Disclaimer: Twilight pertenece a y esta historia pertenece a LyricalKris quien amablamente dio su permiso para traducirla.

Los asteriscos (*) son aclaraciones. Muchas veces es difícil encontrar un equivalente exacto en otro idioma, a veces ni siquiera existe, por eso creo que es mejor aclararlo al final de cada capítulo.

Esta historia no está terminada. Tampoco he acabado la traducción ni mucho menos, sólo tengo dos capítulos traducidos. Intentaré actualizar cada siete o diez días pero no es seguro que pueda.

Os dejo con el primer capítulo:

No era la primera vez que a Edward Cullen se le ocurrió que debía tener cierto gusto por el masoquismo.

Qué otra cosa podría explicar el hecho de que todavía estaba allí – sentado solo, tratando de ignorar el asiento vacío enfrente de él y los restos de una bebida, trozos de hielo derritiéndose en el líquido anaranjado de lo que quedaba de un cóctel Long Island*. Se distrajo mirando cómo las gotas de agua resbalaban por el vaso y hacían un pequeño charco en la mesa de uno de los montones de pequeños restaurantes que pueblan el Hotel y Casino Monte Carlo, en Las Vegas. A su lado, su propio vaso permanecía allí, intacto. Había sido ella la que pagó por la bebida, la llevó a su mesa y se sentó enfrente de él, y él ignoró la acción discretamente, de la misma forma que lo llevaba haciendo desde que tuvo edad legal para beber, hacía ya once años.

¿Qué otra cosa, excepto una tendencia masoquista, podría explicar por qué pretendía revisar las notas de la presentación que tenía que dar mañana cuando en realidad estaba mirando fijamente a la llave de la habitación que ella había dejado en la mesa?

Edward se pasó una mano por los ojos, restregándoselos debido al cansancio, deseando ser otra persona.

El ruido de carcajadas resonó desde el otro lado de la habitación y Edward echó un vistazo, casi gruñendo en voz alta, cuando vio que Tanya Ivanova – quien había dejado su mesa para irse al área del bar del restaurante – se encontraba ahora sentada en un taburete en la barra del bar, con la cabeza echada hacia atrás, claramente divirtiéndose, mientras otro de sus colegas se sentaba a su lado, con una sonrisa lasciva.

De repente sediento, Edward cogió el vaso de whisky con Coca Cola que ya estaba aguado y se lo bebió en tres tragos, haciendo una mueca a la vez que bebía.

Tratando de ignorar el agradable sonido de su risa, Edward volvió a mirar la llave de la habitación, la cogió y la giró entre sus largos dedos.

La culpa lo invadió y deseó fervientemente no sentirse tan tentado como se encontraba en ese momento.

Tanya volvió a reír y Edward miró de nuevo a pesar de sus esfuerzos por no hacerlo.

¿Cómo no sentirse tentado? Conocía a Tanya desde hacía cuatro años, los mismos que llevaban asistiendo a las reuniones de accionistas que se celebran dos veces al año. Tanya era inteligente e ingeniosa. Era sin ninguna duda una de las mujeres más guapas que había visto en su vida – con pelo rubio, un cuerpo escultural, piernas de infarto y sonrisa sexy.

Y también estaba casada.

Edward entendía el porqué de su oferta. No habría complicaciones. Mañana, después de la última conferencia, la suya incluida, él volvería a Chicago y ella a su vida en Nueva York – a su marido, a quien Edward nunca tendría que conocer. No habría relación apasionada, ni cartas de amor, ni ningún tipo de drama si él decidía coger esa llave y entrar al cuarto de Tanya esta noche. Siempre habían sido compatibles, disfrutando de la compañía del otro. Lo que Tanya le ofrecía era una noche de placer – nada más.

"¿Le sirvo otra bebida, Señor?" preguntó la camarera, con una sonrisa amable, a la vez que recogía su vaso vacío y el de Tanya.

"Sí," dijo Edward con voz ronca. Cuando la camarera se marchó, cerró los ojos.

