Ohayõ~ Este one-shot forma parte de la quinta convocatoria del grupo Aokaga de Facebook: Aomine x Kagami [Español].

Está escrito para Kyohaku Neshii, cuyas peticiones me han vuelto loca. Quería disculparme, mi niña, pero era un tema tan controvertido y complicado para mí que no he logrado ni por asomo lo que tenía pensado. Me imaginé más o menos cómo querías que fuese el fic... y así empecé, pensando en escribir una historia cruel y esas cosas... pero no pude, según iba escribiendo mi lado romántico fue saliendo hasta que quedó algo más parecido a mi estilo. Quizás algún día, cuando crezca como escritora y pueda abarcar ese tipo de temas sin sentirme rara, pueda compensarte con algo digno de tus gustos :) Espero que al menos sea de tu agrado, y que no me odies por haber hecho esta basura. No es de mis mejores trabajos, tampoco he tenido mucho tiempo, pero me he esforzado en hacerlo decente.

Aprovecho también para pedir disculpas a todo el grupo de Facebook por haber entregado unas horas tarde el fic. Tener un examen hoy, estar de finales y haberlo escrito en media noche y media mañana no han ayudado a la causa. ¡すみませんでした!

Sin más, espero que alguien lo disfrute :)

Advertencias: Shota.

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Tadatoshi Fujimaki.

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– I –

Nunca se había imaginado algo así, las cosas NO tenían que haber salido así, pero ahí estaba. Miró de reojo al tipejo de oficina que tenía enfrente y chascó la lengua, cabreado.

—¿Y dice que tengo que quedármelo? —murmuró de mala gana una vez más, sólo para constatar que no disponía de más opciones.

—Así es —respondió el chico, impasible—, al menos hasta la mayoría de edad. Por supuesto, el Estado le dará una paga por ello —continuó, pero Aomine ya no le escuchaba, ya había oído suficiente.

—Entendido —replicó mientras se levantaba de la silla y se dirigía hacia la puerta—. Más vale que paguen bien.

Esa noche no pudo dormir, lamentaba profundamente la muerte de sus amigos, pero no entendía cómo podían haber decidido que precisamente él se hiciera cargo de su hijo.

Aomine trabajaba entrenando un equipo nacional de baloncesto, no cobraba mucho pero tenía bastante tiempo libre, y con eso él era feliz. Su mejor amigo era Kei Kagami, con el que había compartido todos sus años de juventud hasta que más adelante se casó con una bella pelirroja –la cual le caía casi mejor que él– con la que había tenido un niño. Habían formado una familia muy pronto, ya que sólo tenían veinte años cuando el joven Kagami nació y, aún así, habían mantenido el contacto, quedando siempre que podían y saliendo de vez en cuando el fin de semana. Y ahora, casi tres lustros después, Aomine, a sus treinta y cuatro años, tenía que encargarse de él.

Dio media vuelta en la cama y frunció las cejas intentando recordar el nombre del niño, pero acabó suspirando y dando otra vuelta al ver que no lo recordaba. El chico iba a cumplir los catorce años y según sus padres era un chaval de lo más travieso. Suspiró de nuevo, abriendo los ojos en dirección al techo, como si éste pudiera ayudarle a convertirse en un buen padre de un día para otro. Al final, viendo que no iba a conciliar el sueño, decidió levantarse a recoger un poco su apartamento, al fin y al cabo, por la mañana le traerían a su nuevo… No, aún no podía llamarlo hijo, compañero de piso sonaba mucho mejor. Sonrió ante sus propias estupideces, ¿qué más daba cómo lo llamara? El caso es que a partir de ahora esa pequeña bola roja chillona –que es como lo imaginaba su mente– formaría parte de su vida.

El sonido del timbre pocas horas después de haberse acostado le sacó de lo que quiera que estuviera soñando. Se dio tal susto que saltó de la cama tropezando con todo lo que había por la habitación. Cuando logró mantenerse recto y con los ojos abiertos, lanzó una mirada que bien podría matar a la mesilla vacía al lado de su cama, y fue bajando hasta encontrar su móvil –y supuesto despertador– en el suelo. Supuso que lo habría tirado al sonar y por eso no se había despertado. Gruñó algunos insultos mientras se ponía un pantalón corto de basket que tenía por ahí y una camiseta, y corrió en dirección de la puerta justo cuando sonaba el timbre de nuevo.

—Ya va, ya va —rezongó mientras la abría. Una gélida mirada de desaprobación le atravesó cuando miró a la trabajadora social que estaba en su entrada—. Buenos días —ofreció a modo de disculpa—, pase.

La chica entró echando un ojo a todo el apartamento y Aomine cerró la puerta aprovechando para bostezar mientras no le veía. Al girarse vio una pequeña cabellera roja detrás de la trabajadora pelirrosa y no pudo evitar que una pequeña pizca de nostalgia le atravesara.

—Bueno —comenzó la chica—. ¿Preparado? —No estaba para nada preparado, pero nadie podía prepararte para algo así, de modo que asintió con la cabeza y se sentó en el sofá.

Tras un par de horas de explicaciones, legislación y firma de documentos, Aomine se convirtió oficialmente en el tutor y padre de acogida del joven Kagami Taiga. Al menos ya sabía su nombre. Durante todo el proceso no dejó de mirar de reojo al chico, que estaba sentado al lado de la tal Momoi, observándole cuando creía que Aomine no podía verlo.

Cuando todo terminó, la chica se despidió de una forma tan dulce con Kagami, que el peliazul no pudo sino alzar una ceja ante la probabilidad de que esa chica y con la que había estado hablando él las últimas horas no fueran la misma persona. La puerta se cerró y el silencio más incómodo que Aomine recordaba en toda su vida se instauró en la habitación.

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– II –

No conseguía adaptarse a su nueva situación, ese chico le desesperaba por completo y Aomine no era ducho en el arte de la paciencia y la comprensión. Lo cierto es que el Kagami de adorable no tenía nada, con catorce años y la reciente pérdida de sus padres había entrado en una especie de bucle de odio y desobediencia por todo y por todos, entre los que él se encontraba.

—¡Te he dicho mil veces que recojas tu plato después de comer! —Jamás creyó que sonaría como una madre. Chasqueó la lengua ante su propia frase.

—¡Y yo te he dicho que ya lo haré! —respondió una voz un poco infantil desde la habitación. Las cosas entre ellos cada vez iban a peor. Al principio, el chico estaba asustado y cohibido con la presencia de Aomine, de modo que él intentó ponérselo fácil siendo amable y condescendiente, pero con ello sólo había conseguido que el pelirrojo cogiera confianza y empezara a volverse un desobediente desagradecido. Aomine estaba a punto de volverse loco.

—Como no vengas aquí y lo hagas ahora mismo juro que…

—¿Que qué? —interrumpió Kagami entrando en la estancia, caminaba descalzo, con un pantalón corto y una camiseta que le quedaba demasiado grande para su complexión. El moreno entrecerró los ojos al darse cuenta de que la ropa le pertenecía—. ¿Vas a pegarme? —Un tick alzó la ceja de Aomine de forma involuntaria.

—No, pero puedo echar tu culo de esta casa directamente a un centro de menores —amenazó, a sabiendas de que aunque lo dijera no sería capaz de hacerle eso al hijo de sus mejores amigos. El chico le miró, pensativo, y se dirigió a su habitación de nuevo.

