Capítulo I: Purgatorio.

Los gritos no la dejaban dormir, esos alaridos que asustarían a cualquiera eran algo común en la institución, especialmente por las noches. No, este no era un lugar común, sino un lugar para dementes como ella o al menos eso era lo que creían todos, en especial su familia.

Estaba acostumbrada a la soledad, algo común en las personas que por una razón u otra se desvían del camino de la normalidad, personas especiales, distintas como ella. En un pasado, que en ese momento le parecía muy distante, siempre había tratado de eludir a las personas ya sea en la escuela, en la calle o incluso en su propio hogar. Fuera donde fuera se sentía mejor estando sola sin nada más que ella misma y su vivida imaginación. Amaba las historias, especialmente si esta tenia detalles horripilantes y misterios sin resolver, estas le hacían entrar en mundos en los que la aburrida normalidad del día a día daba paso a las más caóticas y fantásticas situaciones solo limitadas por el talento del autor. Así que mientras tenia historias, creía no necesitar a nadie más.

Es por eso que los primeros días y semanas en la institución no fueron del todo terribles, de hecho sentía que vivía una verdadera aventura como en los libros que tanto añoraba. Apresada en ese lugar y odiada por todos, se sentía como un héroe trágico caído en desgracia. Pero toda esa excitación e inmaduro optimismo solo aguanto hasta que comenzaron las primeras "sesiones".

Con el inexorable pasar del tiempo se dio cuenta que todo había sido una gran mentira. Tan solo una fachada para esconder sus verdaderos sentimientos, porque la verdad era que ella nunca había sentido una soledad como aquella, la verdadera y fría soledad la cual los humanos rara vez sienten y son capaces de imaginar. La verdad es que siempre tuvo a una gran familia a su alrededor, acompañándola en cada paso que daba. Nadie puede sentir la verdadera soledad estando rodeado por un montón de hermanas que harían lo que fuera por ayudarla, o de padres que la apoyaban en todas sus excentricidades, o amigas que tenían los mismos intereses comunes, o Lincoln, Sí, siempre tuvo a Lincoln de su lado, el único al cual recurría cuando se sentía incomprendida. Lincoln era lo único que en ese momento le deba esperanzas, él era un faro en la oscuridad, la única razón por la cual aún no había perdido la cordura.

Los gritos no parecían amainar, al parecer esa sería una de esas largas noches en las que el sueño definitivamente no llegaría. Pensó que ya no tenía sentido esforzarse en tratar de dormir, así que se sentó en la cama y trato de recordar que había ocurrido el día de ayer. Sus memorias se hallaban confusas, no recordaba desde hacía cuando había tenido algún momento de total lucides o un completo control de sus sentidos. Tal vez desde que había llego a este lugar, ¿y cuando fue eso exactamente? no podía recordarlo.

-Lucy tenerr cita con el doctorr.-dijo una repentina voz grave.

Levanto la vista y se dio cuenta que unos brazos regordetes la tomaban de las axilas y la levantaban súbitamente de la cama. Eran Crista y Alina las enfermeras gordas y fortachas a cargo de su pabellón psiquiátrico, Alina ni siquiera hablaba el idioma y solo se comunicaba en una lengua que Lucy no había escuchado nunca, con un asentó tan rudo y marcado que su voz fácilmente podría pasar por la de un leñador ebrio. Era Crista la que hablaba siempre, en un español terrible pero entendible.

