Hola amigos…perdón por no continuar mis otras historias…pero no he tenido tiempo…pero espero que cuando salga de vacaciones me pueda poner al corriente…mientras tanto les dejo una adaptación de una novela escrita por Corín Tellado….Pro con nuestros personajes favoritos…..

Te odio por ser de otro

Los personajes de Inuyasha y sus amigos le pertenecen únicamente a Rumiko TAKAHASHI

Y la historia pertenece a Corín Tellado .

Prologo

Kagome Higurashi tiene 21 años, es enfermera titulada y carece de parientes. Durante mucho tiempo ha convivido con su amiga Yuca, pero ésta se dispone a contraer matrimonio y Kagome decide dejar la ciudad y aceptar un empleo en Tokio. No puede confesarle a Yuca que el hombre con que va a casarse ha estado acosándola en secreto…

En Tokio, Kagome debe cuidar a Myoga Kirryo, un viejo granjero que posee la mayor hacienda de todo Tokio. Kirryo no tiene hijos, pero sí un sobrino que heredará toda su fortuna. Su nombre es Inuyasha Taisho; sus modales, como Kagome comprueba enseguida, son los de un perfecto grosero.

Capítulo 1

—Kagome, Kagome… ¿Dónde estás?

Silencio.

—Kagome… ¿estás ahí?

—Pasa, Yuca —sonó suave la voz armoniosa—. Estoy en mi cuarto.

Se oyeron pasos a través del pasillo y en seguida la gentil figura femenina, recostándose en el umbral de la puerta.

—Kagome—le exclamó alarmada—. ¿Qué haces? Pero… —ya estaba junto al lecho, al pie del cual la llamada Kagome disponía la maleta—. ¿Adónde vas?

—A Tokio.

—¿Cómo?

—Sí, me voy.

—¡Oh, oh…! No comprendo. No, no acabo de comprender. ¿Por qué, Kagome? Ayer tarde, cuando salimos de la oficina, no sabías nada. No me dijiste nada. ¿O es qué te lo has callado para no herirme?

Kagome no cesaba de ir de un lado a otro. Al fondo de la alcoba había un armario y de éste y sus cajones, iba Kagome extrayendo ropa y objetos. Apenas si quedaba ya algo de su propiedad en el tocador y la mesita de noche.

—Kagome… ¿no vas a decirme por qué?

—No tengo inconveniente —apuntó Kagome, doblando un camisón azul marino y metiéndolo sobre la demás ropa—. Me voy a Tokio y no sé cuándo volveré a Kioto. Tal vez nunca, o tal vez pasado mañana. Tomaré el tren de esta noche y espero tomar posesión de mi nuevo empleo mañana mismo.

—Oh… pero entonces… ¿te vas de veras? ¿Y qué haré yo aquí, Kagome?

Ésta cerró la maleta y consultó el reloj. Después, sin decir nada, se dejó caer en el borde de la cama, mientras Yuca, con la boca abierta, lo hacía en una butaca frente a ella.

—¿Tienes un cigarrillo? —preguntó Kagome al rato—. Los he terminado y no pienso bajar hasta la hora de irme a la estación.

Yuca, mudamente, como un ser atónito que no comprende nada, extrajo la pitillera del bolso de piel y le dio un cigarrillo a su amiga. Esta fumó aprisa, muy aprisa.

Era una joven de estatura más bien corriente. Frágil de aspecto, pero con una distinción nada común. Tenía el cabello negro, casi azuloso, a fuerza de negrura. Lo dejaba suelto y en las puntas se ondulaba con gracia. Había en la hondura de sus ojos azules una sombra de melancolía, y en el cuadro de su boca, de suaves labios húmedos, la mueca de una tibia sonrisa que se esbozaba tan sólo.

Los ojos de Yuca fueron, desde el maletín a la maleta, y el bolso y el cuerpo de su amiga vestida para el viaje.

—No lo comprendo —dijo—. No soy capaz. Aquí tenías una buena colocación. En esta fonda nos salía la vida económica. Tenemos aquí nuestros amigos y nos divertíamos alguna vez, y no estamos solas, porque nos acompañamos la una a la otra. ¿Por qué, Kagome?

Ésta hizo una pregunta que a Yuca le resultó desconcertante.

—¿Cuándo te casas, Yuca?

—¿Cómo?

—Eso… ¿Cuándo te casas?

—Aproximadamente cuando llegue Santa Claus.