—Tsk, me da igual, tampoco habría tanta diferencia —replicó tranquilo mientras pegaba un portazo. El ruido del golpe fue lo que sacó de quicio al moreno, que caminó a zancadas hasta la mesa y cogió el plato y el vaso que había usado el pelirrojo. De mala gana y refunfuñando maldiciones, abrió la puerta de la habitación de Kagami con un golpe tan sonoro como el que la había cerrado y lanzó ambas cosas al suelo, donde se despedazaron haciéndose añicos y dejando restos de agua y comida por la habitación. El pelirrojo saltó sobre la cama con cara de pánico al ver cómo impactaba todo contra el suelo y miró a Aomine enfadado. Abrió la boca para decir algo, pero el peliazul fue más rápido.

—Se acabó —gritó lanzando miradas asesinas a Kagami—. No pienso tolerar ni una más de tus estupideces. ¿Quieres ser un idiota? Adelante, haz lo que quieras, pero después no llores cada vez que yo sea peor. ¿No quieres recoger tu plato? Está bien, no hay problema, ya lo recogeré yo por ti, pero no pienso curarte cuando te cortes los pies. —Tomó una bocanada de aire para continuar hablando. La vena de la frente se le notaba más de lo normal—. Créeme, chiquillo inútil, no sabes la paciencia que he tenido contigo, pero eso se acabó. —Y dicho eso, cerró de un portazo la puerta y salió de casa cerrando con llave.

Caminó por el parque durante bastante rato, se sentía a gusto consigo mismo por primera vez desde que llegara Kagami a su casa, y quería disfrutar el momento. Lo cierto es que puede que se hubiera pasado un poco, el crío sólo tenía catorce años, ¿o quince? Ni siquiera sabía cuándo era su cumpleaños, pero eso ahora le daba igual. La sensación que había tenido al darse cuenta de que era superior al pelirrojo, y de que debía acatar sus órdenes, podría decirse que había sido… ¿intensa? Sonrió, elevando la comisura para formas una risa de lo más malévola mientras pensaba en lo mal que lo estaría pasando Kagami recogiendo cada pedazo del plato para no cortarse.

Decidió volver a casa cuando la luna ya estaba en el firmamento.

—Ya estoy aquí —dijo mientras se quitaba las zapatillas en la entrada, pero nadie respondió. Vio cómo la escoba y el recogedor reposaban en la cocina, de modo que el chico al final había decidido limpiar. Suspiró y se dirigió a la habitación de Kagami. Al abrirla lo encontró sentado en la cama con un pie ensangrentado sobre la colcha y un montón de papel y tiritas al lado— ¿Qué…? No me digas que has sido tan estúpido como para pisar un cristal. —Aomine se quedó estático en la puerta, en su mente se debatía entre correr a curar al pelirrojo y… reírse, y eso fue lo que acabó haciendo. Empezó a reírse tan fuerte que tuvo que encorvarse para que no le doliera, mientras el chico le miraba totalmente incrédulo desde la cama.

—¿Acaso no piensas ayudarme? —preguntó, entre indignado e impotente.

—Por supuesto que no, de hecho, creo que puedes hacerte la cena tú solito. —Kagami le miraba boquiabierto—. Estoy cansadísimo del duro día de hoy —enunció de forma irónica—. Me voy a la cama, no me pringues todo de sangre. —Y cerró la puerta, yéndose a dormir en ese preciso instante.

Fue el primer día en mucho tiempo que lograba dormir a pierna suelta.

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– III –

Aomine no le gustaba, odiaba que le hubiera tratado como si tuviera once años, y él ya iba a cumplir los quince, de ahí a la mayoría de edad no había nada, o eso intentaba decirse a sí mismo. Kagami había superado de forma bastante madura la pérdida de sus padres, le habían educado de forma que supiera afrontar sus problemas, y aunque al principio todo cambió muy deprisa y fue muy difícil, ya había asumido que su vida sería un caos a partir de ahora, sobretodo desde que el moreno le había empezado a tratar como si fuera un compañero de piso cualquiera.

Cada vez discutían más. Él no iba a obedecer a una persona que ni le respetaba ni le entendía en absoluto, y Aomine por lo visto no estaba dispuesto a ceder en nada; así que sus días se basaban en un tira y afloja de discusiones, gritos y castigos, lo cual, obviamente, siempre acababa perjudicándole a él.

Con el tiempo se fue dando cuenta de que con el peliazul todo se aprendía por las malas, lo único bueno de esa situación era lo rápido que había aprendido a curarse las heridas y a cocinar. En cierto modo le gustaba cabrear al moreno, era su forma de ir avanzando poco a poco en su inestable vida.

—¿Piensas levantarte algún día? —preguntó sonriente mientras abría la persiana de la habitación de su padre—. ¿O tienes demasiada resaca? —No era una sorpresa que el peliazul saliera los días que no trabajaba. Para Kagami, era como un adolescente encerrado en el cuerpo de un adulto, quizás en parte por eso no le tenía mucho respeto.

—Cierra eso y lárgate, maldito mocoso —gruñó Aomine con la cara en la almohada justo antes de lanzarle un despertador que el pelirrojo esquivó de forma muy fluida. El lanzamiento de objetos ya lo tenía bastante controlado, sin embargo, no pudo ver la zapatilla que le tiró con la otra mano y que le atizó de lleno en la cabeza.

—¡Auch! —siseó— ¡Eso duele, maldita sea! —El tono de voz hizo que el peliazul abriera un ojo y se esforzara por enfocar a Kagami, que ahora tenía la mejilla con un tono rojizo y los ojos llorosos—. Deberías ser más agradecido, en media hora has quedado con el capitán de tu equipo, ¿no? La próxima vez dejaré que te quedes dormido —añadió antes de largarse por la puerta refunfuñando y dando un portazo. Los portazos también eran muy comunes.

Aomine alzó una ceja antes de forzarse a estirarse y salir de la cama. Comió a toda prisa y salió corriendo de la casa mientras Kagami seguía encerrado en su habitación. Se colocó un poco de agua fría en el lugar del golpe y antes de mirarse en el espejo ya supo que le quedaría un poco de marca. Chasqueó la lengua –acción que se le había pegado del moreno aunque él no lo supiera– y se tiró sobre la cama con gesto ausente. Sonrió ante la imagen mental del peliazul despertándose sobresaltado y dejó escapar una risita. Era tan predecible… aunque a veces le asustara o se llevara golpes.

Saltó de la cama poco después, dispuesto a hacer todos los deberes del colegio aprovechando la ausencia de Aomine, ya que a él siempre le decía que no los hacía, cuando en realidad los acababa a escondidas para estar al día con las asignaturas.

Aunque dijera que el moreno no le gustaba –que así era– había algo en su interior que le hacía querer… quedarse allí. Sabía que podía haberse inventado cualquier cosa mala sobre él y los trabajadores sociales lo habrían llevado con una familia de acogida enseguida, sin embargo, la vida que llevaba con Aomine le hacía olvidar su pérdida, y eso, en cierto modo, era algo bueno.

Gruñó por tercera vez al ver que no le salía un ejercicio y decidió ir a merendar algo, al menos él sí se había levantado pronto y ya tenía hambre. Elevó una ceja al ver el plato del peliazul sobre la mesa y sonrió.

La siguiente tanda de problemas le resultaron mucho más sencillos, o quizás fuera porque ese día estaba resultando especialmente divertido. Cerró el cuaderno al oír la puerta y metió todos los utensilios en el cajón de su escritorio.

—Ya estoy aquí —gritó Aomine mientras entraba. El pelirrojo salió de la habitación y se tiró en el sofá ante la mirada del contrario—. ¿Has hecho la tarea? No quiero que algún día me llamen de tu colegio y tener que lidiar con profesores —murmuró poniendo los ojos en blanco.