Bajo sus párpados, los ojos verdes de su abuelo le perseguían, y su mirada penetrante mostraba desaprobación. Edward no intentó ni pensar en lo que diría el Abuelo** sobre lo que estaba pensando.

No era lo correcto. Ningún hombre decente se plantearía algo así.

La camarera volvió, dejó otra bebida enfrente de él con un golpetazo, el hielo tintineando al mismo tiempo. Edward abrió los ojos y miró hacia abajo al líquido oscuro por un momento antes de bebérselo de un trago. Apretó los ojos, y contuvo la respiración a la vez que la sensación de ardor se extendió por su garganta, antes de sentir una calidez que empezó en la boca del estómago y se extendió hacia el exterior.

A veces Edward se sentía asqueado de ser tan decente.

Incluso el hombre más piadoso no estaba exento del pecado, pensó de mala gana. ¿No estaba eso en el libro que el Abuelo veneraba tan apasionadamente?

Y Edward sabía que él era un buen hombre, un hombre decente. ¿Era tan imperdonable pensar que merecía un respiro? ¿Era tan horrible que, por una vez, quisiera dormir al lado de alguien? ¿Qué quizás un poco de intimidad física sería agradable? Esta era la Ciudad del Pecado, después de todo. Lo que pasaba en Las Vegas…***

Edward se frotó la parte de atrás del cuello y sintió claramente los efectos del alcohol. Para la mayoría de hombres de su edad, pensó, dos vasos de whisky con Coca Cola no eran suficientes para emborracharse pero él sabía que tenía poca tolerancia al alcohol. Eso también se debía a la influencia de su abuelo. Podía contar con las dos manos las veces que se había permitido tomar una copa y todavía le quedarían dedos suficientes para sujetar su…

De cualquier manera.

Un resentimiento que no tenía nada que ver con el gusto amargo que el alcohol deja en la boca se coló sigilosamente en la mente de Edward.

Sus dos hermanos pequeños habían podido probar el alcohol antes de cumplir los 18, en la seguridad de su propia casa, bajo la supervisión de sus padres. Sus padres creían en dejar que sus hijos pusieran a prueba sus límites en un ambiente seguro.

Pero Edward no había sido criado por sus padres, de mentalidad moderna. Él había sido criado por su abuelo, estricto y de mente cerrada, y la culpa – por sus pensamientos adúlteros y por permitirse un par de bebidas – empezó a consumirle con la ferocidad de un león hambriento.

Rápidamente, Edward se levantó y guardó la carpeta y el ordenador en su bolsa. Se tambaleó pero consiguió mantenerse derecho mientras dejó el dinero suficiente para pagar la cuenta y una propina generosa y se encaminó hacia la salida. Sólo se detuvo en el mostrador de la entrada y murmuró que alguien se había dejado la llave de la habitación, antes de aventurarse en la noche de Las Vegas.

Una vez afuera, se sintió un poco mejor. Al menos no se sentía tan sofocado como lo había estado dentro del restaurante. Aunque el aire alrededor de él todavía era pesado debido al agobiante calor del desierto. Todavía no había anochecido lo suficiente como para refrescar el ambiente.

Edward se unió a la marea de gente que caminaba por la franja****, con las manos dentro de los bolsillos y la bolsa del ordenador dando golpes contra su muslo. Levantó la vista brevemente cuando oyó un suspiro colectivo que provenía de la multitud y apreció mentalmente la belleza del espectáculo de fuentes de agua enfrente del Bellagio pero continuó caminando hasta que llegó a Treasure Island.

Allí se paró, mirando fijamente primero al agua y luego al volcán que entraba en erupción cada 15 minutos. Esto se ajustaba mucho más a su estado de ánimo, pensó malhumorado. Fuego, lava y un estruendo como el de los truenos.

Se frotó los ojos otra vez, riéndose de sí mismo. Sin duda alguna estaba sintiendo los efectos del alcohol. Al parecer, si se diera el caso sería un borracho con muy mal genio.

