Autora: Lean los comentarios abajo.

Disclaimer: Himaruya es el jefe.

Advertencia: Drama, dolor, angst, romance duros, palabras groseras... *NO ESTÁ BETEADO, SOLO ESTÁ CORREGIDO POR MI TORPE PERSONA*

-x-

SIN SALIDA: "Fantasma"

-x-

Sus ojos cobalto cambian a cada momento, transfigurados por las luces de la disco que lo iluminan. Se hacen más profundos por el azul y se vuelven peligrosos con el amarillo.

La disco es un tumulto de gente alcoholizada, ruido y sudor. Su rostro está fijo en todos esos idiotas que bailan lascivamente, se centra en ellos simulando indiferencia. Scott tiene demasiados secretos que esconder, por eso lucha por ocultar bien sus pensamientos.

― ¿Alguna vez te has avergonzado, joder? Ese tipo se te tiró encima y tú ni reaccionaste ― Arthur dibuja una sonrisa ladina, de esas que no son por verdadera felicidad, sino que por una diversión ácida y maldita.

― ¿Debería hacerlo por escuchar las mismas cochinadas de Francis? ― A Scott se le había pasado por alto la larga amistad-enemistad de esos dos. Toma un sorbo de su trago, pensativo. Francis estaba justo delante de ellos, manoseando una chica demasiado ebria. Había tratado de molestar y hacer bromas de alto contenido erótico, seguramente para incomodar a Arthur, pero lo único que recibió fue un manotazo y la indiferencia de ambos hermanos. El pelirrojo no tiene algún sentimiento aversivo hacia él, es un buen tipo a pesar de lo caliente. O por lo menos eso cree con lo poco que lo recuerda.

El tener que esforzarse por recordar imágenes que cada vez se difuminan más, demuestran el paso del tiempo. La distancia de años separados, un pretérito cercano sin llamadas ni visitas. Tras la huida, fue como si la tierra lo hubiera tragado, o bien, que a su familia nunca le importó.

Considerando eso, se puede comprender cuánta es su confusión y sorpresa por cómo que acabaron aquí.

El Arthur que recuerda odiaba las fiestas y el ruido, como un verdadero ratón de biblioteca. ¿Tanto ha cambiado? Bueno, la gente crece. Él mismo no es la persona de hace tanto tiempo atrás.

Scott se acomoda en la barra, pasando una mano por su cuello musculoso de trabajos pesados y ejercicios militares.

Han pasado más de tres años sin saber de Arthur y su familia. ¿Por qué ahora se comunica con él y le pide juntarse? Para peor, el rubio no ayuda con algún indicio, una pista. Cuando vivía bajo el mismo techo de los Kirkland, a Scott siempre le sentó como patada en el culo lo impredecible de Arthur, por mucho que se esforzara, era imposible de leer.

A pesar de todo el ruido a su alrededor, ambos están demasiados silenciosos, como si estuvieran envueltos en una burbuja

Hace años… Otro sorbo. Parecía que algunas cosas sencillamente no cambian.

Scott tenía diferencias irreconciliables con su familia, o bien, aquella que lo acogió. Demasiado buenos, demasiado perfectos. En el término de la adolescencia dijo adiós a su pasado, junto con los recuerdos que tenía de ahí. O por lo menos eso quiso, porque siempre tuvo una piedra en el zapato.

Y tenía unos ojos verdes, penetrantes e idénticos a los que le miraban de reojo.

El pelirrojo suspira, tratando de que su incomodidad no saliera a flote. Hay demasiados secretos que no es buena idea decir, se repite. Uno en particular que debe morir en su pecho. Uno que se supone había muerto y podía hacerlo vivir en paz.

― ¿Me vas a decir por qué estoy aquí?

― Porque aceptaste venir ― Fue la simple respuesta del rubio. Dibuja una sonrisa ladina. Algunas cosas sencillamente no cambian, vuelve a repetirlo, ahora con cierta satisfacción.

― Expláyate Arthur, del mismo modo que lo hacías con esas mierdas de ensayos de la escuela ― Arthur gira, consiguiendo que por acto reflejo él también lo haga, como si estuviera bajo el poder de un ente magnético. El que no cambiara esto le desagradaba también. Ese don particular del más joven tampoco había desaparecido desde que se fue de la casa, un lluvioso veintiuno de julio.

― Tengo demasiadas preguntas, muy pocas respuestas y tú eres una ― Y la conexión de ambas miradas se sintió como cuando te adentrabas en la subida de marea, de un modo tal que no te deja escapar. Sube más y más, te moja, te atrapa de una manera suave pero férrea.