—Nop —replicó el chico desde el sofá—. No sabía hacerlos y dudo que alguien como tú pueda enseñarme. —Casi pudo oír como le rechinaban los dientes al moreno, que usó su técnica de 'suspiro y evasión' para olvidar el tema y se dirigió a su habitación. Kagami sonrió ampliamente antes de echarse a reír.

—¡Ah! ¡Joder! ¿Qué mierda…? ¡KAGAMI! ¡Ven aquí ahora mismo! —Su voz sonaba más cabreada que nunca, y al pelirrojo se le fue desintegrando la sonrisa por el camino. Quizás se hubiera pasado—. ¿Qué se supone que has hecho? —gritó prácticamente en su cara antes de enseñarle un trozo de cerámica clavada en su pie.

—Recoger tus platos por ti. —El pelirrojo replicó su frase ensayada con la voz más quebradiza de lo esperado, y al ver la mirada de Aomine comenzó a disculparse—. Lo siento, yo… —Pero no tuvo tiempo para más antes de que el peliazul le colocara la mano en el cuello y lo estampara contra la pared con los ojos brillantes de quien va a matar a su presa. Los pies del chico apenas llegaban a rozar el suelo.

—Oh, vaya, creo que lo próximo que se recogerá en esta casa serán tus restos —siseó mientras Kagami le arañaba la muñeca con fuerza para intentar que el aire llegara mejor a sus pulmones. Y fue en ese momento cuando el pelirrojo se dio cuenta de que, quizás, había estado jugando con fuego todo ese tiempo—. ¿Qué pasa? —continuó Aomine—. ¿Ya no te hace tanta gracia?

—Y-yo… —El moreno aflojó un poco la mano y le permitió que posara los pies en el suelo—. L-lo siento… —jadeó el pelirrojo entre toses y aspavientos. El peliazul entonces pareció darse cuenta de la situación, de modo que le soltó por completo y sonrió de medio lado mientras el otro se agachaba.

—Los tienes bien puestos, chaval —Kagami tenía una mano en el suelo y la otra en su garganta, que le dolía como si tuviera anginas—. Recoge esto ahora mismo.

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– IV –

Nunca creyó que pensaría algo parecido, pero le estaba cogiendo algo así como cariño al crío, como él le llamaba. Desde el día que se le enfrentó haciendo que se cortara el pie, le había mirado con otros ojos, no muchos se habría atrevido a hacer lo que él hizo. Sonrió mientras cambiaba de canal y miró a Kagami de reojo. Estaba enroscado en el poco hueco que le dejaba de sofá. Estiró la pierna un poco más para darle una patada en el muslo.

—Eh, tú, tráeme otra cerveza, ¿quieres?

—¿Por qué no vas tú, pedazo de vago? —La mirada que le echó fue suficiente para que Kagami se levantara maldiciendo hacia la nevera. Aomine enfocó la vista de nuevo en la estúpida película de espías que estaban viendo y estiró el brazo cuando oyó acercarse al otro, pero éste le lanzó la lata desde el otro lado del sofá y la atrapó de milagro.

—¡Ten más cuidado! —le espetó el moreno—. La cerveza es un bien muy preciado para mí —añadió intentando bromear.

A veces tenían 'momentos'. Momentos en los que los dos parecían estar en la misma sintonía y se reían juntos. Momentos en los que Aomine se olvidaba de su aburrida vida de treintañero y actuaba más como un adolescente. Momentos en los que Kagami parecía entender el mundo de una forma mucho más amplia que un niño de catorce años. Y eran esos instantes en los que Aomine sentía algo extraño removerse en su interior, algo horrible que no quería ni intuir por miedo a sí mismo.

El peliazul abrió la lata y dio un respingo cuando la mitad de su contenido se esparció por todas partes. Se quedó un momento sin aliento debido al susto, preguntándose qué diantres había pasado, y entonces cambió su semblante y miró a Kagami, que le devolvió la mirada desafiante, cabreado. Eso sorprendió al moreno, que no entendía qué había pasado ese día cuando llevaban una semana bastante buena en cuanto a gritos y venganzas. Aún se le veía un mordisco en la mano de cuando intentó cortar el pelo a Kagami para no tener que mandarlo a la peluquería y ahorrar. Y el pelirrojo tenía unas marcas en los brazos del día que lo ató a una silla para que viera el documental que le habían mandado en clase.

Bebió un largo trago antes de posar la cerveza sobre la mesa, agarrar al chico por la camiseta y arrastrarlo hasta colocarlo prácticamente sobre él.

—¿Qué mierdas crees que haces agitando mi bebida, enano? —gritó, con el enfado ya casi amistoso que había entre ellos siempre. Pero no estaba preparado para que Kagami girara la cabeza, con las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes, como si estuviera tan cabreado que le doliera y fuera a echarse a llorar en cualquier momento. Aomine le soltó y el pelirrojo se dejó caer apoyando la cabeza en su hombro. Notaba su respiración sobre la piel, y sus piernas sobre sus muslos—. ¿Qué…? —comenzó, titubeante, pero se repuso—. ¿Qué te pasa?

No es que Aomine no supiera tratar a un chico de esa edad, es que nunca había tenido un trato tan íntimo con nadie, al fin y al cabo, vivían juntos, era su nuevo hijo adoptado, por llamarlo de alguna manera, y no tenía ni la más remota idea de qué hacer en esos casos. Había sido una persona solitaria toda su vida, borde con quien le caía mal, arisco con quien le caía bien, siempre con una fachada de narcisismo y orgullo que le había costado su vida social, y ahora tenía que lidiar con todo eso que siempre había evitado en su propia casa.

Kagami escondió la cabeza aún más cerca de su cuello, y pudo notar cómo algo húmedo le resbalaba por la piel. Se quedó completamente estático, no sólo porque el chico estuviera llorando en su cuello y eso le erizara la piel de todo el cuerpo, si no por cómo se sentía él mismo debido a eso. Intentó ser objetivo, intentar ser más como un padre y menos como… bueno, como él, pero en menos de tres segundos ya se le había olvidado la teoría.

Rodeó con su brazo al chico y se quedó en silencio. Al tenerlo prácticamente sobre él, se dio cuenta de que no era tan pequeño como creía. No sabía qué decir, tampoco sabía qué hacer, así que simplemente se quedaría ahí hasta que Kagami lo necesitase. Pensó en llevar al chico a su habitación para que durmiera, pero no es como si tuviera nueve años y pudiera llevarlo por ahí en brazos. El pelirrojo había crecido bastante, ya media casi un metro setenta y empezaba a tener cuerpo de un hombre. Una punzada atravesó la ingle de Aomine al pensar eso y casi sin darse cuenta empujó al chico sobre el sofá y se levantó.

—No sé qué mosca te ha picado, pero yo me largo a la cama. —Casi sin mirarle a los ojos dio media vuelta y se encerró en su habitación. Algo debía estar mal en su cabeza.

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– V –

Ya se imaginó que Aomine no recordaría su fecha de nacimiento, pero pasar su cumpleaños prácticamente solo en casa, esperando a que el peliazul volviera del trabajo para poder cenar con alguien el día de su cumpleaños, tampoco era pedir demasiado. Creyó que no le afectaría, y que podría simplemente disfrutar de su compañía y no pensar demasiado, pero la indiferencia del moreno fue como un jarro de agua fría para él, de modo que la situación le superó y acabó llorando sobre su hombro.

