Disclaimer.

- Harry Potter pertenece a JK Rowling.

- Este fanfic ha sido creado para los "Desafíos" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black"

- Insinuación de homosexualidad (Drarry).

- No es realmente un Draco/Astoria. Pero quise pensar en cómo sería su complicidad en el caso de que Draco fuera irremediablemente gay y Astoria fuese un ser oprimido por su familia que quiere ser libre para ser ella misma y se encontraran el uno al otro.

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La verdad es que últimamente he añorado escribir fanfic (es agotador escribir rol, de vez en cuando). Y bueno, me inscribí a este reto. Espero acabarlo pronto.


Capitulo 1

Cuando ella dijo que si, era otoño.

Los idílicos paisajes de Hogwarts invitaban a disfrutar del paisaje. Él, sin embargo, no podía. Desde su asiento, en la ventana de la biblioteca del castillo sólo podía añorar el exterior. Desear cerrar el libro, salir de ese mohoso lugar y caminar por el jardín. Podía oler el viento a penas levantándose, cubriendo el castillo con el principio de olor a tierra mojada. Algo que se reforzaría en invierno, con la llegada de la nieve. De estar en otras circunstancias, Draco habría elegido disfrutar del día. Preocuparse por nada. Pero ahora mismo, ningún alumno de Hogwarts que no fuesen de cursos menores podía darse ese gusto.

En la biblioteca estaban sólo él y dos Ravenclaw, que además de dirigirle miradas curiosas de vez en cuando enterraban la nariz en los libros como un muggle en el desierto, buscando agua. A Draco le sorprendía la pasión que demostraban por el conocimiento. Si bien era un rasgo que ciertos Slytherin poseían, nunca verías a Nott enterrar la cabeza con ese ahínco, ni desesperarse por una discusión sobre cualquier cosa que implicara teorías extrañas sobre la magia –algo que escuchó solo una vez, de pasada. Y se callaron en cuanto notaron que él escuchaba–. Era el único lugar donde Draco podía estar solo, sin que alguien le atacara verbalmente, le mirara con odio o simplemente, con pena.

Estaba consciente, cuando decidió terminar sus estudios, que los vestigios de la guerra serían incluso peor que la guerra misma. Sobre todo para un Malfoy.

El ruido de unos pasos interrumpieron sus cavilaciones. La hermana pequeña de Daphne entró, haciendo ruido en exceso con sus pasos y ganándose una mirada de reprobación de la bibliotecaria. Draco alzó una ceja, curioso, siguiéndola con la mirada. Recordaría aquello en el futuro como la primera vez que realmente notó a Astoria Greengrass; Una chica más pequeña que su hermana, pero con una mirada de furia capaz de comerse al mundo y triturarlo con la misma mano.

Astoria no le miró hasta dentro de diez minutos, donde el rubio podía jurar que si la bibliotecaria no hubiese seguido sus pasos habría arrasado con la biblioteca. O al menos lo habría intentado; creía él.

¿Estás ocupando el resto de la mesa? –Le preguntó. A simple vista, parecía haberse peleado con alguien. Pero Draco no recordaba haberle visto jamás alzarle la voz a alguien. Pansy, incluso, la encontraba demasiado princesita para meterse con ella.

No dudaba que no lo hubiese intentado, si no hubiese estado más concentrada en meterlo a su cama, su maquillaje y quien sabe que otra cosa.

No –admitió. Greengrass asintió, seca. Se sentó frente a él y no habló en aproximadamente una hora. Draco volvió a su ensoñación y a los deberes de transformaciones, que debía dejarlos en el despacho de Macgonagall. Estaba más que claro que la profesora era parte del grupo de personas que pensaban que él era un invitado indeseable, pero tenía el tino suficiente para no decirlo en voz alta. No que no lo haya dicho antes ya, creía él. Draco incluso creyó que cerrarían la casa de Slytherin después de la guerra. Pero también sabía, que el equilibrio de la magia del castillo se debía a las cuatro casas, aunque no les gustara.

Odio esto –dijo, después de un rato. Draco alzó la vista de sus deberes terminados –al fin– esperando que hablara un poco más. La chica alzó la vista hacia él, arrugando el entrecejo. –¿Cómo puedes soportarlo?

¿Soportar qué? –preguntó, genuinamente interesado. Estaba harto de ser esquivo con las personas, o al menos ya no necesitaba serlo. Por Salazar, su padre estaba en Azkaban. Su madre se había mudado de la mansión. Ya prácticamente no le quedaba nada.

