Después de lo sucedido en Sokovia, Natasha lo buscó. Lo buscó en todas partes. Lo buscó de mil maneras diferentes. Lo buscó pese a no tener claro si eso era lo que debía hacer. Lo buscó porque se había marchado sin ella. Y ese no era el trato.
Lo buscó, al principio, con esperanza. Después, lo buscó sin ella. Habían perdido su pista y todo parecía indicar que no volverían a encontrarla, a encontrarle a él, a menos que él quisiera ser encontrado. Pero rendirse no estaba en la naturaleza de Natasha. Así que siguió buscando.
Siguió buscando, sobre todo, porque se había preguntado una y mil veces cómo habría actuado él en su lugar y sabía que estaba haciendo exactamente lo que Bruce Banner habría hecho. Él no la habría abandonado, incluso aunque se hubiera marchado sin dar explicaciones. No la habría abandonado, incluso aunque no entendiera su decisión. No la habría abandonado, incluso aunque hubiera incumplido con ese trato que ambos habían establecido. Bruce no la habría abandonado. Y ella no iba a abandonarlo a él pese a que eran muchas las voces que aseguraban que se trataba de una huida voluntaria. Volvería por su cuenta en el caso de querer hacerlo. Nadie se planteaba la posibilidad de que le hubiera sucedido algo. ¿A Bruce Banner? No. Todos parecían tenerlo claro: se había marchado por voluntad propia.
Natasha no los escuchaba. No quería hacerlo. No iba a resguardarse en afirmaciones en las que no creía. ¿Marcharse por voluntad propia? ¿Bruce Banner? No. ¿Abandonarla? No. No podía haber hecho eso. No podía, no después de todo.
Con esperanza o sin ella, con miedo o sin él, con fuerzas o sin ellas... no iba a abandonarlo. Incluso aunque tuviera que estar buscándolo una vida entera.
