El conocimiento de la pasión
Prefacio
El chalet era hermoso, más de lo que nunca imaginó. Los colores en cada tapiz, el olor a madera, y la dulce risa de aquella mujer castaña, traían a su cuerpo sensaciones nostálgicas. La mujer cargaba a una pequeña niña de rizos esponjados cafés. La niña, por supuesto, era ella misma, y por lo tanto: la mujer era su madre.
Sintió lágrimas en sus mejillas, contuvo un sollozo para que no supieran que estaban escondidos. Observó, famélica, la interacción entre madre e hija, la forma en que ambas conversaban y jugaban alegremente, compartiendo gestos únicos que sólo pueden ser transmitidos genéticamente. Por un instante deseó que nada de lo predestinado ocurriera, que simplemente las cosas continuaran así de felices, pero un sentimiento de traición y vergüenza llenó su corazón, arrepintiéndose al santiamén por ese infantil deseo. La imagen de mamá Maxime sonriéndole fue suficiente para que aceptara sin reproches lo que le deparaba a esa niña de cabello alborotado.
De pronto, un hombre alto entró revisando la correspondencia que acababa de recoger. Mientras caminaba hacia la madre y la hija iba comentando que se había topado con un hombre vestido de manera estrafalaria (incluso para Paris) afuera del chalet. Su voz masculina y áspera hizo temblar todo su cuerpo. Él era papá. Podía limitarse en sus sentimientos por su madre biológica, pero el asunto de papá era muy distinto. Él ha sido y siempre sería irremplazable. Mamá sonrió bromeándole, quitándole importancia al comentario sobre el tipo de vestimentas extrañas. Le pidió a papá que abriera una botella de vino para que estuviera lista en la cena. Cuando papá se giró hacia la cocineta, las hermosas ventanas del chalet explotaron. Una lluvia de cristales cayó sobre ellos. Observó a mamá proteger a la pequeña niña, a ella misma, con amor y miedo. Había comenzado.
Sintió la mano, siempre cálida, tomar la suya firmemente, en una muestra universal de apoyo. Quiso darle las gracias pero no encontró voz en su garganta. Simplemente apretó la mano conteniendo su histeria.
Frente a ella, el suceso que siempre había querido ver se desarrollaba a una velocidad abrumadora. Seis mortífagos acorralaron a sus padres contra la pared. Cuando papá intentó defender a su familia, un mortífago lo torturó con un crucio. Luego otro, y otro, y otro. Mamá chillaba aterrada, inconsciente de qué le hacían a su marido, pero desesperada de ver su dolor; hartó a los mortífagos porque procedieron a torturarla también.
―Esto no está bien― Escuchó decir en un susurro a Harry –No detecto ningún otro mago cerca. Tú no pareces capaz de defenderte de ninguna manera. Tus papás ya no pueden protegerte. Las cosas están mal.
―No te preocupes. Algo pasará sino no estaría aquí.
Él asintió pero Hermione supo que no estaba convencido. Con forme los minutos pasaban ella tampoco se sentía tan segura. Gimió horrorizada cuando un hechizo amputó la pierna de papá. Harry la abrazó de inmediato.
―No debí traerte. No fue buena idea― Masculló intentando girarla para que no viera la escena –Se acabó. Nos largamos de aquí ya.
―No― Sollozó temblorosa –Por favor. Sólo quiero saber por qué sobreviví.
Harry soltó un suspiro desesperado, pero respetó su decisión. Observaron, apretados en la esquina, bajo la capa de invisibilidad, la masacre inhumana a la que sometieron al matrimonio Granger. Cuando al fin murieron, los mortífagos se giraron hacia la nena de dos años que lloraba sin control, sentada en medio de la sangre de sus padres.
―¿Cómo la matamos? ¿Rápido?― Preguntó uno de ellos en un claro acento inglés.
―¡No! Hay que jugar con ella.
―Lo mejor será terminar con el encargo. Es de máxima prioridad aniquilarla.
―El señor Tenebroso dijo que nos aseguráramos de que muriera, pero no nos prohibió un poco de diversión a su costa.
―No lo sé…
―¡Crucio!
El chillido de la niña fue secundado por las risas de los mortífagos. Uno de ellos golpeó al que lanzó la maldición –Estúpido, apenas estábamos decidiendo qué hacer.
―Me aburren. ¡Crucio!
Hermione se sintió mareada de observarse ser torturada, seguía esperando que algún milagro ocurriera para que la pesadilla acabara, para que saliera viva. Entonces una onda de magia muy poderosa y conocida la atravesó. Se volteó para ver a un energúmeno Harry temblando, con los ojos verdes brillantes –No lo permitiré― Lo escuchó decir.
―No te involucres. Cambiarás la historia― Bramó intentando contenerlo, pero fue muy tarde.
Harry la apuntó con su varita y pronto se quedó congelada. La había petrificado. Observó aterrada cómo él salía de la capa de invisibilidad, dejándola escondida, para dirigirse en dos pasos hacia los mortífagos y lanzar un hechizo que no tenía idea de cuál era, pero estaba segura que era de magia negra. Harry estaba descontrolado, sus encantamientos eran letales, pero su varita no soportaba toda la magia que estaba volatilizando, así fue como una ola de poder blanco estalló desde él, destrozando los cuerpos de los mortífagos, desapareciéndolos.
Hermione comprendió entonces la paradoja. Estaba segura de que esos momentos el Ministerio Francés estaba registrando un perfecto 374 en escala de Merlín.
