¿Dónde andabas tú?

Capítulo 1

Inoportuna maravilla, que aterrizaste en mi vida…

Cuando menos lo quería…

La inmensa urbe que cada día crecía más, escondiendo entre los altos rascacielos, todo aquello que un día fue sencillo y cotidiano, de aquella ciudad que un día fue su hogar de niño quedaba muy poco; esta ahora se mostraba ante él imponente, asfixiante, agobiante; sus ojos… ojos azules que se paseaban por cada rincón de esta y que buscaban algo que no encontraría allí, que sabía no encontraría allí, era consciente donde se encontraba… al otro lado del mundo, muy lejos de sus manos, de sus ojos, de su pecho… y todo era su culpa, él lo había abandonado, lo dejo como se deja aquello que no importa, ni siquiera tuvo el valor para aferrarse a ella… tuvo miedo y se dejó derrotar, había perdido tantas cosas en su vida, pero nunca antes se había sentido tan vacío como en este momento. Cerró los ojos pesadamente, dejando libre un suspiro que más parecía un lamento proveniente del centro de su pecho, en ese momento un suave golpe en la puerta lo saco de sus cavilaciones, giro medio cuerpo enfocando su mirada en la doble hoja de madera.

- Adelante – Ordeno, agradeciendo a su voz por sonar normal.

- William la junta directiva ya está informada de la reunión de mañana, los representantes de las demás sucursales y los agentes del Ministerio de Hacienda también están convocados a esta, Nancy me acaba de entregar estos papeles que debes firmar, pues lo necesitan para estar tarde, solo resta atender algunos detalles más de orden logístico que también están siendo atendidos y… - El moreno se detuvo al ver que el rubio se encontraba ausente, lo miro unos segundos y se animó a hablar de nuevo – Albert… ¿Estas bien hijo? – Pregunto buscando los ojos del chico.

- Si… si George, disculpa estaba un poco distraído… ¿Me decías? – Inquirió colocando toda su atención en él pues se había perdido en las primeras palabras.

- Nada… no te preocupes por nada, era sobre la junta de mañana pero no es nada de importancia, todo está listo, solo debes firmar estos papeles… ¿En verdad está todo bien? No sé pero te noto algo distante, desde que llegaste de ese último viaje has estado ausente y hasta podría decir que algo te preocupa – Menciono mirándolo a los ojos.

- No es nada amigo… es solo que… - Estaba a punto de decir algo más, pero se arrepintió, nadie debía saber lo que había ocurrido durante ese último viaje – Ya sebes como soy… me acostumbro a la libertad y después me cuesta retomar mi papel como cabeza de familia – Contesto con una sonrisa que no llegaba hasta sus ojos azules.

- Comprendo, sé que todo esto es muy complicado para ti aun, pero créeme lo estás haciendo muy bien y en cuanto empieces a delegar responsabilidades a los demás y tengas mayor control de todo podrás dirigir la empresa a distancia y eso te dará la oportunidad de viajar de nuevo y disfrutar de tu libertad, no con tanta frecuencia como antes, pero será un comienzo… hasta puedes llevarte a Candy contigo, estoy seguro que a ella le encantaría acompañarte – Dijo con una sonrisa para hacerle creer al chico que su explicación lo había complacido.

- Seguramente, sabes que en estos momentos lo primordial para ella es concluir con sus estudios de medicina, ha invertido mucho tiempo en estos y además le falta tan poco… ¿Quién lo diría no? Candy convirtiéndose en una de las primeras mujeres doctoras del país, la verdad es que me siento muy orgulloso de ella – Esbozo con media sonrisa y poso su mirada de nuevo en el ventanal.

- No es para menos, tu esposa además de ser una mujer hermosa, es muy inteligente y gentil, muestra de ello es que después de todo este tiempo no ha cambiado su esencia, no se ha dejado corromper por la alta sociedad norteamericana – Expuso el moreno con una sonrisa – Bueno no te quito más tiempo, te dejo los papeles sobre el escritorio para que los revises, aunque todo está en orden, continuare verificando que todo esté listo para mañana – Agrego mientras caminaba hacia la puerta y estaba por salir cuando Albert hablo de nuevo.

