Este fic originalmente lo escribí como regalo para una amiga, lo terminé el año pasado. Hoy lo encontré de nuevo y pensé por qué no publicarlo.
Personajes principales: Deidara, Sasori
Advertencias: muerte de un personaje, gente homosexual(?).
Son diez capítulos.
Sabía que debía de haberlo evitado. Evitado su compañía, su amistad, su suerte de relación amorosa. Debió de evitarlo, sí, huir de sus besos y caricias, su sonrisa venenosa, sus ojos, sus manos posesivas. Recordaría hasta el inicio hasta el final, el primer día en que lo vio y el primero en que le habló. Se veía tan… Deodara no encontraba las palabras. Era como si entorno a él flotase un aura de misterio. Parecía una figura sacada de una pintura del siglo XVIII, un joven heredero de familia noble. Recordaba haberse preguntado si tal vez alguno de sus antepasados fue una especie de noble o famosa, y aun así en su oreja, asomándose por debajo de aquella mata de cabello rojo, tenía un piercing. Plateado, simple, y aun así fue como si fuera lo más fascinante del mundo.
Todo en él le fascinaba… pero le aterraba.
No podía evitarlo. Por más que debería haberlo hecho, por más que le hubiera gustado… Aunque en el fondo tampoco quería. Se había dejado caer solo, sin necesidad de que nadie lo empujase, ni que él lo jalase a aquel abismo. Tal vez ahora se arrepentía, tal vez aquella maldición lo estaba carcomiendo y devorando lentamente, pero no podía huir. No podía rehuirlo. No podía enfrentarlo.
No podía ni siquiera morir.
MANOS DE MARIONETA
1.
2005
-Y mañana empezaremos con los preparativos para la exposición final. Espero que nadie falte, que si no me encargaré personalmente de encontrarle y darle un buen castigo.
Deidara adoraba las clases de Kakashi. No porque admirase especialmente su estilo de enseñanza o porque el sujeto fuese especialmente carismático, sino que era fácil pasar toda la clase esbozando nuevos borradores y bocetos para sus próximas obras, sin que el profesor lo colocase automáticamente en su lista negra. Deidara prestaba atención (usualmente), pero estar escuchando tres, cuatro horas seguidas de teoría en el curso de Ética y Trabajo, sin hacer nada más productivo (ya que tomar notas nunca fue lo suyo), le desesperaba.
La pasión de Deidara siempre había sido el arte. Amaba las esculturas, amaba crear, formar y… destruir. Sin embargo el destino (sus padres) no estuvo de acuerdo con su forma de ser, sus aspiraciones y sus sueños, así que terminó estudiando Ciencias de la Comunicación, especializándose en Multimedia y fotografía publicitaria. Y su único consuelo fue la fotografía.
Era un martes, un miserable y aburrido martes en el que no había nada mejor que hacer que prestar atención a sus compañeros planificar los preparativos que harían falta para llevar a cabo su exposición de fin de ciclo. Le asombraba un poco el hecho de que ya hubiesen pasado cinco años desde que terminó su primer ciclo. Sus compañeros sin duda se mostraban más emocionados que él, pero eso tal vez se debía a que él no buscaba realmente estar ahí. No podía decir que le era indiferente lo que sucedía, se estaba graduando después de todo, pero no lo movía de la misma manera que a los demás.
-¿Deidara?
Tuvo que alzar la mirada de su cuaderno. La chica que le había hablado, Ino, ni siquiera dijo nada antes de dejarle el papel en la mesa. Deidara frunció el ceño en señal de incomprensión.
-No sé si prestaste atención, asumo que no, pero los del bloque de las artes nos han pedido que les prestáramos a alguien para que fotografiara su exposición, en especial los de la facultad de bellas artes y artes escénicas, y pensamos que te interesaría a ti echarles una mano.
