Bueno, hola de nuevo. Quería agradecerles un montón por los reviews en Superhero. En serio, muchas gracias.
No pensaba volver a publicar tan pronto, pero esta idea se me vino a la cabeza y quería compartirla. Esta vez serán tres capítulos, contando una pequeña historia. Gracias a mi Beta Mills por leer y estar ahí siempre :*.
Espero que les guste, espero sus comentarios y ya dejo de enredarlos. Buenas noches/días dependiendo.
Emma había llegado hacía ya cinco semanas y la joven mimada de los Mills no había hecho queja alguna aún, pero siempre andaba fijándose en todo con Lucifer a cuestas y Aurora tras ella, pavoneándose de aquí a allá en busca de algún error más para su desgracia la rubia de ojos verduzcos no cometía alguno. La chica en cuestión había sido acogida como sirvienta en recomendación de su tía Ella, la madre del jovencito que trabajaba en los establos y quien andaba cacheteando el piso por la joven de ojos marrones y cabello azabache que era Regina Mills.
- ¡Emma!
La muchacha de apenas diecisiete años salió disparada de la cocina mientras se secaba las manos en el delantal de algodón. Regina sonaba irritada y seguramente la echarían. Tratando de calmar su respiración y acomodándose el pañuelo en la cabeza, Emma tocó delicadamente la puerta del estudio de la joven. Un seco ¡adelante! se oyó desde dentro y la rubia empujó con temor la puerta, haciéndose dentro de un segundo a otro. Regina estaba en la ventana con libro en mano y mirando hacia afuera, Lucifer todo mañoso movía perezoso su cola con los ojos centellantes. Gato demoníaco, dijo Emma para sí mientras se acercaba.
- ¿si señorita?
- ¿has visto la hora que es?
- Las cinco, si no me equivoco.
- Exacto – sus ojos revolotearon rápidamente hacia Emma y a ésta las mejillas se tiñeron de rojo. Aun no entendía qué causaba en esa muchacha pero le encantaba-. Son las cinco. Mi padre llega sobre las siete y aun no siento el aroma de la cena.
- Tal vez si abriera las puertas… - mascullo Emma para sí pero Regina la había oído; y ahora tenía los labios apretados y sus ojos chocolates clavados en ella. ¡oh por Dios, eres una bocazas!
- Mire, señorita…-extendió su mano esperando una respuesta.
- Swan – Siempre hacía de que se olvidaba su apellido y eso la enervaba.
- Bien, señorita Swan. Lo que yo haga o deje de hacer sólo me compete a mí. ¿queda claro?
- Sí, señorita.
Regina se levantó con cuidado del ancho marco de la ventana y Emma frunció el cejo. ¿Dónde estaba la metiche de Aurora para ayudarla? Como si hubiese pensado en voz alta, o quizás sí lo hizo, Regina se detuvo frente a ella y sonrió guasonamente. Lucifer se paró junto a su dueña, ronroneando con maldad.
- No se preocupe por ella, Swan. Vendrá mañana. ¿acaso también quiere saber por qué no ha venido?
Emma apretó los labios y dio media vuelta furiosa. Tal vez Aurora y su niñería aceptasen todas esas tomadas de pelo, pero ella no. Ella tenía decencia, sí señor.
- Emma… - su voz fue dulce y melodiosa. Adiós decencia. Se giró contra su orgullo. Regina parecía un ángel con la luz del sol haciendo un halo dorado a su alrededor.
- ¿qué? – prácticamente ladró y Regina meció el libro que traía contra su pecho, tenía el labio inferior entre los dientes.
- Me encanta cuando te pones roja.
Y confesado aquello, pasó junto a ella con Lucifer pisándole los talones, su perfume dejó una estela casi visible de cestos de fruta y flores. Tenía el aroma a sol impregnado en la piel, y Emma lo sabía de tantas veces haberse llevado algunos corsés y pijamas a la nariz. Tenía un aroma único, y se sentía cada vez más perdida, rezando noche a noche para que aquello acabase.
El tema era el siguiente. Emma había estado vagando junto a su tía Ella y su primo Daniel, la vida no les había facilitado nada; más a su manera salieron adelante. Ella entró a trabajar en la casa de unos amigos de los Mills y consiguió que Daniel trabajase para ellos, de eso harían unos cuatro años. Conforme Emma fue perfeccionando sus actividades en la casa, decidieron que era tiempo de que ella también ayudase. Y ahí estaban a finales de verano, presentándose frente a la casa de la familia Mills junto a su primo risueño e idiota.