Scott esta vez, a diferencia de años pasados, es consciente y rechaza del mejor modo posible la fuerza del agua.

― Supongo que debería sentirme halagado ― Un nuevo sorbo, espera embriagarse ― Pero debo decir que es bastante inadecuado hablar aquí a grito pelado ¿Qué tenías en mente para venir acá?

Un sobresalto.

Arthur frunce las cejas como si le hubieran pillado un punto débil a un maquinado plan y ahora tiene que dar explicaciones.

― Digamos que supe que te gustaba frecuentar sitios como estos ― Muerde su labio inferior levemente, fue un gesto sutil, para esconder una reacción desagradable. ¿Vergüenza quizás?

Scott debe reconocer su sorpresa porque jamás había esperado que Arthur estuviese investigando de él.

Curiosamente, su hermano menor dio en el clavo. Se las pasaba por aquí cada vez que podía para fumar, beber y liarse con cualquiera para que en la mañana siguiente, abra los ojos con una resaca de los demonios y una sensación de vacío, gris y seco.

Quizás no era el único que tenía muchos secretos que guardar. Quizás algo ocultaba Arthur para rebajarse así.

― ¿No podías ser menos psicópata? ¿Y quién te dijo que era el mejor lugar para hablar de lo que sea que quieres saber? ― Arthur, el pequeño pegote que tuvo en la instancia con los Kirkland, pareció ofenderse. Y quién no, con tal clase de pregunta. Scott sencillamente no pudo controlarlo, o no quiso.

― Vete al carajo ― ¿Y esa boca? En casa está prohibido decir malas palabras.

Arthur se levanta y Scott tuvo la sensación que ese curioso momento iba a ser etéreo y triste. Inconcluso. ¿Tanto esfuerzo para esto? Unas manos negras le retuercen el estómago, es la ira y el odio a sí mismo. Su subconsciente se ríe, diciéndole que la jodió.

Siempre lo hace.

Supone que eso era lo mejor.

El rubio puso unos billetes sobre la barra, lo coge del brazo y le tira hacia adelante. Scott Kirkland se dejó hacer, sin oponer resistencia más por sorpresa que por docilidad.

El cabello alborotado y rubio le llegaba hasta el borde de la nariz, generando una extraña sensación en las entrañas.

Adiós al pequeño niño que aguardaba por él como un cachorrito soso.

― ¿Y tu amigo calenturiento?

― No le importamos a Francis si tiene con quien acostarse ― Alza los hombros como punto final. Un nuevo tirón.

Scott simplemente deja que sus piernas den pasos en automático. Mira hacia atrás, pensando en que estuvo haciendo antes en ese pub y que sucedería después de hoy.

El instinto le dijo que si quería mantenerse en su calmada y gris vida, lo mejor era alejarse cuando tuviera posibilidad.

Arthur se aferra a su brazo, que comenzaba a adormecerse. Scott en tanto se quedaba en silencio, sumido en sus pensamientos.

El primer pensamiento y que tenía ciertos tintes de emergencia, era el de supervivencia: no debía permitir que le hiciera un torniquete a su muñeca, estaba doliendo. Segundo: el alcohol no había sido suficiente para soportar esta escena de la mejor manera y un tercer susurro fue la conciencia, pidiéndole que lo mejor era alejarse. No quiere saber que se podría llegar a abrir una caja con cosas que supuestamente quedaron en el pasado. Menos llenarse de sufrimiento y responsabilidad innecesaria.

Los pasos se escuchaban por la acera húmeda, escasamente iluminados por los faroles del barrio de mala muerte, muchos letreros de casas de putas y travestis botando humo en sus caras.

Paso, paso, paso.

Alejarse raudamente.

Un objetivo.

Silencio final.

Acabaron en una oscura plaza llena de restos de colillas de cigarro y una botella rota a lo lejos.

Es un ambiente realmente cómodo para Scott. Lo que no sabe es que para Arthur también.

― ¿No te van a regañar por ensuciar tu ropa en una banca sucia? ― Le pica. La sensación de molestarlo ahora, tras darle la espalda por años, le hacía sentir lejano y viejo. Era raro.

El menor solo alza sus ojos al cielo, pidiendo paciencia.

― Han cambiado muchas cosas desde que te fuiste, imbécil.

― ¿Y por eso has venido a mí? ¿A recomponer un pasado del cual me quise alejar? ― El muchacho, que no debía tener más de dieciocho años da unas carcajadas.

