Nota personal: Este fic toma como base los eventos sucedidos en los juegos y algunos pocos del animé, espero lo encuentres interesante.


La esperanza de un Pokémon

Capítulo 1: Memorias del pasado.

En aquella noche, tormentosa y airosa, un joven de aproximadamente 20 años tenía problemas para dormir. Podía escuchar el ruido que causaban los relámpagos al surcar el cielo, iluminaban partes de su oscuro cuarto momentáneamente antes de volver a desaparecer. Oía las ventanas y la madera de su casa crujir y cimbrarse con violencia gracias al viento que soplaba afuera. Inquieto, divagaba en sus recuerdos porque aquella noche le recordaba mucho a aquel día en el que conoció a sus compañeros de viaje. Dirigió su vista hacia una de sus dos pokebolas, ambas estaban acomodadas sobre un pequeño mueble a lado de su cama, una detrás de la otra. Al contemplar la segunda sus recuerdos avivaron como fuegos artificiales. «No sabes cuánto te extraño padre» pensó triste mientras un súbito dolor recorría su corazón. El joven ya no estaba más en su cuarto, nuevamente había luz de día.

Las dos de la tarde, la hora promedio en que terminaban las clases en el colegio. Detrás del vidrio de la ventana, en un aula, un niño de apenas ocho años de edad contemplaba el apacible clima que había afuera. «La calma antes de la tormenta» pensó antes de estremecerse. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar, tanto las imágenes, como las palabras que pasaron por el noticiero el día anterior. «"Un ciclón se avecina, se esperan fuertes vientos superiores a los cien km por hora acompañados por una intensa tormenta, se recomienda a los habitantes de todo Kanto permanecer en sus casas hasta que el mal tiempo pase"»

Agobiado, salió de su escuela y se dirigió a su casa. El colegio en sí no era malo, pero encontraba difícil socializar con otros niños. Era como si él viviera en un mundo distinto al de los demás, uno que parecía haber sido olvidado. Durante su trayecto, pensó en una de las tantas historias que le había contado su padre sobre los pokémon. Era una costumbre suya que tenía siempre que iba camino a casa. Esto lo animó, pues recordó que su padre siempre le contaba aquellas historias con tanta felicidad, la cual era tal, que la podía percibir cada que lo recordaba. El vislumbrar un mundo por explorar, repleto de pokémon y de entrenadores deseosos por tener un combate amistoso, lo emocionaban.

Kanto, la región del cambio, una vez conocida por su inmensa naturaleza ahora era famosa por sus pequeñas y grandes ciudades que habían surgido debido al incremento en la población. Atrás quedaron los alejados y tranquilos poblados que solía haber. En su mayor parte ahora casi todo eran suburbios y fábricas conectadas a través de amplias carreteras, altamente transitadas, que jamás parecían dar abasto a las necesidades de la gente. El estilo de vida había cambiado con el paso de los años. La gente iba apresurada de un lado a otro corriendo porque se les hacia tarde para llegar al trabajo sin poder pensar en otra cosa. Pocos eran los que se podían dar el lujo de disfrutar de los alrededores. Aún había algunas islas pequeñas alrededor de Kanto donde quedaban pequeños rastros de la vida como solía existir antes. Las batallas pokémon pasaron de ser una costumbre a una actividad exclusiva llevada a cabo por aquellos que disponían tanto de dinero como de tiempo libre. Se convirtieron en actividades de ocio cuyo propósito principal era entretener a las audiencias. Sólo aquellos lo suficientemente ricos como para pagar su entrada a los torneos televisados eran reconocidos como auténticos entrenadores pokémon. Los ganadores recibían exorbitantes cantidades de dinero que les permitían mantener sus excéntricos estilos de vida. Con el mundo pokémon siendo acaparado por los ricos, sólo una minoría aún soñaba con convertirse en entrenadores. Ser entrenador, para la mayoría, se había convertido en sinónimo de desperdiciar la vida buscando y atrapando pokémon. Menos del uno por ciento de todos los aspirantes lograban convertir sus sueños en realidad, la mayoría, si no es que todos, eran empresarios adinerados que a partir de los cuarenta años concursaban por primera vez. Las batallas que no eran televisadas no eran remuneradas, por tanto si uno quería darse abasto tenía que buscar un trabajo en la ajetreada ciudad. Los líderes de gimnasio, al quedar obsoletos sus respectivos gimnasios; por la falta de retadores, poco a poco fueron desapareciendo. Uno a uno se retiraron a diferentes confines buscando mantener sus antiguos estilos de vida.

