Esta historia es la versión 2 de una que ya había subido con anterioridad. Los cambios son tan grandes que decidí repostearla, quedando de la pasada solamente la estructura. En especial porque estoy corrigiendo personajes y estilo u.u
Como en cualquier fic declaro que la historia ni los personajes canónicos son míos, sino que pertenecen a su autor. Lo que leerán es algo que imaginé hace muchos años, y que quise continuar para finalmente dar por terminada una parte de mi vida. Lo hago como un homenaje, sin ánimo de lucro ni de ofender a nadie.
En fin, aquí queda con ustedes Esbozo de varias vidas.
Prólogo
Los ojos de Ani miraban sin ver hacia el infinito. En su mano izquierda agarraba su báculo con fuerza, mientras que la derecha estaba cerrada en un puño. Aunque una sonrisa iluminaba su rostro, contrastando con las nubes de tormenta que se cernían sobre el horizonte, en sus ojos se podía leer la tristeza que atenazaba el interior de su corazón. Finalmente se volvió, después de lo que se le antojó había sido mucho tiempo, cuando en realidad solamente fueron unos cuantos segundos.
–Le acompañaré –prometió, golpeándose el pecho con el puño cerrado. El sonido de su voz, claro como una campanada, llamó la atención de las personas que discutían allí, en esa misma sala.
–No, tú permanecerás aquí –la reprendió Shada, de manera tajante, pero Azareth sacudió la cabeza para mostrar su inconformidad.
–Yo también iré. Soy fuerte, podré detenerle –frunció los labios y los miró a todos directamente a los ojos, retándoles a que le dijeran que eso era mentira. Porque ellos lo sabían, y aunque comprendían que tenían qué dejarla ir se negaban a hacerlo.
–Azareth, sabes que te quiere a ti –la voz de Atem se suavizó cuando se dirigió a ella, y la muchacha lo odió por que se preocupara tanto por ella.
–Exacto, y solo por eso no se atreverá a hacerme daño –insistió Azareth–. Solo deme una oportunidad de demostrarle que puedo hacerlo.
–No –Atem alzó una mano para pedirle que guardara silencio–. Te quedarás aquí, en donde debes estar.
Chispas saltaron por el suelo que la rodeaba, picando la ropa y la piel tanto de Atem como de Ani, y ella misma se horrorizó por haber perdido el control de su poder con tanta facilidad. Shada avanzó hacia ella, para proteger al faraón de cualquier peligro que pudiera representar la chica, pero fue Mana quien llegó antes y la abrazó, reteniéndola contra sí misma.
–Tú y yo nos quedaremos y protegeremos el palacio –le susurró al oído. Ani correspondió a su abrazo, pues un extraño sentimiento amenazaba con ahogarla.
Atem, y lo que quedaba de su corte, decidieron la defensa de la ciudad capital, y pusieron manos a la obra de inmediato. El consejero Shimón y la sacerdotisa Isis fueron las primeras en salir, preparándose para despertar el duelo de sombras una vez más. Después los siguió Shada, no sin antes posar sus ojos en Ani y Mana, y preguntarse si sería la última vez que las vería.
–Dime que permanecerás con vida, prométemelo –Ani se deshizo del agarre de Mana y corrió hacia el faraón, poniéndose frente a él antes de que él también se fuera–. Dime que tendrás cuidado.
–Haré lo que sea necesario para salvar a mi pueblo –Atem hizo un gesto, pidiéndole que se hiciera a un lado, pero la muchacha permaneció plantada ante él, con los brazos extendidos.
–Entonces, llévame contigo –se lo pidió Ani una vez más–. Yo te protegeré.
Unos guardias se acercaron a Ani, y quisieron llevársela consigo para que dejara de importunar al faraón. La muchacha no luchó cuando los dos la agarraron y comenzaron a arrastrarla lejos, pero gruesas lágrimas de frustración rodaron por sus mejillas.
–A mí también me gustaría que vinieras –le aseguró Atem–. Pero eres de más ayuda aquí. Protege a nuestro pueblo. Tú y Mana son las únicas que pueden hacerlo.
Ani lo vio marcharse, y aunque no le habría resultado nada fácil escapar de los guardias y correr detrás de él, como tantas veces había hecho, supo que su faraón tenía razón.
Mana también lloraba cuando las dos se sentaron en el suelo de la sala del trono, y tomándose de las manos comenzaron un largo cántico. Al principio no ocurrió nada, y lo único que se escuchó, además de sus palabras rotas y entrecortadas, fueron los gritos de la gente en la ciudad, los aullidos de las bestias, y el retumbar de la tierra. Pero poco después, mientras una gruesa nube de polvo caía sobre sus cabezas al haberse derrumbado una sección del palacio, comenzaron a trazarse gruesas líneas de un poder prohibido a su alrededor. Al principio solo las rodeaban a ellas, pero como si se tratara de un ser vivo, los filamentos se alargaron y lo recorrieron todo, extendiéndose por todo el palacio y sus jardines.
La magia palpitaba en los trazos con el mismo ritmo que lo hacían los corazones de Mana y Ani, y cuando el hechizo estuvo completo el mundo pareció estabilizarse en todo lo que quedó dentro del círculo en cuyo centro ellas se encontraban. Por una fracción de segundo, las dos amigas y hermanas del alma creyeron que todo saldría bien, después de todo. Que habían logrado salvar a su reino.
Pero la aparición de una inmensa criatura a lo lejos, un ser como nunca antes habían visto, las hizo darse cuenta de su error. No era la bestia blanca que se fundía con las sombras, sino que esta era completamente negra. Y parecía absorber la magia de todo lo que estaba cerca de ella.
–¡Huid! –gritó un soldado, entrando a trompicones a la sala del trono–. Princesa, tiene que irse de una vez. ¡Ya!
–No –Ani y Mana se soltaron, y aunque la primera abrió la boca para hablar, fue Mana la que se dirigió al soldado con gesto decidido–. Nos vamos a quedar aquí. ¡Qué todos los que no puedan pelear entren a esta sala! Niños, mujeres, ancianos y enfermos. Los demás permanecerán fuera, en los jardines y en las puertas. ¡Nadie va a huir!
Ani asintió una única vez y golpeó el suelo bajo sus pies con su báculo. Un aura oscura descendió sobre ella, y prosiguió su camino sobre los trazos del hechizo que antes ella y Mana hubieran formulado. La tierra tembló y la piedra se agrietó, pero el techo permaneció firme sobre sus cabezas.
–El faraón dijo… –musitó el hombre, pero Mana prosiguió, implacable.
–…Que protegeríamos Egipto, costara lo que costara –con un nudo en la garganta, ella comprendió muy bien a lo que Atem se había referido con eso–. Y eso es justo lo que vamos a hacer.
Ani también había entendido esas palabras, aunque de una manera bien diferente. Con los ojos abiertos de par en par, y consciente del inmenso sacrificio de haría el resto de la corte, ella misma se encontró buscando en su interior la puerta hacia la fuente de su poder. De aquello que había jurado no volver a utilizar jamás, lo que había sellado en el fondo de su ser para no destruirlo todo por accidente.
Lo liberaría, aunque eso le costara su propia vida, y la de aquellos que había jurado proteger.