- Gracias George… en un momento te los hago llegar… y todo esta… - Se detuvo al ver el interés en la mirada de su amigo – Todo está bien, como debe estarlo – Indico con media sonrisa.

El administrador asintió en silencio y salió del lugar dejando al joven sumido en sus pensamientos de nuevo, mientras en su cabeza se iba tejiendo una idea de porque esa actitud del magnate; que evidentemente intentaba ocultar algo y ese algo tenía que ver con su último viaje a la India, pues justo a su regreso de este había comenzado a mostrar ese comportamiento tan extraño, se distraía en medio de cualquier conversación, se la pasaba viendo a través de ventanal, suspiraba sin motivo aparente, hasta podía jurar que en ocasiones el joven lloraba en la soledad de su oficina. En un principio pensó que tal vez tenía problemas con Candy, pero descarto la idea pronto pues la chica se mostraba con él igual que siempre; cariñosa, alegre, atenta… así que llego a la conclusión que el problema no era ella sino él, un cambio se había dado en Albert y cada vez se le estaba haciendo más difícil ocultarlo – Pensaba al tiempo que se desplazaba por los corredores elegantemente decorados del edificio Andley.

Mientras en la presidencia de emporio bancario más importante del país, el jefe de familia, hombre de negocios y aventurero William Albert Andley, dejaba volar su mente a un lugar muy lejano de donde se encontraba actualmente, completamente distinto, mágico, lleno de vida, color y libertad… sobre todo libertad, pero en medio de todo también había algo prohibido y era precisamente eso lo que lo torturaba y lo elevaba, ya no sabía qué hacer para librarse de todo eso que lo agobiaba, no podía ya seguir luchando contra esto y terminaba dejando que su pecho se llenase de emociones y sentimientos que cada vez le costaba más controlar.

- Naysha… ¿Por qué ahora? ¿Por qué en este momento? ¿Dónde andabas cuando podía darte todo mi amor con total libertad? Cuando podía darte el cielo con su azul, cuando podía entregarme a ti sin dañar a terceros… ¿Dónde andabas Naysha? – Se preguntaba cerrando los ojos para evitar que las lágrimas lo desbordasen, pero ya era muy tarde, dos de ellas rodaban por sus mejillas y los recuerdos lo golpeaban de nuevo sin piedad, como lo habían hecho desde que abandono ese lugar hacía ya dos meses, dejo libre un suspiro y su mente se remontó a ese día que le cambio la vida.

Después de haber viajado desde América hasta Londres y de allí por diferentes ciudades de la India, al fin había llegado a Jaipur, la capital del estado de Rajastán, donde se encontraba ubicado el Museo Albert Hall, que había fundado su padre en 1887 con la intensión de hacer menos impactante el choque entre las dos culturas que convivían en la ciudad: la hindú y la británica, después de varios conflictos internos, Inglaterra había instaurado su dominio en este lugar, como lo había hecho en la mayoría de los estados de la India, provocando el descontento general y un sentimiento de opresión que hacía muy difícil la convivencia entre propios y foráneos, así fue que a su padre se le ocurrió la idea de crear un espacio donde ambos pueblos pudieran expresar su cultura de manera libre y dar pie a conocer un poco más la una de la otra. Después de su muerte este lugar había sido prácticamente abandonado por la familia y solo se mantenía gracias a la iniciativa de los habitantes de Jaipur, quienes se habían encargado de preservar este canal entre británicos e hindúes. En cuanto Albert se enteró de su existencia vio en este la oportunidad para escapar de la agobiante vida de negocios que llevaba en Chicago desde hacía más de cinco años, en el mismo momento que acepto sus responsabilidades como jefe del clan Andley se había condenado a permanecer encerrado entre paredes, a vivir de reunión en reunión, eventos sociales de distintos tipos, ya fuesen cenas benéficas, bodas, presentaciones sociales, cumpleaños, aniversarios y un sinfín de compromisos más; dejando en el pasado todo aquello que en verdad deseaba, la libertad de poder viajar por el mundo, conocer nuevas culturas, aprender otros idiomas, disfrutar de las hermosas vistas que el mundo podía ofrecerle y no solo aquella que apreciaba desde el gran ventanal en la presidencia del consorcio Andley.