Cuando la hermosa luz blanca desapareció, Harry se giró angustiado, buscando a la Hermione bebé de ese año. Se acuclilló frente a ella, observándola con una adoración que la Hermione de 18 años casi se desmaya.
―Hola― Escuchó decir a Harry. La bebé había dejado de llorar, probablemente demasiado impactada por la explosión de luz. Miró directo a los ojos de Harry.
La Hermione mayor supo que su yo niña acababa de quedar hipnotizada por esos ojos verdes. Era imposible no hacerlo.
―Todo va a estar bien― Dijo Harry, extendiendo una mano para acariciar los cabellos llenos de sangre –Te prometo que siempre te cuidaré, y para empezar: no dejaré que recuerdes nada de esto ¿bien?― La apuntó con su varita y un destello plateado salió.
La niña cayó dormida. Harry la levantó, besó su frente y la recostó en un sillón cercano.
Hermione se enteró de que tenía una deuda de vida con Harry, pero comprendió que estaba absolutamente enamorada de él.
Inicio. Capítulo 1.
Lo han descrito innumerables veces como el palacio más hermoso sobre la Tierra. Sus paredes de marfil brillan en el día, reflejan la magia de la Luna por las noches. Sus ventanales decorados magníficamente, enmarcados en platino permiten que los pasillos de pisos de caoba y candelabros de diamante se mantengan naturalmente iluminados. Los techos de tejas de oro blanco mantienen un encantamiento para enfriar la arquitectura que se sitúa en Cannes y llega a soportar hasta 40°C. Tiene capacidad para alojar 5,000 personas, con una habitación para cada una, actualmente solo alberga a 1,452. Posee 34 salones de té, 21 salones de duelo, 15 gimnasios especializados en artes atléticas, 13 bibliotecas, 9 salones de música, 8 comedores, 1 sótano adecuado para la creación de pociones, y un sinnúmero de salones de clases. El frente del palacio da a los jardines más exuberantes de Francia. La flora es exótica y tropical, creando laberintos multicolores que se extienden hasta la blanca playa, donde el mar zafiro choca con las enormes rocas picadas. El jardín trasero se abre hacia una bellísima colección de estatuas de sirenas, hadas, ninfas y diosas. Después un enorme zoológico goza de las mejores instalaciones justo a la falda de la selva tropical.
Ese es el palacio de Beauxbatons.
La noche excesivamente cálida provocaba que los alumnos mantuvieran sus ventanas abiertas y las cobijas de seda arrejuntadas en los pies de la cama. Ninguna vela estaba prendida. A lo lejos, bajo la Luna, una sombra cruzaba las rocas salpicadas de sal y agua, llenándose los pies descalzos de arena húmeda. El viento arrastraba las olas con furia, pero eso no detuvo a la joven mujer que entró valerosa entre la espuma. Siguió su paso hasta dejar de sentir el suelo y comenzó a nadar. La corriente la jalaba en todas direcciones, revolviendo sin cesar sus largos rizos castaños. Salió a la superficie desesperada por una bocanada de aire, ya había pasado las peores olas, ahora el mar abierto estaba tranquilo. Se giró para observar con amor el palacio que había fungido como hogar y escuela durante toda su vida. El techo plateado dándole un toque mágico a toda la construcción.
―Yo te representaré…― Susurró tercamente, degustando la sal entre sus labios –Ganaré.
―Señorita Maxime, debe volver al palacio.
Giró sus ojos dorados hacia la pequeña hada que volaba afanosamente arriba de ella, como un colibrí iluminado de verde. Era una de las tantas criaturas que servían como protección y vigilancia de la academia.
―Solo estaba dándome un chapuzón.
El hada sonrió alegremente –Está celebrando su participación en el Torneo de los Tres Magos.
―Aún no sé si será mi nombre el que salga del cáliz.
La risilla del ser mágico la llenó de energía –Todos sabemos que nos representará. Usted es la mejor, señorita Maxime.
Ella intentó no sonreír, no quería ser arrogante pero debía aceptar que ser declarada por el Estado Mágico de Francia como la mejor bruja de Beauxbatons de todos los tiempos, la llenaba de un orgullo insuperable. Mamá le entregó su diploma junto con la invitación al Torneo de los Tres Magos que se celebraría ese año en Hogwarts. No tuvo ni que decírselo, todos en el palacio confiaban en ella para representarlos y ganar la copa.
―Probablemente participará Harry Potter.
La bruja asintió pensativa. Por supuesto que participaría Harry Potter, pero no se dejaría amedrentar. Había escuchado relatos increíbles sobre su capacidad mágica, sin mencionar que llevaba sobreviviendo a Voldemort desde que tenía un año de edad. Pobre chico, seguro no podía tener una vida normal. Aun así ella competiría con todo su corazón, se lo debía a mamá Maxime.
―No estoy muy segura de esto, Albus.
―Minie explícame tus inseguridades.
La directora se sentó aún más derecha si era posible y habló claramente –El chico no necesita más presión. Acaba de enfrentarse a quien―tú―sabes, ver cómo mató a la dulce Parvati Patil. Por Merlín, lo mantuve bajo observación durante todo el verano, aguantando la injusticia y maltrato al que lo someten esos desalmados muggles, no fue difícil darme cuenta que Harry no está bien. Con el paso de los años lo he visto convertirse en un joven sin esperanzas, sin ganas de vivir, con todo lo que le ha pasado…― Respiró profundo, intentando olvidar todos los eventos ocurridos en Hogwarts en los últimos cinco años. Cuando se sintió segura de no soltar una impertinencia siguió hablando –El Torneo de los Tres Magos no debe llevarse a cabo.