Chasqueó de nuevo la lengua ante el recuerdo, refunfuñando un 'maldita sea' antes de dar media vuelta sobre sí mismo para encontrar una posición en la que dormir. Era misión imposible, cada vez le costaba más conciliar el sueño, daba vueltas y vueltas pensando en mil cosas, y todas ellas acababan siempre en Aomine. ¿Qué he hecho mal esta vez? ¿Por qué hoy estaba tan cabreado? ¿Cómo se les ocurrió a mis padres dejarme con alguien así? ¿Por qué cojones se le va a veces la cabeza y parece un maldito animal sediento de sangre? ¿Podremos algún día llevarnos bien? Esas eran algunas de las preguntas con las que al final acababa quedándose dormido a altas horas de la madrugada. Sin embargo, ese día eran un poco diferentes… ¿Por qué le afectaba tanto que no supiera que era su cumpleaños? ¿Es que no era capaz de ser un padre normal, aunque fuera adoptivo? ¿Por qué se había sentido tan bien cuando le había abrazado? ¿Acaso había notado…? Y ahí es cuando volvía a chasquear la lengua mientras daba media vuelta en la cama de nuevo.

Estuvo cosa de diez minutos mirando un punto fijo en su propia mente para intentar que el sueño llegara, pero en lugar de eso dio otra media vuelta y se incorporó en la cama, a oscuras. Era su padre, maldita sea, era veinte años mayor que él, y sin embargo tenía el miembro más duro que la pared sobre la que se apoyaba en ese momento. Sabía que eran las hormonas, en realidad poco antes de que sus padres murieran ya había estado experimentando un cambio importante en su actividad sexual. Era virgen, por supuesto, pero eso no excluía otro tipo de prácticas como la masturbación, muy común en los chicos de su edad. Lo raro no era eso, lo raro era que lo que más le activaba sexualmente las últimas semanas no era otro que Aomine, su padre adoptivo. Se repetía mentalmente ese nombre para intentar evitar sentirse así, pero parecía crear el efecto contrario… dicen que lo prohibido nos atrae el doble, ¿no?

Giró sobre su trasero para desplomarse de nuevo sobre la cama, colocando el antebrazo en la frente y suspirando otro 'maldita sea' antes de volver a revolverse entre las sábanas. Entonces oyó ruido en la cocina y miró el reloj, extrañado. Las luces rojas marcaban las 3:45 de la mañana, así que arqueó una ceja y salió de la cama, abriendo la puerta con el mayor cuidado del mundo para no ser percibido. Aomine estaba tirado sobre el sofá, abriendo lo que parecía su séptima lata de esa noche mientras murmuraba algo sobre estar loco. El pelirrojo decidió salir para disculparse por lo de la noche anterior, quizás así pudiera dormir después, aunque no estaba seguro de que fuera muy buena idea teniendo en cuenta el posible estado de embriaguez de Aomine.

—Aomine… —comenzó, prudente. El peliazul se giró al oírle y se le quedó mirando, con cara de estar bastante enfadado por algún motivo y un poco borracho.

—Tú, maldito Bakagami —siseó mientras se levantaba del sofá—. ¿Qué quieres ahora? ¿Vienes a llorar de nuevo? —La simple mención del tema cuando él sólo quería disculparse encendió al pelirrojo.

—No, idiota, venía a pedir perdón, pero veo que no merecía la pena —zanjó. Dio media vuelta para volver a su habitación, pero Aomine fue más rápido de nuevo y le agarró de la muñeca, tirando hacia él. El pelirrojo casi pierde el equilibrio, pero consiguió reponerse en el último instante y encarar al moreno con la misma mirada de cabreo.

—Discúlpate entonces, estaré encantado de escuchar esas palabras salir de tu boca —replicó Aomine, sujetando con más fuerza la muñeca del chico. Pero Kagami ya no estaba dispuesto a pedir disculpas a nadie, y menos a él.

—Tú deberías disculparte primero, ¿no crees? —El moreno le miró perplejo, intentando procesar sus palabras. Se echó a reír de forma sonora a la par que el pelirrojo se enfadaba aún más y agarraba el antebrazo de Aomine, que empezaba a hacerle daño—. Suéltame —dijo, mientras el contrario seguía riéndose, pero no aflojaba el agarre—. ¡He dicho que me sueltes! —chilló mientras soltaba él mismo su mano del antebrazo del peliazul y le daba un puñetazo de derechas con todas sus fuerzas.

El moreno le soltó al instante, tambaleándose hacia atrás con la palma de la mano en la mejilla y mirando asombrado al chico veinte centímetros más bajo delante de él.

—¿Qué cojones…? —Sus ojos brillaron con furia poco antes de hacer un movimiento demasiado rápido para el pequeño Kagami que acabó chocándose contra la pared—. ¿Qué crees que haces? ¿Así me agradeces por todo? ¡Soy tu padre, maldita sea, deberías tenerme un mínimo de respeto!

—¡Tú no eres mi padre, y ni de lejos te voy a tener respeto cuando no recuerdas ni mi cumpleaños! ¿Qué clase de padre se supone que eres? ¿Eh? —gritó el pelirrojo lejos de amedrentarse. No es que tuviera menos miedo de Aomine, sabía de lo que era capaz, pero esa noche él también estaba fuera de sí, y estaba dispuesto a pagar las consecuencias.

El peliazul paró en seco, mirando a Kagami a los ojos fijamente, y un atisbo de duda y lo que pareció remordimiento apareció en sus ojos poco antes de que le empujara aún más fuerte sobre el tabique, haciendo que el chico se golpeara la cabeza con el movimiento.

—¿Y cómo diantres voy a saberlo si tú no me lo dices, maldita sea?

—¡Deberías saberlo! ¡Se supone que soy tu hijo, joder! —Ambos estaban exhaustos de gritar, enrojecidos por el forcejeo y alterados por la situación, pero se negaban a dejar que el otro tuviera razón.

—¡Y tú deberías conocerme un poco y saber que no recuerdo ni el cumpleaños de mi madre!

—P-pero… yo… —Kagami estalló, no sabía cómo explicar que él debería ser lo más importante en la vida de Aomine, o así lo veía él. Los siguientes segundos nunca supo cómo ocurrieron, simplemente alzó la vista hacia los orbes azulados que le miraban entre cabreados y expectantes y recorrió la distancia entre sus labios y los contrarios, besando de forma ni consciente ni sopesada a su supuesto padre adoptivo.

El moreno abrió los ojos de par en par al sentir los cálidos labios de Kagami sobre los suyos, dejándose llevar por milésimas de segundo en su sabor para después apartarlo de un golpe de nuevo contra la pared. Ambos aguantaron la respiración sosteniendo la mirada del contrario.

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– VI –

El portazo se oyó por toda la casa y Aomine se metió directamente en la ducha, le daba lo mismo que fueran casi las cinco de la madrugada. No había logrado contenerse, y eso le cabreaba y le asustaba por igual, no obstante, la culpa la tenía el maldito chiquillo por lanzársele a besar sin ningún miramiento.

Abrió el agua fría y se metió debajo, apretando los dientes para no gritar por el cambio de temperatura. Recordó entonces la situación de la que acababa de huir, literalmente.

Kagami acababa de besarle durante unos dos segundos y sólo con ese contacto había notado cómo su polla se ponía dura. Consiguió separarlo apenas unos centímetros utilizando toda su fuerza de voluntad, pero verlo ahí, con la tenue luz que llegaba de las farolas exteriores y con las mejillas rojas, sosteniéndole la mirada con esos penetrantes ojos rojos… No lo logró, volvió a estamparlo contra la pared, pero esta vez él fue detrás, agachándose lo suficiente para saborear sus labios con ansiedad. El chico respondió al beso, inexperto pero decidido a esforzarse, atrapando el labio inferior del peliazul mientras apretaba con más fuerza el antebrazo de Aomine, cuya mano seguía rodeando su cuello, aunque ahora más para acercarlo que como método de ataque.