- ¿qué tal son aquí? – preguntó Emma, sus dedos trenzando los hilos de seda que adornaban la cintura de su vestido celeste.
- La mujer es una patada en el trasero, el marido no está casi nunca, pero es buen hombre. La hija es… hermosa – susurró medio baboso y Emma puso los ojos en blanco.
- ¿Cuántos años tiene?
- Tu edad.
- ¿qué? ¿y no está casada?
- Han intentado matrimoniarla y no hay caso. A todos les ha encontrado peros y su padre la consiente en todo. Cora tiene que callarse la boca si Regina dice no quiero cuando su padre está cerca.
Emma rio bajito y se puso de pie al oír unos pasos acercarse por el corredor de arriba y hacia las escaleras. Y desde ese momento empezó a rezar. Regina iba ataviada en un vestido azul de cintura ceñida y falda suelta, su delicado cuello a la vista adornado por una cadenita de lo que parecía plata. El cabello recogido en una coleta alta sostenida por un moño del color del vestido. Emma simplemente había comenzado a babear y le hacía buena competencia a su primo que, al menos, había saludado.
- Buenas tardes, señorita Mills – dijo todo sonrojado y bobalicón.
- Buenas tardes, Daniel – respondió ella coqueta y sonrió. Sus ojos chocolates se desviaron a los esmeralda de Emma y ésta se puso rígida – Buenas tardes.
- B…buenas tardes – balbuceó.
- Mi madre habló con el señor Mills, y han acordado que Emma trabaje aquí junto con Anastasia.
- Oh… claro. He oído algo – sus ojos recorrieron a la joven frente a ella y se mordió el labio -. Bien, te puedes retirar, Daniel. Yo me encargo de ella.
El muchacho se fue y Emma no sabía dónde meterse. Ella no era tímida, era un pecado decirle tímida, pero con esa joven enfrente todo comenzaba a tildarse en su cabeza. Solo veía esos enormes ojos marrones estar más y más cerca.
- ¿Cómo te llamas?
- Emma Swan.
- Emma… - susurró y la rubia creyó sentir sus pulmones arder por falta de aire - ¿Cuántos años tienes?
- Diecisiete, cumpliré dieciocho en dos meses.
- Tienes mi edad – la miró nuevamente de pies a cabeza –. Me gusta tu vestido.
- Me lo regaló mi tía.
- Y me gusta tu cabello.
- Mm… gracias.
- Y me encanta que te pongas roja.
La rubia terminó de lavar los platos cuando Lucifer hizo su bendita aparición por la cocina. Siempre era lo mismo, y Anastasia le había dicho que ese animal era igual o peor que la dueña, lo que le causó risa hasta ponerse a lagrimear. Pero luego ya no, y empezó a odiarlo. Lo diferente esta vez era que no iba solo. Tras él, Regina apareció descalza, en pantalones y una camisa blanca. Hacía quince minutos había abandonado la mesa dentro de un vestido coral y ahora… Emma frunció el cejo, un color rosado cubriendo sus mejillas. Esa chica le iba a causar un infarto.
- Emma, Lucifer quiere leche y yo también.
Intentando no suspirar; ya que sus horas de trabajo terminaban justo después de limpiar, ahora venía a pedirle leche. ¡Vaya niña estúpida!, se giró sobre sus talones y fue a buscar el recipiente del gato y una copa para la morena, quien ya estaba sentada a la mesa.
- ¿Qué hiciste hoy?
Emma sirvió a cada uno con el líquido pedido y dejo la copa sobre la superficie de madera antes de contestar, con un toque de rabia en la voz.
- Trabajar.
Regina sonrió divertida y Emma huyó de allí antes de ponerle de sombrero el plato de Lucifer.
- Es insoportable – masculló en cuanto se echó en la cama, Daniel mirando que las ventanas estuviesen bien trancadas antes de retirarse a su dormitorio.
- Conmigo no – su voz estaba llena de autosuficiencia y Emma se sentó de sopetón.
- ¿cómo que contigo – enfatizó algo nerviosa- no?
- Hoy me ha besado – movió las cejas de arriba abajo. Emma palideció.
- ¡QUE!