―No temas. Simplemente Harry no debe echar su nombre al cáliz, de esa manera no tendrá que competir.
―¿Por qué estás reabriendo el torneo, Albus?
El viejo mago se levantó de su trono dorado. Caminó lentamente por la oficina hasta acariciar distraídamente a su amado fénix. Sus ojos azules se mantuvieron perdidos –Precisamente lo estoy haciendo por Harry. Quiero verlo feliz antes de que…― Cerró sus labios secos. Inconscientemente miró hacia su mano negra.
―¿Cómo puede esto hacerlo feliz?
―He estado investigando… ¿recuerdas a Trelawney?― Albus soltó un suspiro –La pobre mujer fue hallada en un hospital muggle para personas con discapacidades mentales.
McGonagall se llevó una mano al pecho –Pobre Sybill. ¿Cuántos años llevaba ahí recluida?
―Trece.
―¡Por Merlín! Debe haber perdido la cabeza.
―Afortunadamente no, querida directora― Caminó hasta volverse a sentar, aprovechó para tomar un dulce de limón –Tiene algunos episodios donde no presenta mucha claridad pero la mayoría del tiempo se mantiene lúcida. Tuvo una fuerte razón para conservarse cuerda durante todos estos años― Minerva lo miró expectante. Dumbledore no la hizo esperar más –Una visión.
―¿Qué tan importante es esta visión?
―No tienes idea, Minie.
La profesora sintió su corazón galopar aterrado. El gesto de preocupación que presentaba Albus jamás lo había visto. Preocupación y pérdida.
―Explícate. Y para ya de decirme Minie.
―En 1980 Sybill tuvo una larga visión, tan llena de detalles que es imposible dudar de su veracidad. Lamentablemente llegó a oídos equivocados. Alguien cambió el curso de la historia.
―¿El curso de la historia?, Albus sé más claro, me tienes en ascuas.
―La visión recorre la vida de un Harry Potter que logra proteger la Piedra Filosofal, ganarle al profesor Quirenius Quirrell, salvar a la señorita Weasley, rescatar a Sirius, a Buckbeak, participar en el Torneo de los Tres Magos, ver morir a Cedric Diggory, sobrevivir el ataque de mortífagos en el Ministerio, buscar los Horcrux, y derrotar a Voldemort.
Minerva se mantuvo callada unos momentos ―¿Cómo puede ser eso posible? El chico ha pasado por muchas cosas pero no ha logrado hacer la mitad de lo que dices, ¿Cómo cambió tanto el curso de la historia?
―Al principio creí que se debía a que el Harry de la visión mantenía una amistad muy fuerte con el joven Ronald Weasley, algo que no existe en esta vida. Sin embargo…― Sonrió suavemente –Me sentí un idiota por no haberla notado desde la primera vez. En la visión siempre estuvo presente una niña, una bruja muy inteligente. Ella le ayudó a cruzar las pruebas de la Piedra Filosofal, le dio la pista exacta para llegar a tiempo por la señorita Weasley en la Cámara de Slytherin, regresar en el tiempo y liberar a Sirius y Buckbeak, superar las pruebas del Torneo de los Tres Magos, sobrevivir en el Ministerio, encontrar los Horcrux… le dio la magia para derrotar a Voldemort.
―Por Morgana y Merlín― McGonagall nunca había tenido la boca tan abierta ―¿Una niña hizo todo eso por Harry en la visión? ¿Una niña hizo tanta diferencia? ¿Cómo puede ser? ¿Qué magia le dio para derrotar a Voldemort?
Dumbledore apoyó su mentón en sus manos entrelazadas. Sus ojos azules se entrecerraron reflexivos –El Harry de la visión aprendió lo que era la verdadera amistad a través de Ronald Weasley, y probablemente lo que era el amor a través de esta niña. Es lo que se me ocurre.
Minerva se acomodó mejor en la silla. Su cabeza comenzaba a dolerle –Si un mortífago supo de esta visión a tiempo… ¿Qué le hicieron a esa niña?
―Al parecer ella era un bebé cuando estaba en Francia de vacaciones con sus padres. Alguien los asesinó, fue un hecho muy sobresaliente en los periódicos franceses de ese año, nadie se explicaba cómo fue que la pequeña bruja sobrevivió.
―Creo recordar la nota. Fue la explosión en el chalet de París que rentaban dos sanadores muggles muy importantes, cerca de los Campos Elíseos ¿cierto?
Asintió –La niña fue dada en adopción en 1987.
La bruja se sentó hasta la orilla de la silla, expectante posó sus manos en la mesa de caoba ―¿Quién la adoptó?
Albus soltó un largo suspiro –Su madre es un poco sobre protectora. Como nunca pudo tener a sus propios hijos, al adoptar a esta niña simplemente la llenó de todo lo que tenía. Fortuna, educación de primer nivel, amor. Es su más grande orgullo. Jamás dejaría que su hija se acercara a Harry. Sabe muy bien el peligro que significa ser él. Si le llegara a explicar sobre la visión…
―No entiendo por qué se negaría.
―La visión tiene momentos muy inquietantes. Hay uno especialmente descorazonador donde torturan a la niña sin parar durante horas. Ninguna madre permitiría que su hija se acerque a un futuro así.
―Pero… ¡podría ser no muy tarde! Si Harry la conoce quizá sienta por ella lo que debió sentir en un principio, puede que el destino lo una de nuevo, ¡Albus debemos presentarlos! Así Harry quizá sonreiría, quizá encontraría un poco de felicidad.
