Disclaimer: Los personajes de Shingeki no Kyojin pertenecen a Hajime Isayama. Este Fanfiction es escrito sin fines lucrativos.
Advertencias: Yaoi (temática homosexual). Universo alterno. Palabras altisonantes.
Pareja(s): Levi/Eren o Riren
Atención: Narrador algo oscuro y sarcasmos por todos lados. Mención a violación, con muy pocos detalles. Historia ubicada por los años 1600 o siglo XVII, con un papel dominante de la iglesia en todas las áreas de la sociedad.
Este fic es un post-omegaverse (es decir, que hay un –máximo dos– hombres omega o capaces de procrear en toda la trama. Nunca he visto el término, pero este fic cae en esa categoría). M-Preg o embarazo masculino (en capítulos posteriores), el cual intentaré desarrollar con el mayor cuidado posible.
Sin más, el fic.
Escalas de negro
- 1 -
Cuando el Levi de diecisiete años llegó a aquel seminario, era un hombre sin alma. Era el muchacho más limpio ahí, pero con el corazón más negro, frío y hueco que jamás había pisado aquel edificio.
Había muchos jóvenes ahí. Todos decían que amaban a Dios, que amaban la vida y a los hombres.
… Sí, claro.
Era obvio que no querían ir a trabajar al campo bajo el sol abrasador, y que no habían demostrado el talento suficiente en las ciencias como para ingresar a la universidad donde pudieran hacer algo importante con su cerebro, y era evidente que tampoco querían hacerse cargo de una mujer y de los diez o veinte hijos que nacían normalmente por unión; lo que resultaba en una vida condenada de sol a sol, trabajando en la minería, la agricultura o ganadería para alimentar a esos niños que seguirían el mismo destino. Levi estaba seguro de que la clase de seres humanos más ruin, egoísta, inútil y despreciable era la que tenía en sus manos la palabra del señor y ensuciaban la biblia al pronunciarla con sus bocas hipócritas y su mal ejemplo interior. En verdad, eso era lo que pensaba. Eso era lo que veía…
Los seres humanos no podían sentir amor. El amor era algo que la gente inventaba para que se vendieran la música y las novelas. Era un sueño inalcanzable e irrealizable, una fantasía que sonaba bien pero no tenía ni un gramo de real. Levi sabía todo esto. La vida misma se lo había enseñado.
Entonces, esa imagen oscura y egoísta era la que Levi tenía de todos y cada uno de los puercos que estaban ahí. Excepto de uno. Sólo uno que rompía aquel molde…
—¿Señor Ackerman? Le dejo más velas. Se las ha acabado bastante rápido…
El azabache no respondió.
Era él. Ese joven castaño que le había provisto de más velas blancas, puesto que el moreno las había consumido todas la noche anterior por elegir leer en lugar de dormir.
La única razón por la que Levi estaba en aquel seminario —y no era por amor, porque jamás podría amar a algo tan sucio y cruel como los hombres y a la vez tan maquiavélicamente inteligentes para disfrazar su maldad—, el único motivo que lo tenía anclado a la vida como seminarista era que ese lugar le proporcionaba el silencio y la privacidad que necesitaba para escribir. Porque eso era lo único que Levi quería en la vida, lo único por lo que valía la pena agarrar y soltar un aire sucio cada día y llevarse comida sin sabor a la boca para seguir vivo. Porque quería escribir.
Eren se fue sin esperar respuesta; no creía que la habría, de todos modos. Levi jamás le había pedido algo ni le había agradecido por nada en los cuatro años que llevaba conociéndolo. Vamos, que el moreno ni siquiera lo había saludado nunca y, cuando el castaño de doce años le habló por primera vez para presentarse, el azabache de diecinueve lo había pasado de largo. Nadie en la diócesis sabía exactamente qué hacía Levi ahí, pero todos reconocían que el moreno tenía buena memoria para los rezos y las lecturas, además de que cumplía con sus labores y servicios rápidamente, a pesar de su cara de infinito fastidio.
Bueno, qué podía hacer. En realidad, estaba fastidiado.