Su mirada se paseaba por las calles de la viva y colorida ciudad rosa, como la llamaban debido a que la mayoría de sus edificios se encontraban pintados de un brillante tono salmón, resaltado entre todos El palacio de los vientos, una magnifica estructura de cinco pisos que se asemeja a la cola de un pavo real, animal de gran valor simbólico en la India, pero sin duda lo que llama la atención de este era la gran cantidad de ventanas y celosías, cientos de estas, que decoran su fachada, él se encontraba fascinado ante el espectáculo que apreciaban sus ojos, ya había visitado este país con anterioridad, pero solo las ciudades de Bombay y Nueva Delhi, no había tenido la oportunidad de internarse un poco más, hasta entonces. A poca distancia de El palacio de los vientos se encontraba El palacio de la ciudad o Palacio del Maharajá, donde estaba ubicado el museo de su padre, el edificio se podía apreciar desde cualquier ángulo de la ciudad por ser el más importante de la misma, la residencia del Maharajá. El auto donde se trasladaba se detuvo frente a un modesto edificio de dos plantas a unos cuantos metros de este, ese sería el lugar donde se hospedaría por el tiempo que permaneciese en la ciudad, que para su desilusión no sería más de un mes, pues ese fue el plazo que logro obtener dejando los negocios a cargo de Archie y George.

- Cuanto me hubiese gustado tenerte aquí Candy… seguramente te habrías emocionado tanto como yo admirando este maravilloso lugar – Susurro mientras descendía del vehículo, para después seguir al anciano que lo había traído hasta aquí y le indicaba lo acompañase por medio de un ademan pues no hablaba muy bien el inglés. – Buenos días – Saludo al joven tras el mostrador.

- Buenos días señor ¿En qué puedo ayudarle? – Pregunto este con una amable sonrisa.

- Soy William Albert Andley y tengo una reservación a mi nombre… la hizo el profesor Braham – Explico mirando al chico a los ojos.

- Por supuesto caballero… es usted el hijo de lord Albert Edward Andley, sígame por favor – Pidió guiándolo por un largo pasillo que daba a un patio interno, con una hermosa fuente en medio, alrededor de esta varias bancas de piedra y en cada columna una planta colgante que llenaba de un exquisito aroma el lugar – El profesor me pidió que le dijera que descansara el día de hoy, pues el viaje es agotador y él pasaría por usted el día de mañana muy temprano para ir hasta el museo – Indico mientras abría una puerta de madera de doble hoja y lo invitaba a seguir.

- La verdad si estoy un poco cansado, aunque me hubiese gustado visitarlo hoy, deseo aprovechar cada instante en la ciudad – Menciono detallando el lugar y mostrando su agrado con este.

- En ese caso puedo enviar a alguien para informarle al profesor de sus deseos ¿Le parece bien que sea en horas de la tarde? – Pregunto en tono amable.

- Seria perfecto, muchas gracias – Contesto el rubio con una sonrisa.

- Estamos para servirle ¿Desea algo más? – Inquirió de nuevo el joven.

- No, todo está bien gracias… - Respondió el rubio admirando la vista desde su habitación.

- Entonces me retiro para que pueda descansar, con su permiso – Menciono el moreno.

Albert asintió en silencio viendo al hombre abandonar el lugar, se encamino hasta el baño, para llenar la tina mientras acomodaba su equipaje, la verdad era que estaba bastante cansado, sacó un pijama de su maleta y algunos artículos de uso personal. Minutos después regresaba dispuesto a dormir un par de horas cuando al pasar por la ventana su vista se topó con un grupo de mujeres reunidas en el patio de una de las casas vecinas, todas vestidas con hermosos saris en colores brillantes, aunque no podía escuchar con claridad desde la distancia donde se encontraba era evidente que ellas bailaban, la mayoría de ellas se encontraban formando un circulo mientras reían y aplaudían a las danzantes en medio de este, su mirada capto a una de ellas que movía su cuerpo con maravillosa sutileza y armonía, sus caderas se balanceaban en un hipnotizante vaivén, seduciendo tal como hacia la peligrosa cobra, también giraba sus manos y sus hombros creando un movimiento que hacia bailar su cabello largo casi hasta la cintura, lo llevaba suelto, se encontraba descalza y al parecer era las más experta en esta danza pues todas la aplaudían con efusividad. Sin darse cuenta él sonreía lleno de calidez ante el cuadro que apreciaban sus ojos, dejo libre un suspiro sintiéndose maravillosamente feliz por ser libre nuevamente… al menos por unos días, pero haría que cada uno de estos valieran la pena.

