frente a sus propios ojos. Mi cabello lo dejo suelto, con un par de brillos aquí y allá, además de que le agrego algo para resaltar su brillo natural. Mis labios están pintados plateados, y creo que se quedaran pegados si no me quito el maquillaje rápido. De una manera u otra, de verdad me ha hecho resaltar.

—¡Tus ojos, Finch, se ven divinos! ¿Son color turquesa? —cuando asiento, ella sonríe—. Lo sabía. El plateado te queda.

—Tal vez ese debería ser mi color cuando me regreses en mi ataúd —le digo, pero me ignora a propósito.

Volumnia no me cae mal: es como Ivory, no saben la verdad de Los Juegos, el terror que suponen para los Distritos, el mismo terror que nos acecha desde que tenemos 12 años y cuando tenemos hijos. La abuela me dijo que no sabían, que era normal. Yo le dije que eran ignorantes y estúpidos.

Christian se sube al carruaje justo cuando la cuenta regresiva empieza a sonar a nuestro alrededor. Las puertas se abren y el carruaje del Distrito Uno se pone en marcha. La gente grita al verlos, pues son naturalmente hermosos.

Cuando salimos nosotros, sacudo mi mano vigorosamente. Háganme caso, necesito patrocinadores. Al verme en las pantallas noto mi mirada de desesperación y decido cambiarla por una mirada más decidida, más alegre. El público lo nota y empiezan a vitorear un poco más fuerte, y me pregunto si tengo alguna posibilidad.


En las sesiones de entrenamiento me siento sola durante el descanso para comer. Los Profesionales gritan y comen animadamente, Katniss y su compañero de Distrito también se sientan juntos. Fuera de eso no se ve mucha unión.

Después del descanso me dirijo a la sección de identificación de plantas. Esto es fácil. Cuando tenía diez años memorice un libro de plantas, flores y animales sólo por diversión. El encargado de la estación me da una palmada en mi espalda y una felicitación.

Después, me dirijo a hacer nudos. Es complicado, y la cuerda es áspera y me deja los dedos rojos, pero después de varios intentos fallidos logro hacer unos nudos bastante decentes. Debería estar enfocándome en armas, pero dudo que pueda levantar alguna de las que están expuestas con mis brazos delgados, así que vuelvo al fuego, los nudos y las plantas.

La noche antes de las sesiones privadas con los vigilantes, Joseph, que no me había dirigido la palabra antes, me retiene después de la cena para tomarse un minuto en privado conmigo.

—He estado viendo tus sesiones de entrenamiento en privado —me dice, y mis cejas se alzan en sorpresa—, y sé que eres inteligente, muy inteligente. No sé si has considerado ganar, y me disculpo por rendirme con ustedes, pero creo…espero que salgas de ahí con vida. Sé que puedes. Tengo una táctica. Mañana irás con los vigilantes, ¿qué tienes planeado?

—No lo sé. Planeaba lanzar cuchillos, eso no se me da mal. Quizá identificar plantas.

—No hagas lo de los cuchillos —¿qué está diciendo? Si espera que gane, seguramente espera que tenga una puntuación decente, ya que eso atrae patrocinadores—. Sé lo que estás pensando, pero, ¿qué tal si dejas lo mejor para el final? No saques tus cuchillos aún, quédate con las plantas.

—No sé si te has dado cuenta, pero no tengo nada especial, ninguna habilidad, no puedo guardar "lo mejor" cuando no tengo nada.

—Entonces hazles creer que lo tienes.


Identificar plantas y nudos. Puntuación: 5.

Adelina da un suspiro pero sonríe igual, claramente se siente mal por mí.

—Está bien, Finch, haz hecho tu mejor esfuerzo.

Si tan sólo supiera.


Volumnia me ha puesto un vestido corto color turquesa, de capas de tela vaporosa y zapatillas plateadas para mi entrevista con Caesar. El collar que me dio la abuela descansa sobre mi pecho, y lo tomo entre mis dedos constantemente, repitiéndome que todo está bien. Joseph me ha dicho que actué misteriosa y astuta. ¿Qué se supone que significa eso?

Uno y Dos son un éxito, todos se vuelven locos con sus bellas facciones de nuevo. Cuando es mi turno, por un momento temo que no pueda sentir mis piernas.

Caesar me toma de la mano y la multitud aplaude, no tan fuerte como con Cato o Glimmer, pero definitivamente más fuerte que con el chico del Tres.

—Finch, un placer tenerte está noche —me dice Caesar, dándome un beso en mi mano.

Le doy una sonrisa, una muy pequeña.

—Es un placer para mí estar aquí con ustedes —digo cuando encuentro mi voz.

—Hemos escuchado que tienes una habilidad sorprendente con las plantas, dinos, ¿cómo aprendiste tanto?

—Cuando era pequeña, leí un libro sobre plantas y simplemente lo memoricé. Debe ser algo así cómo memoria fotográfica —bromeo, pero el público y Caesar deben de habérselo tomado en serio porque sueltan varias rondas de ohh's.

—¡Pero qué habilidad! Dinos, ¿tienes otra cosa oculta bajo la manga?

Me doy cuenta que esté es mi momento. Enderezó mis hombros, le doy una sonrisa y me inclino hacía él, como si le estuviera contando un secreto.

—Oh, Caesar, tendrás que esperar en la Arena para verlo.


Esa noche no duermo. Me pregunto quién más de los tributos está despierto, preguntándose también si está es su última noche vivos. Afuera, en las calles del Capitolio, escucho a los ciudadanos gritando y vitoreando por nosotros, por los Juegos, por el Capitolio.

Me revuelvo en las sábanas, y creo que escucho a Christian llorar en su habitación.

Tranquila, Finch, sólo piensa que mañana estarás en casa, en la tienda.

Y con eso, me quedo dormida.


Ay, Ana, no sabes lo mucho que me ha costado escribir esto XD. Quería hacerlo de una parte, pero creo que será de dos o tres (mañana las subo, claro). Es sólo que todo me parecía tan relevante que no quería omitirlo. En serio espero que te guste por donde va esto(:
II: Los Juegos