NA: ¡Hola! Si estoy publicando el primer capítulo de esta historia es porque desde que subí el adelanto a mi página de Facebook, las masas enloquecieron y pues yo quiero conservar mi integridad física xD
Aclaro que se tratará de un short fic en el que Voldemort nunca existió.
Gracias a mis toxics hermosas por ayudarme a elegir el título de la historia (porque apesto con los nombres) y mil millones de gracias a Bianca Priori por la increíble portada que me ha regalado para este nuevo fic ("CygnusDorado" en FanFiction, pasaos por su perfil para leer más historias increíbles sobre Draco y Hermione)
/REFLEJOS DEL ALMA/
Capítulo 1:
Hermione abrió los ojos antes de que sonara el despertador de su mesita de noche, como solía hacer cada mañana. Rodó un poco sobre sobre sí misma a sabiendas de que su marido no estaría en su lado de la cama. Le había costado horrores convencerlo de que lo mejor para su hija era que fuera a una escuela muggle hasta que llegara su carta de Hogwarts, pero finalmente había terminado saliéndose con la suya. Aquella mañana le tocaba a Draco llevar a Isabella al colegio, así que haría una media hora que ambos habrían salido de casa.
Se desperezó, moviéndose y hundiendo la cara en la mullida almohada. Aquella mañana tenía más sueño de lo habitual, lo cual era extraño porque se había acostado más temprano que de costumbre. Su columna crujió al moverse de nuevo. Era como si su cuerpo hubiera estado en continuo movimiento durante la noche, como si no hubiera descansado ni un poco en todas las horas que llevaba durmiendo.
El despertador finalmente sonó y ella se incorporó para silenciarlo. Tenía que levantarse de una vez, aquel informe sobre los nuevos acuerdos mágicos con Francia que le había encargado el Ministro en persona no iba a redactarse solo.
Bostezando un poco, eligió la ropa que se pondría aquel día y se quitó la parte de arriba del pijama. Su tacto hizo que mirara aquella prenda con extrañeza. Juraría que anoche se había ido a la cama con su pijama de seda beige favorito, y no con aquella camiseta blanca básica.
Encogiéndose de hombros y sin darle más importancia, se quitó el viejo pantalón y guardó ambas cosas en el armario. Se vistió, se peinó y puso rumbo a la cocina para desayunar.
Al pasar junto al mueble que había próximo a la escalera, Hermione tuvo que retroceder unos pasos para volver a mirar algo que había llamado su atención. Con el ceño ligeramente fruncido, tomó aquel marco y clavó la vista en la fotografía que contenía. Era la foto preferida de su boda, o al menos la mejor que el fotógrafo había conseguido sacar teniendo en cuenta sus nulas habilidades para posar ante la cámara. Se quedó analizándola un momento. Ella mantenía una postura muy parecida a la recordaba, pero el hombre que había a su lado no era Draco… sino Ronald. Sí, quien la agarraba por la cintura de su traje de novia y la miraba con una sonrisa enamorada no era su marido, era su amigo.
Necesitó sacudir la cabeza un par de veces para salir de su aturdimiento.
—Muy gracioso, Draco —dijo con resignación, poniendo los ojos en blanco.
Al principio de su vida de casada había tenido que soportar bromas como aquella durante una buena temporada, pero con el nacimiento de su hija las burlas sin sentido de su marido habían ido disipándose poco a poco. Hacía unos cinco años que no hacía algo parecido, pero sí él quería volver a jugar… ella buscaría el momento idóneo para su venganza.
Cansada como estaba, bostezó de nuevo al llegar a la cocina. Le extrañó que Draco no le hubiera dejado algo de café en la cafetera, aunque lo más raro de todo era que pareciera que esta no hubiera sido usada aquella mañana. Conocía a su marido, sabía que no podía funcionar sin su café de por la mañana. Suspiró. Tal vez Isabella hubiera estado lo suficientemente remolona como para amenazar con llegar con retraso al colegio, o peor, con hacerle llegar tarde a su trabajo. Ambos tenían puestos demasiado importantes en el Ministerio, ser impuntuales no era una opción para ninguno.
