Antes que nada un gran agradecimiento a mi amiga a Alex por motivarme a volver a escribir.

Al cerrar los ojos.

A lo lejos, sentada, sobre la roca, acariciando su cabello, negro y lacio, semi-húmedo del tiempo que llevaba en aquel lugar. Como cada domingo, antes del amanecer, tarareando aquel canto, el canto de su amor, el amor que ya no estaba más, aquel que nunca pudo consolidar, no por las leyes humanas, y así mismo, las leyes que regían sobre ella también se lo impidieron, pero sobretodo esas estúpidas leyes naturales.

Su cola sumergida en el agua para estar a salvo, mas en cambio, siendo descuidada por esa esperanza vana, aquella que le hacía creer que un día volvería, que no estaba bajo tierra y que un día volverían a estar encima de esa roca, cantando, mientras los primeros rayos del Sol golpeaban la tierra.

Amarlo por siempre no estaba mal, claro, si su vida fuera tan corta como la de él, el deseo de la muerte era cada vez mayor, ansiaba morir, nada se comparaba con él, tenia miedo, tenia miedo de que al otro lado no se encontrara él. E incluso si el no estaba allí, si no llegaba a volver, ella volvería y se quedaría ahí, esperando hasta el anochecer.

Entre aguas azules, verdes, y otras que no estaban en uno ni otro, recordaba su voz, su acento, su todo, el correr de él en cuanto veía que un rostro por de bajo del agua aparecer, ese mismo que la regañaba por hablarle a «un ser sin escamas», y en ese pequeño recuerdo le trajo una pequeña sonrisa, demasiado tenue, apenas notoria, que se dibujaba en su rostro, poco le duraría, poco, las lagrimas nuevamente empezaban a llenar sus mejillas, otro día más, sus ojos, un hueco en el pecho, no había nadie, no había un porqué esconderse, porqué esconder sus ojos rojos, culparía al viento y la arena de ser necesario, un dolor tan grande que no tenia forma de expresarlo, no paraba de cantar, no, era su único recuerdo, la única forma de mantenerlo vivo, lo único con gran significado –además de una pequeña pulsera que traía una mano, la cual ahora sujetaba con fuerza, dándose un abrazo para ella misma- que le quedaba del chico de cabello más allá de rubio pero menos que el castaño, de aquel humano que le había robado a costa de romper cualquier regla por estar con ella, y al llevar a cabo ello, le costó la vida.

Cerró los ojos. Ya no tenía más lágrimas que dar en ese momento. Todas las memorias vinieron. Sonrisas. Juegos. Coqueteos. Ahora era un paraíso oscuro. La pulsera. Recordó que intercambiaron, el collar y la pulsera respectivamente, una pequeña concha que a sus lados había dos pequeñas gemas, un hilo, eso era todo, cuando lo cambiaron fue su promesa de amor, sellado con un beso. Ya no existía más color en el agua, el azul de sus ojos clavándose en los propios purpura eran los únicos colores que recordaba, ahora todo era monocromático. Un paraíso oscuro.

Sus amigos, su hermanos, todos, todos hacían la misma pregunta ¿Cómo se mantenía tan fuerte?, muchas como ella ya habrían tomado la decisión de convertirse en espuma, pero ella simplemente no podía su respuesta siempre dejaba pensando a más de uno.

Cuando se encuentra el amor verdadero este vive por siempre.

Y así como semana tras semana, esperaba hasta que el último rayo del sol se fuera para regresar a las profundidades, esa noche no quería despertar, él no estaba más, salvo en sus sueños donde podía sentirlo, podía sentirlo tocándola, jugando, tirándose mitad arena, mitad mar, y el océano siendo un gran cobijó, sí, los sueños eran su única gran liberación. Esa noche no quería despertar. No soportaría ese dolor más.