―Querida Minie, te has perdido en la conversación― Sonrió suavemente –Anunciaré el Torneo mañana mismo en la cena de inicio de curso. Dumstrang y Beauxbatons llegarán al día siguiente.
―Tienes razón, me he perdido en la conversación. Y si te conozco bien empezarás a darme pistas hasta que adivine yo misma de qué va todo esto― Gruñó cruzándose de brazos.
―¿Sabes quiénes son los favoritos de los colegios para representarlos?
―Tuve el "placer" de hablar con Igor. Está bastante confiado en que Viktor Krum será el ganador del Torneo― Soltó un bufido –Como si ese chico se comparara con Harry― Se mordió los labios –Sé que digo que Harry no debe participar, pero si lo hiciera estoy segura de que ganaría― Replicó orgullosa, pensando en su chico Gryffindor.
―No lo dudo, Minie. ¿Qué hay de la otra academia?
―Es bastante obvio. Olympe no tardó ni un día en mandar a mí y al resto de Europa una copia del periódico donde condecoraban a su hija como la mejor bruja de Beauxbatons de todos los tiempos. Si es así entonces el Cáliz la elegirá a ella― Concluyó encogiéndose de hombros –Podrá ser muy buena pero tampoco tanto, Olympe siempre presume demasiado de ella, es su orgullo…― Frunció las cejas lentamente –Ahora que lo pienso, en la fotografía la jovencita no se parecía en nada a Olympe…
―¿Ah no?
Minerva alzó la mirada sagaz –Hermione Jane Maxime es la niña de la visión. Por eso reabriste el Torneo, para traerla a Hogwarts sin que Olympe sospeche nada. Planeaste todo esto por Harry― Sonrió dulcemente –Oh Albus, a veces eres un buen hombre.
El mago soltó una carcajada ―¿A veces?
―Por supuesto, sólo cuando no estás soltando acertijos en vez de hablar claramente― Chistó levantándose.
―¿A dónde vas?
―A organizar la bienvenida para las academias visitantes. Este debe ser el Torneo más maravilloso en la historia de Hogwarts― Explicó sin parar su camino hacia la puerta –Quizá pueda crear dormitorios extras en la torre de Gryffindor, quizá a la señorita Maxime le gustaría estar cerca de su verdadero amor, ¡oh! Quizá también pueda…
―¿Minie?
La profesora se giró justo antes de salir de la oficina.
―¿Cómo estás tan segura de que la señorita Maxime se enamorará de Harry?, en la visión ambos pasaron años formando su amistad, confianza y cariño. Ahora sólo cuentan con un ciclo escolar para que suceda.
Minerva lo miró como si la hubiera ofendido –Si es una genio como tanto presume su madre, entonces la señorita Maxime sabrá qué maravilloso chico es Harry y se enamorará de él.
―Solo ten en cuenta que esto puede salir completamente distinto a tus deseos, querida directora.
―Me encargaré de que suceda. Harry merece ser feliz, si hay una oportunidad, por muy pequeña que sea, de que la señorita Maxime signifique eso para él, entonces trabajaré con cuerpo y alma para ayudarlo.
―Buenas noches, directora.
―Buenas noches, director.
Harry abrazó su almohada con fuerza. Estaba recogido en medio del colchón viejo, justo en la curva olorosa provocada por el cuerpo pesado y gordo de su primo. Le llegaba el olor a comida rancia embarrada en las orillas, pero ya estaba acostumbrado. Mantenía los ojos cerrados, como si durmiera, intentando evadir su entorno. Sin darse cuenta se mecía lentamente, en busca de confort. Mañana regresaría a Hogwarts. Saldría de su maldita prisión para ir a otra mucho peor. Los maltratos y ofensas de los Dursley no se comparaban mínimamente con el peligro aterrador de la magia negra y Voldemort. ¿Cómo era que el lugar más seguro del mundo fuera donde él siempre acababa a punto de morir o donde provocaba la muerte de los demás? Interrumpió sus pensamientos cuando los gritos de su tío comenzaron a colmar la casa. De nuevo estaba peleando con su tía.
Sabiendo que sería inútil seguir intentando dormir, se levantó y tomó su libro de pociones avanzadas. La soledad lo llevaba acompañando desde siempre, creyó por algún tiempo que en Hogwarts sería distinto pero al final terminó siendo igual. Nadie se le quería acercar. Nadie quería hablar con el chico de magia poderosa, que habla con las serpientes, que grita en las noches debido a pesadillas, que atrae a la propia muerte y a Voldemort. Harry tenía que ahogarse en la lectura para pasar el tiempo. Ya no se conformaba con sus libros escolares, siempre iba bajo su capa de invisibilidad hasta la sección prohibida por lecturas más interesantes. Se sentía bastante orgulloso de sus conocimientos, le habían salvado la vida ya varias veces.
―¡Por tu culpa Duddley está así! ¡Por tu maldita culpa Petunia! ¡Tú lo sobreconsentiste! ¡Tú tienes la culpa!
El sollozo de su tía retumbó en el corazón de Harry.
Odiaba admitir que no podía tener una indiferencia total hacia aquella mujer que le había hecho la vida un infierno durante años. Pero la tristeza absoluta que había en sus ojos cada vez que pensaba en su hijo, provocaba que Harry la viera más como una "mamá" en vez de una mujer sin escrúpulos. Vernon estaba equivocado. Ambos tenían la culpa de que Duddley fuera un drogadicto. Nunca le impusieron límites, nunca lo educaron. No le gustaba que ofendiera a su tía como si él fuera perfecto.