Ocho años de estudio era lo que pedían. Ya en el séptimo año, un Levi de veintitrés cursaba el último grado de teoría antes del diaconato, en el que le exigían prestar un año de servicio en una parroquia real… y Levi no pudo estar más en desacuerdo con la idea: Cuando estuviera en el diaconato, sería menor el tiempo que tendría para escribir y mayor el que tendría que pasar oyendo las vidas de un montón de gente que se confesaba por infidelidades, robos, adulterio, crímenes como asesinato y violación, parafilias y engaños, metido por horas en una caja de madera sofocante y caliente con aquella sotana que no le facilitaba el trabajo; además de que, en el momento de la eucaristía, Levi tendría que fingir ignorar cuando las mujeres le besaban o lamían discretamente los dedos al momento de acercarles la hostia, quedándose frío la primera vez que aquello le pasó en un entrenamiento; de hecho, lo había visto en algunas misas verdaderas. Pero aquello no había sido accidental. Cuando le ocurrió por primera vez a él en una simulación, la mujer le había lanzado una mirada hambrienta al moreno que lo había dejado helado.
No, por supuesto que no le agradaba la idea del servicio en una iglesia real.
Pero eso había estudiado Levi en todos esos años, predicar era lo único que conocía, así que no sabía qué otra salida tenía. Aunque le gustaba escribir, en ese tiempo la popularidad la gozaba la literatura de amores prohibidos entre clases sociales, mientras que Levi se oponía a ajustar su manera de narrar al gusto de las masas trastornadas que sabían leer en esa época. Prefería predicar y escuchar confesiones aburridas por años que escribir una sola novela sólo por entretener a multitudes fumadas.
Pero, ese año, la vida de Levi daría un vuelco. Poco a poco, hasta convertirse en una vuelta total y brutal. Y todo comenzó por eso: Por una confesión.
Lo que menos le gustaba hacer a Levi era confesar. Le fastidiaba como nadie se podía imaginar: Era, para él, lo más difícil y cansado. Incluso prefería las visitas en los hospitales con los virus y los tumores en el aire, que el hecho de estar metido en aquella caja: Tenía que pasar tantas horas en aquel confesionario que últimamente se llevaba unos pergaminos y tinta para escribir… Después de todo, había una cortinita perforada entre el sacerdote y el confesado que hacía que sus caras lucieran difusas y los confesados nunca se daban cuenta, aunque tampoco era como si escribiera una novela metido ahí dentro. De hecho, sólo escribía un poco en los casos en los que se tardaba más de una hora confesando a la misma persona que se había llevado a la iglesia su tonelada de pecados acumulados durante años. No siempre ocurría, pero cuando sí pasaba el pobre padre acababa totalmente mareado.
Y esa semana le tocaba hacerlo otra vez, esta ocasión con los mocosos del seminario menor, aquellos chicos menores de dieciocho, para terminar de decorar el pastelito de la emoción de Levi. Ah, qué alegría descomunal le daba confesar a un montón de chiquillos con las hormonas alborotadas, preguntándole si era pecado esto o lo otro, que si el Señor se enojaría si imaginaban besar o abrazar a alguna chica o tocarse u otra cosa así. ¿Para qué rayos le preguntaban eso? "Agh, mocoso tarado. Todo es pecado en este mundo y ya. Ahora lárgate a rezar y desaparece de mi vista" a veces sencillamente hervía de ganas de decir aquello, aunque en la realidad, Levi sólo daba la penitencia y su tono de voz decía todo lo demás.
Afortunadamente, aquel viernes era su último día de practicar confesiones. Le faltaba sólo una hora. Estaba casi contento de terminar con aquella locura, cada minuto que pasaba lo acercaba más al bendito fin.
… Pero, en realidad, ése fue el maldito principio; la primera señal de que su vida iba a cambiar, aunque no sabía si para bien, para mal o un poco de los dos. Ese cambio que tenía pelo castaño, ojos verdes y brillantes y una voz ligeramente tibia por la calidez de su alma y sus buenas intenciones. El único chico que, en la opinión de Levi, era el único que merecía estar ahí.