—Sí, lo sé. Y yo me quedaré sola aquí, en el cuarto de esta fonda. Nunca tuve un hogar, Yuca, tú bien lo sabes. Soy enfermera titulada y jamás pude conseguir un empleo a mi gusto. Tengo veintiún años y carezco de parientes. Sólo te tengo a ti, y tú te casas.

—Kagome… no te comprendo aún.

—El reverendo Totosai me buscó un empleo en Tokio. En una casa particular. ¿Has oído alguna vez hablar de míster Myoga Kirryo?

—¿El criador de caballos? —se maravilló Yuca—. ¿Ese señor tan rico qué posee una hacienda inmensa en Tokio? ¡Oh, Kagome! Nadie, en todo el estado, e incluso en todo Kioto, ignora quién es míster Kirryo.

—Pues a cuidar a ese señor voy yo.

Yuca dio un salto, se puso en pie y volvió a desplomarse en la silla.

—Estás loca… ¿Sujetarse así a un deber de esa índole? Tendrás mucha vocación, pero… ¿no es eso qué vas a hacer una barbaridad? —se puso en pie y esta vez se inclinó mucho hacia su amiga—. ¿Por qué, Kagome? Cierto que yo me caso, pero no me voy de Kioto. Me quedo a vivir aquí y sabes muy bien que Tom te aprecia…

La apreciaba demasiado. Por eso se iba. Por eso fue a visitar una semana antes al reverendo Totosai. Por eso le pidió por Dios, que le buscara un empleo lejos de su amiga. ¿Hacerle daño a Yuca? Nunca, jamás. Y soportar las necedades de Tom, menos aún. Las necedades ofensivas por detrás de Yuca. ¿Qué clase de hombre era Tom? Un sinvergüenza, pero Yuca le amaba e iba a casarse con él.

—Necesito ver caras nuevas —dijo evasiva—. Necesito cambiar de ambiente. Y me gusta el seno de un hogar. Míster Kirryo es un hombre viejo. Tiene sesenta y cinco años, y además padece una enfermedad incurable. Tiene una terrible lesión en el corazón, y un día cualquiera… se morirá el pobrecito.

—Y tú te quedarás de nuevo sin empleo.

—Quizá me ayude ese mismo señor a encontrar en Tokio una colocación más a mi gusto.

—¿No hay forma de disuadirte, Kagome?

—No.

Y poniéndose en pie, consultó el reloj y procedió a juntar todo su no muy abundante equipaje.

El reverendo Totosai estaba allí, junto al andén.

Kagome caminaba presurosa, y a su lado un maletero cargaba con todo su equipaje, compuesto éste por una maleta grande, un maletín, un bolso de mano y la gabardina y el bolso.

El reverendo, un señor vestido de negro, ya entrado en años, se reunió a ella cuando la joven llegaba al vagón.

—Es ahí —dijo Kagome sin ver al reverendo, dirigiéndose al maletero—. Coloque mi equipaje en la redecilla. Eso es. Así. Gracias.

Puso una pequeña propina en la mano del maletero y subió al vagón de segunda clase. No había nadie en aquel compartimiento. ¡Mejor!

Necesitaba meditar mucho y no sentir en torno a sí la algarabía o las lamentables historias de los demás. Aislarse en un mundo propio, como si no existiera más que ella.

—Buenas noches, Kagome

La joven se volvió en redondo.

—¡Reverendo! No lo esperaba.

El padre sonrió beatíficamente, extrayendo algo del bolsillo.

—Con los apuros, esta mañana no te di una carta de presentación. Aquí la tienes, Kagome Como aún faltan diez minutos para que el tren salga de la estación, me gustaría hablarte de las personas con quienes vas a convivir. Voy a sentarme un rato, ¿sabes? He caminado mucho esta tarde, y la verdad es que estoy rendido.

—No debió molestarse, padre Totosai.

—¿Por qué no, hijita? Es mi deber, y además un deber que cumplo con gusto —se sentó y por señas le pidió que lo hiciera ella a su vez, Kagome obedeció—. Pensé que vendría Yuca contigo.

—Aproveché que fue a casa de su parienta, para salir yo de la fonda. Le dejé una nota despidiéndome. Solamente eso, puesto que la vi no hace muchas horas.

—Te conozco desde que eras muy chiquita, Kagome Desde que fui a visitar a tu madre moribunda, hace ya muchos años. Después te vi crecer en casa de tu tía, hasta que ésta falleció, y te vi más tarde trabajar y afanarte por ser algo. También te vi sufrir y soportar estoicamente los sufrimientos. Pero lo que nunca pensé es que el novio de tu amiga te importunara.