- ¡Albert bienvenido a Jaipur! – Lo saludo el profesor con los brazos abiertos, horas después al verlo aparecer en la recepción del hotel.

- Profesor Braham, que gusto verlo de nuevo – Menciono el rubio recibiendo el abrazo del hombre que no tendría más de cincuenta años, mas su alma podía decirse que tenía siglos, era la persona con más experiencia en cultura hindú que hubiese conocido.

- Digo lo mismo… ¿Cómo estuvo el viaje? – Pregunto mientras se encaminaban por las calles para llegar hasta el Palacio donde se encontraba el museo.

- Bastante entretenido profesor, casi había olvidado la vibrante energía que envuelve a la India… la verdad es que extrañe mucho todo esto, fíjese que no había estado nunca antes en Jaipur y estoy impresionado de la belleza de su arquitectura, ciertamente parece una ciudad sacada del libro de Las mil y una noche – Acoto con una sonrisa.

- Yo diría que más bien parece sacado de un cuento de hadas de esos que ustedes tienes, con todos estos edificios rosa… las mujeres de Jaipur son las más felices de toda la India – Expuso con una gran sonrisa mientras entraban al museo.

Entre este y otro comentario llegaron hasta el Palacio del Maharajá, el profesor presento al rubio ante él mandatario para pedirle su autorización para que el americano pudiese al museo durante el tiempo que se llevaran las obras. Después de compartir un delicioso té de hierbas con el hombre se encaminaron hasta el museo, Albert se maravilló ante la gran cantidad de objetos y obras dentro de este, sobre todo con el vestuario de un antiguo Maharajá que debía haber medido más de dos metros y ser bastante corpulento pues más parecía el traje de un gigante.

- Profesor Braham disculpe la demora… - Se escuchó la voz de una mujer entrando al lugar.

Albert se volvió en un acto reflejo para ver quién era y sus ojos se toparon con unos hermosos y brillantes ojos de un enigmáticos tono hazel que lo miraron con curiosidad, la joven era de tez blanca, un tanto bronceada por el sol, cabello castaño oscuro, espeso y largo, su figura se encontraba vestida por un bello sari turquesa y naranja, con exquisitos bordados, llevaba sus manos llenas de pulseras como se acostumbraba, parecía una princesa envuelta en ese halo de luz que entraba por los vitrales de colores que cubrían el techo del salón, como si fuese más una visión fantástica que una mujer real, sus miradas se quedaron fijas por varios segundos hasta que ella la desvió bajando la cabeza y se giró para ver al moreno en otro extremo del lugar.

- Naysha no te preocupes hija… ven te presento al hijo de lord Andley – Dijo el profesor encaminándose hasta donde se encontraba el rubio. – Albert ella es mi ayudante y quien mantiene el orden en este lugar Naysha Mahal – La presento el hombre.

- Encantado, William Albert Andley – Le extendió la mano con una hermosa sonrisa.

- Un placer señor Andley… es un honor conocer al hijo de lord Andley – Expuso tímidamente.

- El honor debe ser para mi padre señorita… - Decía el rubio cuando el profesor lo interrumpió.

- Señora… Naysha está casada con Rabat Mahal, un buen amigo – Informó el profesor – Albert ha venido para financiar las reparaciones que desde hace mucho necesita el museo, me pareció extraño que no vinieses antes, con lo aventurero que eres, claro que ahora como hombre de familia que eres ya no puedes andar por tu cuenta como antes… por cierto ¿Cómo está tu esposa? Esperaba que vinieras con ella y conocer por fin a la mujer que logro hacerte sentar cabeza y formar un hogar ¿Ya eres padre, Albert? – Inquirió de modo casual haciéndoles un ademan a los jóvenes para ir hasta otro salón.