―¡No, Vernón, no lo hagas!
―¡Cállate, estúpida!
Algo se rompió. Algo de cristal. Si Harry no estaba equivocado debió ser el florero favorito de su tía.
―¡Basta!
―¡Que te calles!
La cama empezó a vibrar. Tuvo que respirar tres veces para relajarse lo suficiente y no hacer volar su cuarto. Aún seguía teniendo episodios de magia descontrolada, pero eran menos frecuentes. Cerró el libro con fuerza. Hedwing, en su jaula, se agitó.
―¿Quieres volar, cierto preciosa?― Dijo Harry con la voz rasposa por la falta de uso. Se levantó hasta abrirle la jaula y cargar a su ave en el brazo –Yo también.
De pronto escuchó a alguien subir corriendo las escaleras, dando trompicones.
―¡Vuelve aquí, Petunia! ¡Vuelve!
Antes de que Harry reaccionara, su tía entró al cuarto y cerró con fuerza, apoyándose en la puerta mientras lloraba sin control. Hedwing aleteó furiosa, atrayendo la atención de la mujer. Petunia tenía la boca llena de sangre.
―Te pegó― Susurró Harry impresionado. Jamás creyó que su tío haría algo así.
Un estruendo hizo brincar a ambos. Vernon golpeaba la puerta con furia ―¿Ahora te escondes en el cuarto de ese engendro de la naturaleza?― Gritó pateando la madera.
Petunia sollozó más fuerte –Por favor, solo deja de gritar, por favor.
―¡Abre la maldita puerta, Petunia!
Harry cruzó la habitación de dos zancadas, tomó a su tía y la alejó de la puerta justo cuando Vernon la tiró de las bisagras.
―¡Estúpido mocoso!― Gruñó alzando la mano para golpearlo, como siempre. Pero Harry no estaba de humor. No después de haber enfrentado a Voldemort y ver morir a una compañera. Si había sobrevivido a eso, entonces su tío debería ser fácil. Esquivó el enorme puño, sin pensarlo lo pateó en la rodilla, tirándolo. Petunia gritó, Harry no estuvo seguro si de miedo o sorpresa pero no se detuvo a meditarlo. Lo más rápido que pudo abrió la ventana, dejó a Hedwing salir, tomó a su tía del brazo, agarró su baúl y salió corriendo hacia la salida de la casa.
―¿A dónde vamos?― Gimió temblorosa Petunia.
Harry frunció el ceño –Yo me iré a King Cross, pasaré lo que queda de la noche ahí. Tú… deberías buscar ayuda.
Su tía negó desesperada –No te vayas, no…― Lo tomó de la camisa vieja y cuatro tallas más grande –No me dejes aquí.
―Es tu hogar.
―También el tuyo.
―No. Yo no tengo hogar― Se zafó de un manotazo. Escuchó los gritos de su tío maldecir sin control, miró una última vez a su tía y salió a la noche.
Mientras recorría el tramo desde Little Whinging hasta King Cross en el autobús noctámbulo, Harry analizaba su patética existencia. Sabía que era un mago poderoso, en la escuela siempre era el primero en dominar cualquier hechizo, poción y transfiguración, además usaba su tiempo libre para practicar maldiciones en la cámara de Slytherin, tranquilo de solo él podía ingresar al húmedo lugar. Si ignoraba el enorme cadáver del basilisco, era fácil concentrarse con el eterno silencio que existía ahí. Al principio no había querido regresar a ese lugar de muerte pero los alumnos de Hogwarts lo hacían sentir tan indeseado y apestado que pronto lo formó como su escape personal. Con los años las maldiciones que se había atrevido a conjurar eran cada vez más potentes y peligrosas. Había leído que muchas de ellas eran imposibles de dominar pero para él resultaban sencillas después de practicar lo suficiente.
También había dominado cierto grupo de encantamientos médicos, entre ellos estaba el medidor del núcleo mágico que poseía cualquier mago o bruja y que los diferenciaba de los muggles. Harry había probado el encantamiento sobre Draco Malfoy, tomándolo como perfecta referencia de antigua familia mágica, el resultado había sido un brillante 73. Después había probado el encantamiento en él mismo, el resultado había sido abrumador. Lo repitió seis veces para estar seguro de que no era ningún error, al final aceptó la realidad.
Supuso que los profesores sabían cómo medir la capacidad mágica de cada alumno pero no hacían pública la información para que no se sintieran mal muchos de ellos. Harry deseaba que fuera al contrario, algunos como Malfoy aprenderían a cerrar su estúpida boca. Otros como Luna, su compañera de clases y casi amiga, serían más respetados.
Así que bien, él era poderoso… muy, muy poderoso, también inteligente, algo perspicaz (o quizá solo desconfiado en general) y tremendamente observador. Ser solitario lo acomodaba siempre en medio de todos los grandes conflictos escolares y nadie lo notaba. A veces sentía que su capa de invisibilidad se mantenía siempre sobre él.
No tenía familia. Sus padres habían muerto al protegerlo del bastardo de Voldemort. Sus tíos eran más una parodia que un lazo sanguíneo. Sus abuelos habían muerto mucho antes de él nacer. Incluso en Gringotts lo conocían como el próximo Lord Potter―Black, último heredero de las antiquísimas casas mágicas. Su padrino le había dejado todo lo que tenía antes de recibir injustamente el beso del dementor. Harry ni siquiera estaba seguro de qué clase de hombre fue, pero le tenía una gran estima. El profesor Lupin tenía demasiadas cosas encima para hacerse cargo de él, sólo le escribía cartas de vez en cuando.
