No sé lo que hice, pero lo subo antes de quemarlo : P

Palabra 22: Aljibe, propuesta por Skuag

Personajes: Takeru y Hikari


Aljibe

Hikari había vuelto a tener pesadillas. No eran demasiado terribles, pero eran recurrentes, de todas las noches, haciendo que ella despertara llena de angustia y sin recordar. Quería escapar aunque no sabía adónde.

Y por eso cuando Takeru le propuso su casa de campo en Tachikawa como quien no quiere la cosa, jugando, ella lo abrazó, le besó los labios y se metió a su casa a sacar lo básico en su mochila de estudiante. Takeru se había quedado mudo, paralizado tanto por la reacción inesperada de Hikari como por el beso que había recibido. Su corazón latiente era para entonces un enorme abismo lleno de cálido y radiante amor.

Veinte minutos después esperaban en una estación la primera de sus muchas combinaciones de tren, y al atardecer habían llegado a su escondite, riendo y conversando, caminando en el campo mientras Takeru hacía pajaritas de papel blanco.

Tal vez era el aspecto mágico de la tarde, tal vez el hecho de que el beso callado y anhelado les estaba pesando, lo cierto es que fue Takeru el que inició el contacto esa segunda vez, sentados al atardecer en el borde de la casa con sus tazas de té y el cuaderno de poemas de Takeru.

Esa noche, las estrellas brillaron para ellos dos más que nunca, dentro de la habitación iluminada por una pequeña lámpara de aceite, mientras sus pieles hacían la primera danza, conociéndose como de siempre, con infinito amor, candor y complicidad.

Cuando Takeru dormía con la apariencia de un gato rubio y adorable, Hikari, envuelta en una de las sábanas de hilo del futón, salió al patio a respirar su dicha nocturna, mientras un agradable dolor le pulsaba en aquella íntima herida de amor consumado. Todo le parecía nuevo, brillante, mientras en el cielo otras estrellas resplandecían en todo su esplendor, sin ver su luz opacada por la fea luz de la ciudad.

Hikari se acercó al viejo aljibe de la difunta abuela de Takeru, tiritando de frío y de dolor por sus pies descalzos en las piedras, mas en su rostro lucía ya no la sonrisa ansiosa de una adolescente, sino la serena de una mujer.

Miró hacia el cielo del fondo del aljibe. Era de noche y no había luna, por lo cual el cielo resplandecía con millares de estrellas, tantas que eran imposibles de contar. El extraño resplandor parecía emanar también del pozo, como llamándola, invitándola a participar de ese hermoso coro de luces y tranquila oscuridad de muerte, reflejándose en sus hermosos ojos.

Takeru despertó asustado, cubierto de un viscoso sudor frío. Había tenido una horrorosa pesadilla.

Llamó a Hikari, primero expectante, luego ansioso, asustado, y por último frenético. Ella no respondió, ya no respondería nunca más. El pozo oscuro y horrible se la había tragado, era un sueño recurrente que se había vuelto realidad.

Salió afuera corriendo, desnudo y aterrado, y vio a Hikari parada junto al aljibe, envuelta en su sábana blanca, los ojos bañados en lágrimas y dedicándole una triste sonrisa.