Desde muy pequeño, aquel joven, había crecido con el sueño de convertirse en un entrenador pokémon. No lo hacía por la fama ni tampoco le interesaba especialmente la fortuna, tan sólo lo hacía porque quería revivir la época dorada de los pokémon. De la que su padre, en tantas historias, le había contado. Le agradaba la idea de un mundo libre, sin fronteras, en el que cualquiera, sin importar su estatus social, pudiera explorar el mundo y librar las tan afamadas batallas pokémon.

El mundo actual en el que vivía no le agradaba, su padre constantemente le hacía preguntarse sobre el punto en que el dinero había adquirido tan vital importancia y le recordaba que éste no debía gobernar su vida. La filosofía de vida del padre era sencilla: Vivir una vida plena siendo humilde. Esta filosofía, aunado con sus enseñanzas, hizo crecer al hijo con una mentalidad diferente a la del resto de los niños.

Su madre se había separado de su padre años atrás por ser un soñador. Inclusive la mamá acusó al padre de influenciar a su hijo con historias tontas y sin sentido. Las tensiones y la diferencia de opiniones al respecto por parte de ambos los obligó a separarse. El niño era feliz viviendo con su padre, el cual, trabajaba duro por mantener los gastos de la casa. Un mundo lleno de pokémon donde el amor y el cariño eran claves entusiasmaba a la mente del pequeño. La idea de tener a un amigo que estuviera siempre a su lado sin importar cuál fuera la situación lo alentaba.

El niño no era tonto, pese a su corta edad se había dado perfectamente cuenta que a su padre no le agradaba su trabajo. Sin embargo, sabía que lo hacía porque era la única fuente de ingresos que tenía, era lo que les permitía vivir día con día.

Aquella tarde mientras caminaba, decidió que iría al mismo lugar al que siempre iba cuando se sentía triste ó estresado. Sus pensamientos lo distrajeron durante todo el trayecto. Para cuando se dio cuenta estaba frente aquella colina empedrada, rodeada por uno de los pocos bosques que aún se conservaban; el bosque de ciudad Verde, mejor conocido como el bosque Viridian. Su ubicación era relativamente cercana al viejo monte St. Plateau. Según le había contado su padre, ese era antes el lugar con el que soñaban todos los jóvenes entrenadores de esa región. Representaba la entrada al último desafío, la meseta Añil. Aquel lugar que alguna vez le había pertenecido a la liga Pokémon, era actualmente un sitio que estaba cerrado al público y que era exclusivo para los ricos. Era precisamente el mismo lugar donde se llevaban a cabo los nuevos torneos televisados.

El chico levantó la mirada al cielo por sobre la colina, inmediatamente una sensación de aire fresco y la imagen de la increíble vista que se podía observar desde arriba llegaron a su mente. Sus ansías por llegar a la cima crecieron, la colina no era muy empinada por lo que se podía subir a ella sin ningún tipo de equipo especial pero se debía ser cuidadoso. Las grandes rocas que había en el camino y el rocoso suelo, dificultaban mucho la subida. Cautelosamente, comenzó a caminar, le tomó un par de horas llegar hasta la cima de la colina pero cuando lo hizo recordó la razón de haber subido. Todo su esfuerzo había valido la pena, se podía obtener una magnífica vista de Kanto desde allí. Se podía ver el bosque rodeando la colina, más a lo lejos se alcanzaban a ver unos edificios junto a algunas casas que pertenecían a la ciudad más cercana y mucho más allá se podía apreciar el mar.

