Quema.
Quema.
Quema.
Quema.
Pero
no grito. Yo he decidido esto. Mi alma, mi corazón, está dispuesto
a dejarse arder sólo para que esos ojos tuyos se abran una vez más.
Para que acabemos con toda esta pesadilla.
Lo siento.
Lo siento
al igual que siento la piel de mis manos pegarse al hierro de este
enorme martillo, gran compañero. Abro palmas, las cierro de nuevo.
El cuero comienza a derrertirse sobre mi piel, la tiñe, se funde con
ella, me escuece, pero no grito. O me oirás. Y no quiero que pienses
que he sufrido haciendo esto.
He ganado. He ganado.
Humo.
Dióxido de carbono. Las lenguas del fuego lamen mi piel y la
desnudan poco a poco, probando cada centímetro que recorriste antes.
No abras los ojos, pienso. Mi retinas se desprenden, el calor hace el
resto.
Me quemo. Ardo. Ardo en mi propio fuego, como una
salamandra que no supo controlar su poder. Como el petirrojo que
quiso ser salamandra.
Pío, pío. Ya nunca más podré volar a tu
lado. Ya no habrá más noches oscuras y frías. No más ratos a
solas, no más miradas a hurtadillas. No más gritos, no más dolor,
no más amenazas.
Grito. Por favor, no me oigas. No vengas a por
mí. Después de haber sido capaz de atravesar tu corazón, ¿por qué
vuelves?
Quiero salvarte.
Frío.
Frío.
¿Qué
haces?
¿Qué es esto? ¿No te bastó con
destrozarme? ¿No te bastó con saborear mi sangre? ¿Por qué? No te
dañes. No te hagas daño.
Estás helando mi
corazón, si te alejas un poco más de este cuerpo maltrecho olvidaré
sonreír, de las mil veces que sonreías tú.
No
importan las farsas. No importa quién eres. No importa quien soy yo,
o si sólo soy tinta en los papiros de tu inmensa memoria. No me
importa ser parte de la vida nº 49. No me importa ser una cifra. No
quiero dejar de serlo. No quiero dejar de ser la parte oscura de la
historia, si eso une mi mano a la tuya. Pero regresa. No me obligues
a ir a por ti, vividor.
No me hagas escoger entre
deber o amor.
Aunque realmente me consumiría
contigo en el fuego, hasta el final.
Vuelve.
No.
No.
No vengas.
Me estás atravesando. Atravesando mi alma con
tus garras de luz. Si quieres morir hazlo lejos de mí, y será una
buena y triste alegría, en el Otro Lado. No querría verte morir.
Ese brillo en tus ojos, apagándose. Deja de intentarlo. No quiero
dejarte pasar. Quiero morir, ser un sacrificio. Quiero quemarme,
quedarme sin piel, purificar este asesinato. Nunca supiste lo que
hacía para ganarme la vida.
¿Marioneta?
Quizás.
No me
atravieses más. No entres dentro de mí. No digas mi nombre. No me
enseñes la luz. No quiero salvarme. Yo quiero salvarte.
Ahora voy, nº 49.
Cálido. No árido, cálido. Cálido.
Estás aquí. Mentí. Mentí, Mentí. Mentí. Mentí. ¡Mentí!
¡Muere conmigo! ¡Seamos egoístas! ¡Hagamos que estalle el mundo
con nuestra ausencia! ¿Acaso alguien nos echaría de menos? ¿Acaso
no estamos en el lado malo de la historia?
Mentí, mentí. Ven
conmigo.
El cuero se derrite en mis manos, y puedo tocar tu piel.
Me abrazas. Te abrazo. No hay nada más que fuego, piel y sombras.
Nada más que luz, besos y amor. Me envuelves con tu luz plateada, y
me siento a salvo. El fuego nos consume, mientras se cristaliza en
nuestra sangre, rasga nuestra piel e interrumpe nuestros labios.
Hielo, es hielo.
No hay oxígeno. Pero no importa.
Ya
nada importa.
Nada.
Nada.
Te quiero.
