Cuando el amor vence al orgullo

Capítulo 1

El regreso

Caía la madrugada en la Capital del Este. En sus dormidas y solitarias calles un aero-taxi circulaba hacia algún destino. En su interior, una chica, asustada y con mucho miedo volvía a casa, a su casa, la de sus padres, donde había vivido toda su vida, feliz, con sus hermanos. Aunque su padre estuviese casi siempre ausente, siempre se recordaba así, feliz en aquella casa. Ahora habían pasado casi 6 años y no había vuelto a verlos; mientras miraba a través de la ventana del vehículo, en su cabeza se le acumulaban las preguntas, ¿estarán bien?, ¿seguirán ahí?, ¿me habrán echado de menos?, ¿se habrán acordado de mí?

Mientras que el aero-taxi seguía recorriendo el largo trayecto ella seguía con sus preguntas, ¿Qué pasará cuando me vean llegar?, ¿me volverán a echar de casa?

Al pensar en esta pregunta no pudo evitar girar la cara hacia el interior del habitáculo y observar una bolsa de deporte que llevaba como único equipaje, en cuyo interior dormía plácidamente un bebé de apenas dos meses.

No creo que me echen con un bebé -pensó la chica. O tal vez con más razón no me quieran ni ver -volvió a pensar.

Miró otra vez por la ventana, pensando en lo que dejaba atrás, una vida de sufrimiento y maltrato. Al pasar el aero-taxi por una de las farolas encendidas de la calle vio el reflejo de su rostro en el cristal de la ventanilla, un rostro que hablaba claramente lo que había vivido. Se tocó los moratones con las yemas de los dedos, ¡Augh! ¡Aún duelen! –y no pudo retener más las lágrimas.

El taxista la observaba por el espejo retrovisor y comprendió el calvario por el que había tenido que pasar esta chica, por desgracia, esta clase de situaciones suceden todos los días, él estaba contento de contribuir, con este viaje a ayudarla.

Llegaron por fin al destino, la casa de sus padres. Estaba muy nerviosa, no paraba de pensar en el reencuentro, sobre todo con su madre, que siempre la apoyó en su decisión y se quedó muy triste cuando tuvo que irse.

Cuando se asomó por la ventana no podía creer lo que estaba viendo, una casa en ruinas.

- ¿Está segura que era esta la dirección, señorita? -le preguntó el taxista.

- Sí, es esta -le dijo con un nudo en la garganta.

Bajó del coche y se acercó. A medida que se acercaba a las ruinas podía notar cómo su corazón se aceleraba más y más por la mezcla de nervios y desesperación, pues no se lo esperaba. Al mirar más de cerca pudo ver que la causa podría haber sido un incendio. ¿Qué habrá pasado? -se preguntaba a sí misma, ¿Estarán bien?, ¿Dónde estarán?... Se puso a rebuscar entre los escombros a ver si veía algún recuerdo o alguna pista para saber dónde buscarlos pero no hubo suerte, estaba todo calcinado, el fuego lo había devastado todo, no había dejado nada.

Se puso a pensar, ¿Qué hago ahora?, ¿por dónde los empiezo a buscar?, ¿a quién le pido ayuda? Se quedó pensando un rato, tanto que no se había dado cuenta de que había comenzado a llover y se estaba empapando. El taxista, muy amable le ofreció su chaqueta y la entró dentro del vehículo.

- ¿Tiene a alguien a quién recurrir, señorita? –le preguntó el taxista. Ella negó con la cabeza al mismo tiempo que pensaba a quién podría ir en su busca. La única persona que se le venía a la cabeza era Bulma, pero enseguida descartó esa idea, Bulma y mi hermano Gohan se encargaron de enviarme bien lejos de la Capital Oeste, no querrá verme -pensó ella.

¡Ains! piensa, piensa, Akari, ¿a quién puedes recurrir? –se decía a sí misma mientras entrelazaba sus dedos entre sus cabellos negros. De repente se acordó de alguien, alguien a quién no había visto desde que era pequeña, que jugaban en su casa ella y su mellizo Goten, la casa del Maestro Muten Rôshi. Nunca tuvo problemas con él, era un viejete muy simpático aunque un poco guarro, siempre viendo revistas de chicas con poca ropa.

La casita del Maestro quedaba lejos pero Akari necesitaba llegar a algún destino, estaba agotada emocionalmente, además el bebé estaba a punto de despertarse y tendría hambre y sólo le quedaba un biberón de leche.

El aero-taxi puso rumbo hacia la casita KameHouse. Akari no tenía dinero pero esperaba que el Maestro le pagara el viaje si no estaría en un lío.

Durante el trayecto no paraba de pensar en su casa, destruida y por un incendio, ¿Qué lo causó?, ¿habría alguien dentro?, ¿mamá?, ¿Goten?, ¿habrá sido Gohan en uno de sus impulsos de mal carácter? Brrrrrrrr -sólo de pensarlo le recorría un relámpago por toda la espina dorsal.

Al cabo de unas horas llegaron a la casita, era de noche y refrescaba un poco. ¡Um! Ésta por lo menos está en pie y hay luz dentro -pensó Akari. Cogió su bolsa de deporte con su hijo dentro bien protegido del frío, Bajó del taxi, dirigiéndose hacia la casita, subió las escaleritas de la entrada y tocó a la puerta.

Se oyeron unos pasos que se acercaban cada vez más, la puerta se abrió y Akari tuvo que sujetar fuertemente la bolsa para que no se le cayese al suelo de la impresión que le dio y aguantó un grito. Con voz ahogada sólo pudo decir:

- ¡Bulma¡