El moreno apoyó su mano libre sobre la pared a la izquierda de la cabeza de Kagami, que empezaba a arañar su antebrazo en busca de más acercamiento mientras sus lenguas se entrelazaban casi sin pensarlo como en una danza que hubieran ensayado miles de veces. Aomine tenía la respiración entrecortada, la temperatura le empezó a subir demasiado rápido y su mano soltó el cuello del pelirrojo para comenzar a descender por su pecho, acariciando los jóvenes pezones a su paso.

Paró de golpe cuando Kagami soltó su antebrazo y acarició su miembro a través de los shorts que usaba de pijama. La realidad le pegó una hostia cuando los ojos de un Kagami casi sumiso de quince años le miraban cuestionando que hubiera parado, pero con algo de terror en ellos. Se alejó dos pasos de él, asustado de sus actos, y salió casi corriendo hacia su habitación.

—Tsk —gruñó mientras el agua recorría sus facciones. Se le había ido de las manos y por primera vez en su vida estaba asustado de sí mismo, ¿cómo era posible que se sintiera atraído por un crío de catorce años? Bueno, ahora quince. Y además no era un simple crío, era el hijo de sus mejores amigos. Suspiró mientras giraba para que el agua le diera sobre la espalda. Nadie te dice que esa gente que criticas por estar con personas mucho más jóvenes que ellas lo hacen por atracción real. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? La respuesta parecía sencilla: alejarse todo lo posible de él y olvidar esa atracción sexual que sentía. Pero en realidad no era tan sencillo, él no tenía madera de padre, por lo que trataba al chico como alguien adulto y por eso siempre acababan gritando o peleando, muchas veces incluso se habían llegado a hacer daño, lo cual, encima, le había excitado aún más.

Aomine miró hacia abajo y vio que su erección no había desaparecido del todo. Musitó una maldición y cerró los ojos. No sabía qué hacer, el simple hecho de pensar en desvirgar al joven Kagami le hacía ponerse duro, pero el castigo por eso se multaba con la cárcel, y no quería acabar entre rejas. Probablemente fuera su necesidad sexual… sólo mantenía relaciones esporádicas los días que salía por ahí. Prefería a los chicos, de eso se había dado cuenta de joven, pero tampoco le importaba acostarse con mujeres si no quedaba de otra. Quizás si saliera más, pudiera calmarse en casa y la atracción por el pelirrojo desapareciera… o quizás no.

El moreno agarró su miembro en cuanto Kagami volvió a aparecer en su mente, se sentía muy culpable y totalmente asqueado por lo que iba a hacer, pero en algún momento tenía que salir de la ducha y estar empalmado no ayudaría mucho cuando hablara con su… hijo sobre lo que acababa de ocurrir.

—Joder… —gruñó por lo bajo antes de comenzar a acariciarse el miembro de arriba abajo. Cambió el agua a una más caliente y el recuerdo del beso de Kagami invadió sus sentidos, así como la sensación que tuvo cuando su pequeña mano le acarició sobre el pantalón. Se imaginó la cabellera roja a la altura de su entrepierna, mirándole con esos brillantes ojos justo antes de meterse toda su longitud en la pequeña y húmeda cavidad—. Mmmm… —La imaginación de Aomine siempre había sido muy nítida y real para lo que le interesaba, y pronto estuvo jadeando, con la mano izquierda apoyada en la pared mientras bombeaba con la derecha con espasmosa velocidad. Se corrió rápidamente cuando el agua ya empezaba a enfriarse, y ahogó el gemido de placer para que nadie lo oyera, no era necesario que Kagami supiera qué estaba haciendo.

Soltó el miembro ya un poco más flácido y suspiró una última vez. Salió de la ducha, se secó y se puso de nuevo unos shorts y una camiseta ancha. Sopesó por un momento qué decir al pelirrojo y salió de la habitación, pero la puerta de enfrente estaba cerrada y no se veía luz debajo. Aomine alzó una ceja y contuvo la respiración esperando escuchar algún ruido que le indicara que Kagami estaba despierto, pero sólo escuchó el ruido de fondo del exterior. Dio media vuelta y se tiró de nuevo en la cama, intentando conciliar un sueño que pronto le llegó debido a las altas horas que eran.

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– VII –

Habían pasado dos meses desde aquella incómoda noche en la que había besado a su padre adoptivo y las cosas habían cambiado mucho. El día siguiente fue la peor parte, ambos se levantaron a desayunar sin mediar palabra, aunque sus bocas se abrieron varias veces intentando expresar algo que nunca se dijo. Las broncas desaparecieron, los gritos también. Kagami hacía todo lo que Aomine le pedía sin discusión, y el peliazul ya no pedía cosas que no fueran las típicas de un padre normal. Sin embargo, la tensión entre ellos cada vez era más palpable.

Esa nueva situación no le gustaba nada… vale que ya no le pegaban, ni le lanzaban cristales por el suelo, ni se pasaba el día con la garganta desgañitada por los gritos, en realidad, debería estar mucho más feliz que antes… pero no era así, era como si su vida se hubiera vuelto monótona, aburrida y triste.

Levantó la vista de su plato cuando el peliazul salió de su cuarto. Había preparado comida para ambos, de modo que sólo tenía que servirse y comer, lo cierto es que se estaba convirtiendo en un buen cocinero gracias a la inutilidad de Aomine. Sonrió ligeramente ante ese pensamiento. Observó con minuciosidad cómo el peliazul se servía un plato y se sentaba enfrente de él.

—Está bueno —murmuró incómodo después de probarlo.

—Gracias —replicó Kagami, avergonzado. ¿Por qué le hacía feliz esa simple frase? Terminó rápido su comida y se levantó de la mesa, dejando el plato ahí olvidado. Quería volver a su relación anterior con el moreno, mucho más caótica y supuestamente mala, pero mucho más real que esa que intentaban sostener ahora.

Cerró la puerta de la habitación con la esperanza de que Aomine le gritara para que recogiera su plato, pero cuando pasó media hora y no oyó nada volvió al salón. El plato no estaba y su padre tampoco. Suspiró y volvió a la habitación, donde comenzó a hacer la tarea que tenía para ese lunes.

Los fines de semana eran lo peor, el peliazul se iba casi todas las noches y Kagami se quedaba solo. Cuando volvía, no hablaban, no se peleaban por el sofá ni se tiraban cosas a la cara, simplemente coexistían en ese apartamento, y el pelirrojo estaba a punto de volverse loco. Decidió que si Aomine se largaba todo el día, él podría salir perfectamente de fiesta con sus amigos. Se vistió y se largó.

Esa noche bebió más de la cuenta y se quedó dormido en un parque, su compañero de clase Kuroko lo llevó hasta su casa y le dejó dormir en el sofá, donde despertó cuando ya entraba luz por las ventanas.

—Mmm… —rezongó al despertar, sin saber dónde estaba. De repente, el pánico le invadió, Aomine iba a matarlo. Se incorporó sobre el sofá y olisqueó el olor del desayuno en el ambiente justo cuando una cabellera celeste asomaba por una puerta.

—Buenos días, Kagami-kun. Anoche te quedaste dormido y me ayudaron a traerte aquí. El desayuno ya está preparado —dijo antes de desaparecer de nuevo. Taiga se espabiló y cayó en la cuenta de que al nuevo Aomine no le iba a importar mucho que no hubiera dormido una noche en casa. Desayunó con Kuroko y se marchó poco después.