― No. No, por favor ― Parecía rememorar cosas desagradables ― Vengo por otras cosas.

― Respuestas ― Repite como si le hablara a un tonto. Algo dentro se regocijó ante la mirada irritada que recibió. Esto era nuevo y distinto. Asquerosamente agradable ― Ya lo sé, pero respuestas a qué, mocoso.

― Tengo dieciocho ― Le replica.

― Yo veintitrés ― La respuesta es con sorna. Un rodar de ojos del menor.

― No sé para qué me esforcé por esto― Y Scott sentía que la diversión se le estaba yendo cuando vio que se levantaba. Nuevamente. Esta vez sentía que realmente lo mandaba al diablo.

― Ya lo hiciste, será bastante indigno si te vas ahora ― Cruza los brazos, mirándolo atentamente ― ¿Qué quieres?

Arthur parecía querer aferrarse a algo, sin embargo no sabía a qué. Todo era tan distinto. Los días felices eran tan lejanos y el presente demasiado real que llegaba a doler como la brisa que congelaba su nariz.

― ¿Por qué te fuiste?

― ¿Acaso no te dijeron tus perfectos padres?

― A ti no te enseñaron que no se responden preguntas con otras preguntas ― Dio un pequeño gruñido. Scott sonrió ― No sé qué clase de hermano mayor…

¡BANG!

― Arthur, es que ese es el problema, yo no soy tu hermano ― Le interrumpe. Se prometió cuidarse pero en cuanto tenía oportunidad, la cagaba con su impulsividad. No servía para andar con rodeos.

Si tenía suerte, con eso el menor lo dejaría en paz. Odiarlo estará bien, no vendrá nunca más.

Arthur quedó congelado.

― ¿Disculpa?

Le dieron ganas de fumar un cigarrillo a falta de la ebriedad. Compensar una cosa con otra.

― Lo supe hace años atrás. No soy tu hermano, soy tu primo en primer grado.

― Mira, si me estás jodiendo como cuando éramos niños…

Scott le dio una mirada calmada. Recordó la conversación con los Kirkland hace años atrás. El nombre de la hermana drogadicta de Alice.

― Pregúntales por Marceline McGallahar ― Y se levanta, dejando tormentas en la cabeza más joven. Mejor irse ahora, dejarles el trabajo sucio a otros y salvarse de un problema con una persona a la que no debería haber visto.

― ¡C-cómo mierda no me lo dijiste antes! ― Se levanta también.

― Lo supe el mismo día que me fui ― Y solo fue una parte de la verdad. Comenzó a caminar, alejándose del muchacho rubio, quien estaba demasiado conmocionado como para reaccionar ― No te quedes mucho tiempo afuera o te vas a enfermar.

― ¡Scott! ― Escuchó que le gritaban cuando ya estaba demasiado lejos y había desaparecido en la oscuridad de los árboles.

-x-

Paf.

Paf.

Paf y el ¡splash! De pisar un charco de agua.

Sus pasos son silenciosos y solitarios.

Guardó el encendedor en su bolsillo.

El suboficial de la marina dio la primera calada de humo.

Arthur Kirkland.

¿Cómo habría reaccionado si supiera que se fue de casa y desapareció de su vida porque no soportaba la sensación de una pasión moralmente incorrecta?

¿De un amor que había sido dolorosamente sin freno?

-x-

Se despierta cuando la luz gris de Londres cubre su rostro y el desorden de su dormitorio. Botellas desperdigas, colillas de cigarros, el traje del ejército mal planchado, los libros a medio leer y un cuerpo estirándose en las sábanas revueltas.

Esta es la tercera vez en la semana que sueña con él. Ni hablar de la semana anterior. Ya han sido dos semanas desde que le llegó ese mensaje al celular pidiéndole que se juntaran. Desde ahí, como si fuera un punto de infección a la mente, algo malo se incubó en su interior, como una enfermedad.

Pasó sus manos por las hebras rojizas, tratando de quitar de ellas la sensación pesada que tenía en el cuerpo.

Se supone que estaba bien así. Lejos. Ya la existencia de Arthur se había vuelto un fantasma que apenas tenía que recordar.

Fue mala idea ir, lo sabe. La curiosidad había sido poderosa, más aún el reto de saber si era realmente solo un fantasma y podría ganarle.

Arthur no le ha vuelto a hablar y cree que eso es correcto. Si se aleja ahora, podrá seguir viviendo su miserable y vacía vida sin problemas. En unos meses volverá a pedir una misión en algún país lejano para quitarse la sensación de tenerlo demasiado próximo.