Que ellas estén allí solo podía significar una cosa, tendría que soportar otra sesión con ese hombre. Sus captoras la llevaron a una habitación oscura al final de un largo corredor iluminado por potentes luces tan blancas que hacían llorar a sus ojos, en la habitación solo habían dos sillas diferentes una de la otra, una era una simple silla de aluminio plegable la otra era una silla de madera vieja para nada común sino una con correas en los brazos y patas con las que las enfermeras amarraron sus propios brazos y tobillos para que no pudiera escapar. Se quedó esperando un largo rato, o al menos eso fue lo que creyó, de pronto se encendió una luz amarillenta en el techo, la luz apenas iluminaba la habitación pero aun así pudo percatarse de que se encontraba en un lugar repugnante del cual sin importar cuantas veces lo visitara no podría acostumbrarse. Las paredes se encontraban llenas de un moho negruzco que producto de la poca iluminación parecían grandes manchones de sangre, además de eso toda la habitación olía a humedad seguramente producto de las goteras en las tuberías de agua que recorrían el cielorraso.

Un sonido mecánico la interrumpió de sus observaciones, la puerta del frente se abrió y de ella salió un joven doctor, llevaba unos pantalones de traje plomo acompañado un sweater verde limón rematado por unos zapatos cafés que parecían muy caros, en cuanto a su rostro, este era agradable a simple vista incluso guapo, de unos ojos verdes penetrantes que parecían escudriñar cada centímetro de su alma, aunque su apariencia era un ejemplo de pulcritud, llego a descubrir que su mente era aún más repugnante que la habitación en la que se encontraba en ese momento, nunca creyó posible odiar a otra persona tanto como ella odiaba al doctor Pavlov, menos aún creer que podía temer tanto a un vivo. Se sentó en la silla delante de ella y le dio una sonrisa irónica.

-Señorita Loud. ¿Cómo se encuentra?

-Bien doctor.

-Bien, Bien – decía el doctor mientras anotaba en la tablilla médica.

-¿Y cómo se encuentra Edwin?- al decir esto el doctor paro de escribir y la miro directo a los ojos.

-N-no conozco a ningún Edwin doctor.

-Señorita Loud, ¿sabe cuánto tiempo lleva en esta instalación?

Lucy trato de recordar, claro en un principio trato de contar los días que lleva allí encerrada, incluso había diseñado un intrincado sistema de símbolos que señalaban los años, meses y días pero con el pasar del tiempo y muchas sesiones de medicamentos distintos había olvidado su significado. Ahora las paredes de su habitación estaban cubiertas de murciélagos y estrellas.

-No lo sé…exactamente.-respondió luego de meditarlo.

-Digamos que lleva mucho tiempo en este lugar. –una sonrisa se formó en el rostro del doctor -¿Te gusta estar aquí?

-No doctor, odio este lugar…-

El doctor acercó su silla, se inclinó hacia ella y puso una mano en su hombro.

-¿Quieres salir de aquí, cierto? Quieres reencontrarte con tu familia, volver a Royal Woods y volver a ser una niña normal ¿Cierto?

Al escuchar ese nombre una sensación de angustia se apodero de su frágil espíritu, Royal Woods, el lugar donde había nacido, vivido y caído. El lugar en si evocaba tanto esperanza como resignación, alegría como dolor, era el lugar donde comenzó la espiral descendente que la llevo a ese preciso momento, el lugar del principio y el fin. No pudo evitar las lágrimas que se formaron en sus ojos y descendían por sus pálidas mejillas, se sentía patética demostrando tanta sentimentalidad ante él, pero no podía evitarlo, su tristeza, sus lágrimas.

El doctor viendo esta reacción saco un pañuelo de su bolsillo y con cuidado seco las lágrimas de las mejillas de Lucy.

-Sabes, todo esto puede acabar, en este momento y lugar.-el tomo el pañuelo y se lo llevo al bolsillo-Solo pido una cosa de ti. Lucy, quiero que me cuentes lo que hiciste.

Un sentimiento comenzó a formarse en su interior, no sabía que fue lo que desencadeno pero en cuestión de segundos la rabia comenzó a tomar control de su cuerpo, sentía un calor insoportable apretó sus manos con tal fuerza que sus uñas se clavaron en sus palmas generando un agudo dolor y dejando un hilillo de sangre en el respaldo de la silla. Levanto la vista del suelo y lo miro directamente a los ojos, y sintió un deseo primitivo que tal vez sintieron los primeros humanos al enfrentarse a lo que les causaba dolor, el deseo de destruir.