- Candy debió quedarse en Chicago profesor, ella está estudiando medicina y no podía ausentarse por tantos días, tenía que presentar unas pruebas, ya está pronta a graduarse… aún no tenemos hijos, decidimos espera a que Candy terminara sus estudios y que yo me afianzara más en la presidencia del consorcio, según mi administrador una vez suceda esto podré dirigir la empresa sin tener que estar todos los días esclavizado en la misma y así poder dedicarle más tiempo a nuestros hijos y le aseguro que los llevare a conocer el mundo como lo hice yo en mis años de juventud, así tenga que renunciar a ser la cabeza de familia de los Andley, no puedo permitir que ellos se pierdan de todas las cosas maravillosas que hay más allá de las calles de Chicago. – Expreso con confianza y una sonrisa que iluminaba su mirada.

- Los jóvenes de hoy en día piensan que tienen toda la vida por delante para tener hijos – Menciono el hombre riendo – Lo mismo le pasa a Naysha… recuerdo que tuve a mi primer hijo cuando apenas tenía dieciocho años y mi esposa dieciséis, en ese entonces las señoritas se casaban en cuanto cumplían los quince años y un varón no podía pasar de los dieciocho sin haber encontrado una esposa y por supuesto se debía ser padre antes de los veinte años – Explico mirándolo a ambos y después señalo unos detalles en el tejado.

- En ese entonces las cosas eran muy apresuradas profesor – Señalo el rubio con una sonrisa – Uno debe esperar a encontrar a la persona adecuada para formar un hogar, una familia… dudo que con diecisiete años se esté seguro de lo que se quiere en la vida – Agrego anotando en una libreta.

- El hombre jamás está seguro de lo que realmente quiere en la vida la mayoría de las veces, así tenga cien años Albert… somos inconformistas por naturaleza y nuestro estado perfecto solo dura unos años cuando mucho, para algunos solo días – Dijo guiñándole el ojo a los chicos.

- Profesor más le vale que su estado perfecto siga manteniéndose o de lo contrario Doña Indira lo enviara a dormir al patio con los animales – Pronuncio la chica quien se había mantenido en silencio hasta el momento mientras mostraba esa hermosa sonrisa que apenas podía apreciarse.

- Por eso digo que hay estados perfectos que duran años – Señalo en tono divertido.

Esto provocó que los jóvenes rompieran en una sonora carcajada que lleno el lugar de alegría, el rubio enfoco su mirada sin poder evitarlo en la chica y su corazón dio una voltereta para después golpear con fuerza dentro de su pecho, ella era sencillamente hermosa, su piel con ese hermoso tono bronceado por el intenso sol de la India, su cabello castaño oscuro, brillante y abundante, sus largas pestañas que resaltaban las preciosas gemas que eran sus ojos, su nariz recta y propia de los habitantes de este país, sus labios… tenía unos labios hermosos, llenos y delicados. Él sintió como una ola de calor recorrió todo su cuerpo y aparto rápidamente la mirada de la chica, recriminándose por mirar a una mujer de esa manera, no podía ni debía hacerlo él era un hombre casado, amaba profundamente a su esposa, Candy era todo lo que había deseado en esta vida y además esa chica también estaba casada, seguramente era feliz y amaba a su esposo tanto como él amaba a Candy, era una falta de respecto siquiera osar mirarla de esa manera.

- ¿Albert? – Lo llamó el profesor al verlo distraído.

- Si… si profesor disculpe, estaba pensando en otra cosa… ¿Me decía? – Inquirió concentrándose de nuevo en la conversación e intentando obviar el fuerte golpeteo de su corazón cuando su mirada se encontró con la de la chica.