Agitó su varita y puso la cafetera a trabajar. Isabella era tan obediente y avanzada a su edad que a veces olvidaba que su hija seguía siendo una niña. No importaba, se pasaría por el despacho de Draco y le llevaría algo de café para intentar mejorar el inicio de su día.
Sintiendo su estómago rugir, y después de hacer que el amargo líquido oscuro empezara a verterse en una taza, abrió el armario en busca de sus galletas favoritas. Quitó algunos paquetes y se puso de puntillas para intentar ver el fondo del mismo con más claridad. ¿No las habían comprado recientemente? Era humanamente imposible que se hubieran gastado de un día para otro.
Sin tiempo para ponerse a pensar demasiado, decidió simplemente tomar una pieza de fruta antes de beberse el café. Después de desayunar todo lo rápido que pudo, vertió ella misma algo de café en un termo, cogió su maletín y se metió en la chimenea para ir directa al Ministerio. Caminó con paso ligero mientras recorría aquel imponente hall, topándose de frente con gente a la que conocía y haciendo algún que otro gesto a modo de saludo. Hermione era una mujer que podía ir con prisas, pero jamás sería descortés.
Divisó a una de sus mejores amigas cerca del ascensor que tenía que tomar para ir al departamento donde Draco trabajaba. Quiso regalarle una amplia sonrisa al cruzarse con ella, hacerle un gesto para darle a entender que la llamaría más tarde… pero Pansy Parkinson fue más rápida al dedicarle una mueca que rebosaba repugnancia.
Hermione se paró en seco, viendo cómo se alejaba entre la gente contoneando sus caderas. Sentía que la había reducido a cenizas con una sola mirada, pero pensándolo fríamente eso no tenía mucho sentido… ¿Había visto bien o se lo habría imaginado?
—¿Baja? —le preguntó alguien, sacándola de sus cavilaciones repentinamente. Hermione reparó en que aquel hombre estaba esperando una respuesta antes de cerrar las puertas del ascensor mágico.
—Sí, gracias —respondió, decidiendo al instante no darle más vueltas a aquel sinsentido. Llevaban más de veinte años siendo amigas, no había ningún motivo para pensar que tal vez Pansy no se habría dado cuenta de que era ella, o quizás ella misma no habría percibido bien su saludo.
Abandonó el ascensor en el piso correcto y se dirigió a la oficina del jefe del Departamento de Misterios. La secretaria habitual de su esposo no estaba sentada en la mesa de fuera, pero pudo encontrar a un chico que parecía estar haciendo su trabajo. El verano estaba llegando con un tiempo inmejorable, y debido a esto había quienes preferían cogerse las vacaciones por adelantado.
Se fijó en que en la placa de su chaqueta rezaba el nombre del chico: "Jace Thomas".
—Hola Thomas. ¿Está reunido? —le preguntó, haciendo un gesto hacia la puerta.
El aludido reparó en ella, mirándola con un atisbo de confusión antes de negar con la cabeza.
—No, el señor Malfoy no tiene reunión hasta el mediodía —comentó, hojeando un momento los papeles que había frente a él—. ¿Ha llamado para avisar de que venía? Si necesita entregarle cualquier documento puede dejármelo a mí, yo se lo haré llegar de inmediato.
Hermione se rió con ganas.
—Eres nuevo aquí, ¿verdad? Eso explica que no sepas que soy su esposa. Pero no te preocupes, ahora ya lo sabes—le dedicó una mirada casi maternal y, sin ni siquiera tocar a la puerta, giró el pomo y entró dentro. Se acercó al escritorio y, sin darle tiempo a reaccionar, le dio un beso en la mejilla al hombre que estaba centrado en su trabajo—. Hola cariño, te he traído algo de café. He visto que no has podido desayunar esta mañana y no quería que tu día empeorara por no tener tu dosis diaria de cafeína —dejó el termo en la mesa antes de rodearla, dejar su maletín a un lado y quitarse la chaqueta mientras se sentaba cómodamente en una de las sillas frente a él. Tomó una profunda respiración antes de continuar—. Y no creas que voy a olvidar tan fácilmente lo que le has hecho a nuestra foto de bodas. ¿Ron? ¿En serio? ¿Qué pensaría Daphne de que te burlaras así de su esposo? Que no te extrañe si se me escapa algo delante de ella a la hora del almuerzo. Ahora deja que descanse un momento antes de irme, llevo toda la mañana corriendo.