Abrió la puerta con sumo cuidado al llegar a casa, suponiendo que el peliazul estaría de resaca, pero antes darse cuenta un cojín le golpeó por detrás, haciendo que su nariz chocara contra la puerta que estaba cerrando.

—¿Dónde cojones has estado toda la noche, imbécil? —El grito de Aomine le pilló totalmente por sorpresa.

—Eh… yo… —El peliazul le lanzaba miradas de odio, y se podía ver que no había dormido por las ojeras y la ropa que llevaba, la misma que el día anterior.

—¡Podías haber dejado una nota! ¡Haberme avisado! ¡Me he pasado la noche pensando si salir a buscarte por si te habías largado! —Apenas respiraba entre grito y grito, y Kagami estaba estático en la puerta, acariciándose la nariz con a mano.

—Salí por ahí, igual que tú —explicó el pelirrojo de mala gana, no esperaba que le hiciera un interrogatorio cuando él ni siquiera pasaba los festivos en casa—. No es para tanto.

Los ojos de Aomine centellearon contra los rojos. Pegó un puñetazo a la pared y se colocó dos dedos en el puente de la nariz, intentando calmarse. Kagami dejó caer su cazadora sobre el sofá y rodeó a su padre con tranquilidad fingida, por dentro, sus nervios estaban a flor de piel.

—¿Dónde estabas? —cuestionó el peliazul, con la voz de quien hace un esfuerzo tremendo por no gritar.

—Con unos amigos —replicó mientras se servía un vaso de agua. Tenía la boca seca por la resaca y le dolía un poco la cabeza. Aomine pareció relajarse al oír esas palabras, bajó el puño de la pared y se giró para mirarlo. Las persianas estaban a medio subir, tal y como el pelirrojo las había dejado antes de marcharse el día anterior, y en la mesa había restos de comida. Kagami alzó una ceja—. ¿Volviste anoche a casa? —preguntó, sorprendido de que el peliazul no hubiera pasado la noche fuera.

—Sí —respondió sin ninguna explicación. Ya había disminuído su nivel de cabreo—. Desayuna algo, seguro que estás hambriento —añadió sin moverse de su sitio.

—He desayunado en casa de Kuroko, me quedé a dormir con él —explicó sin darle mayor importancia, sin embargo, lo siguiente que oyó fue el portazo de la habitación de Aomine. Se giró, sin entender nada, y llevándose consigo una botella de agua se metió en la cama. Estaba demasiado cansado para enfrentarse al peliazul, y él parecía que también se había ido a dormir.

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– VIII –

Estúpido. Aomine se sentía completamente estúpido. ¿Cómo podía haber sentido celos de un crío y de su amigo? Definitivamente debería estar volviéndose loco, quizás debiera ir a tratamiento psicológico, pero tenía miedo de que así le quitaran la potestad de Kagami. Su relación había vuelto a los gritos, las pelas físicas y los insultos, aunque el pelirrojo cada vez estaba más alto y costaba más tratarle como a un crío.

—Tsk. —Escudriñó de nuevo la hoja de papel entre sus dedos, intentando descifrar lo que ponía—. Pienso darle una paliza para que aprenda a escribir —murmuró para sí. Era nochevieja, y Kagami le había escrito lo que necesitaba que comprara para "hacer algo decente" ya que Aomine no solía celebrar nada cuando vivía solo.

Cuando regresó, colocaron la compra entre los dos en absoluto silencio, y cada uno se dedicó a sus cosas hasta que la hora de la cena llegó. Aomine salió de su habitación al olor del asado de teriyaki, sorprendido de que su joven compañero ya hubiera aprendido a hacer algo tan elaborado. La mesa estaba puesta de buenas maneras, y no como solían comer ellos con un par de platos encima de la madera y nada más. Sus ojos se abrieron, asombrado de ver que se estaban usando cosas que ni sabía que tenía, como un mantel blanco con decoraciones rojas o unas copas de vino.

—¿De dónde…? —comenzó.

—Tienes más cosas de las que crees, Ahomine. —Kagami le miró sonriente, y Aomine se asustó. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso al pelirrojo le gustaba celebrar la Navidad? ¿Y de dónde había sacado ese ridículo mote? Hizo memoria y recordó cómo había sacado el tema sobre la cena en varias ocasiones. Alzó la comisura de su boca antes de encender la tele con el programa especial de Año Nuevo y sentarse en su silla de siempre.

—Oh, Bakagami, estás hecho toda una ama de casa —se jactó, divertido. El pelirrojo le fulminó con la mirada pero continuó dando vueltas a una sopa que había preparado para comer antes del guiso. La probó y volvió a sonreír en dirección a Aomine.

—¡Está buena! —Una punzada atravesó la entrepierna de Aomine ante ese rostro risueño. "Es tu hijo, maldita sea, es tu hijo, tiene quince años… casi dieciséis. ¡Es tu hijo! Más o menos…", la mente del peliazul discutía consigo misma, de modo que intentó concentrarse en cosas banales como la televisión. Ya intuía que esa cena le acabaría dando dolor de cabeza.

Pasaron el resto de la velada riéndose con el programa televisivo, cosa para la que el vino que estaban tomando ayudaba mucho, y gritándose de vez en cuando. Ambos estaban medio borrachos cuando se mudaron al sofá con el champán para celebrar la llegada del año.

Cuando las doce llegaron, ambos se bebieron la copa de un trago y Kagami se levantó para lanzar unas serpentinas sobre el sofá y la mesa del salón.

—¡Feliz año! —dijo sonriente a Aomine, que seguía sentado mirando atentamente al pelirrojo. Kagami se agachó para darle un abrazo, pero cuando estaba a escasos centímetros se dio cuenta de la cercanía y se quedó petrificado. El moreno actuó por él.

—Feliz año… —musitó desplazándose un poco hacia un lado y dando unas palmaditas en la espalda al chico, fundiéndose en un abrazo totalmente forzado. Kagami reaccionó bien y le imitó, separándose después evitando las pupilas contrarias.

Aomine sirvió dos copas más de champán y continuaron viendo el programa en silencio. La tensión era palpable, y el peliazul notaba las miradas de ansiedad provenientes de su joven compañero. Estaba nervioso, Kagami le hacía tener sensaciones que no tenía con nadie, le hacía celebrar cosas que le daban igual y hacer otras que odiaba, como la compra, pero al final acababa disfrutando todas sólo por volver a discutir con el pelirrojo. Se acomodó en el sofá y giró la botella de champán por completo al ver que no quedaba más.

—¿Hay más de esto? —cuestionó.

—Sí, compré un arsenal sabiendo que eres como una esponja —replicó Kagami divertido. El moreno le fulminó con la mirada y se levantó a por otra, llenando de nuevo las copas a su regreso.

El pelirrojo miraba el champán en su copa sentado en el suelo, moviéndola de lado a lado mientras seguía abstraído el rumbo de las burbujas en búsqueda de la superficie del líquido. Aomine se percató de que estaba con los mofletes rojos y con cara pensativa, y bebió otro trago.

—Daiki… —comenzó Kagami, haciendo que Aomine casi se atragantara con el champán al oír su nombre de pila. Comenzó a toser y el pelirrojo no paró de reírse hasta que pudo respirar tranquilo. Se miraron, curiosos, y el chico prosiguió como si no se hubiera interrumpido—. Me gustas.

Los orbes azulados se abrieron por completo, y el cuerpo de Aomine se quedó rígido. Kagami seguía moviendo la copa de lado a lado mientras miraba las burbujas. Se dio cuenta de que no debía malinterpretar las cosas, que él fuera un depravado pederasta asqueroso que se ponía cachondo cada vez que veía a su hijo salir de la ducha, no significaba que él sintiera nada parecido.

