Disclaimer: Yuri on Ice no me pertenece.

Yaoi| AU |Victor x Yuuri |Hard

Agradecimientos: a mi hermana Aline (Maka Kagamine) por ser mi beta reader.


Año 2025, después de que una fuerte crisis económica azotara al mundo y principalmente Asia, el continente entero se sumió en una lucha continúa por sobrevivir.

Lo terrible de la situación no tardó en llegar a oídos de Europa, donde la economía pudo resistir mejor los embates de la crisis y donde ahora se encontraba el todo el poder economico mundial reunido.

Cuando el representante de Rusia Yakov Feltsman mostró su plan de ayuda para Asia, hubo un sobresalto en la sala de reuniones.

—Derechos humanos nunca hubiese permitido algo así —espetó tajante, el representante de Inglaterra.

—¡Es aberrante la sola idea! —se levantó alguien más—. ¡No puedo creer que estemos hablando de esclavitud en esta época!

—Permitanme recordarles la situación actual del mundo, y que derechos humanos no existe más —continuó Yakov, sin mostrarse aplastado ante las miradas llenas de desacuerdo, desdén y preocupación que el resto de las personas le estaban dedicando—. Nuestra economía depende ahora totalmente de lo que obtenemos de la tierra y necesitamos quien la trabaje. Ahora mismo en Asia venden niños y niñas como esclavos sexuales. Aquí serán empleados y todo estará regulado, tendrán seguro médico, no se permitirá el maltrato. Yo solo expongo el plan, ustedes son los que deciden. O trabajaran ellos o lo harán sus hijos—. Habló Feltsman y, finalmente, un silencio reinó en la sala.

Diez años después el plan de Yakov Feltsman para la salvación de Asia, había sido aceptado en todo el mundo.

Desde entonces, niños asiáticos a partir de su pubertad eran entregados a la "AESA"(*) por sus padres a cambio de una casa y derecho a seguridad social, después de una revisión medica rutinaria eran enviados a Europa a la espera de que un "amo" los adoptara. Los niños siempre eran eligidos para los trabajos mas pesados y las niñas para labores del hogar.

No había límite en el número de niños que un amo podía tener. Todo dependía de su capacidad económica, ya que debían cubrir todas las necesidades del menor, incluyendo cursos de inglés. Además de que cada tres meses debían asistir a una revisión, porque que el maltrato o abuso sexual era penado con prisión.

[...]

Rodeado de lujos y comodidades, Victor Nikiforov definitivamente no era un esclavo, pero no podía dejar de sentirse como uno. Después de todo, el destino es de las cosas de las que no se puede escapar, y el suyo era hacerse cargo de la hacienda de su padre y de todos sus "adoptados". No podía evitar hacer una mueca cada vez que escuchaba esa palabra, la gente los llamaba así para sentirse mejores seres humanos, pero no dejaba de ser esclavitud.

Su padre en su intento de sentirse mejor ser humano, sólo adoptaba a chicos y chicas que ya eran mayores de edad.

Victor en su intento de sentirse mejor ser humano, solía mirar hacia otro lado.

Victor vivía en Inglaterra desde que tenía memoria. En más de una ocasión escuchó a su padre, quien solía pertenecer al parlamento ruso, hablar sobre cómo fueron las cosas en el pasado. Sobre cómo él mismo tuvo que abandonar su natal Rusia para comprar tierras en la campiña inglesa cuando alcanzó a ser advertido sobre la inminente crisis. «Nosotros tuvimos suerte» contaba su padre «No todos pudieron ser avisados a tiempo y lo perdieron todo».

Victor escuchaba atentamente, pero nunca pensaba demasiado sobre ello.

Porque, de todos modos, él siempre miraba hacia otro lado.

Su vida personal definitivamente no era muy diferente. A sus veintiocho años con su metro ochenta de estatura, su cabello platinado y sus hermosos ojos azules, se había permitido tener muchas amantes, todas ellas hijas de las amigas de su madre, gente con su mismo estatus, pero nunca llegó a sentir un lazo con ninguna. Y es que Victor se consideraba un alma libre, tan libre que no sentía que pertenecía a ningún lugar y a la vez tan cautiva, que no podía buscar a donde pertenecía.

Su vida era un desastre y definitivamente acostarse un par de veces con Claire, la hija del ministro francés, no había ayudado. Ahora la chica no entendía que solo era algo pasajero y había llegado a pasar las vacaciones de verano a la hacienda de sus padres, quienes estaba más que encantados de ver como su hijo parecía estar sentando cabeza.