Hermione se dio cuenta de que estaba parloteando sola al no obtener respuesta de él. Cuando levantó la mirada para ver a su marido, este la escrudiñaba con la misma expresión de asco que le había visto a Pansy unos minutos antes. Ambos se quedaron en completo silencio durante unos pocos segundos.
—Granger —dijo él al fin, su voz sonando con irritación mientras enseñaba todos sus dientes—. ¿Qué haces?
—¿Cómo que qué hago? Ya te lo he dicho, te traigo tu café de la mañana —la mujer dobló un poco la cabeza al percatarse de un pequeño detalle—. ¿Por qué me llamas Granger?
—¿Por qué vienes a mi oficina, entras sin llamar y me llamas "cariño"? ¿Por qué me das un beso? ¿Por qué te sientas ahí como si estuvieras en tu casa? Muchas incógnitas para ser tan temprano, Granger.
—No te entiendo.
Hermione se le quedó mirando fijamente. Draco tampoco apartaba los ojos de su rostro.
—Pues si tú no entiendes a qué viene esto, yo menos.
El hombre enlazó los dedos de sus manos sobre el escritorio, gesto que dejaba bastante claro lo cerca que estaba de perder la paciencia. Ella se fijó de manera involuntaria en la brillante alianza de su dedo anular. Frunció un poco los labios. Ese anillo no era…
En un acto reflejo, alzó su propia mano para ver la suya. No, aquella tampoco era su alianza de casada. Transcurrieron unos segundos más antes de que Hermione entendiera lo que estaba pasando.
—Vale Draco, ya he tenido suficiente de tus bromas por hoy. Arregla nuestros anillos ahora, y la fotografía de nuestra boda tiene que volver a ser la que era antes de que llegue a casa. Te las verás conmigo si no lo haces.
—Bueno, esto es lo último —Draco se levantó de la silla con brusquedad, tanto que estuvo a punto de tirarla al suelo con aquel movimiento—. Vienes a mi oficina con la excusa de traerme café, me besas, me hablas con total confianza y mencionas una boda… ¿qué maldita boda, Granger? ¿Y encima te atreves a amenazarme? ¡Fuera de mi despacho!
El corazón de Hermione dio un vuelco al ver cómo le gritaba. Nunca antes se había mostrado tan agresivo y furioso delante de ella, ¿qué le pasaba ese día? Realmente parecía haber perdido la cabeza, como si el Draco al que tenía delante no fuera el mismo hombre con el que se acostó la noche pasada. Contuvo la respiración al recordar que hoy le tocaba llevar su hija al colegio. Si aquello no era una maldita broma y de verdad había enloquecido, ¿qué había pasado con ella?
Su instinto maternal y la necesidad implícita de proteger a su hija de cualquier mal se multiplicó por mil dentro de su cuerpo. Se levantó de la silla de un salto y lo miró con una mezcla de intensidad y preocupación en el rostro.
—¿Dónde está Isabella?
—¿Qué? ¿De quién hablas?
—¡¿Dónde está?! —exclamó la mujer, empezando a desesperar con la idea de que hubiera podido pasarle algo aquella mañana—. Hoy te tocaba llevarla al colegio. ¿La has dejado allí? ¿Está bien?
Hermione logró agarrar sus cosas antes de que Draco salvara la distancia que los separaba y la tomara del brazo con demasiada fuerza. Ella gimió de dolor al sentir sus uñas clavarse en su piel, pero él no hizo nada por evitarlo. Empezó a arrastrarla por su despacho, dispuesto a echarla de allí él mismo, pero Hermione se oponía con toda su energía.
—¡Dímelo! ¡Solo dime que está bien y me iré!
—Estás desvariando —le recriminó.
—No, ¡tú estás desvariando! —le dio un manotazo en el hombro y trató de soltarse, sin éxito—. ¡Dime que nuestra hija está sana y salva!