Mientras más lejos, mejor.

Una travesía para conseguir paz en su mente.

Se levanta, decidido a bañarse y luego desaparecer por alguna parte de la ciudad.

Cuando abrió la llave de la ducha, se metió y el ruido de las gotas al caer lo ensordecieron.

Estaba bien. Esto era lo correcto.

Enjabonó su cabello, pensando una y otra vez en lo mismo. Lo correcto, lo aburrido, lo que menos sufrimiento podría ocasionar, lo menos problemático, lo más soso, lo más cobarde.

Un puñetazo a la cerámica.

Odiaba ser todo eso. Lo odiaba porque iba totalmente en contra de su persona.

La lluvia artificial sigue bañándolo, cubriendo su cuerpo, limpiando la sensación pegajosa del sudor de su cabeza, sus piernas y su espalda. Lo limpia, lo trata de ayudar.

Pero Arthur también era una molesta marea, que incluso de manera inmaterial lo viene a molestar.

Cierra el grifo y sale.

Scott no prestaba gran atención a su celular. No se consideraba alguien demasiado social, o por lo menos de aquellos que se pasan en una dependencia por su celular.

Por eso, cuando ya estaba vestido y dispuesto a irse, no ha notado el nuevo mensaje.

-x-

Camina por las calles húmedas. Londres siempre le resultaba deprimente con ese eterno cielo pálido. Cubre más su cuello cuando una pequeña brisa azotó su rostro.

Necesitaba relajarse. Saca una eterna cajetilla de Marlboro y se da el placer de encender el primero del día.

Cerró los ojos, concentrándose solo en su respiración sucia por el humo. Inhalar y luego exhalar. Arriba y abajo.

Un nuevo paso, abrió los ojos y siguió.

Guarda una sensación pesarosa, de esas cuando uno trata de escapar de lo inevitable, y genera una angustia terrible, de cadenas resistentes y silenciosas.

Escapó hace casi cuatro años de un claustro donde no era feliz, como un pajarillo enjaulado. Scott era un ser libre, que solo podía obedecer sus propios deseos, regirse bajo su propias normas. No se consideraba alguien depravado o directamente retorcido, solo demasiado independiente y desafiante.

Considerando lo último se sorprendía que no lo hayan expulsado de la Marina, o además haberse ganado la simpatía de sus superiores y su rápido ascenso. Tal vez fuera por la garra, tal vez fuera porque luchaba como alguien que no tenía nada que perder.

Una nueva calada.

En realidad no tiene algo que perder. Su madre biológica había muerto el año pasado por una sobredosis y de su padre nada sabía. Los Kirkland fueron un soporte pero no iba a volver con el rabo entre las piernas a ellos, menos a volver a fingir ser una familia si eso implicaba ser hermano de Arthur.

Suficiente tuvo con soportar todo ese sufrimiento adolescente, esa desesperación por no comprender los nervios, las mejillas rojas o siquiera las sonrisas tontas cuando veía a su hermano menor. Ahora, un hombre hecho y derecho, no tendría la paciencia de soportar teatritos baratos.

Si bien ese amor de la adolescencia ya era parte de un pasado olvidado, la cabeza le dolía de pensar en el Arthur grande de días atrás.

Era como una bola de acero, renovada y poderosa le diera de golpe. Los ojos profundos y serios mirándole fijamente. El rostro ya sin las redondeces de las niñez y la piel que poco a poco había dejado de ser suave como la de un durazno.

Tiró al piso la colilla, pisándola bien. La gente lo miró mal cuando se fue, dejándola, dejándola como también querría hacer con sus pensamientos.

― Jodido fantasma. Piérdete ― Gruñe, entrando a una cafetería cualquiera. Un refugio. Un estúpido refugio.

El calor acarició las mejillas. Las luces bajas y la gente conversando a media voz.

El apuesto hombre se fue directo a caja pasando de largo a unas pocas miradas. Varios empleados iban de un lado a otro preparado los platos y las tazas con líquido hirviendo. La espalda recta, el caminar rítmico, propio de un soldado.

― Me da la promoción del café con el sándwich ― Señala una zona del pizarrón, desinteresado. O por lo menos así fue hasta que escuchó un ruido brusco. Un plato quebrándose en mil pedazos.

Era como huir de un laberinto sin salida, donde todas partes desembocaban a un centro.

― ¿Cómo sabes que trabajo aquí? ― Arthur frunce las cejas, casi asustado. Scott sintió un calosfrío. Parecía que lo invocaba con el pensamiento.