El único momento en que Victor podía despejarse, era durante sus caminatas nocturnas, cuando los esclavos habían sido llevados a sus habitaciones y sus padres dormían. Solía caminar y adentrarse en las tierras de su padre, sólo acompañado de la luz de luna, el frío y las gotas de lluvia. Terminaba su caminata cuando llegaba a su refugio, que no era más que unavieja choza que encontró cuando era niño y que había acondicionado para pasar las noches leyendo o escribiendo. Y es que Victor no tenía duda alguna, si pudiese elegir su destino, se dedicaría a escribir.

«Es una lástima», se decía a sí mismo mientras, sintiendo las pequeñas gotas de lluvia mojando su rostro, miraba el cielo repleto de estrellas.

Era una lástima que su destino ya hubiese sido elegido...

Pero esta noche sucedería algo que cambiaría su vida.

[...]

Hacía frío y el cielo anunciaba una inminente lluvia, pero realmente no le molestaba. Armado con su jersey favorito, Victor se deslizó por el camino que sus pies conocían de memoria, mientras pensaba en alguna forma de poder arreglar la situación con Claire. Sin embargo, tuvo que detenerse cuando un sonido lo sacó de su ensimismamiento. Sabía que debía ignorar todo y seguir con su camino, pero él era curioso por naturaleza (¡y vaya que eso le había traído problemas!). Así que, arrugando la nariz empezó a acercarse al lugar, cuando los sonidos comenzaron a hacerse más y más escandalosos,

—¡Vamos! ¡Camina, cabrón! El amo no necesita basuras como tú —gritaba un tipo enorme mientras tomaba de los cabellos a un hombre mas pequeño.

El chico a duras penas levantó la cabeza para murmurar algo en otro idioma que Victor no entendió. Pero el tipo enorme lo comprendió a la perfección y, fuera lo que fuera que haya dicho, le hizo enfadar. Así, sin más, le asestó un puñetazo en el estómago que dejó sin aire al hombre pequeño, haciéndole caer al suelo mientras respiraba con dificultad. Hubo risas de otro hombre y uno más gruñía de mala manera que se levantara del piso. Por el aspecto de los hombres, Victor reconoció que todos ellos eran esclavos asiáticos.

No importaba cuántos controles de seguridad tuviera la AESA, había amos que maltrataban a sus esclavos. Cuando se cansaban de ellos, simplemente los desechaban o los vendían clandestinamente a otros amos, ya que si lo hacían legalmente y habían señales de maltrato, irían a la cárcel.

Victor sintió la impotencia roer sus huesos como si fuera ácido, pero tampoco se armó de valor para actuar. No era su problema. Él no tenía nada qué ver.

Tragando saliva, decidió hacer lo que mejor se le daba; dar la vuelta e ignorar.

Como lo había hecho toda la vida...

—Levántate, maldita basura —el hombre grande volvió a gruñir, sujetando con fuerza los cabellos del chico—. Tú no perteneces aquí, ni a ningún maldito lugar.

Tras esa frase, hubo algo encendiéndose dentro de Victor, le quemó; le hirvió la sangre. Dejó de pensar, su razonamiento se apagó y, antes de poder reaccionar, ya se encontraba frente a los abusadores.

Sentía el rojo de furia cubrir sus ojos.

Sentía el odio emerger desde sus órganos.

Sentía tantas ganas de golpear a alguien.

—¿Quienes ustedes y qué hacen en las tierras de mi padre? —sorprendiéndose a sí mismo, se encontró siseando las palabras con el odio reflejándose en cada uno de sus gestos.

Nadie contestó.

—¡Qué me digan que hacen aquí! —rugió, fuera de sí.

Los tipos se miraron perplejos y el mastodonte tuvo que tragar su orgullo y contestar. Aunque no fuese su amo, seguía siendo un superior.

—Pedimos disculpas si lo molestamos, señor —el grandote hizo una reverencia a medias, antes de echarle una mirada al chico que todavía tenía levantado por el cabello—. Sólo vamos de paso a dejar a este desertor con su nuevo amo. Tomaremos otro camino y nos iremos inmediatamente.

—Váyanse —gruñó—, pero él se queda.

El mastodonte dudó.

—No podemos hacer eso. Ya lo compraron.

—Pagaré el doble por él —sentenció, la ira que bullía de él era palpable—. Díganle a su amo que puede mandar la cuenta a Victor Nikiforov. Ah, y si tiene alguna objeción lo podemos tratar en la corte de la AESA —con esa frase, hubo algo parecido al horror posándose en los ojos de los tres hombres—. Ahora, largo de aquí.

—Pero nosotros no...

La paciencia de Victor se agotó.