El hombre le dedico una sonrisa y prosiguió con los detalles que debían ser arreglados, además de enseñarle algunas piezas de gran valor que el mismo Albert Edward había entrado al museo en un donativo, entre ellas encontró el escudo de la familia Andley grabado en una hermosa pieza de plata y oro que se hallaba incrustada en una pieza de madera pulida. Después de eso el profesor lo invito a cenar en su casa junto a su esposa y siete de sus doce hijo, pues los cinco mayores ya estaban casados, durante ese tiempo Albert olvido el episodio del museo, pero al llegar a la soledad de su habitación sus pensamientos fueron invadidos por la imagen de Naysha Mahal, al tiempo que su corazón volvía a ser presa de ese latido descontrolado que lo angustiaba, cerraba los ojos para intentar aparta de su cabeza aquellos color hazel pero todo parecía imposible, era casi medianoche y él no dejaba de pensar.

- Naysha… hermoso nombre para una hermosa mujer – Dijo en un susurro y se recrimino de nuevo. Optó entonces por buscar papel y lápiz para escribirle una carta a Candy, necesitaba sentirse cerca de su esposa, de su amor.

Al día siguiente cuando sus ojos se abrieron ya el sol entraba con fuerza, atravesando las delicadas cortinas de lino que se movían con la suave brisa de la mañana, ellas cubrían el amplio ventanal que había dejado abierto la noche anterior pues había sido una bastante calurosa. Se levantó muy despacio mirando a su alrededor para ubicarse y se topó con el sobre donde había colocado la carta que escribiera para Candy, ese mismo día iría hasta el correo para enviarla; se encamino hasta el baño y dos horas después se encontraba caminando por las calles de Jaipur, decidió desayunar fuera del hotel para conocer un poco más la ciudad, paso al correo y envió la carta para luego dirigirse hasta el museo y comenzar los trabajos.

- Buenos días profesor – Saludo el rubio entrando a lugar con la mirada puesta en la libreta.

- Buenos días señor Andley… el profesor no está, tuvo que salir a una reunión pero me pidió que le ayudara en todo lo que necesitase – Informo la chica mirándolo a los ojos con una linda sonrisa.

- En… entiendo, bueno… en verdad no sé por dónde empezar, aquí tengo la lista de todo lo que debemos hacer, pero para ello necesito contratar obreros, comprar material… - Decía cuando ella lo interrumpió.

- Yo podría… disculpe no debí detenerlo, continúe por favor – Se excusó bajando la cabeza.

- No… no, está bien… no se preocupe, dice que puede ayudarme ¿No es así? – Inquirió buscando sus ojos, sintiéndose aliviado al ver que su corazón no latía desbocado como la noche anterior.

- Si… mi tío es maestro de obras, él cuenta con el personal adecuado para comenzar los trabajos, además le dirán que debe comprar y donde – Contesto sintiéndose más confiada.

- Eso sería perfecto ¿Dónde puedo encontrar a su tío? – Preguntó mirándola.

- Yo podría llevarlo… no está lejos de aquí, bueno es como a media hora, pero usted no está acostumbrado a las distancias de la India así que lo mejor será tomar un carruaje, venga conmigo por favor – Pidió encaminándose al exterior.

El rubio asintió en silencio siguiéndola, la verdad le hubiese dado igual caminar pues era lo que deseaba, pero no dijo nada para hacer esto lo más rápido posible y aligerar las cosas, el perfume de azahares que ella usaba llego hasta él cuando tomaron el carruaje y un temblor le recorrió la espalda al momento de tomar su mano para ayudarla a subir a este, intento distraerse observando a través de la ventanilla, pero allí se encontraba de nuevo esa molesta sensación dentro del pecho y aunado a eso ahora sus manos también sudaban, se decía que debía ser por el día que era realmente caluroso, pero bien sabía que solo intentaba engañarse, aunque era absurdo sentirse de esta manera, como un adolescente, un chiquillo. Al fin llegaron hasta donde el tío de la joven, durante el viaje apenas si intercambiaron palabras y solo fueron relacionados con el trabajo que se haría al museo, nadie hablo de sus vidas, ella no pregunto ni por curiosidad de donde venía o si le gustaba la ciudad, tal vez porque no se acostumbraba a que una mujer hablase con un desconocido con tal libertad o sencillamente no estaba interesada en ello.