Deidara asintió vagamente. Era bien sabido que su corazón no estaba en las últimas tendencias publicitarias y que sus manos se hallaban más cómodas moldeando que capturando. Sin embargo nadie sabía por qué rayos hacía ahí. Se rumoreaba en la facultad de comunicaciones que el rubio originalmente había aplicado al examen de bellas artes y que incluso quedó segundo en el examen de admisión, haciéndose acreedor de una beca, pero no la tomó, sino que dio el examen de comunicaciones, aplicando al ciclo que venía. Se decía que el rubio, impulsado por su testaruda y orgullosa naturaleza, había rechazado la beca, y por más ridículo que sonase, todo el mundo se lo creía.
-Bien –dijo Ino sonriendo por fin, mas no dejando de lado su actitud mandona, añadió: -Y procura no aparecerte por ahí con esa cara que me espantas hasta a mí.
Deidara rodó con los ojos, asintiendo una vez más. Ino suspiró, pero decidió no decir más y se fue. El rubio tomó la hoja que le habían entregado y la sobrevoló con los ojos, metiéndola luego a la mochila sin darle más vueltas al asunto.
No había realmente planeado hacerle caso a la rubia, primero porque no la soportaba y segundo porque no le gustaba que le diesen órdenes. Sin embargo, la facultad de arte era… la facultad de arte. El reino que le fue vedado, la tierra de sus sueños, y poco le interesaba catalogar ese lugar de manera tan cursi y literaria. Si creían que los rumores en torno a la aplicación de Deidara a Comunicaciones eran excesivos, no tienen ni idea de todo lo que se dice acerca de aquel edificio en el que estaban todas las facultades artísticas. El bloque de las aulas de estos estudiantes se encuentra en la zona más remota de la cede norte de la Universidad Akatsuki. Era literalmente un bloque aparte. Era grande, sí, tan grande como lo requerían todas las prácticas artísticas. (Excepto Literatura, puesto que como iba ligado a Lingüística, tenía la mayoría de sus salones en el bloque principal.) Deidara nunca había entrado al bloque de arte, pero sabía que se componía de treinta aulas, un anfiteatro y un teatro clásico, tres salas de música, un depósito y dos cafeterías. Todo eso lo sabía gracias a que había investigado cuál era la mejor universidad en artes plásticas y terminó inscribiéndose a Akatsuki sin pensárselo dos veces. Pero el destino (sus padres) le jugó una mala pasada, como ya ven, y nunca llegó a poner un pie en aquel famoso bloque.
Hasta ahora.
Pero hablábamos de los rumores. Se "sabía" que sólo la gente más extraña y extraordinaria lograba entrar a cualquiera de las facultades de arte. Se decía que a la mayoría de ellos se les ha zafado más de un tornillo y que casi todos eran unos locos psicópatas. Además, se chismorreaba que detrás del edificio se cultivaba marihuana y que, aquello que sobraba del consumo entre los estudiantes, se vendía en el portón este. Otra cosa más, tal vez la más descabellada de todas, eran los rumores sobre reuniones de un grupo ocultita que ofrecía sacrificios humanos cada luna llena, chisme que se inició con la misteriosa muerte de una estudiante de administración. Por esa misma razón nadie se acercaba al bloque más alejado y Deidara sabía que esa era la verdadera razón por la que lo mandaron a él a tomar esas dichosas fotos. Montón de hipócritas cobardes, de no ser porque aquello afectaba sus intereses personales habría declinado rotundamente la "oferta".
Dio un paso hacia la facultad, cuya entrada siempre estaba abierta con aquel dejo de burla socarrona, retando y sabiéndose vencedora. Entró con aparente calma y avanzó mientras mantenía la mirada fija en el papel que le había alcanzado Ino. Se reportaría primero en el teatro, ya que los de música no requerían su ayuda con tanta urgencia. No le costó encontrarlo y agradeció no tener que pedir referencias ni nada. Entró al auditorio sigilosamente y se encontró con los alumnos de artes escénicas en plena clase. Se quedó parado junto a la puerta, permaneciendo en silencio y espectador, hasta que aparentemente comenzaron a ensayar o algo y el docente lo detecto.
-Ah, el de fotografía, ¿cierto?
Deidara asintió, estrechándole la mano que le ofreció el señor, cuando un chico de su edad se les acercó.
-¡Profesor, vamos a empezar!