Amigos… ninguno. Alguna vez pensó que podía serlo con Ron Weasley, pero después de casi haber provocado la muerte de su hermana…
Le parecía muy injusto, Ron no debería odiarlo, Ginny vive tranquila y feliz. Muchos chicos de Hogwarts pueden declarar qué tan feliz. Incluso ella le coqueteaba constantemente a escondidas de su hermano. No se sentía especialmente atractivo, a excepción de sus ojos, pero muchas chicas le habían confirmado lo contrario. Desde que cumplió quince años se involucró física y secretamente con algunas jovencitas. Una de sus regulares acompañantes era Cho Chang quien parecía vivir en el eterno drama de amar a su novio Cedric pero desearlo a él. Un dilema que le beneficiaba bastante. A veces le parecía injusto por Cedric (el chico era honesto y amable) pero había decidido no darle vueltas al asunto, después de todo también era uno de los que lo consideraban un mago oscuro.
Su reputación no estaba muy errada. Con el conocimiento que poseía en artes negras no podía ser llamado un mago blanco. Sin embargo, opinaba que cualquier mago blanco poderoso por excelencia sabía mucho sobre el otro lado de la magia, sino no podría combatirla.
El objetivo de su vida era derrotar a Voldemort. No lo haría por la comunidad mágica ni por la paz mundial, al diablo con eso. Lo haría por venganza en nombre de sus padres y su padrino. Se los debía.
Harry pisó King Cross cuando el alba despuntaba, se repitió que solo faltaban dos años más de tortura y entonces sería libre.
―Muy encantada de conocerla, señorita Maxime― Sonrió la profesora con una mirada fascinada que logró intimidar bastante a Hermione.
―El gusto es mío, profesora― Compartió el gesto estrechando suavemente la mano vieja –Debo admitir que pese a mi enorme amor a Beauxbatons, el castillo Hogwarts me ha robado el aliento. La arquitectura clásica de la época medieval mágica en la que los fundadores lo construyeron es magnífica. Pero no se comparan con los hechizos de protección e invisibilidad que abundan en cada ladrillo. Además del bellísimo lago negro. Pese al frío todo el resto del castillo tiene un toque cálido que no tiene nada que ver con el clima.
―Muy elocuente, señorita. Efectivamente el castillo es majestuoso― Minerva se alisó las arrugas inexistentes de su falda. Acababa de comprobar que Hermione hablaba mucho y de manera correctamente amable. No pudo evitar intentar devolver el gesto –Aunque si hablamos de palacios sé que su casa no tiene igual.
Hermione sonrió alegre. Minerva notó que los labios rosas se torcían de la misma agraciada manera que lo hacían los de Olympe; podría no ser su hija sanguínea pero no cabía duda que había adoptado muchas maneras de la directora. La menuda castaña parecía a primera vista aristócrata, afortunadamente la sencillez que había en sus ojos mieles era auténtica. Eso no lo pudo haber copiado de la vanidosa Olympe, eso era parte de ella misma.
Se felicitó a sí misma por haber tenido la idea de invitar a la señorita Maxime antes de que llegara su escuela y Dumstrang. El pretexto de introducirla como se debe ante el castillo y sus habitantes había sido una tontería, pero Olympe no había perdido oportunidad para señalar que era el trato mínimo que esperaba hacia su princesa.
―¿Podría preguntarle algo, profesora?
―Por supuesto.
Estaban en el ala oeste, a la mitad del recorrido del tercer piso del castillo. Hermione había mantenido la preciosa capa de terciopelo turquesa aferrada a su cuerpo, claramente incómoda en un clima tan frío.
―¿Por qué me invitó primero que nadie al castillo? Por favor no me malinterprete. Me siento muy halagada… pero es… curioso.
Minerva sonrió. "No subestimar a la niña Maxime" fue anotado inmediatamente a su lista mental de prioridades –Tengo una pequeña rivalidad profesional con Olympe. Solo quería aligerar los ánimos ya que tendremos que convivir un año entero en el mismo lugar, y no hay nada que haga sentir mejor a tu madre que se te trate bien, querida.
Hermione asintió divertida –Mamá siempre me ha contado acerca de su "pequeña" rivalidad― Confesó –Le revelo que nunca ha superado que le haya ganado en el Campeonato de Brujas Independientes Pro―Hechizos de Resistencia, en 1964.
―Oh claro, aquel campeonato…
La profesora contuvo una carcajada. Tenía muy presente aquel campeonato, fue la última vez que estuvo compitiendo directamente contra Olympe. Jamás olvidaría la furia en los ojos oscuros de su enemiga.
―Me recuerda a mi madre, profesora.
―¿En serio?
―Sí. Ambas son muy buenas para esconder su rivalidad, y ambas son poderosas, inteligentes…
Minerva sonrió –Gracias, querida.
―También se parecen en pensar que me creeré todo lo que digan― Se detuvo justo a la mitad de las escaleras giratorias. La profesora la miró sorprendida –Le pido por favor me informe por qué me ha invitado antes que nadie al castillo. Incluso sus alumnos apenas llegarán en unas horas. No tiene sentido.
―Debo empezar a aceptar que es demasiado inteligente para su bien― Suspiró –Quería conocerla personalmente antes de que el Torneo diera inicio. Lamentablemente no puedo explicarle el por qué. Quizá algún día.