Draco dejó de tirar de ella y observó por un momento su descompuesto rostro. Hermione sentía que estaba al borde de un ataque de pánico. La preocupación de la mujer era más que evidente, pero aun así, él no tuvo reparos a la hora de reírse en su cara.
—¿Nuestra hija? —se burló—. Entiendo que te montes tus fantasías conmigo, Granger, sobre todo cuando tu marido es alguien como Weasley… pero por favor, no las hagas tan evidentes. Das escalofríos.
Sus palabras le helaron la sangre hasta el punto de que su cuerpo dejó de oponer resistencia, encontrándose pronto fuera de aquel despacho.
—Señor —el secretario se levantó de su asiento en cuanto los vio aparecer. Parecía más que dispuesto a disculparse por haberla dejado entrar sin previo aviso, pero el rubio no quiso escuchar sus explicaciones.
—No quiero excusas, Thomas. Vuelve a dejar que se cuele cualquiera a mi despacho y tú y yo tendremos un problema.
El rostro del chico se volvió blanco de repente. Asintió enérgicamente y casi hizo una reverencia antes de que Draco cerrara con un portazo a sus espaldas. Hermione se quedó mirándolo, perpleja.
—Lo siento —dijo con sinceridad antes de marcharse. Todavía no entendía qué diablos estaba pasando aquel día, pero realmente lamentaba haberle causado problemas a alguien.
Sacudiendo la cabeza para volver en sí, y convencida de que su deber como madre era ir directa al colegio de su hija para comprobar que estuviera bien, decidió pasarse antes por su propio despacho para dejar sus cosas y no cargar más con ellas. Se dirigió al piso que albergaba el Departamento de Cooperación Mágica Internacional y entró como un rayo a su oficina para soltar su maletín… pero cuando quiso darse cuenta, Seamus Finnigan ocupaba su silla tras el escritorio. Una fotografía familiar diferente a la suya colgaba de la pared que había tras él.
—Oh, hola —saludó, no sin un cierto atisbo de asombro—. No te esperaba por aquí. ¿Necesitas algo?
Ella no respondió. Retrocedió unos pasos y miró la placa de la puerta. Su nombre había desaparecido sin explicación y ahora mostraba el de su compañero.
—Solo dime una cosa… —pidió con un hilo de voz—. ¿Es esta la planta de Cooperación Mágica Internacional?
—Así es.
—¿Y es este el despacho número 358?
—Sí.
—Entonces no entiendo nada.
—¿Qué no entiendes?
Pero Hermione se había ido antes de poder responder. Daba igual. Iría a la escuela de su hija de cualquier manera, después de todos aquellos contratiempos no pensaba volver al trabajo aquel día. Había llegado a un punto en el que tanto misterio había conseguido frustrarla. Y eso que ella no era alguien que se rindiera ante las adversidades, de hecho siempre conseguía encontrar una solución a cualquier problema que se le pusiera por delante… pero esa mañana todo estaba resultando demasiado abrumador.
La cosa no mejoró cuando, sin darse cuenta, arrolló a alguien a su paso. Su maletín cayó al suelo y se abrió con el golpe, esparciéndose todos sus papeles por doquier. Estuvo tentada a soltar algún que otro improperio, pero antes de perder las formas decidió agacharse para recoger sus cosas y aprovechar para contar hasta mil.
—¿Hermione?
La aludida miró hacia arriba.
—Oh, hola Ron —saludó sin dejar de recoger sus papeles. Iba a decirle que no podía pararse a hablar en aquel momento, que el día estaba siendo horriblemente extraño y que necesitaba ir a comprobar algo importante… pero su amigo habló primero, y su voz sonaba realmente preocupada.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Cómo que qué estoy haciendo aquí? Trabajo aquí, en esta misma planta —le recordó.
—Bueno, quitando el hecho de que tu departamento no es este, me refería a otra cosa. ¿Has dejado sola a Rose?
Hermione apenas lograba escucharlo. Su atención se había fijado en uno de los papeles que estaba recogiendo. Aquella parecía su letra, sí, pero no recordaba haber escrito ninguna propuesta de ley para la regulación de los elfos en la sociedad. Tragó saliva y cogió otro pergamino al azar. No, su trabajo tampoco consistía en clasificar a las nuevas criaturas mágicas que habían sido descubiertas recientemente.