Al principio, era un mocoso más en una fila. Eso era. Aunque Levi sabía que el castaño era el que pasaba más tiempo prestando servicio en los orfanatos; muchas veces lo había visto con niños enfermos, apoyando en actos de caridad o en el catecismo pero, más que nada, pasaba tiempo con huérfanos quienes acababan encariñándose con él. Muchas veces, incluso después de ser adoptados, esos niños buscaban a Eren sólo para saludarlo. Realmente Levi no sabía cómo se sentía aquello, a él nadie lo había buscado jamás.
Cuando Eren se arrodilló frente al confesionario, al principio Levi no notó que se trataba de él. Estaba cansado y no le motivaba adivinar la voz de cada mocoso tras la cortinita; de hecho, a muchos no los conocía y tampoco les prestaba gran atención, tanto así que ese día le había dado la misma penitencia a todo el mundo. Qué más daba si se habían comido a su papá, violado a cinco ancianas o si le habían escondido un bocadillo a su hermanito, la penitencia era igual para todos. "Ya, carajo. Ustedes no están aquí adentro rostizándose con la maldita sotana. Que estamos en agosto, maldita sea". Bueno, no decía eso, pero se le reflejaba perfectamente en el tono de la voz.
Llevaba unos diez minutos con aquel confesado castaño. Levi sólo le había dicho "sí… sí… Ya veo. Sí, es difícil… Oh…" que era lo que siempre le decía a todo el mundo, sin escuchar mucho. Después de cuatro horas encerrado ahí estaba mareado y sofocado de calor, lo menos que quería era conversar.
Sin embargo, notó que el joven se había quedado en silencio por tanto tiempo que incluso le hizo pensar que se había ido. Pero no, su figura cabizbaja seguía ahí.
Al ver esto, sólo le preguntó:
—… ¿Has terminado?
El chico tardó en contestar.
—No, padre.
"Pues qué carajos esperas, mocoso idiota, ¿no ves que me quiero bañar?" Fue lo que le cruzó por la mente, pero sólo replicó:
—… ¿Hay algo más que me quieras contar?
Otro silencio aterrador. Pero, rayos, Levi no lo podía presionar. A veces le hubiera gustado ser carcelero, al menos así podría gritarles a los reos y desquitarse con ellos, pero no, Levi se había vuelto sacerdote y tenía que callarse todos esos gritos que acabarían explotándole la cabeza algún día a media misa.
Casi cinco minutos después, el joven habló:
—Señor, le imploro que me escuche con la mayor atención que le sea posible. Es la primera vez que me confieso a pesar de que llevo años en el seminario, pero no me atrevía a dar este paso. Esto me llena de culpa y dolor y lo recuerdo cada vez que me despierto y me duermo, es algo que devora mi tranquilidad y he pasado años en silencio implorándole perdón al Señor por dentro, desde el día en que me hablaron de su existencia… pero debo confesarlo porque ya no puedo soportarlo más.
Hubo un silencio corto.
—Ya veo… —Fue la respuesta automática de Levi porque no lo estaba escuchando.
Otro silencio más, esta vez más incómodo, hasta que el chico soltó con una voz afectada, débil y desgarradora:
—Padre… tuve un aborto a los doce años.
En ese momento, los ojos de Levi se quedaron perplejos. ¿Qué clase de broma era ésa? Estaba seguro de que era un hombre el que le estaba hablando. ¿Acaso ese mocoso se había fumado la droga de algún cura antes de la confesión o qué carajos?
Levi se sabía el cuento de que, hacía más de cien años, existieron hombres capaces de procrear, pero había oído que estaban extintos. No podía creer esas palabras del chiquillo quien, en lugar de estar en el seminario, debería de estar en un maldito loquero…
—¿Qué? —Fue lo que soltó Levi casi un minuto después. El mocoso de nuevo hundido en silencio.