Hermione permaneció en silencio, mirándola fijamente durante varios minutos. La escalera decidió volver a moverse hacia el ala este. De un agraciado brinco llegó al pasillo –También se parece a mi madre en no decir mentiras, y le agradezco infinitamente por eso. ¿Podríamos visitar los invernaderos? En Beauxbatons no podemos cultivar plantas de climas fríos y secos como aquí. Estoy muy interesada en observarlos.
―Claro que sí.
A pesar del hambre que sentía, se brincaría la cena. Debía de regresar los libros que se había llevado para el verano a la sección prohibida. No había mejor momento que cuando todos estaban inmersos en el banquete de inicio y la bienvenida a nuevos estudiantes.
Harry entró sigiloso, escaneando las mesas vacías, cruzó por el siempre deshabitado y oscuro pasillo sobre estudios muggles y giró hacia pociones avanzadas… topándose con alguien.
Era pequeña, probablemente menuda debajo de aquella elegante capa azul, sus manos delgadas estaban enguantadas en piel blanca de dragón, sostenían un libro enorme de pociones. Una cascada de rizos chocolates caía en la gorra de la capa. Usaba zapatillas blancas brillantes, como de hada.
Contuvo la respiración. Ella no era una alumna. ¿Podría ser una nueva maestra? Si lo descubría con esos libros…
Ella se giró levemente, la esquina de sus ojos apuntando directo hacia él. Las órbitas mieles brillando como de gato en la oscuridad. Pestañas gruesas, ensortijadas. Mejillas bronceadas. Nariz roja. Labios gruesos rosas.
Era muy bonita. Muy joven. No maestra.
―Buenas tardes― Saludó con un acento extraño. No era ni inglés ni francés. Sonaba lindo.
―Buenas… noches― Concedió escuchándose ronco como siempre.
Ella pareció sorprenderse. Se recogió la manga azul para revisar su reloj de pulso. Harry contuvo una exclamación al ver el reloj hecho de diamantes pequeños. Ostentoso, pero no exagerado.
―Pero qué distraída, he perdido toda la tarde aquí― Murmuró atropelladamente. Miró el libro en su mano, luego al resto de la biblioteca mordiéndose los labios. Harry se encontró muy concentrado en los dientes blancos presionando el labio rosa ―¿Sabes si tengo que firmar algo para poder sacar estos libros?
Harry asintió una vez.
―¿Me podrías decir en dónde firmo?
―Madame Pince.
Ella asintió lentamente –Eres de pocas palabras― Confirmó claramente incómoda.
Harry no se pudo resistir, la curiosidad como siempre lo impulsó ―¿Quién eres?
―Oh, qué mal educada― Se le acercó rápidamente, extendiendo la mano –Hermione Maxime.
Miró la mano. Intentó tomarla, pero se arrepintió. Hermione pareció tomarlo como una ofensa. Harry se apresuró a tomarla firmemente.
―Mucho gusto.
Olía a alguna fruta tropical. De cerca notó que era de pómulos alzados, con un tenue bronceado que combinaba increíblemente con los ojos mieles. Llevaba un vestido blanco que parecía sacado de una película medieval. Además de ser claramente millonaria (debido al reloj) y tener un nombre completamente singular era obvio que debía ser una bruja sangre pura.
―Ese libro parece interesante― Señaló curiosa –No lo había visto jamás…― Harry dio un paso atrás, nervioso, reparó en que no había soltado su mano y casi la avienta lejos de él. Ella simplemente no se dio cuenta, seguía mirando el libro prohibido –Aunque hay tantos libros en Hogwarts que nunca había visto. Es maravillosa esta biblioteca. Mucho más pequeña que las de Beauxbatons pero más consistente.
―¿Beauxbatons?
―Es mi escuela, y mi hogar también― Explicó reacomodando su capa, mostrando el bello escudo de las varitas entrecruzadas y las tres estrellas doradas.
―¿Qué haces en Hogwarts?
―Eso lo sabrás en el banquete.
―El banquete comenzó hace media hora.
―¡Merlín!― Chilló devolviendo los libros a su lugar, lo miró desesperada ―¿Podrías llevarme al Gran Comedor urgentemente? Si no estoy ahí cuando mamá llegue simplemente me matará.
Harry tragó grueso. Aún tenía que devolver los libros pero ella se veía tan… solicitada. Y con esos lindos ojos mieles pidiéndoselo así…
―Espera un minuto y te llevaré― Dijo rápidamente, pasándola de largo. Estaba a punto de llegar a la puerta de la sección prohibida cuando se regresó corriendo –No me sigas― Ordenó.
Hermione alzó las cejas sorprendida –No pensaba hacerlo. Me dijiste que esperara.
―Claro… yo… bien― Se giró de nuevo corriendo hacia la sección.
Mientras recolocaba los libros a velocidad supersónica, Harry se preguntaba sin parar por qué estaba tan nervioso. No era posible que se sintiera así, con Cho nunca le había pasado, y ella era espectacularmente hermosa. Hermione era solo muy bonita. Probablemente era la adrenalina de casi haber sido descubierto.
Debía regresar y actuar normal. La chica solo quería llegar al Gran Comedor, después lo ignoraría por completo.
―Así que… ¿de qué casa eres?― Escuchó su melodioso acento. La miró por el rabillo del ojo. Seguramente estaba bromeándolo, ¿Cómo no podía saber que era un Gryffindor?... Entonces se dio cuenta. Ella era lo suficientemente pequeña para mirarlo entre sus pestañas, directo a los ojos, tendría que inclinar más la cabeza si quería notar su cicatriz. Oh. Ella no sabía quién era él.