Albert le pidió al chofer que los esperase mientras hablaban con el dueño de la constructora, en realidad fue la chica quien hablo con el hombre y quince minutos después ya habían cerrado el trato, los trabajos de remodelación empezarían al día siguiente, ellos se encargarían de todo y el rubio solo debía pagar por el trabajo. Aunque Albert era un chico sencillo su alta cuna se podía apreciar en su porte y su forma de desenvolverse, por lo cual el hombre le dejo en claro que no tendría que preocuparse por levantar un ladrillo, que se dedicara a pasear por la ciudad y ellos le entregarían el museo en quince días como si fuese nuevo; el rubio le agradeció y regreso hasta junto a Naysha al carruaje que los llevaría al centro de Jaipur, ya era casi mediodía por lo que ella sugirió que almorzasen en un excelente lugar cerca del museo, era un mercado donde vendía de todo, desde oro hasta hermosas artesanías, el bullicio del lugar les obligaba a hablar más de cerca, por lo que el rubio tuvo que bajar en varios ocasiones para quedar a la altura de la chica, percibiendo de esta manera con mayor intensidad el delicioso perfume de ella; llegaron a algo que parecía ser una especie de plaza, donde se podían ver a varios grupos de personas sentados en esterillas de piernas cruzadas disfrutando de exquisitos platos servidos sobre hojas y que degustaban con los dedos, Albert recordó esa tradición y dejo libre un suspiro pues a él le resultaba bastante difícil comer de esa manera.

- ¿Le gustaría comer algo en especial? – Preguntó la chica frente a la mesa de los platillos.

- La verdad… no recuerdo como se pronuncian algunos platos o los ingredientes que llevan, no los como desde hace más de diez años… lo que usted decida está bien – Contesto de manera casual.

- En ese caso… almorzaremos chana masala, seguramente lo probo en Londres, es uno de los favoritos de los británicos – Esbozo con una sonrisa.

- En realidad recuerdo haberlo probado en Nueva Delhi cuando la visite por primera vez hace mucho tiempo – Acoto recibiendo el plato que la anciana le ofrecía y encaminándose con la chica a un espacio vacío dentro de la plazoleta.

- Habla de sus viajes como si hubiese pasado mucho tiempo… ¿Qué edad tiene? – Preguntó mirándolo a los ojos.

- Treinta y un años, pero comencé a viajar cuando apenas tuve la mayoría de edad, de eso hace más de doce años y deje de hacerlo hace cinco cuando me hice cargo de los negocios de la familia, era algo que hacia todo el tiempo y a lo cual me había acostumbrado… así que ahora… - Se detuvo tomando asiento frente a ella.

- Ahora siente como si hubiese pasado mucho tiempo de ello… como si hubiera sido parte de otra vida, donde era feliz y libre – Expuso sin siquiera analizarlo mucho, solo llegando a esa conclusión por la nostalgia que veía en el hombre cuando hablo ayer de su deseo que sus hijos conocieran el mundo – Debe ser maravilloso viajar por todo el mundo, conocer personas con otras culturas… ¿Cómo es Nueva Delhi? – Pregunto mirándolo a los ojos al ver que él se había quedado en silencio.

- ¿No la conoce? – Inquirió desconcertado pues estado en la India debería conocerla, por su ropa y sus joyas no era una mujer que no contara con los recursos económicos para hacerlo.

- No… nunca he salido de Jaipur, mis padres murieron cuando yo apenas era una niña y me quede a cargo de unos tíos, ellos tenían muchos hijos por lo que hacer un viaje hasta otra ciudad salía muy costoso y deseaba hacerlo en mi viaje de bodas, pero los padres de Rabat nos enviaron a las afueras de la ciudad, en la cordillera de Aravalli, deseaban que visitáramos el Monasterio de Dilwara, para que nuestro matrimonio fuera próspero y tuviera siempre abundancia en todos los aspectos… pero hasta ahora solo uno ha fallado… - Dijo sin pensarlo y cambio de tema rápidamente – Mi prima Sararí me conto que Nueva Delhi es una ciudad bellísima, que podía pasar toda una semana recorriéndola y no terminaría de conocerla nunca, hay muchos mercados y palacios – Menciono con alegría.

