Capítulo 1: Sueños
Trato de abrir los ojos sin mucho éxito. Cuando por fin lo consigo supongo que debe ser mediodía, a juzgar por la posición del sol. Como cada día, amanezco vacía. Ese es el único adjetivo capaz de definir mi situación en su totalidad. Al principio, tras volver al doce, creía que era tristeza. Sin embargo, la tristeza dió paso a la ira y la ira se fue dejando entrar a la soledad.
Ahora siento una mezcla de las tres: tristeza por todos los que no volverán, ira por todo lo que me arrebataron y soledad porque no lo tengo a mi lado. No lo tengo a él. El único que sería capaz de aliviar mis penas. El único que podría hacerme sentir lo que una vez mi hermana me brindó: esperanza. Pero ahora no tengo a ninguno de los dos. Mi hermana murió, envuelta en las llamas que su propia hermana se encargó de prender. Y él no está muerto, pero me odia. Tanto que que ha olvidado todo lo que un día me quiso, tanto que ya nunca más estará a mi lado. Entonces, vuelvo a llorar.
Me retuerzo de dolor en un mar de lágrimas del color verde mar de los ojos de Finnick. Las llamas me rodean, devorando ante mis ojos todo lo que me importa: mi casa, mi Distrito, mis amigos, mi familia, mi amante.
Cuando alzo la vista los veo. Están todos ahí, mirándome a los ojos, esperando a consumirse en las llamas. Deseo con todas mis fuerzas arder junto a ellos. Que las llamas terminen de rodearme y acaben con ésta agonía. Sin embargo, no son tan benévolas. Las llamas comienzan a ascender haciéndolos gritar ante mi. Sus gritos me ahogan. Me siento impotente, igual que me sentí el día que Prim voló en pedacitos y envuelta en llamas.
Los llamo, trato de alcanzarlos, pero es inútil. Todo se vuelve aún peor cuando trato de localizar el origen del fuego y compruebo que soy yo misma, La Chica en Llamas. Lenguas de fuego salen disparadas con cada latido de mi desbocado corazón. Me doy cuenta de que es real, de que yo he sido la causante de todas esas muertes. Y lloro. Hasta que, de repente, unos ojos me miran tan de cerca que ceso mi llanto. Ceso porque reconozco ese azul intenso. Reconozco ese brillo y esa dulzura. Y de nuevo, me vuelvo a perder en su mirada, me permito tener esperanza, aunque solo sea un sueño.
¡Primer cápitulo de la historia! Es una especie de prólogo (de ahí su corta extensión), pero que aún así espero que disfrutéis.