-¿Doctor Pavlov? –balbuceo Lucy.

-¿Si?

-A usted…lo odio aún más. –murmuro Lucy.

-¿Perdón?

-Lo odio, lo odio más que a este lugar, lo odio más que a mi familia, ojala tenga una muerte horrible. HAHAHAHAAHAHAHA.

Al imaginárselo en el suelo cubierto de sangre y llorando por clemencia, con su apuesto rostro destrozado, esa imagen la hiso sentir una alegría tremenda, rio y rio como nunca lo había hecho. ¿Era ella misma la que reía con tanta intensidad?, ¿no era Luan?, si de seguro era ella la pequeña y triste Lucy la que reía con tal violencia, ese pensamiento la hiso reír aún más fuerte.

El doctor se quedó mirándola un rato que pareció una eternidad, su rostro no demostraba ninguna emoción solo parecía sumido en una conversación interna, luego se reclino en su asiento y esa sonrisa burlona se plantó nuevamente en su rostro.

-Veo que los medicamentos no han surtido efecto, sigues demostrando una gran agresividad y un grave comportamiento antisocial. –el doctor escribió en su tablilla. – voy a recomendar otro tratamiento.

La rabia y euforia que sintió hace unos pocos segundos desapareció como por arte de magia, en cambio lo que sintió en ese momento fue miedo, miedo al darse cuenta de lo que le esperaba por su actitud desafiante.

-N-no más por favor, no…-dijo en tono suplicante Lucy.

-Señorita Loud, tengo todo el tiempo del mundo para hacer que nuestra relación doctor-paciente funcione. La pregunta es ¿Lo tiene usted?

-N-no no por favor déjeme salir.

Trataba de mover sus brazos y piernas, pero las ataduras no la dejaban moverse ni un centímetro. Cada esfuerzo solo hacía que sus extremidades le dolieran aún más, aun así traba de luchar, aun así trataba de zafarse inútilmente de ese martirio. El doctor no presto atención y se dirigió hacia la salida, no sin ante dirigirle una sonrisa.

-Buen día señorita Loud.

-¡NO SAQUEME DE AQUÍ, POR FAVOR AYUDA¡.

No recordaba cuantas veces había pasado lo mismo, no recordaba si era la segunda o la tercera o la veinteava vez que las enfermeras la sacaban gritando y pateando de esa habitación. Lo que seguía era algo tan extraño como terrorífico, las drogas que entraban en su sistema hacían que su mente entrara en un estado indescriptible en palabras pero infinito en sensaciones, el tiempo transcurría de una manera aletargada y los estados de sueño eran interrumpidos por estados de histeria en los que suplicaba por salvación, una salvación que nunca llegaba sin importar que tan fuerte suplicara. Estuvo así un tiempo debatiéndose entre la locura y la cordura, cuando finalmente pudo recuperar la conciencia en si misma se hallaba de nuevo acostada en su cama, tapada por una delgada frazada cubierta en sudor, había vuelto al punto de partida otra vez.

-Así que eres la nueva marioneta de Pavlov.-dijo una voz que la despertó de sus cavilaciones.

¿Acaso estaba alucinando nuevamente?, no podía saberlo, sabía que no podía confiar en sus propias sensaciones conflictivas.

-¿Cómo te llamas?-pregunto la voz.

"Si fuera una alucinación sabría mi propio nombre", pensó, además la voz parecía venir de la celda continua, la gritona había vuelto en sí.

-Lucy.-dijo como un murmullo.

-Debes hablar más fuerte para que te oiga pequeña.

-Lucy, Lucy Loud.

-Ah, pequeña Lucy.-dijo la voz en un tono juguetón-¿Qué es lo que quiere el viejo lobo de la joven liebre?