- Si, es un lugar bastante concurrido y colorido, su gente es igual de amable que aquí en Jaipur, su gastronomía también es exquisita, tiene monumentos bellísimos… debería buscar la oportunidad de visitarlo junto a su esposo, antes que nazcan los niños – Indico el rubio con una sonrisa.

- Si… debería – Dijo ella en casi un susurro bajando la mirada a su plato y comenzó a comer.

Albert noto que algo de lo que había dicho la había incomodado por lo que prefirió callar y disfrutar de la comida, el silencio fue interrumpió cuando ella con una sonrisa observo como él intentaba comer con sus dedos y hablo explicándole cómo hacerlo, indicándole como debía colocar los dedos y después llevarlos hasta su boca sin dejar caer la comida y manchar su ropa. El rubio la veía hacer con tanta facilidad que se animó a hacerlo, pero definitivamente a él no se le daba tan fácil como a ella, la chica dejo ver otra hermosa sonrisa y le dio unos trucos para llevar a cabo la tarea mostrándole muy despacio; los ojos de Albert siguieron el movimiento de ella y sin poder evitarlo se quedaron prendados de los labios de la joven y allí estaba otra vez su corazón latiendo a toda prisa y sus manos temblaron, aparto la mirada de ella colocándola en su plato y los nervios esta vez hicieron que el movimiento fuera mucho más torpe, ella dejo libre una carcajada y él no pudo más que acompañarla, sintiendo que algo extraño se comenzaba a despertar dentro de su pecho y lo hacía sentirse… vivo… realmente vivo.

Después de dos semanas él y Naysha se habían vuelto grandes amigos, salían a pasear por el mercado ya fuese en compañía del profesor o solos, todo el mundo conocía a la chica y sabían que no existía razón alguna para que su amistad con el americano diese paso a habladurías, desde que se casara con Rabat para ella no había existido otro hombre que no fuese su esposo, sus amigas más cercanas le hacían bromas diciendo que en lugar de votos sagrados ella había entregado sus ojos a Rabat, eso a pesar que este era poco lo que la atendía por estar viajando de un lugar a otro del estado por su trabajo, incluso algunas le decían que él era un desconsiderado por no llevarla consigo, apenas tenían un año de casados y era precisamente en ese tiempo donde se suponía que los esposos deberían hacer que el amor creciera sobre bases sólidas, como la convivencia y la atención. Albert se enteraba de estas cosas cuando acompañaba a la chica a almuerzos con sus familiares, el rubio se había ganado la confianza de muchos por ser amigo del profesor Braham, los hombres lo invitaban a salir a los lugares de moda y las mujeres lo llenaban de comidas y postres.

Los sentimientos en él habían crecido durante esos días, no entendía porque se ponía nervioso al estar cerca de ella y esperaba que las horas pasaran rápido para verla, le gustaba escucharla hablar de su infancia, de las tradiciones que seguían en diferentes ocasiones del año, de sus sueños de conocer otros lugares del mundo, le pedía a él que le hablara de todos aquellos que conocía, de los detalles que más le habían gustado y los motivos por los cuales regresaría a cada uno y él lo hacía lleno de emoción, su pecho se hinchaba de felicidad al ver como su mirada se iluminaba con cada descripción que él hacia; también le conto acerca de Candy y sin proponérselo el hablar de ella le revelo muchas cosas que hasta entonces él se había negado a reconocer, vio que el amor que sentía por la rubia era más de amigos que de esposos, que ambos se habían comprometido pensado que el amor que compartían era suficiente para llevar una vida de pareja y ciertamente lo era, entre ellos había confianza, comunicación, cariño, amor… hasta pasión pues se mentiría si decía que no disfrutaba de hacerle el amor a Candy, solo que… que siempre quedaba con la sensación que hacía falta algo, era como si cada uno guardase algo dentro de sí, que se suponía debían entregar… pero que por alguna extraña razón no lo hacían y tampoco hablaban de ello o exigían recibirlo, solo se conformaban con lo que tenía, sin preguntar nada más.

Continuará…