—Señor, la gente como yo… o tal vez sólo yo, despide un olor extraño al entrar en… usted sabe, en celo. En mi infancia, un amigo de la familia se dio cuenta de mi condición. En la actualidad sólo las mujeres pueden procrear, pero él conocía esa vieja historia y sabía reconocer el olor del celo. —Explicó el castaño, en voz baja— Cuando tenía once, ese sujeto me propuso… que siempre que fuera de visita a mi casa, no le diría mi problema a mis padres si… yo accedía a estar con él. Me dijo que, si se sabía mi problema, la iglesia me iba a condenar. Y es cierto, todos los hombres así son ejecutados y condenados. Pero yo en ese momento no sabía lo que era condenado, y él dijo que me explicaría… dijo que podía protegerme pero yo tenía que demostrarle que confiaba en él. Y con demostrarle, me refiero exactamente a lo que usted está pensando, padre —el chico hizo una pequeña pausa. —Esa noche, señor, ese hombre me forzó y me… me…
El joven ya no pudo continuar. Levi jamás había oído una cosa así, estaba casi absorto.
—… ¿Te violó?
Más silencio, hasta que poco después, el menor soltó un:
—Hm-hum…
Ninguno habló. El moreno sin saber qué rayos pensar y el muchacho vuelto un manojo de nervios.
—Así lo estuvo haciendo como por… dos meses. Unas tres veces en total. Hasta que un día empecé a sentir mucha fiebre, mareos y le dije a papá, que era médico, y él… —se pausó por un momento, bajando todavía más la voz— él me llevó con una partera, en un establo, una partera de los animales… porque en el hospital podrían pasarle el reporte a la iglesia y me condenarían. Entonces, esa noche… la mujer me dio instrucciones… y aborté.
Había dicho lo último en un hilo de voz desgarrado.
—Papá estaba furioso conmigo, dijo que… yo estaba enfermo y que sacarlo era lo mejor para mí, y yo no entendía lo que estaba pasando. A la mañana siguiente… me dijo que no quería volver a verme y me dejó frente a la puerta del seminario. Lo último que recuerdo de él, es que le pregunté por qué me había traído aquí… y él sólo me contestó: "Para que el Señor se haga cargo de su error"…
El silencio que siguió fue denso, desolador, casi infinito. Levi apenas podía pestañear y el joven había bajado la mirada a sus manos, jalándoselas entre sí con nervios, sin poder decir nada más por un rato.
—¿Soy… un asesino, padre?
El moreno tardó unos segundos en responder.
—Dices que no sabías lo que estaba pasando…
Eren respondió:
—Si un niño toma un arma de verdad, pensando que funcionará como una de mentira y mata a otro en un juego, ¿eso no lo convierte en un asesino? Creo que el mío es un caso similar… —Explicó el castaño, angustiado, lleno de culpa.
—Tenías doce y fuiste violado. ¿Qué otra elección tenías?
—… ¿Asesinar? —Preguntó, temblando de dolor.
Levi contestó de inmediato:
—Era posible que la criatura viniera enferma, con malformaciones. Tenías doce. Su nacimiento pudo haberte matado a ti también.
—Hubiera sido bueno-
—Cállate, mocoso idiota.
Al oírlo, el castaño se quedó frío, su cuerpo de piedra. El padre había soltado eso bastante fuerte, casi con furia, pero había algo que le asombraba mucho más que aquel regaño…
—¿Se-Señor Ackerman? —Preguntó, titubeando, sin podérselo creer. De todos los seminaristas de último año de la diócesis, ¿le tuvo que tocar el más amargado y desalmado de todos? Rayos, ese hombre incluso lo llenaba de miedo, Eren ni siquiera podía encontrar a Dios en sus ojos grises llenos de odio. Y él acababa de contarle el trauma más grande de su vida a ese hombre que lo había ignorado por cuatro años como a una vil basura…
—Ah, e-eso es todo lo que tengo que decir. ¿Cuál es mi penitencia? Sólo dígamela y me iré —repuso el castaño, incómodo y veloz, sin poder esperar un segundo más para alejarse de ahí.