Permaneció de pie, quieto, durante unos minutos, observando el agua que se mecía al pie del volcán, intentando no pensar mucho en nada en particular lo que, descubrió rápidamente, era más fácil de lo que habría pensado gracias al whisky que llevaba en el cuerpo.

Le costó bastante rato identificar un sonido extraño que no encajaba con el parloteo y el ruido que había alrededor de él.

Un sollozo.

Alguien estaba llorando.

Con curiosidad y un poco incómodo, Edward miró alrededor. El sonido era intermitente así que a su aturullada mente le llevó unos pocos minutos encajar la acción con el sonido.

No muy lejos de donde él estaba apoyado contra una verja, una mujer – una joven, en realidad – estaba sentada sola en un banco. Era obvio que estaba intentando no llorar y fracasando claramente. Cada vez que se secaba las lágrimas, éstas empezaban otra vez.

El corazón de Edward se encogió cuando la miró. Sus hombros estaban hundidos hacia adelante, su largo y bonito pelo marrón caía como una cortina delante de su cara cuando agachaba la cabeza, dando rienda suelta a sus lágrimas.

Apenado por su tristeza, Edward se encontró a sí mismo caminando – para ser sincero, medio tropezando – hacia su lado. "Hola," dijo, satisfecho de que la palabra resultase inteligible. "¿Puedo sentarme?"

Ella levantó la cabeza bruscamente, sus ojos marrones estaban muy abiertos y mostraban sorpresa y un poco de miedo. Se encogió ligeramente pero se mordió el labio y asintió, moviéndose hasta la otra esquina del banco. "El banco no es mío. Éste es un país libre," murmuró, con voz temblorosa.

Continuó secándose los ojos, respirando hondo para calmarse.

"¿Estás bien?" preguntó él, e inmediatamente quiso poner los ojos en blanco. Qué pregunta tan estúpida. Obviamente, la chica no estaba bien.

Ella contestó que estaba bien de todos modos.

"No es cierto," respondió él suavemente, cruzando las manos en su regazo para evitar ayudarla a secarse las lágrimas.

Un matiz de irritación pasó por sus ojos. ¿A ti qué te importa, de todas formas?"

"Es un país libre," le recordó gentilmente. "Puedo estar preocupado si quiero."

En ese momento ella pareció encogerse más. "Claro. Lo siento. Ya se que debo parecer una loca, aquí sentada llorando."

"Has perdido mucho dinero en la mesa de los dados ¿eh?"

Al decir esto, ella esbozó una pequeña sonrisa pero desapareció rápidamente. "No," respondió vacilante.

Él no estaba seguro de qué más decir y ella tampoco parecía tener prisa por decir algo.

Antes de que el silencio se volviera incómodo, a ella le sonó el estómago, lo suficientemente alto para que él pudiera oírlo a pesar de todo el bullicio que había a su alrededor. Ella cruzó los brazos alrededor del abdomen, sonrojándose de la vergüenza.

"Oye. Yo también tengo hambre," mintió él. "¿Qué tal si vienes a cenar conmigo? La compañía sería bienvenida."

Ella lo miró, sorprendida y con dudas.

Rápidamente, él levantó sus manos. "No estoy intentando ser un pervertido. Tú tienes hambre. Yo tengo hambre. Hay comida…y mucha gente…alrededor nuestro. Eso es todo, nada más."

Por un segundo pareció que ella iba a rechazar la oferta pero entonces su estómago sonó otra vez.

"Vale," dijo finalmente.

Que aceptara le hizo irracionalmente feliz. "Soy Edward, por cierto. Edward Cullen."

"Bella Swan," respondió ella, sin ofrecerle la mano o sin mirar para ver que él le había ofrecido la suya.

Caminaron en silencio hasta Treasure Island. Él señaló al restaurante más cercano y ella asintió. Para cuando estuvieron sentados uno enfrente del otro, ella todavía no había dicho ni una palabra.