Metió los pergaminos restantes de cualquier forma dentro de su maletín y se puso en pie para enfrentar la situación. Miró a Ronald con el corazón latiendo fuertemente en su pecho.
—¿Cuál es mi departamento entonces?
Hermione no pudo disimular la sorpresa cuando Ron la tomó de la mano y la llevó a un sitio apartado. Tomó su rostro con cuidado y la miró a los ojos con desconcierto.
—¿Te encuentras bien?
Ella se deshizo de sus caricias dando un paso hacia atrás. Aquello le incomodaba, le incomodaba más que nada en el mundo.
—Responde a mi pregunta.
—Hermione, trabajas en el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, ¿qué pregunta es esa? —dijo, volviendo de nuevo a lo que realmente le preocupaba—. ¿Dónde has dejado a Rose?
—¿A quién?
—A Rose —le repitió—. Ayer le dio fiebre y avisaste de que no vendrías al trabajo para quedarte con ella.
Intentando mantenerse todo lo entera que pudo, decidió hacer una última pregunta.
—¿Quién es Rose?
Ronald le puso el dorso de la mano en la frente sin pedirle permiso.
—¿Tú también te encuentras enferma, amor?
"Amor".
Hermione no había olvidado las palabras de Draco, no cuando la había acusado de estar casada con uno de sus mejores amigos. En un momento de debilidad quiso echarse a llorar, preguntarle por qué la llamaba así, por qué su marido supuestamente parecía odiarla y por qué su trabajo en realidad no era su trabajo. Realmente esperaba que él tuviera todas las respuestas de las que ella carecía aquel día, pero su garganta estaba tan seca que apenas logró articular una sola palabra.
—Yo…
—Escucha, tengo que volver a mi puesto, ¿de acuerdo? Vete a casa. Es posible que Rose todavía no se haya despertado —le ordenó—. Lo que sea que tengas que hacer aquí puede esperar. Nuestra hija es muy pequeña para quedarse sola.
Su mundo se vino abajo al escuchar aquello. Recibió un rápido e inesperado beso en los labios, pero su cuerpo no reaccionó como debía. Simplemente se quedó allí plantada, sintiendo cómo una sensación de desasosiego se apoderaba lentamente de su interior mientras veía a su amigo alejarse a toda prisa.
Pasaron cinco, diez, quince minutos hasta que Hermione logró volver en sí. Su mente no estaba funcionando correctamente en aquel momento, solo podía pensar en su hija. Echó a correr sin importarle lo que pudieran pensar de ella las personas con las que se cruzaba, se metió en una de las chimeneas del Ministerio y volvió a su casa. Con el ritmo cardíaco más acelerado que nunca, tiró su maletín sobre el sofá y subió las escaleras sin hacer ruido. Luego se asomó con sigilo, aunque casi jadeante, a la habitación de su hija. Le tranquilizaba el hecho de que los muebles fueran los mismos que recordaba del día anterior, aunque… esa pegatina de la ventana era nueva para ella. Entrecerró un poco los ojos para poder verla mejor en la distancia. Era el escudo de Gryffindor.
Y a Hermione le había costado aceptar que Isabella siempre hubiera tenido tan claro que sería de Slytherin.
Un bulto se movió bajo las sábanas. Hermione tuvo que hacer acopio de toda su valentía para entrar en la habitación y acercarse a la cama. Necesitaba encontrar a su hija ahí, lo necesitaba más que nada en el mundo. Se sentó con cuidado en el colchón y, con manos temblorosas, apartó las mantas que tapaban a la pequeña.
Su corazón dejó de latir por un momento.
Una niña de rizos pelirrojos se estiró, bostezó y frotó sus ojitos antes de abrirlos. Pareció contenta de encontrarla a su lado.
—Hola mamá. ¿Me haces el desayuno?
NA: El segundo capítulo ya está al 50%, ¿pero qué os ha parecido este? :D
¿Me dejas un review? C:
Cristy.