Fue entonces que mirando al cielo recordó lo dicho en el noticiero del día anterior. «¡El ciclón!» pensó alarmado al ver las nubes de tormenta grises aglomerarse en el lejano horizonte. Comprendió rápidamente su situación, no era buena. Sintió como si le echaran un repentino balde de agua helada que lo hizo reaccionar. Se apresuró a bajar pero, para cuando iba a mitad del descenso, la lluvia lo alcanzó. Las nubes grises se posaron sobre él, primero fue como una leve y agradable brisa pero rápidamente cambió, dando paso a una fuerte lluvia con vientos violentos. Las puntas de los árboles más altos se mecían de un lado a otro bruscamente, las hojas de los árboles salían desprendidas con todo y ramas. El viento pronto cobró mayor potencia. Las gotas de lluvia se volvieron gruesas y debido a la fuerte tormenta se sentían como pedradas arrojadas desde el cielo. La lluvia dificultó el tramo final restante, debido a que el suelo estaba empapado y resbaladizo.

Sintiendo las pesadas y dolorosas gotas sobre su cuerpo se apresuró a bajar e hizo lo que uno jamás debe hacer en una situación así, comenzó a correr. Descendió pocos metros antes de que lo inevitable sucediera, se resbaló. Tropezó y rodó colina abajo a través de la rocosa superficie, pudo sentir diferentes golpes en varias partes de su cuerpo una y otra vez repetidamente hasta que finalmente perdió el conocimiento.

La sensación de las gotas pegando en su rostro lo hizo despertar, abrió sus ojos. Inmediatamente sintió las repercusiones de la caída, todo el cuerpo le dolía de pies a cabeza, era un dolor bastante fuerte acompañado de un intenso ardor. Hizo un esfuerzo para reclinarse y examinarse, notó que tenía bastantes heridas a lo largo del cuerpo. Su ropa, manchada por los rastros de sangre, estaba rota de varias partes y dejaba entrever la mayoría de golpes y raspones que había sufrido durante la caída.

Ubicado al pie del bosque, en una zona en la que jamás había estado, miró algunos metros más adelante y vio la colina por la que había caído. Un sonoro ruido captó su atención desde la cima de ésta. Miró hacia arriba, al hacerlo observó varios pedazos de roca descendiendo por la colina, dirigiéndose velozmente hacia su posición; era un deslave. Intentó pararse pero un tremendo dolor invadió su pierna izquierda, impidiéndoselo. Al no poder mover la pierna pensó que se la había fracturado. Desesperado, intentó arrastrarse de espaldas pero no consiguió apartarse del camino. Fatigado, se detuvo, miró entonces hacia las rocas que se dirigían hacia él, sin dudarlo supo que lo aplastarían. Las rocas eran grandes, se deslizaban cuesta abajo aumentando cada vez más rápido su velocidad. A pocos metros de distancia, al contemplar el tamaño real de las piedras, fue cuando lo entendió; le quedó claro. Una sensación que jamás antes había sentido se apoderó de su mente, sabía que no sería capaz de esquivarlo. Se sintió alejado de todo y de todos, su corazón latía con bastante fuerza, sus piernas y brazos no paraban de temblar. El gélido frío que sintió no fue el del desolador clima, sino el de la inminente sensación de muerte. Petrificado, pensó que todo terminaría allí. Tuvo un último momento de lucidez, un último pensamiento antes de que todo terminara. «Debí haberte hecho caso, tal vez los pokémon sí eran una pérdida de tiempo después de todo» pensó arrepentido, recordando las palabras que alguna vez le había dicho su madre años atrás.