—¡Dije largo, maldita sea!

Tras eso, el mastodonte soltó al chico e hizo una seña a los otros dos que le acompañaban. Hubo una rápida reverencia para Victor, y él les observó desaparecer en la oscuridad.

Cuando los tres esclavos se fueron, Victor suspiró e intentó calmarse un incluso tan raro para él encontrándose actuando de esa manera. Un poco dubitativo, se acercó al chico que aún se encontraba en el suelo. Le sorprendió que, a pesar de los golpes que le dieron, no gritó ni se quejó una sola vez.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó, mientras extendía una mano en su dirección para ayudarle.

Pero el chico de cabello negro rechazó el contacto y se levantó por sí solo. Tembló un poco, pero logró mantenerse de pie luego de unos segundos. Entonces por primera vez, le dedicó una mirada que Victor no pudo procesar.

Los ojos del chico eran cafés, un poco apagados pero no por eso menos vivos, llenos de una calidez que dejó a Victor sin habla.

—Gra-gracias, amo —le escuchó decir, con algo de esfuerzo.

Victor negó.

—No, por favor, no me llames así. Puedes llamarme Victor —dijo, un poco desesperado—. ¿Cómo te llamas?

—Katsuki Yuuri...

Victor sonrió.

—Bien, Yuuri, te llevaré a un lugar donde podrás descansar —explicó lentamente—. Después hablaremos sobre lo que podemos hacer respecto a tu situación.

Yuuri no respondió, simplemente le dio un pequeño asentimiento. Victor, después de comprobar que el chico pudiera caminar, comenzó a guiarlo hacia su refugio. Nunca había llevado a alguien a ese lugar, pero en ese momento no sabía a dónde más podía llevar a Yuuri.

La choza no quedaba demasiado lejos y Victor agradeció eso en silencio. Con cuidado, abrió la puerta e invitó a Yuuri a entrar. Dentro estaba más cálido. Victor se relajó y procedió a encender la luz. Entonces, bajo la luz artificial pudo apreciar a Yuuri completamente. Era unos cuántos centímetros más bajo que él; el cabello negro le caía sobre la frente y ahí estaban esos ojos. Esos ojos que parecían guardar tantos secretos, pero a la misma vez eran tan sinceros. Sin embargo, pudo notar también las pésimas condiciones en las que Yuuri se encontraba. Su cuerpo y ropa estaban llenos de suciedad, y su rostro tenía rastros de sangre y algunas marcas moradas empezaban a aparecer en él. Eran la muestras del maltrato al que Yuuri había sido sometido todo el camino.

La culpabilidad le golpeó de manera inclemente en el estómago. Repentinamente tuvo ganas de vomitar, así que prefirió quitar la mirada y terminó por acercarse a una puerta, de donde sacó algunos trapos perfectamente doblados.

—El baño está por aquí. Puedes tomar una ducha si lo deseas —Victor señaló la puerta blanca de la izquierda, para luego regresar sus ojos azules a Yuuri y extender en su dirección el pequeño revoltijo de ropas—. Ten, es ropa mía. Probablemente te quede algo grande, pero servirá por ahora.

Yuuri no respondió nada, pero, con las manos temblorosas, cogió la ropa que Victor le extendía. Después, en silencio, y dudando de sus pasos, ingresó al baño.

Escuchando el agua correr, Victor se preguntó qué debía hacer con Yuuri. Tendría que explicarle a su padre la situación, también. De momento, creyó que lo mejor era no hablar de ello. Podía mantener a Yuuri en la choza durante unos días, hasta que encontrara la manera de contarle a su padre.

Repentinamente, todos su pensamientos fueron silenciados cuando oyó la puerta del baño abrirse. Yuuri no tardó demasiado en aparecer frente a él, con el cabello húmedo y la pijama que le había dado que, tal y cómo había pensado, le quedaba notablemente grande.

Ante la imagen, Victor sonrió sin saber exactamente el por qué.

—Espero que hayas disfrutado el baño.

Yuuri pareció cohibido.

—Sí. Muchas gracias, a...

—Ya te dije que soy Victor —interrumpió, sin verse molesto.

—Sí. Muchas gracias... Victor —corrigió Yuuri, mientras le dirigía una sonrisa tan dulce y sincera que Victor no pudo evitar pensar que, por un momento, había encontrado un lugar a donde pertenecía.


*AESA: Asociación Europea para la Salvación de Asia.

Hola! Este es mi primer fanfic y no podía ser nada más que Victuuri, espero que les agrade y me puedan dejar su opinión, me esforzaré por actualizar seguido.

~Abby.