El maestro asintió, indicándole que discutiría con Deidara el asunto de las tomar. El estudiante, que llevaba la cara pintada con líneas moradas, asintió. Deidara alzó una ceja, mas no dijo nada, sino que le volvió a prestar atención al docente.
-Por cierto, me llamo Deidara…
Tomar las fotografías de las facultades artísticas resultó ser bastante placentero para el joven rubio, por lo que rápidamente olvidó su amargura hacia sus compañeros de facultad y se concentró en lo suyo.
-Veo que te está gustando este pequeño trabajo –comentó un profesor mientras que Deidara se disponía a salir de su aula para dirigirse a la última sesión del día-. Es una lástima…
Deidara se detuvo en seco.
-¿Perdón?
El maestro, con una sonrisa que tenía algo de falso, se encogió de hombros.
-Oh, nada –replicó restándole importancia al asunto-. Sólo que se nota que tienes buen ojo para esto.
Deidara sonrió levemente.
-Sí, lo sé –respondió el rubio sin importarle ser sincero y el señor sonrió abiertamente.
-Gracias, esto cuenta como parte de mi proyecto final y lo podré incluir en mi currículo –explicó Deidara por no quedarse sin responder.
-Me parece bien –musitó el maestro-, ya que la facultad no disponía de suficiente dinero como para contratar a un fotógrafo profesional para hacer las fotos del anuario de los que se gradúan este año. Así todos le sacamos provecho a las circunstancias.
Deidara no respondió realmente, solo emitió un sonido que debería haberse interpretado como una despedida, cuando el señor siguió hablando.
-Recuerdo tu examen –dijo y el rubio se volvió a parar de golpe, quedándose en la puerta-, y digo simplemente que es una lástima que hayas rechazado la beca…
-Deidara, resistiendo las ganas de gruñir, suspirar y poner los ojos en blanco -todo a la vez- simplemente asintió, mudo, terminando por salir sin despedirse.
Salió del salón y cruzó los corredores a grandes zancadas, prácticamente echando humo por las orejas. Realmente odiaba hablar del tema de la beca, lo ponía de mal humor.
Por suerte al día siguiente (era un sábado), su humor, principalmente porque desayunó lo que sobró de la pizza de la noche anterior.
Había quedado para fotografiar únicamente el trabajo de taller de artes plásticas, y le habían indicado que lo dejara para otro día. Había que tomar fotos del trabajo que ejercían los chicos y luego de las obras finalizadas.
-Lamentablemente todavía hay chicos que no han terminado su última obra, por lo que sería muy conveniente si vienes otro día más de la próxima semana –fue explicándole Chiyo mientras lo guiaba a la última aula de aquel bloque-. Te lo agradeceríamos mucho.
Deidara sonrió.
-No importa, puedo venir la semana que viene también –indicó y la anciana se detuvo frente a la puerta.
-Gracias –dijo simplemente-. Solo procura no distraer a los chicos.
Y sin más, entró, dejando la puerta abierta. Deidara la siguió, entrando al aula. El lugar era enorme, realmente enorme, y en él reinaba un desorden tremendo, mas era la clase de desorden, en el todo tenía su lugar. Tuvo que quedarse un buen rato parado en el marco de la puerta doble, asimilando la explosión de imágenes y colores que se desplegaba ante él. Debían de ser por lo menos veinte personas, un número considerablemente bajo para la universidad más grande del país. La mayoría de ellos ni tomaron en cuenta su aparición, sino que continuaron en lo suyo, hundidos en su trabajo, y los pocos que se volvieron hacia la puerta perdieron rápidamente el interés en él.
Cuando por fin dio un paso hacia adelante, sin saber primero muy bien por dónde empezar, ya nadie le prestaba atención. Comenzó a deambular por entre las mesas de madera oscura, manchadas de pintura y laca. Los estudiantes que trabajaban en algún lienzo pintaban de pie, frente a un atril. Podía ver que predominaban los óleos, pero también había quien trabajaba con acrílicos. La mayoría de los cuadros, todos casi finalizados, no le llamaban mucho la atención, pero sí tenía que admitir que absolutamente todos tenían, no sólo la técnica perfectamente interiorizada, sino que también poseían un estilo propio y muy profesional.
