Todos los personajes son propiedad de Disney y Dreamworks
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Desde ya muchas gracias y...
¡Disfrutad!
-Prólogo-
Toda Berk dormía profundamente. La calma reinaba la isla y eso era un asunto que no daba muy buena espina. Los dragones no habían atacado y tampoco parecía que fueran a hacerlo. Ni si quiera Estoico se había preocupado de las rondas nocturnas esa noche.
Lo cual la hacía perfecta.
Los ligeros pasos apresurados de un joven de siete años ni si quiera sacudían la tierra, pero hacían que su corazón se acelerase y aún más sabiendo que lo que iba a hacer, estaba fuera de las restricciones de su padre. Impulsado por tanta adrenalina, apresuró su andar a pesar de que sus pies apenas rozaban la tierra. Estaba encantado porque todo parecía ir exactamente como lo había planeado.
Luego de correr por un buen rato más, Hipo al fin llegó al punto de encuentro en el bosque. Ella parecía haberse retrasado, por lo que decidió comenzar sin su presencia. Agrupó todas las herramientas que había tomado prestadas de la herrería al igual que todos los materiales que había estado recolectando de toda la isla por tanto tiempo.
Algo se movió entre los arbustos y por un momento se preocupó de que fuese un dragón intentado cazar su bocadillo de media noche, pero pronto divisó esa maraña de cabellos enrulados rojizos que lo hizo suspirar de alivio.
-Llegas tarde.- Le reprochó mientras la jovencita intentaba liberar su vestido de las viles garras de aquel arbusto.
-Mi madre no me dejaba en paz.- Se defendió ella.- No todos somos ignorados por nuestros padres, ¿sabes?- Hipo hizo oídos sordos a aquel ofensivo comentario de su amiga y siguió ensamblando piezas. La pelirroja logró ser libre y se acercó al castaño para observar por sobre su hombro.- ¿Te falta mucho?- Le preguntó.
-Solo debo terminar estos últimos detalles y ya.- Le respondió a la vez que martillaba una placa metálica intentando no hacer demasiado barullo. A Mérida siempre le había maravillado la inteligencia de Hipo, al igual que su gran facilidad a la hora de crear cosas, así que verlo en acción era todo un privilegio. Ella simplemente observaba y se podría decir que en aquel dúo era la más inútil, pero Hipo la necesitaba. Si no fuese por ella, jamás habría tenido la suficiente seguridad y valentía como para desafiar las reglas de su padre.
-Apresúrate Hipo, ya no aguanto las ganas de probarlo.- Saltaba de emoción Mérida.
-Ya casi termino. Ten paciencia, por favor.- Ella bufó y se sentó en la hierba a esperar a que su amigo terminase.
El cielo estaba completamente despejado y la luna brillaba sobre ellos. Todo era demasiado tranquilo y, como ya he mencionado, eso era realmente preocupante. Pero algo hermoso de la niñez, es que nunca eres consciente del verdadero peligro que te rodea, ya que todo tiene cierta aura mágica y divertida. Me gustaría poder decirles que esa noche fue perfecta y que ambos niños lograron salirse con la suya, creando un hermoso recuerdo entre ambos; pero no fue exactamente así como ocurrió.
Mérida seguía observando el cielo, cuando una silueta negra se atravesó delante de la luna, demasiado rápida como para asegurar lo que sea. Asombrada y algo asustada, se reincorporó de su lugar hasta llegar al hombre de Hipo, el cual sacudió para llamar su atención. La silueta negra volvió a desfilar por el cielo nocturno.
-Hi-Hipo.- Lo llamó, ya aterrada.
-Ya casi termino, te lo juro.- Anunció el muchachito. Mérida golpeó el hombro del castaño para que observase el cielo. Él desvió la vista de su proyecto para prestarle atención a eso que ponía nerviosa a la pelirroja. Al principio, el cielo se mantuvo vacío y quito, dando la impresión de estar parado en el tiempo; pero luego, la silueta volvió a atravesarse delante de la luna pero ésta vez no siguió su camino, sino que comenzó a descender a gran velocidad, cortando el aire y provocando un sonido inconfundible.
-Furia Nocturna.- Susurró Hipo. Esto fue lo único que necesitó Mérida para tomar la manga de la camisa del muchacho y hacer que éste corriese.
Ambos niños corrieron sin rumbo por el bosque, aún escuchando ese sonido ensordecedor detrás de ellos. Los pies desclasos de la pelirroja le provocaban molestia y dificultad para correr, aunque Hipo tampoco era el mejor corredor de la isla, por lo que ambos se trasladaban lejos del peligro a una velocidad relativamente baja. Mérida solo podía pensar en que el Furia Nocturna los alcanzaría en menos de lo que ella podría gritar su nombre.