—Claro que te gusto —replicó altanero—. Soy un ejemplo a seguir como padre —continuó, añadiendo esa palabra por su propio bien. Kagami levantó la mirada, escudriñando los ojos de Aomine con los suyos y elevando una ceja ante la respuesta.

—No… me refiero a que me pones —explicó, como si hablara del tiempo o de un partido de baloncesto. Aomine volvió a atragantarse y decidió no volver a beber hasta que acabaran esa incómoda y sobretodo improcedente conversación.

—Vaya, qué sutil eres —contestó calmando sus instintos más primarios de forma interna—. Se nota que no eres más que un crío. —No tenía que dar ninguna muestra de que él sentía una atracción parecida por Kagami, y mucho menos de que algo así pudiera ser posible. Sin embargo, el bulto en su entrepierna le estaba empezando a delatar. Se giró incómodo en una posición en la que no se notara la diferencia de opiniones entre su cerebro y su libido y miró al pelirrojo, que le estaba fulminando con la mirada.

—No soy un crío —escupió las palabras—. He pasado por cosas que me han hecho madurar más deprisa que al resto de chicos de mi edad. —Bajó de nuevo la vista a la copa. Aomine sabía que era el efecto del alcohol el que le estaba haciendo sincerarse, pero por algún motivo no le quitó la copa de las manos.

—No creo que entiendas… —Aomine intentó explicarle que no podía sentir eso, pero las palabras no salían de su boca. El más culpable de todo aquello era él mismo, por haber continuado su beso aquel día de verano—. Es imposible que…

—Sí que lo entiendo —cortó Kagami decidido, levantándose del tatami para sentarse a su lado en el sofá, con una pierna sobre el cojín y la otra en el suelo. Su mirada reflejaba seguridad—. Me gustas y me atraes. Ojalá no fuera así porque eres un viejo inútil, pero es así. —El moreno alzó la ceja al oír la palabra 'viejo', vamos, que sólo tenía treinta y cinco años, no era como si fuese a cumplir sesenta.

La penetrante mirada de Taiga estaba derrumbando todas las defensas que había creado para no tener que enfrentarse a lo que sentía. Y entonces, pasó algo que no esperaba. El puñetazo que recibió le hizo tambalearse sobre el sofá. Se colocó la mano en la dolorida mejilla y miró al pelirrojo sin entender absolutamente nada.

—Pégame —pidió Kagami. Él seguía atónito.

—N-no voy a pegarte… Kagami, no sé qué... —Pero un puñetazo más fuerte que el anterior le golpeó en el estómago.

—¡Pégame! —dijo el pelirrojo más fuerte, mirándole con la ira y la lujuria pintada en sus rasgos.

—¡Para, maldita sea, he dicho que no! —Aomine agarró las muñecas contrarias para evitar un tercer golpe e intentar que el chico entrara en razón. Pegándole no iba a lograr que su determinación desapareciera… aunque de sus defensas ya sólo quedaba un pequeño resquicio.

—Tsk… —El chico se revolvió, intentando zafarse del moreno, pero aún tenía más fuerza que él—. Suéltame…

—No —replicó, complacido de que la fiera que tenía delante ya estuviera bajo control. Agachó ligeramente la cabeza para mirarlo a los ojos—. Vas a parar ahora mismo, Bakagami. —Pero el pelirrojo sonrió de medio lado, con una sonrisa que hizo que Aomine dejara de hablar y se concentrara en ella.

Y entonces Kagami le golpeó con la cabeza en la cara, haciéndole un daño horrible en la nariz y consiguiendo liberarse.

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– IX –

Por el golpe que notó en la frente sabía que le había hecho daño, y por la mirada que le echó cuando se separaron, sabía que se había salido con la suya. Aomine le agarró del cuello de la camiseta con la mano izquierda mientras que con la derecha formaba un puño. Cerró los ojos esperando el golpe, pero no llegó. Levantó la vista hacia el peliazul, que le miraba ligeramente confuso.

—¿En qué cojones estás pensando? —preguntó con un deje de ira en la voz.

—En que parece que sólo te gusto cuando te llevo al límite, así que, adelante, pégame —confesó con la mirada decidida. El peliazul bajó el puño y aflojó ligeramente la otra mano.

—Eso no… —comenzó, dándose cuenta de que estaba empezando a perder la poca cordura que le quedaba—. No es así —finalizó, mirando al pelirrojo. Era el turno de Kagami de quedarse confuso. ¿Acaso ahora su padre le iba a decir que le quería? Eso jodería todo lo que el pelirrojo había pensado de él.

Después del beso que se dieron, de los meses de fingida normalidad con la tensión por las nubes; después de que la noche que no durmió en casa se preocupara por él y después de los celos por Kuroko que jamás admitiría, pero que él se había encargado de comprobar hablando de su amigo en momentos clave; después de todo eso, se había arriesgado a pensar que Aomine actuaba así con él porque le atraía de verdad, y no porque fuese su hijo adoptivo y tuviera que encargarse de él obligatoriamente.

Kagami ya tenía quince años, sabía las consecuencias que tenía sentirse atraído por alguien que le doblaba la edad de sobra. También sabía qué pasaría si alguien se enteraba de eso. Pero, aún así, su cuerpo y su mente le pedían a gritos estar con Aomine. Se sentía furioso cuando no le hacía caso, se ponía cachondo cuando se tocaban discutiendo o cuando se paseaba sin camiseta por la casa en verano, se sentía impotente cada vez que le recordaba que supuestamente eran padre e hijo, y recriminaba a sus padres por haberle negado la posibilidad de conocerlo en otras circunstancias, porque sabía que hubiera sentido exactamente lo mismo aunque hubiera sido otro momento de su vida. Era una de esas cosas que crees que no pueden ser verdad porque tienes quince años y no sabes nada de la vida, pero que cuando te tumbas en la cama por las noches sabes que son reales, y que piense lo que piense la sociedad, van a darse quieras o no.

De modo que lo único que le preocupaba en ese momento era que Aomine no sintiera algo parecido por él, que sólo fuera atracción sexual, una experiencia o una etapa de su vida, que sólo le devolviera aquel beso por curiosidad morbosa. Él no quería ser una etapa de su vida, quería formar parte de toda ella.

Esperó a que el moreno continuara hablando, lanzándole una mirada que indicaba que estaba expectante. Y así fue.

—Es sólo que cuando me llevas al límite pierdo el control —terminó. El pelirrojo seguía mirando, sin entender del todo a qué se refería. Aomine suspiró y se explicó—. Lo que quiere decir que el resto del tiempo tengo que estar controlándome.

—Y… —le instó Kagami a que continuara. El peliazul le fulminó con la mirada, pero soltó el agarre por completo.

—Y lo que quieres no puede ser —resolvió—. Si quieres experimentar tu sexualidad con personas más mayores, allá tú, pero procura que no superen los veinte años. Cuando se te pase el capricho acabarás con una chica guapa de tu edad.

No sabía si Aomine estaba decepcionado o enfadado pero notó la angustia en sus palabras. ¿Es que aún no se daba cuenta de que no quería a otros hombre, o mujeres, o personas de su edad? Le quería a él, era una verdad tan obvia como que habían cenado teriyaki. Sonrió antes de alzar la mano sobre la mejilla del peliazul para girarlo y atrapar sus labios con los propios.

—¡Kagami, maldita sea! No voy a poder controlarme si… —interrumpió apartándole.

—No es un capricho —replicó antes de que continuara—. Quiero estar contigo, soy feliz contigo, me pongo caliente en cuanto te veo entrar por la puerta. No es un capricho —reiteró volviendo a besar los labios de Aomine, que había abierto más los ojos. Alzó la pierna para colocarse a horcajadas sobre el moreno, que volvió a apartarle un poco, con menos fuerza que antes.