- ¡Cállate! ¡Te van a oír! - le reprendió y se sentó a los pies de la cama – Sí. Había ido a ver cómo estaba Rocinante y se quedó a conversar conmigo, y una cosa llevo a la otra, me empujó contra la caballeriza de una de las yeguas y me besó. Luego sonrió y se fue como si nada.
- Es una zorra – gruñó Emma y Daniel la empujó del brazo - ¡Pero óyeme...!
- Cállate, ¿quieres?
- Vete de aquí, quiero dormir.
- No le vayas a decir a mamá.
- ¿para qué voy a andar divulgando algo que ni a mí me interesa?
El castaño de ojos azules negó con la cabeza antes de salir, dejando a Emma tapada hasta la cabeza y gruñendo por dentro… y por fuera.
- De ahora en adelante que se sirva su leche… - decía, ambas manos agarrando con fuerza el colchón – ya no pienso lavar sus cosas. Que lo haga Anastasia… - oyó pasos fuera y puso los ojos en blanco al oír un toque insistente en la puerta - Daniel, ¡lárgate! – exclamó, girándose en dirección contraria a la puerta.
- Bueno, no soy Daniel así que supongo que puedo entrar.
Emma apretó los ojos. Ya tendría que estar dormida, no en el cuarto de su empleada. Maldita malcriada. Se sentó y acomodó su cabello mientras la miraba.
- ¿necesita algo, señorita Mills? – masculló con la rabia ciñéndole la garganta.
- Sí… quiero hablar contigo – cerró la puerta con cuidado y dejó el velero colgado de un clavo junto a la puerta.
- Podríamos hacerlo mañana, ¿no? Tengo que dormir.
- Mañana es sábado y tú te irás con tu tía por el fin de semana. No podremos – sus facciones eran amables y sonreía a medida que se acercaba.
- El lunes.
- Emma, ¿Qué te pasa?
- Nada. Vuelvo a preguntar y ruego me conteste con sinceridad, ¿necesita algo?
Pero esta vez no hubo respuesta, sólo se sentó a sus pies y comenzó a mirar el cuarto decorado por la rubia. Unos cuantos cuadros pintados a blanco y negro, una cómoda con un espejo encima. Un armario y un estante con adornos artesanales, y la cama.
- ¿tú los dibujaste? – preguntó por el cisne y los conejos de los cuadros. En uno había un castillo.
- Sí.
- Son muy bonitos.
- Gracias, supongo.
- ¿me pintarías algo?
- Creo que es capaz de comprarse mejores cuadros que esos. – se removió nerviosa. El calor y el aroma de la joven estaban nublándole los sentidos.
- No, Emma. Yo quiero uno de los tuyos.
La rubia no contestó y siguió mirando sus pies. Unos dedos finos y de uñas cortas aparecieron en su campo de visión y comenzaron a dibujar sobre el edredón que cubría sus piernas.
- ¿qué está haciendo?
- Ya que no me hablas…
- Está fresco y usted anda descalza.
- No me va a pasar nada, Emma – la miró y sonrió.
- Su padre se entera y estará en problemas.
Regina no le hizo caso y la empujó, llamando la atención de la rubia quien abrió desmesuradamente los ojos al ver como se acomodaba junto a ella y se cubría con su edredón.
- ¿me pude decir qué está haciendo?
- Me gusta tu cama – elevó y bajó la espalda varias veces antes de girarse y mirarla.
La joven de mirada azul marino miró esos ojos chocolate y sus labios se entreabrieron en busca de aire. Ahora podía sentir su calor como una fuerte lluvia que arrasa con todo a su paso. Su cordura había salido por las ventanas cerradas cuando Regina giró todo su cuerpo y metió ambas manos bajo la almohada para estar más cómoda, observándola y mordiéndose el labio.
- Bésame, Emma.
- ¿está usted bien? – preguntó mientras de un salto salía de la cama y se cruzaba de brazos - ¿sabe qué? Será mejor que se vaya.
- Quiero que vuelvas aquí y me beses, Emma – ordenó con el rostro endurecido y medio sentada. Los orbes chocolates estaban en llamas -. O este habrá sido tu último día trabajando aquí.
- ¿sabe qué? Haga lo que quiera, y si quiere que me vaya ya mismo lo hago, pero yo no pienso cometer semejante locura.
Regina hizo a un lado la manta y después de recoger su velero cerró la puerta con fuerza. Seguro hasta Daniel lo habría oído. Emma se sentó y cubrió su cara con sus manos. Tenía las mejillas rojas y el corazón acelerado, los labios le ardían de solo pensar cómo se hubiese sentido besarla.