Se preguntó si acaso era una adivinanza, como las que hacia su hermana Luan esperando probar el ingenio de su público, recordó que la adivinanza siempre terminaba en algún chiste tonto y no en la verdadera respuesta al misterio, "típico de Luan" pensó y el recuerdo la hiso sonreír por un momento.

-Su carne, el lobo es un depredador.-respondió.

-Incorrecto, pequeña Lucy, nuestro lobo no busca algo que podría comprar en cualquier mercado.

Metáforas, la sorprendió que una compañero paciente pudiera recurrir a tan rebuscados embellecimientos literales. La paciente le despertó su curiosidad, aunque no pudiera verla del todo ya había ganado su simpatía.

-El lobo se alimenta de tu mente, es su razón de existencia, su ambición y perdición.

-Pavlov…-murmuro para sí Lucy.

-Pequeña Lucy, él te destruirá si no le das lo que quiere.- advirtió la voz de al lado.

Dejar al descubierto su alma para satisfacer la curiosidad de un ser tan despreciable como aquel era algo que por nada del mundo deseaba, sus recuerdos eran lo único que le quedaban, la única evidencia de que era todavía una persona y no un monstruo como los que se hallaban tras las paredes de su cuarto. En ese momento sus memorias después del encierro no eran del todo claras, pero tenía una vaga idea de que esta no era la primera vez que él le pedía lo mismo "Cuéntame lo que hiciste, cuéntame tus crímenes", pero si no era la primera vez entonces ¿Por qué seguía encerrada?, ¿Acaso el buscaba otra respuesta en vez de la verdad? ¿O tal vez el solo estaba jugando con ella? No sabía si era a causa de los extraños medicamentos que recorrían su sistema, o a causa del insoportable claustro en el que se hallaba, pero no podía llegar a una conclusión definitiva respecto de ese hombre y sus intenciones. Tal vez lo único que le quedaba era cooperar una vez más, una última vez.

-¿En serio estas considerando hacerle caso a esa lunática?-pronuncio una voz fría y autoritaria.

Dio un salto y casi se cayó de la cama, vio de donde venía esa voz y lo que encontró le puso los pelos de punta, una figura oscura sentada con las piernas cruzadas en un elegante sillón de cuero ubicado en el fondo de su habitación la miraba con unos ojos grises y hostiles escudriñando cada uno de sus movimientos, sostenía un libro extraño escrito en unas letras que solo había visto en libros de ocultismos hace mucho tiempo. "Es el, otra vez es el", pensó, y por su espalda corrió un sudor frio.

-E-Edwin.-murmuro.

-Si le dices la verdad a ese vil humano, te lastimaras otra vez, sabes cómo odio ver a mis leales vasallos sufrir.-dijo el vampiro sin quitar los ojos de su gran libro.

-¿P-Porque estás aquí?, ¿Qué quieres de mí? –dijo una Lucy al borde del pánico.

-Hoy me recibes con interrogantes cuando en un pasado me recibisteis con los brazos abiertos. Lucy me rompes el corazón - dijo con ironía el vampiro.

La rabia comenzó a tomar nuevamente control de ella misma, rabia de no poder controlar esos incesantes delirios que le demostraban que estaba poco a poco perdiendo el control de su mente.

-Te pregunte porque estás aquí !Respóndeme¡ –grito Lucy.

Esta vez el dejo su extraño libro de lado y la miro directamente a los ojos, esos fríos ojos surtieron un inusual efecto en la exaltada Lucy, la ira que sintió hace poco se desvaneció y dio paso al más profundo y primitivo miedo, miedo a que tal vez esa cosa delante de ella producto de su imaginación distorsionada, esa cosa producto de su soledad más profunda, era tal vez real.

-Me gusta lo que hiciste con la decoración, le da un toque de locura exquisito a este lugar. No soy un fanático de las estrellas pero los murciélagos se ven desquiciados. –dijo Edwin con una sonrisa que dejaba a la vista sus grandes colmillos.