—Yuca nunca debe saber…

—No sabrá. Pero… ¿Te das cuenta, hija? Puede que quede en mi conciencia como un gusanillo. ¿Qué marido hará Tom para Yuca? No es hombre honrado, y yo lo tenía por todo lo contrario.

—No se olvide de que él está enamorado de Yuca…

—Pero te desea a ti.

—¡Padre!

—Bueno —sonrió éste tibiamente—. Dejemos eso. Huyes, haces bien. Tal vez y lo espero así, halles la felicidad lejos de este lugar. Te hablaré de la persona a quien vas a servir en adelante. Míster Kirryo es un buen hombre, muy rico y lleno de bondad. Hizo su dinero a base de mucho esfuerzo. Hace cuarenta años, según tengo entendido, no poseía más que un trozo de terreno en Tokio. Allí empezó criando caballos. Primero de casta corriente, después ambicionó más y hoy, los mejores caballos del mundo salen de sus posesiones. Éstas son inmensas. También te diré que, a fuerza de trabajar, se olvidó de casarse. Es soltero y sólo tiene un sobrino a quien crió desde que el muchacho quedó huérfano a los tres años. Este muchacho se llama… deja que recuerde. Pues no sé —rió aturdido—. No lo recuerdo. Inuyasha Taisho —exclamó seguidamente, casi feliz—. Eso es, Inuyasha Taisho. Es hijo de una hermana de míster Kirryo. El padre falleció en la hacienda de míster Kirryo reventado por un caballo, cuando Inuyasha no había nacido aún. Míster Kirryo se consideró responsable de aquella muerte, y jamás abandonó a su hermana. Esta falleció también. El muchacho estudió en Nueva York, y es heredero universal de su tío. De él precisamente tuve carta hace algún tiempo, rogándome que buscara una enfermera para su protector. El chico viaja mucho… es… ¿cómo te diré?, un tanto despreocupado. Terminó la carrera de ingeniero agrónomo hace ya algún tiempo, pero continúa viajando, y sólo de tarde en tarde pasa por la hacienda de su tío. Yo considero que lo tiene un poco abandonado, pero míster Kirryo, a quien visito frecuentemente, cuando tengo tiempo de llegarme hasta Tokio, no parece quejoso por ello. Cuando habla de su sobrino, lo hace con entusiasmo, y siempre dice: «Él es un universitario. ¡Qué sabe de fatigas y ansiedades! Ha crecido como si fuera un príncipe, y no hay que extrañarse de que siga viviendo igual. Cuando yo muera, tendrá que dejar de viajar y se hará cargo de la hacienda.»

Un hombre alto y fuerte, con aspecto de panadero, cruzó el pasillo, miró hacia el compartimiento, y al ver a la joven con el reverendo, siguió pasillo abajo.

El reverendo consultó el reloj.

—Tengo que irme. Los cultos empiezan a las siete y son las seis y media. Otra cosa, hijita —añadió, poniéndose en pie—. Me falta por hablarte de Kaede.

—¿Quién es… Kaede?

—Una especie de mandamás en la hacienda de míster Kirryo. Debe tener por lo menos cincuenta años, pese a que los disimula bien. Crió a Inuyasha y amortajó a su madre… Esta fue mujer delicada, y desde la muerte de su marido, apenas si hizo ni dijo nada, sólo seguirle a la tumba. Kaede llevó siempre las riendas de la casa. Nadie le rechistó jamás, y es como el que dice, una especie de semidiós de la hacienda. Inuyasha la adora, y ella a Inuyasha. Quiere bien a su amo, pero tiene una marcada debilidad por el muchacho.

—¿Qué edad tiene el muchacho, padre?

—Ah, pues no sé. Pasa de los veintitres, por mis cálculos. Pero, no temas, no te dará la lata. Apenas si pasa por la hacienda una o dos veces al año.

—Gracias por todo, padre. Muchas gracias.

—Bien te mereces que uno se preocupe por ti, hija mía. Si no supiera quién eres, jamás me atrevería a enviarte a casa de mis mejores amigos. Adiós, hija, y suerte.

En aquel instante el tren empezaba a moverse.

El reverendo saltó y Kagome quedó con la frente apoyada en el cristal de la ventanilla.

Continuara….

Hola si les gusta seguiré adaptando la historia sino…. por favor dejen sus reviews…con la respuesta