El día del sábado llegó con demasiada rapidez, Emma vio la luz del sol colarse por las rendijas de la ventana y se levantó. El gallo del granero cantó a los cuatro vientos para cuando ella ya estaba lista y con un bolso de ropa para remendar en casa. Quizás debería haber juntado todas sus cosas.
Subió los cuatro peldaños que daban al pasillo principal y miró a ambos lados. Tal vez se había levantado demasiado temprano pero quería irse de allí, perderse. Alejarse de quien venía siendo su verdugo desde hacía cinco semanas.
- ¿Emma? - Hablando del diablo… esperen, no está enojada. Emma giró la cabeza y se encontró con Regina en su ropa de montar llena de tierra y pasto y los ojos rojos - ¿ya te vas?
- Sí, señorita – quiso acercarse y preguntarle que le había pasado, pero si lo hacía acabaría mal y lo sabía - ¿necesita algo?
- No… - su voz se quebró y se alejó rápidamente de ahí aguantando los sollozos.
Había caído del caballo hacía unos quince minutos y desde ahí, volviendo a casa a pie y tirando de las riendas de Rocinante no había dejado de llorar. No por la caída, eso era lo de menos. Le había dolido el rechazo de Emma la noche anterior. Esa chica de cabellos ondulados y ojos chispeantes realmente le gustaba, muchísimo. Desde que la había visto junto a Daniel en la sala le había encantado. Sí, no iba a negar que estaba jugando con Daniel desde entonces, pero quería olvidar todo el revuelo en su pecho, cómo su vientre se contaría con delicia cuando la veía en ropas ajustadas juntando leña o frutas, cuando el sudor le perlaba la piel y aún más cuando se enojaba con ella. Y el día anterior había comprendido que, de los besos robados y besos dados, sólo deseaba besar a Emma. Ni los idiotas de los Jones, mucho menos Hood o Daniel, habían podido hacerle reventar el pecho en los besos que se habían dado. Y con Emma eso sucedía cada vez que la miraba. Y por todo eso, sumado al susto y la negación de Emma, se había echado a llorar cuando cayó al suelo.
Antes de cruzar la puerta de su dormitorio una mano enguantada le sujetó del codo y un pecho delicado chocó contra su rostro, aquellos brazos marcados estaban a su alrededor mientras ella no podía dejar de llorar.
- Tranquilícese. A su padre no le va a gustar nada que ande llorando – le pasó el pulgar por los ojos y secó torpemente las lágrimas - ¿quiere leche caliente? Daniel aún no despierta. Puedo esperarlo e irnos juntos – le dijo suavemente, aguantando los temblores del pequeño cuerpo contra el suyo.
Regina ahogo otro sollozo antes de apartarse y mirarla a los ojos. Emma se veía rota, desesperada, y era su culpa. Lo sabía.
- Estaría bien – asintió, sintiendo el hipo naciente en su garganta y tapándose la boca cuando alcanzó a salir.
Emma apretó los labios, volviendo en sus pasos y evitando reír ante los hips de la morena.
Ya en la cocina, Regina se sentó y trató de calmar el hipo, lo que finalmente hizo que Emma se echase a reír. Y a Regina no le molestó porque su risa era contagiosa y empezó a reír con ella, cortada cada rato por sus hips.
- Aquí tiene – dijo con la risa aun bailando en su voz. Le tendió la taza de leche caliente con dos cucharadas de azúcar - ¿qué le pasó?
- Me caí del caballo – escondió sus mejillas rojas tras la taza de leche y Emma se mordió el labio para no reír - ¿cuándo volverás?
- El lunes a las seis ya voy a estar aquí.
- Bien… porque Aurora no hace la leche tan bien como tú – confesó mirando hacia otro lado. Cuando se dignó a mirar a Emma a los ojos ésta le sonrió.
- Y me parece perfecto.
Regina iba a decir algo cuando oyó golpes en la puerta. Las cinco y cuarenta. Debía ser Aurora.
- Voy a buscar a Daniel. Que tenga bonito fin de semana, señorita – dijo Emma levantándose y acomodándose los guantes.
- Buen fin de semana, Emma.
Y antes de que pudiera esperarlo, los labios rosas de la joven besaron su mejilla húmeda y se fue, dejándola con una sonrisa en el rostro.