-Solo eres producto de mi imaginación, que rayos le importa a mi subconsciente la decoración.-dijo Lucy que perdía la paciencia.

-¿Es eso lo que soy?, solo el producto de la mente de una niña, ha al perecer las bromas no solo son la especialidad de tu hermana Luan, sino de su hermana cautiva también.

-¿Así?, entonces demuéstralo, demuestra que eres real y sácame de aquí.-dijo Lucy desafiando al vampiro.

-Y acabar con la diversión, no gracias. –Dijo Edwin levantándose del sillón y acercándose a la puerta de la celda.-Estoy aquí con una advertencia, tal como lo pensaste ese humano solo está jugando contigo, si sigues participando en su juego ni siquiera yo podre protegerte.

-Que opción tengo, si no coopero el volverá a drogarme y a torturarme, puede que esta vez Pavlov…

-Estas al borde de perder todo Lucy.-dijo Edwin interrumpiéndola – y cuando digo todo, me refiero a tu cordura lo único que te queda en este frio y desolado lugar.

-Aun creo en Lincoln, el cree en mi inocencia, eso es todo lo que tengo y es todo lo que necesito.-sentencio solemnemente Lucy.

Fue súbito, el sonido la hiso caer definitivamente de la cama de un salto, Edwin golpeo con ira la puerta de su habitación, se dio vuelta y la miro con un semblante que solo había visto en sus más terroríficas pesadillas, ira y asco era lo que demostraba ese terrorífico rostro.

-¿Acaso ese humano ha hecho algo por ayudarte? !De seguro se ha olvidado de ti, como se ha olvidado toda tu desgraciada familia¡ Quieras o no yo soy lo único que te queda niña ingrata.-dijo el vampiro en un arranque de ira.

-Pruébalo… -dijo Lucy incorporándose a la cama.

-¡¿Qué?!

-Prueba que eres real, ahora mismo en este lugar.

En un abrir y cerrar de ojos él estaba a su lado sentado en la cama junto a ella, quedo petrificada ante tan súbita acción de parte del vampiro, el roso su mejilla con su pálida y fría mano, Lucy no pudo aguantarlo más, puso rápidamente las manos en sus oídos y cerró los ojos.

-¿Es acaso este toque una mentira? – le susurro el vampiro al oído.

Noesrealnoesrealnoesrealnoesrealnoesrealnoesrealnoesreal-repitio Lucy una y otra vez como un mantra.

-Así que con esas estamos.-dijo el vampiro.

Edwin se levantó de la cama y se dirigió nuevamente a su sillón de cuero, tomo su libro, cruzo sus piernas y le dirigió una mirada cargada de rencor.

-Bien, no cuestionare tu decisión, pero tú no cuestiones mi replica cuando esta caiga sobre ti. Maldición, ahora tendré que apresurar mis planes.-dijo y desapareció tan súbitamente como apareció.

-¿Pasa algo pequeña Lucy?-dijo la voz de al lado.

Lucy no respondió a su vecina porque en ese momento supo lo que tenía que hacer, solamente debía resignarse ante lo desesperado de toda la situación, sus ilusiones habían llegado a tal punto que no podía percibir la realidad de la fantasía. Tomo el tazón de aluminio donde le daban la sopa asquerosa que llamaban comida y comenzó a golpear la puerta de su habitación, golpeo una y otra vez, luego la calma del ala psiquiátrica comenzó a verse interrumpida por los gritos de los pacientes que uno a uno se sumaban al sonido de la taza chocando con estrepito. La puerta de su habitación se abrió con violencia casi impactando a la propia Lucy y de ella salió Crista.

-Te has ganado un grran castigo Loud. – mascullo con disgusto la rolliza enfermera.

-Crista, dile a Pavlov que estoy lista para confesar…- sentencio una resignada Lucy.