Pero el moreno no contestó. Eren se volvía más nervioso con cada segundo que pasaba en el que el hombre no hablaba… Diablos, que le dijera algo, aunque sea "lárgate" pero tenía que saber la penitencia porque no soportaría contárselo a alguien más. Eren debió preguntar quién estaba confesando esa semana, pero el muchacho tonto sólo se había hincado frente al confesionario y empezó a hablar con los malditos ojos cerrados…
—No recuerdo cómo te llamabas. Sé que eres el mocoso castaño ese… el de las velas.
Cuatro años y no se sabía ni su nombre.
Pero, al oír que lo había reconocido, el castaño se quedó frío.
—N-No es importante, señor. Por favor, mi penitencia —lo urgió Eren.
—Híncate. No hemos terminado.
—Señor-
—Obedece.
Maldición, estaba temblando… pero se arrodilló nuevamente, sus sentidos esperando la respuesta de Levi. Sólo quería la penitencia e irse, no deseaba nada más.
—Estás actuando así porque te sientes humillado ante mí. Piensas que me estoy riendo de tu tragedia porque siempre te he ignorado. ¿Me equivoco? —Observó el mayor.
Eren no respondió.
—Esto será una confesión por una confesión, mocoso. Para que empieces a practicar. —Sentenció el moreno, secamente— Todos tenemos nuestra propia sombra. Y, como tú me dejaste ver la tuya, te mostraré la mía.
Los ojos verdes se llenaron de sorpresa, su cuerpo muy quieto ante aquella voz potente y segura.
—A ti te hicieron eso sin que tus padres se enteraran. A mí me lo hicieron enfrente de mi propia madre. —Le contó el moreno, con una voz más gélida de lo habitual.
—¿Qué? —Atinó a decir el castaño, sin creerlo.
Levi siguió hablándole.
—Mi madre era una puta barata, que se dejaba coger por cualquiera que le diera una moneda, una promesa falsa o un pan. A veces me llevaba a su trabajo y yo la oía. Ella no me quería a mí, ni a los clientes, ni a ella misma. Lo único que le gustaba era que se la follaran.
Eren estaba pasmado. No podía creer la boca y la frialdad que tenía ese hombre. O, más bien, que tenía ese prospecto a sacerdote.
—Una noche ella enfermó y no podía dejar de vomitar. El cliente ya le había pagado, pero le dio asco cogérsela y se iba a ir. Entonces mi madre decidió que quería conservar el dinero que ya le habían dado… así que le dijo al hombre que me buscara y me follara a mí.
Los labios de Eren se abrieron de la impresión, para tomar aire. No podía ver el rostro de Levi, sólo aquella cortinita con agujeros diminutos.
—Yo tenía siete y no sabía ni qué carajos me iba a hacer aquel imbécil; me lo imaginé por los ruidos de mi madre, pero no lo podía creer. Jamás me habían tocado, pero cuando lo hicieron, ella no me defendió. Al contrario, la perra sólo decía: "Ya, no te muevas" y yo no pude zafarme porque era patético y débil. Cuando el cerdo terminó dentro de mí, me botó a un lado y le dijo a mi madre que yo era mejor. Entonces, me di cuenta de que eso estaba mal y me largué. —Soltó, sin variación en su voz, manteniéndola firme y oscura de principio a fin— Te lo dije, mocoso: Todos tenemos nuestra propia sombra. Así que si crees que voy a revelar la tuya o reírme de ella, recuerda la mía. —Concluyó el moreno, con un tono sombrío, para luego dictarle su penitencia a Eren. El castaño estaba atónito, casi sin poder respirar.
—Se-Señor, l-lo siento mucho…
Levi sólo preguntó, secamente:
—¿Hay alguien más en la fila?
—Sí…
—Vete ya.
—Sí.
Y, santiguándose con prisa, el castaño se alejó.
Fin del capítulo 1.
Notas: Si han llegado hasta aquí, les doy las gracias.
La idea de este fic viene de uno de mis cursos, el más tedioso y aburrido de todos, cuando se hizo un comentario sobre monasterios como de cinco segundos. Esa sola oración desencadenó esto. Las edades de Eren y Levi son 16 y 23.
Nuevamente, gracias por leer y si tienen alguna duda o comentario pueden hacérmelo saber.
Besos.