― No sabía. Entré porque quiero un café ― Y señaló el pizarrón con los nombres de los platos escritos a tiza.

― ¿Entonces no leíste mi mensaje? ― Y no fue capaz de ocultar cierta decepción. Los ojos cobaltos se achicaron, como dos lanzas. ¿Mensaje? Revisó rápidamente su celular… y sí. Estaba ahí.

Arthur de nuevo le pedía que se juntaran.

Scott se quedó pensando en qué demonios ocurría. El instinto le decía que no quería averiguar.

― No lo leíste.

― No reviso mi celular a menudo.

― Deberías hacerlo más ― Regañó. El pelirrojo dibujó una sonrisa sarcástica.

― Se me olvidaba que eras mi abuela. No tengo por qué darte explicaciones de lo que hago o no.

― Sigues particularmente insoportable ― Le dice con cierta cizaña entre los dientes mientras recogía los trozos de cerámica, que seguramente le iban a descontar. Scott sintió como las vísceras jugaban dentro suyo, como si alguien ocioso le hiciera nudos solo porque sí.

― Cumple con tu trabajo, quiero comer ― Ordenó. El muchacho más joven le dedicó una mirada soberbia y se dio la vuelta para botar los restos.

― Me arrepiento de haberte mandado eso, hijo de puta.

― No invoques a los muertos ― Se apoyó en la barra, esperando su orden para escapar pronto. No es que quisiera que fuera así, pero atinaba que era lo más razonable. Sintió una plena satisfacción cuando su ex hermano menor (Porque ahora no había razón para ocultarlo si ya ambos lo sabían) giró a verlo con los ojos como platos. La había cagado y se dio cuenta.

― Yo… Yo lo siento ― Recibió como respuesta una alzada de hombros. Tampoco fue como si la conociera a fondo. La vio dos veces y en ambas era una zombie cadavérica y podrida.

Se acuerda cuando trató de engatusarle para que le diera dinero para sus metanfetaminas. Era un saco de miserias.

― Da igual, solo deja a los muertos donde están.

Tenía unos sentimientos contradictorios. Por una parte quería irse, olvidarse de esto y fingir que ese café no existía, por otro lado, tenía unos ínfimos deseos de quedarse aquí ¿A qué? A nada.

La soledad quizás era una demasiado mala compañera.

Su orden estuvo lista y él se apresuró a pagarla, dándose media vuelta.

― ¿Eso es un no? ― Preguntó el chico más bajo. Scott se quedó congelado.

― ¿Ah?

― A lo de salir ― Dijo y luego se apuró a explicar ― ¡No es que quiera verte! ¡Es que necesito más respuestas!

― No te bastó con lo que dijeron tus padres ¿Eh? ― Se volvió a repetir que tuviera cuidado con las otras puertas cerradas y sus secretos. La idea de ser impulsivo tras lo que pasó no parecía que iba a ayudarle.

¿En dónde diablos se estaba metiendo? Era como si estuviera hasta el cuello en una laguna con arenas movedizas, si daba un paso, siempre sería para algo peor y más complicado.

Arthur miró al mesón, notándose incómodo.

Seguía siendo débil, Scott se regañó, casi con desesperanza. Débil a los sentimientos.

― Está bien. Hoy en la tarde, mañana tengo cosas que hacer ― Y dio un paso en la arena, demasiado temerario.

― ¡Oye pero cómo sé dónde…! ― Y Scott le señaló su celular, para luego despedirse con un gesto seco.

― Estaré atento a esta mierda.

Y se fue por la puerta.

Arthur se apretó el puente de la nariz. Esto había resultado más difícil de lo que había creído.

Toda esta confusa situación hacía que la cabeza la diera vueltas.

-x-

Notas: Es calosfrío, no escalofríos.

Las veces que escriben a Escocia lo hacen como un bastardo sin corazón, o bien, un calenturiento. En mi época adolescente me gustaba figurarlo como el muchacho oscuro y brusco, el "chico malo". Ahora, a mis veinte años, he querido apostar por algo que siempre tuve en mente y nunca me animé: Hacerlo más humano. Más vulnerable. Más débil. Más torpe.

Y me gusta mucho la idea de Inglaterra buscando a su hermano. ¿Por qué siempre pensar en que deben odiarse a muerte? ¿Y si hay algo más?

Primer fic de más de un capítulo de esta pareja. Tampoco es que sea muy largo pero bueh… No tenía ganas de estudiar hoy así que salió eso.

Estoy atenta a sus comentarios.