Debido al apuro, el vestido de la joven se quedó atascado en un arbusto de espinos, haciéndola caer y arrastrando a su compañero al suelo. Hipo fue el primero en reincorporarse y animar a la pelirroja a hacer lo mismo, pero ella sentía que su tobillo le negaba esa virtud.
-¡Ánimos Mérida! ¡Tenemos que movernos!- Le gritaba Hipo mientras tiraba de su mano.
-¡No puedo! ¡Me duele!- Lloraba ella. El castaño levantó la vista, observando que una silueta negra se les acercaba a gran velocidad.
-¡Auxilio!- Gritó Hipo, con la esperanza de que alguien en la isla los escuchase.- ¡Por favor, que alguien nos ayude!- El Furia Nocturna estaba cada vez más cerca de ellos. Era el fin e Hipo lo sabía. Mérida le brindó una última mirada a su amigo, despidiéndose para luego simplemente cerrar los ojos a esperar que todo terminara. Pero no acabó.
De pronto el bosque se iluminó con antorchas y el ruido que provocaba el imponente dragón fue silenciado por los gritos de guerra de los Vikingos. Ambos niños fueron levantados con facilidad por unos brazos increíblemente fuertes y velludos. Hipo reconoció la insignia del pecho de su padre mientras éste transportaba a su hijo y a su pequeña amiga ocultos en su pecho. El castaño se desplazó hasta poder observar sobre el hombro de su robusto padre cómo el Furia Nocturna escapaba con facilidad. Habían sido demasiado afortunados, sobrevivir al ataque de un Furia Nocturna era un hecho que ni los mejores Vikingos de la isla podían presumir.
-¡Esto es inaceptable, Estoico!- Gritó la joven Elinor.- ¡Tu hijo casi hace que maten a mi pequeña Mérida!- La madre hundió su cara en el cabello de su hija casi al borde de las lágrimas.
-Elinor, relájate.- Le ordenó su esposo, tomándola por los hombros.
-¡Ni si te ocurra pedirme que me relaje, Fergus! Mérida corrió un gran peligro hoy. Casi muere por la culpa de ese muchacho.- Se sobresaltó. La joven pelirroja quiso interrumpir, pero su madre la mantenía contra su pecho y eso hacía que fuese imposible interferir en el asunto.
-Lamento toda esta situación, Elinor.- Se disculpó Estoico a la vez que le echaba una mirada furiosa a Hipo.- No sé qué pasaba por la cabeza de mi hijo al creer que ir solos al bosque podía ser una buena idea.- Fergus miró con lástima al muchachito, quien se mantenía con la mirada baja y triste.
-Lo importante es que ambos están bien.- Dijo para intentar aliviar el ambiente.
-¿Cómo dices?- Dijo ofendida Elinor.- ¡Nada está bien!- Se reincorporó y enfrentó a su esposo.- Éste nunca fue un lugar seguro para nadie y aún así insististe en venir a instalarnos aquí.- Se giró para ver a Mérida, quien se mantenía a sus espaldas.- No quiero que mi hija crezca rodeada de peligros que pueden acabar con ella en cualquier segundo.
-¿Qué es lo que sugieres entonces, querida?- Suspiró rendido Fergus.
-Irnos.- Afirmó ella con total seguridad.
-¿Qué?- Preguntó perdida Mérida.- ¡No!- Corrió hasta abrazar la pierna de su gigantesco padre.- Papá no quiero irme, por favor.
-¡Mérida! ¡Vuelve aquí!- Le reprochó su madre. La pelirroja miró a la mujer con ojos repletos de lágrimas, pero obedeció las órdenes. Más relajada, Elinor decidió proceder.- Nos iremos a nuestras antiguas tierras, a nuestro verdadero hogar, del cual jamás debimos haber salido.- Miró a su esposo, el cual asintió con un suspiro.
Mérida miró a su amigo, el cual seguía observando el suelo. No podía imaginarse lejos de él. Era su único amigo, el único que entendía su alocado sentido de la libertad y la diversión. ¿Qué haría ahora?
-Puedo encargar un barco para esta misma noche.- Dijo con firmeza Estoico, aunque se notaba que también le dolía separarse de su gran amigo y hermano conquistador de tierras, Fergus.
-Excelente.- Fueron las últimas palabras de Elinor antes de tomar a su hija en brazos y marcharse de la habitación.
Hipo al fin levantó la vista para ver cómo Mérida se alejaba de su vida. La pelirroja tenía las mejillas húmedas y los cabellos revueltos, pero aún así sabía que aquella irracional jovencita era la persona con más importancia de su existencia.
Y la había perdido para siempre.