Así que Edward se contentó con observarla, preguntándose qué estaba haciendo él con esta triste y silenciosa desconocida. La manera en la que mantenía su postura le ponía nervioso. Parecía que estaba lista para salir corriendo y sus movimientos, incluso cuando estaba sentaba leyendo el menú, eran inquietos.

A la vez que miraba al menú, una v apareció entre sus cejas y se mordió el labio.

"Invito yo," dijo Edward cuando se dio cuenta de que estaba mirando de mal humor a los precios.

Finalmente miró hacia arriba, sacudiendo la cabeza con vehemencia. "No. Gracias, pero no."

"Yo he sido el que te ha arrastrado aquí después de todo," razonó él. "Es lo menos que puedo hacer para darte las gracias por hacerme compañía."

Al principio, estaba seguro de que no iba a aceptar pero su estómago sonó con insistencia y ella se encogió otra vez, y parecía tan terriblemente derrotada que él tuvo la urgencia de retirar lo que había dicho. "Está bien. Gracias. Lo agradezco," dijo con voz leve, sonando avergonzada.

El camarero llegó a tomar nota y ordenaron. Edward se dio cuenta de que ella pidió lo más barato que había en el menú.

"Deberías dejarme invitarte a una bebida," dijo él, sin pensar antes de hablar. "Te vendría bien una bebida fuerte."

"No puedo beber," dijo ella, su voz nada más que un suspiro.

Él iba a preguntar que si era lo suficientemente mayor para beber cuando, inexplicablemente, su labio inferior empezó a temblar y se echó hacia adelante con la cabeza entre sus manos.

"Estoy embarazada," admitió, con la voz flaqueando tanto que Edward pensó por un momento que debía haber entendido mal lo que había dicho.

Sin saber muy bien qué más hacer, Edward se volvió al camarero, quien parecía tan desconcertado como él. "¿Puede ponerme un whisky con Coca Cola?"

~0 ~

Edward gruñó cuando recobró el conocimiento.

Se sentía fatal.

Primero, estaba bastante seguro de que un ratón o cualquier otra criatura con pelo había muerto y estaba descomponiéndose en su boca.

Segundo, a pesar del hecho de que sus ojos estaban cerrados, la luz que le estaba dando era demasiado brillante, haciendo que un dolor agudo se extendiese por su cabeza.

Tercero… ¿qué demonios era ese ruido?

Le costó un minuto recordar cómo abrir los ojos y cuando lo hizo, le costó otro minuto comprender que no estaba soñando.

La noche anterior había deseado fervientemente no tener que volver solo a su habitación a pasar otra larga noche en soledad.

Deseo concedido – definitivamente no estaba solo.

Sentada en el sofá en el otro lado de la habitación, con las piernas dobladas bajo su barbilla estaba la llorosa desconocida a quien había conocido la noche anterior. ¿Cuál era su nombre? Bella.

Estaba llorando otra vez.

Edward se estrujó el cerebro, horrorizado, pero por más que lo intentó no podía recordar cómo había acabado con la triste, asustada y embarazada desconocida en la habitación de su hotel.

Notas:

*El término de la bebida en inglés es Long Island iced tea. Es una bebido alcohólica que no tiene un equivalente en español.

**Para quien se haya fijado, he escrito la palabra 'abuelo' de dos formas, en mayúsculas o minísculas. He respetado el fic original. Digamos que cuando está en mayúsculas, se refiere a la persona en concreto, como si en vez de decir 'Abuelo' dijera un nombre propio. En el caso de las minúsculas, su abuelo en general. No sé si me explico...

***Hace referencia a una frase muy famosa en inglés, "What happens in Vegas, stays in Vegas"

****En inglés, Vegas strip, es una parte de Las Vegas, una de las avenidas más famosas que siempre sale en las películas. Si buscáis en Wikipedia, podréis ver la foto.

Por último, la historia no es mía, yo solo traduzco, pero si alguien la lee me gustaría que comentara en un review ;)