Decidió finalmente comenzar por los escultores. Le gustaba pasearse silenciosamente entre ellos. Eran siete, cuatro de ellos trabajando con arcilla y cerámicas, uno con yeso. Su cámara capturó varias imágenes del trabajo que se llevaba a cabo, así como luego también lo hizo con las obras que ya estaban finalizadas.
Se acercó un momento a un chico que lijaba una tabla, luego a otro que recortaba y formaba un collage bastante grande. Una chica dibujaba con carboncillos y otro sujeto tallaba en madera.
Se volvió de nuevo hacia los pintores, quedándose a veces parado sólo para observarlos trabajar. Los escultores lo habían dejado algo decepcionado, a decir verdad. Sin embargo, en algún momento no pudo evitar bostezar, sin tomarse la molestia de taparse la boca. El pintor más próximo soltó una risita.
-¿Es cierto que la fotografía no es tu pasión? –dijo el sujeto en un tono burlón.
Deidara frunció el ceño y se fijó en él, un tipo raro de piel extrañamente pálida, ojos y cabello de cuervo y sonrisa de compromiso. Deidara odiaba esas sonrisas. Puso los ojos en blanco y se volvió hacia él con todas las ganas de putearlo o de al menos soltarle una buena réplica, pero se detuvo en seco. Su mirada se quedó clavada en un punto por detrás de la cabeza azabache y el otro sujeto se desvaneció por completo de un segundo al otro. Sin darse ni cuenta lo pasó de largo y un segundo más tarde estaba parado al fondo del aula, frente a un atril sin pintor. Frente a una pintura.
No supo explicarlo muy bien. Era como si fuego líquido se arremolinara en su interior, amenazando con quemarle las entrañas. Sus ojos estaban clavados, clavados en una superficie de lienzo a medio acabar. Los colores rojos y anaranjados, escogidos de manera bastante selectiva y acertada, se adherían al lienzo tensado, formando algo así como lengüetas de fuego y entre ellos nacía la figura de un hombre... O una mujer, Deidara no supo decirlo con exactitud. La figura se contorneaba hacia el cielo y le faltaban todavía las manos y los pies. Su cabello era largo y rubio, mas sus ojos carecían de color.
Oyó nuevamente aquella risita a sus espaldas.
-Bastante impresionante, ¿no?
Deidara se volteó, encontrándose nuevamente con el tipo de cara pálida y sonrisa falsa. Sai, ahora lo recordaba. El que dicen que se tiró al maestro Sabaku, miembro del consejo a pesar de su corta edad. La puta universidad y sus putos rumores, pensó el rubio.
-Sí, supongo –masculló, no queriendo empezar una conversación con el cuervo.
-Esa es de Sasori, el nieto de la vieja Chiyo –siguió hablando Sai, señalando la pintura, pero luego lo señaló a él-. ¿Te gusta?
Deidara alzó una ceja.
-Sí…
-¿Te gusta la figura?
Ahora frunció el ceño, girándose una vez más hacia la obra a medio terminar, y observó el objeto de la pregunta de Sai. Seguía sin saber si se trataba de una mujer o un hombre. Tenía que admitir que la forma del cabello, la blandura de sus miembros y la suavidad de los trazos, contrastando con la fiereza de su desesperación, primero le habían hecho pensar que aquella era una figura femenina. Sin embargo, la ausencia de señor y curvas lo contradecían.
Mierda, el mismo llevaba el pelo así.
Y de nuevo estaba ahí esa odiosa risita, comenzaba a realmente querer romperle la cara por eso, pero cuando se volvió, el chico ya estaba parado de nuevo frente a su atril, acabando uno de esos monstruos negros y extraños que tanto abundaban en su enorme lienzo. Tragándose las palabrotas, Deidara bufó, alzando la cámara y apuntando hacia el cuadro que tanto le impresionó, observando todavía la pintura en la pequeña pantalla de su cámara con disimulado asombro.
Antes de darse cuenta ya era tarde.