—Tengo treinta y cinco años, cuando tengas mi edad, yo tendré cincuenta y cinco —se zafó, intentando que entrara en razón. Kagami le fulminó con la mirada.

—Yo también sé sumar, Ahomine, no soy un crío. —Sonrió ante la broma y volvió a besar al peliazul, que esta vez entreabrió ligeramente los labios para permitir paso a su lengua. Pero no duro mucho antes de volver a separarlo. El pelirrojo sonrió porque también había notado cómo el miembro del moreno se elevaba por completo.

—Joder, Kagami, si alguien se entera…

—Si alguien se entera dará igual —afirmó con la comisura de los labios formando una sonrisa. Aomine elevó una ceja, y el pelirrojo continuó—. Aunque la mayoría de edad sean los veinte, el consentimiento sexual es a partir de los trece, de modo que a menos que diga que me estás obligando a ello, es perfectamente legal —enunció la frase como quien está orgulloso de compartir esa valiosa información. El moreno le miró boquiabierto.

—¿Lo has buscado? ¿Tan seguro estabas de esto?

—Bueno… digamos que después de besarte en verano me preocupé por si te había metido en un lío y lo busqué.

Fue el turno de Aomine de notar cómo la entrepierna de Kagami se elevaba ligeramente ante el recuerdo del beso. No había más que hablar, al menos no en ese momento. Se miraron fijamente antes de que el peliazul hablara por última vez.

—Te va a doler —afirmó, sabiendo que no podría controlarse mucho ahora que tenía la venia del pelirrojo. Kagami sonrió, ya estaba preparado para aquello, gracias al maravilloso mundo de Internet ahora podías estar preparado para casi cualquier situación, aunque soltó una risita al pensar que mantener relaciones anales con tu padre adoptivo no estaría bien visto ni en la red.

—Lo sé —respondió—. Pero con un poco de cuidado no será para tanto… tampoco voy a crecer mucho más, ya mido casi lo mismo que tú. —Aomine se percató de que tenía razón, aunque el cuerpo de Kagami tuviera menos musculatura y fuera un poco más menudo, ambos ocupaban casi el mismo espacio, que el moreno se mantuviera en forma y siguiera teniendo un cuerpazo, también influía. Sonrió con lujuria y apartó las manos del pecho del pelirrojo –donde las tenía para evitar que se acercara– rodeándole y atrapando su cintura con ellas para atraerlo hacia sí.

Y Kagami volvió a lanzarse a sus labios, estaba ávido de lujuria, necesitaba tocar y sentir más a Aomine, necesitaba que por fin hicieran lo que habían estado evitando meses. No sabía que les depararía el futuro, ni siquiera sabía si saldría bien… pero ahora sólo pensaba en que quería pasar su vida así, entre golpes y sexo con el hombre que le había devuelto la felicidad de la forma más inverosímil posible: tratándole como a un igual.

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– Epílogo –

Kagami salió de la habitación arrastrando la sábana por el suelo. Aomine estaba sentado en el sofá, bebiendo su taza de café mientras veía distraídamente la televisión.

—Ohayõ, Taiga~ —canturreó con la felicidad marcada en las facciones. El pelirrojo le fulminó con la mirada, tocándose el trasero con la mano y andando despacio hacia su pareja.

—Eso fue duro, Ahomine, me dolió casi tanto como la primera vez —refunfuñó haciendo un mohín de enfado fingido.

—No seas quejica, la primera vez lloraste como una nena —le recordó, apartándose un poco para dejar espacio—. Y lo de los golpes fue idea tuya, sabes que eso me pone más cachondo.

Kagami se sentó lentamente a su lado, siseando ante el contacto con el sofá. El peliazul le miró un poco preocupado, acercando un cojín para que estuviera más cómodo. Al final consiguió sentarse a su lado, con la sábana cubriéndole a cachos. Miró a su amante, que seguía mirándole atentamente, y Kagami soltó un grito ahogado.

—¡Daiki, tu cara! —El moreno se tocó el moratón que le cruzaba la mejilla y sonrió.

—¿Esto? Tranquilo, no es nada, sólo te emocionaste casi tanto como yo —explicó. El rostro del pelirrojo se sonrojó hasta niveles insospechados—. Menos mal que es sábado —añadió—. No creo que pueda seguir diciendo que me he tropezado, es obvio que mi coordinación es perfecta y la gente va a sospechar. —Sonrió tras recibir el débil golpe de Kagami en el brazo. Sus muñecas aún tenían marcas de las ataduras.

—En unos días será mi turno. —El pelirrojo le fulminó con la mirada poniendo una sonrisa maliciosa. Aomine elevó una ceja.

—¿Ah? ¿No te gustó mi regalo? Había que celebrar como es debido tu mayoría de edad.

Kagami acababa de cumplir veinte años. Llevaban cinco años felizmente unidos, entre gritos, sexo… y amor, al final habían acabado sintiendo más que el típico afecto fraternal. La gente ya sospechaba, pero a ellos eso les daba igual, y aquellos que les conocían sabían que no podía haber acabado de otra manera.

—Taiga. —El peliazul cortó el silencio y le sonrió divertido—. Ahora podemos casarnos. —El rubor ascendió por el cuerpo de Kagami a una rapidez increíble, y no pudo sino tartamudear frases ininteligibles mientras el moreno se reía.

—P-pero, A-ahomine, no… no… y-yo…

—¿Sabes lo que estás consiguiendo con esa reacción? —El peliazul seguía sonriendo mientras atrapaba la mano de Kagami y la colocaba en su entrepierna, que estaba ya dura y elevada. El chico seguía como un flan por la frase de antes, pero logró reponerse.

—No estarás penando en eso ahora, ¿no? Ya ando bastante jodido… —Aomine se acercó y le besó con pasión, atrapando los labios del pelirrojo de forma lujuriosa y moviendo la lengua con soltura.

En pocos minutos ya estaban jadeando de nuevo y el moreno aprovechó para internar la mano entre los pliegues de la ropa, atrapando el miembro de Kagami que ya se estaba empezando a elevar. Aomine le mordió antes de separarse y mirarle, sin dejar de mover su mano por toda la extensión contraria.

—¿Ves como tú estás pensando en lo mismo? Además, no todos los días le piden a uno matrimonio —continuó con la broma. Notó el espasmo que recorrió todo el cuerpo de Kagami, haciéndole sisear ante su propio movimiento. El peliazul alzó una ceja preocupado, quizás si sería demasiado para su pareja. Bajó el ritmo de su mano, pero el pelirrojo le agarró la entrepierna a través del pantalón en ese mismo momento a modo de amenaza.

—Ni se te ocurra parar ahora. El dolor nunca ha sido un problema. —Los labios de Aomine volvieron a formar una sonrisa—. Además, no todos los días te prometes a alguien.

La cara que puso Aomine fue tan graciosa que el pelirrojo olvidó el dolor por un momento y se retorció entre risas justo antes de que el peliazul se le tirara encima y no le permitiera dejar escapar más carcajadas. ¿Qué más daban su edad, su sexo, o su situación familiar cuando estaban tan hechos el uno para el otro?

Kagami suspiró antes de cerrar los ojos y disfrutar de los labios y los dedos de Aomine haciendo lo único para lo que se esforzaba en la vida: darle felicidad.

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Pues lo dicho, que es horrible xD. Gracias por haber logrado leer hasta aquí, las lectoras sois un amor *insertar aquí corazón que FFnet eliminará*