Capítulo 1 - Las frías llanuras de Krébec
El viento sopla con una fuerza descomunal a través de la vasta extensión de vacío. Una gruesa capa de nieve cubre el piso haciéndolo casi intransitable y el frio es tal que no se avista ni un hálito de vida en kilómetros, pero eso sería raro aunque esta tierra no estuviese azotada por una brutal tormenta.
Incluso con esta inhóspita visión podemos encontrar a un pequeño grupo de cinco individuos ataviados con pesadas armaduras forcejeando contra la tormenta. Son caballeros del rey Duxoli, leales a su causa, en busca de la Bruja Negra que había lanzado un pesado ataque a la capital de Ruten hacia tan solo un mes atrás. Avanzan pesadamente abriendo gruesos surcos en la blanca densidad del suelo, congelados hasta los huesos pero firmes. Avanzan sin detenerse… aunque ¿quizá también lo hagan sin rumbo?
-Esta tormenta nos va a matar si no encontramos un refugio pronto- dijo uno de los caballeros que iba ataviado con una armadura plateada y un yelmo cubriéndole parcialmente la cabeza. Desde el hueco se podían vislumbrar claramente un par de ojos amarillos en la cara de un oso color café que cargaba con una alabarda negra de gran tamaño – Perdimos el rastro de esa bruja hace tiempo ya y no creo que podamos recuperarlo en estas condiciones -
-Marcus tiene razón Linco – lo apoyó una voz femenina proveniente del caballero más cercano a Marcus. Esta llevaba una armadura un poco más ligera ya que estaba hecha con cuero en lugar de metal, llevaba una capucha y una bufanda que solo dejaba entrever un par de ojos verde esmeralda rodeados por un pelaje del mismo color de la nieve que los rodeaba. Llevaba un arco y un carcaj colgados de la espalda – No hay forma de que la alcancemos. Lo más probable es que muramos congelados antes de encontrarla.
El caballero que iba más adelante liderando el camino se detuvo y volteo para mirar a sus camaradas. Iba ataviado con una armadura plateada también, solo que el yelmo de esta le cubría totalmente la cabeza. Iba armado con un espadón gigante cuya hoja estaba hecha completamente de diamante puro unido uniformemente a una empuñadura de roca negra como la noche.
-Bien – Admitió Linco – Deimina y Marcus tienen razón… Nyx, Leira - exclamo a los dos caballeros que iban en la retaguardia – ¿pueden hallar algún refugio en los alrededores?
-Sabes bien que me sería imposible volar en estas condiciones – respondió Leira. Iba vestida con una armadura también plateada cuyo yelmo le cubría toda la cabeza, la gran diferencia era que esta armadura dejaba libres un par de alas que asomaban por la espalda de la joven. Podían vislumbrarse dos hachas de mano colgando a la altura de su cintura – yo no puedo inmolarme como lo hace Nyx.
- No te hagas tanto problema Leira, el frio a veces hace que hasta al psíquico más adiestrado se le enfríen las ideas de tanto en tanto – Bromeó Nyx. Este llevaba una armadura mixta de cuero y metal color dorado. El yelmo permitía ver claramente un pico y un par de ojos anaranjados rodeados por un plumaje de tonos rojos, amarillos y naranjas que producen el vago recuerdo de una flama. Nyx iba armado con una maza de tamaño considerable y llevaba un escudo negro con una insignia dorada grabada. También tenía un par de alas que asomaban por su espalda – No hay problema Linco. Voy ver que puedo encontrar
Acto seguido desplegó sus alas y levanto vuelo al mismo tiempo que todo su cuerpo comenzaba a arder.
-Estoy segura que debe ser muy agradable estar cubierto en llamas, sobre todo en este momento – Apunto Leira mientras seguía con la vista la trayectoria de Nyx hasta perderse en la tormenta
- ¿Supongo que solo nos queda esperar a que vuelva y cruzar los dedos para que lo traiga consigo sean buenas noticias no? – agregó Marcus mirando a todos en el grupo hasta que su vista se clavó en Deimina.
Esta se encontraba tiesa y muy atenta a algo más allá de lo que permitía ver la poderosa ventisca.
-¿Qué pasa Deimina? – pregunto Linco
-Creí haber visto… - Comenzó ella pero no alcanzó a terminar la frase. Tomó rápidamente su arco al mismo tiempo que empezaban a escucharse unos horribles gruñidos acercándose rápidamente.
Los cuatro se pusieron en guardia y en un parpadeo cientos de criaturas moviéndose con ligereza en cuatro patas emergieron de la nada. Parecían cadáveres caminantes. Estaba hechos pedazos, con partes del musculo al descubierto en incluso hasta los huesos en algunos casos moviéndose en grupo directamente contra los caballeros.
-¡Necrófagos! – gritó Leira mientras estos seguían acortando cada vez más la distancia que los separaba.
Antes de que pudieran organizar un contra ataque efectivo ya tenían a las criaturas encima atacándolos violentamente. Se trenzaron en un combate caótico. Los caballeros estaban ralentizados por la tormenta y con la visión reducida mientras que a los necrófagos esto parecía no afectarlos en lo más mínimo. Linco comenzó a blandir el espadón con todas las fuerzas que aún el camino no le había arrebatado, despedazando a toda criatura a su alcance. De tanto en tanto alguna esquivaba el filo de la espada y lograba subírsele encima lo que lo obligaba a quitársela de encima con un amplio movimiento dejando así un hueco en su defensa que los cadáveres aprovechaban para atacar. Por suerte su armadura era lo suficientemente gruesa como para resistir las garras y los dientes de sus adversarios. En un momento al lanzar un golpe con más fuerza de lo esperado perdió el equilibrio y tres criaturas se le encimaron inmovilizándolo. Linco lanzó un alarido de ira que por suerte Deimina oyó. La loba derribó a los monstruos de un flechazo cada uno. Mientras Linco se incorporaba agradeciendo a su camarada uno de los necrófagos a su espalda le saltó encima a la arquera golpeándola con sus garras directamente en la cara.