La discriminación. El odio

No lo soporto –dijo después de un rato. Dobló el pergamino cuidadosamente y lo metió a su mochila. Greengrass le miró con una ceja alzada, una actitud impropia de una dama. Pero él no le dijo nada. En realidad, no quiso. Admitir que cada noche tenía continuas pesadillas y que de vez en cuando lloraba no era algo que le gustase contarle a alguien. Ni siquiera el psicomago que veía sabía todo eso –Tú no tendrías porqué aguantar. No has hecho nada–.

No harán nada por mí. Slugorn cree que lo merecemos –dijo ella. Draco asintió. ¿Y que harían de todos modos? ¿Admitir que, algunos Slytherin tuvieron el criterio de volver y ayudar al colegio mientras que otros eran una tropa de cobardes? ¿Eso dirían? ¿Se paraban siquiera los Gryffindors a pensar en la posición en la que ellos estuvieron?

No lo soporto… –repitió –Pero yo me lo merezco. Tú, en cambio, podrías haberte ido a Francia

¿Y huir? –Ella negó con la cabeza– No hice nada. No tengo porqué ocultarme. Tú ni siquiera lo haces–.

Tengo mis motivos –dijo él. Quería, enmendarse de alguna forma. Demostrar que el estar viviendo con un loco, el haber sido hijo de sus padres no le había empujado a ser otra cosa que lo que se esperaba de él. ¿Qué sabrían ellos del terror que había experimentado? ¿Del miedo a no despertar? O peor. ¿El miedo a despertar y encontrarse a Voldemort o a uno de esos locos encima de su cama, deseándole de alguna retorcida forma?

No era que no hubiese notado la cara de alguno de ellos, cuando él estaba cerca.

De todas formas…–titubeó. Greengrass volvió a centrarse en su pergamino, que parecía acuchillar con la pluma. Draco esperó unos diez minutos antes de alzar la cabeza.

¿Te hicieron algo? –preguntó. Ella negó con la cabeza.

Christine Jennings. Éramos amigas pero…

Sus padres le dijeron que ya no podían hablar contigo –Ella se encogió de hombros.

Sí y no… Ella no quiso seguir hablando conmigo, porque soy Slytherin –Draco asintió, comprensivo. Le resultaba obvio ese tipo de comportamiento hacia ellos, en realidad. Posiblemente, si Draco se hubiese dedicado a fortalecer relaciones con otras casas le hubiese pasado lo mismo. Pero nunca había confiado lo suficiente en nadie como para intentarlo. Ravenclaw y Slytherin siempre se habían llevado bien, pero después de la guerra las cosas se habían torcido. Para todos ellos. Gryffindor, eran los héroes. Slytherin la plaga. A pesar de Severus hubiese hecho lo que hizo.

Draco nunca sabría si odiarlo o admirarle aún más.

Con el tiempo comprenderá –él dijo. Intentando otorgar un consuelo que ella no parecía necesitar ni que él quería dar. Posiblemente porque ambos sabían que por todo lo que había sucedido, el pueblo mágico no olvidaría fácilmente. A pesar de que el ministro actual intentaba que no fuese así.

No lo crees realmente –.

No –admitió. Greengrass asintió, y siguió escribiendo. Draco sacó un libro y comenzó a leer. El tiempo pareció volar, o era él alejando su mente de todo lo que le molestaba y concentrándose en aquel libro de principios de alquimia. Podían escuchar desde aquel lugar privilegiado como el viento se levantaba, augurando la primera tormenta del año y golpeando las ventanas sin piedad. A Draco le gustaban las tormentas; era la fuerza de la naturaleza manifestándose. Era magia pura.

Me gustaría dar una vuelta –admitió, cuando se cansó de mirar hacia afuera. Ya no quería añorar, no quería desear cosas que no podía tener. Algo tan simple como pasear por el jardín si era algo alcanzable. –¿Te gustaría venir conmigo?

Draco juraría que Astoria Greengrass le miró como si se hubiese vuelto loco. Más tarde ella le confesaría que sólo estaba sorprendida. Pero aquel silencio duró lo justo para que él pensara que si estaba siendo atrevido. ¿Porqué, de todas formas, invitaría a pasear a una chica con la que poco y nada había compartido?

Pero Astoria Greengrass, o la sorprendente mujer que siempre había sido y que él nunca había podido ver, asintió y se levantó del asiento como si hubiese nacido para los sobresaltos.

Pues vamos. Antes de que se eche a llover

Más tarde Pancy Parkinson le interrogaría sobre aquel paseo. Pero Draco, que desde hacía mucho se guardaba las cosas para si mismo, no le respondió absolutamente nada.