―Gryffindor.
―¡Los valientes!― Exclamó emocionada –No sé qué casa me gusta más. Ravenclaw debe estar llena de retos intelectuales en cada comida, en cada anochecer. Hafflepuff es bellísima, trabajadora, amable, todos deberíamos ser así. Gryffindor llena de valentía y arrojo. Slytherin con su fama de astucia.
―Probablemente quedarías en Slytherin― Soltó a bocajarro, reprochándose de inmediato. Nunca decía lo que pensaba. Nunca.
Ella pareció pensarlo –Quizá, pero estaría muy tentada por Ravenclaw también. Además Slytherin solo acepta a castas mágicas puras ¿cierto?
―¿Tú no eres…?
―No.― Dijo seriamente.
"Tema indeseable" pensó Harry, especialista en reconocer esa clase de temas, siendo su vida en general catalogada así –Ya casi llegamos al Gran Comedor.
―Gracias por traerme, habría tardado mucho en recordar por dónde era― Sonrió alegre –Aún no llegan mamá y las demás.
Harry se detuvo ―¿Las esperarás aquí?
―Sí. Gracias de nuevo.
―Adiós.
Se giró decidido hacia el comedor, estaba casi cruzándolo cuando la escuchó gritar ―¡Espera!
―¿Si?― Masculló incómodo. No estaba acostumbrado a estar mucho tiempo con una persona.
―¿Cómo te llamas?
Frunció el ceño. No quería decírselo, provocaría que esos ojos mieles lo vieran con asco. Miró hacia el comedor, comenzaba a atraer la atención de varios alumnos. La profesora McGonagall sonreía directo hacia él.
―Harry Potter― Susurró.
Ella pareció sorprenderse, luego levantó el delicado mentón lo suficiente para que su línea de visión entrara hacia su frente.
Ahí estaba, Hermione Maxime sabía ahora quién era él.
―Oh…― Replicó.
"Suficiente" Se revolvió el cabello intentando tapar de nuevo la cicatriz y quiso entrar al comedor pero de nuevo lo detuvo "¿Ahora qué?"
―Ahora entiendo por qué no quisiste saludarme decentemente, y te viste tan reticente a ayudarme a llegar al Gran Comedor.
―¿Eh?
―El gran Harry Potter no pierde su tiempo con la gente― Chistó ella con las mejillas, al fin, arreboladas.
―No…
―Claro. En fin. Gracias, Potter.
Harry abrió la boca varias veces. No entendía para nada a esa mujer.
―Señor Potter, tome asiento por favor― Dijo la profesora McGonagall detrás de él –Tengo que introducir a nuestros invitados. Pero me da mucho gusto que ya haya conocido a la señorita Maxime.
―Todo un placer― Masculló ella.
Harry se giró lentamente, pensando que aunque dominara las artes oscuras, nunca entendería a las mujeres.
Se sentó al final de la mesa de Gryffindor. Su lugar especial, el que todos se encargaban de dejarle siempre bien alejado del resto. Se sirvió un pedazo de pastel de calabaza y notó un nuevo integrante en la mesa de profesores. Como siempre el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras estrenaba rostro, y Harry sabía muy bien quién era él: Remus Lupin. A su lado, Snape estaba inclinado obviamente en sentido contrario, alejándose lo posible con él.
Le dio curiosidad saber cómo Dumbledore había conseguido regresar a Remus al profesorado en contra del consejo escolar, los padres de familia y el Ministerio. Como fuera, Harry estaba feliz. Remus le cachó la mirada y brindó hacia él con su copa de vino blanco. Entonces Dumbledore se puso de pie y anunció a las señoritas de Beauxbatons visitantes por ese ciclo escolar en Hogwarts.
Por el pasillo central entró una enorme mujer, de rasgos delicados, ojos oscuros, rizos negros recogidos en un moño azul cielo. Vestida elegantemente, destilaba distinción a cada paso. Justo en sus talones dos filas de señoritas hermosas, uniformadas en faldas azules que bailaban graciosamente, zapatillas altas delicadas, sombreros inclinados, chaquetas de alta costura, danzaban soltando mariposas en cada suspiro. Al final de la comitiva, Hermione entró majestuosamente, ondeando su capa azul con maestría. La sonrisa en sus labios la dedicó a todo el alumnado y al final al director de Hogwarts, a quien le regaló una preciosa concha marina cerrada.
―Muchas gracias― Aceptó Dumbledore abriendo el regalo. En su interior una perla blanca brillante –Ah… una de las perlas de la sirena de Beauxbatons, un formidable y halagador presente. Gracias, señorita Maxime. Gracias, Olympe.
Los directores se abrazaron con estima. Hermione se colocó junto al resto de las alumnas. Harry la notó reír ligeramente con dos chicas rubias que la abrazaron y besaron alegres.
Dumbledore proclamó ahora a Dumstrang.
Por las puertas dobles entraron grandes muchachos, fuertes y guapos. Vestidos con su uniforme rojo, echando fuegos pirotécnicos abrieron camino para su director y para el famoso Viktor Krum.
Harry lo reconocía por las revistas de Quidditch que se daba el placer de leer de vez en cuando. Ese sujeto era un genio del deporte.
Se colocaron del lado contrario de Beauxbatons, esperando que los directores terminaran de saludarse.
Entonces Dumbledore anunció el Torneo de los Tres Magos.
EDITADO 18 DIC 13
Saludos,
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