-¡No! – Grito Linco con desesperación mientras observaba como un importante chorro de sangre se esparcía en la nieve – Deimina, resis… -pero estaban muy superados en número y nuevamente Linco se vio forcejeando para quitarse varias abominaciones de encima.
-¡Deimina! – seguía gritando pero sus gritos eran opacados por la tormenta y los ruidos del combate. Solo podía observar como un grupo de criaturas se agrupaban en el lugar en el que había caído su compañera mientras forcejeaba por quitarse de encima a los que lo atacaban a él. Cayó nuevamente al piso y alcanzó a divisar otro cuerpo en el suelo un poco más a la izquierda de donde había caído Deimina. Este era considerablemente grande y estaba rodeado por necrófagos. La nieve a su alrededor estaba completamente teñida de rojo.
Cuando todo parecía perdido, una ola de calor invadió toda la zona y las llamas lo cubrieron todo. Nyx había vuelto. De un mazazo se deshizo de los monstruos que estaban sobre Linco y siguió camino hacia donde había caído Marcus. Linco se levantó frenéticamente y con su espadón empuñado fuertemente atino un brutal golpe, dispersando a los que estaban sobre la arquera caída. Los necrófagos que aún estaban en pie se dieron a la fuga ante el cambio de control del combate dejando a los caballeros nuevamente solos en medio de la tormenta de nieve.
-¡Mierda, mierda! – Vociferó Linco al acercarse a lo que alguna vez había sido Deimina – ¡Esa maldita bruja!
El cuerpo de Deimina estaba despedazado en medio de la nieve. Le faltaba una pierna completa. Tenía el abdomen abierto y su contenido esparcido en derredor. Parte de la cabeza estaba totalmente despedazada también. Lo que alguna vez había sido una loba de pelaje blanco y ojos verdes yacía en pedazos como un grotesco rompecabezas para armar.
-¡Linco! ¡Necesitamos ayuda con Marcus! – Exclamó Nyx – ¡Está aún con vida!
Se dirigió rápidamente hacia donde estaban sus compañeros y examinó las heridas del oso.
-¡Marcus! – Exclamo al llegar – ¡mierda! ¡Esto no está bien!
La armadura de Marcus había protegido su torso y sus piernas de manera muy eficiente, pero esto solo sirvió para que los necrófagos se concentraran en el agujero del yelmo. Tenía toda la cara hecha pedazos, ya casi sin forma. No se podía avistar nada que se pareciese a unos ojos o una nariz. Le faltaba la mandíbula lo que hacía que la lengua colgase inerte hacia un lado. Marcus aún se movía ladeando la cabeza de un lado al otro y agitando levemente los brazos y piernas.
-Apártense –Dijo Nyx sacaba un cuchillo de su cintura y lo sostenía con ambas manos – Lo siento Marcus… – acto seguido clavó con fuerza el puñal en su cabeza.
- ¿Y Deimina? –preguntó Leira muy afligida. Tenía su armadura llena de abolladuras y arañazos. Linco se dio vuelta para observar el sitio donde yacía la loba –La hicieron pedazos… como su armadura era ligera atacaron todo su cuerpo…
-¡Mierda! ¡No tendría que haberme ido! – Exclamo Nyx – ¡esa bruja no habría enviado a los necrófagos sabiendo que estoy aquí!
-Esto estaba preparado, ella no debe estar tan lejos como creíamos – contestó Linco con rabia
-Quizá sí. Con su magia seguramente es capaz de controlar a esos monstruos desde cualquier lugar. O quizá los había dejado como obstáculo cuando pasásemos por este lugar – puntualizó Leira.
-No tiene sentido que discutamos esto. Tenemos que enterrar a nuestros camaradas y seguir nuestro camino – dijo Nyx – es la mejor forma de honrar su memoria…
-Tienes razón… pero no creo que sea posible enterrarlos en este lugar. No sabemos qué tan profunda es la nieve… creo que lo mejor que podemos hacer por ellos es quemar sus cuerpos para evitar que en el momento en que nos vayamos esas criaturas vuelvan a comerse lo que queda de ellos – propuso Linco
-Muy bien – asintió el fénix – denme espacio así puedo incinerarlos correctamente
Leira y Linco se apartaron mientras Nyx comenzaba a cremar los cuerpos. La pira ardía con una intensidad infernal mientras reducía los restos de sus camaradas a cenizas que la tempestad arrastraba a su paso. Una vez incinerados los cuerpos, clavaron el alabarda de Marcus lo más profundo posible en la nieve y colgaron de ella el arco de Deimina.
-La muerte en combate es el mayor honor para nosotros. Nuestro ideal es proteger la paz que Ruten ha logrado aunque eso cueste nuestras vidas. Ellos llevaron una vida de servicio y lealtad al reino intachable, y murieron defendiendo nuestra causa, la causa de nuestro rey. Canciones serán cantadas sobre sus hazañas y su sacrificio nunca será olvidado – las palabras brotaron de Linco casi como un discurso conmovedor en un funeral adecuado. Los tres se agruparon unos momentos frente al pequeño monumento que formaban las armas de sus compañeros caídos.
- Encontré un lugar donde podemos esperar a que pase la tormenta. Está a un kilometro en aquella dirección – informó Nyx apuntando hacia el suroeste
- En marcha entonces…
Continuará…
