Al ser un estudiante de literatura, Ken Kaneki sabe mejor que nadie que las novelas románticas siempre acaban en muerte. El protagonista se envuelve con su amada en un espiral de pensamientos sobre el ser y parecer, y al final, el hombre sólo puede morir al tener que dejar libre a su amor. Kaneki sabe que él es más héroe romántico que pícaro, y al final va a morir. Pero, si se puede ahorrar el romanticismo en camino a su muerte, lo hará.
—Deja de traerme flores cuando me enojo contigo.
Kaneki no le dirige la mirada a Shû Tsukiyama cuando le dice esto. Está viendo el ramo de flores en sus manos. Desde que abrió la puerta la fragancia dulce de las flores se escabulló en el departamento y despierta en la memoria de Kaneki otros tres instantes en el que la misma fragancia se ha hecho presente en el departamento. Jacintos. Pétalos de tonos púrpuras, blancos y azules, sus hojas verdes en arcos alrededor del arreglo, abrazado en celofán. Eran bellas—él estaba harto de ellas y no se molesta en esconder su descontento apretando los labios, frunciendo el ceño.
Tsukiyama cierra la puerta y echa el candado, flores en mano. Que Tsukiyama tenga llaves del departamento es algo con lo que Kaneki no estaba de acuerdo. Banjô y Hinami insistieron. Tsukiyama era su aliado y se había mostrado útil y dócil en los últimos meses. Dócil, Kaneki medita mientras que pone su completa atención en el hombre frente a él, no sería la palabra que usaría yo. Kaneki deja un separador entre las páginas de Werther de Goethe. Tsukiyama se acerca sin preocupación hacia el sillón donde está Kaneki leyendo y torna sus ojos púrpuras hacia la cara de Kaneki. Oportunista. A Kaneki le gustan las flores como a cualquier otra persona, pero como a cualquier persona educada. Y él es un hombre, maldita sea. No tenían ningún uso en el departamento esas flores más que sobre inflar el ego del Gourmet, especialmente cuando les hallaba un florero en la mesa. Y siempre dice lo mismo, su sonrisa pícara inevitablemente brotando de sus labios delgados:
—Kaneki, Kaneki, Kaneki. ¿No aceptarás mis más sinceros sentimientos?
La voz del Gourmet es estrafalaria como siempre, con esa cantadita inflexión al final. En los pocos meses en que lo ha llegado a conocer se ha dado cuenta que esa entonación significa dos cosas: la primera, Tsukiyama está orgulloso de lo que está diciendo, está siendo totalmente confiado, y la segunda, algo está escondiendo. Kaneki deja de mirar los jacintos frente a él para ver la cara del Gourmet. Lo que ve le molesta. Chasquea la lengua, desvía la mirada y toma las flores. No hay nada más que una expectativa cautelosa escondiéndose detrás de iris violetas.
Al ver a Kaneki dejar su libro en el sillón y tomar las flores, Tsukiyama sonríe victorioso. Es una apuesta siempre; la primera vez Kaneki había tirado cruelmente las flores recién recibidas. La segunda vez fue inteligente y utilizó a la bella Hinami como intermediario—justo al día siguiente vio las flores en un florero en la cocina. Aunque Kaneki le hizo saber fríamente que fue idea de Hinami y no suya. Pero no se rindió, si algo era el Gourmet era paciente. La tercera fue la vencida ya que las flores traían una tarjeta que citaba a Shakespeare—
"What's in a name? That which we call a rose
By any other name would smell as sweet."
Esas las entregó en persona. Kaneki estaba a punto de regresarle las flores cuando se percata de la tarjeta entre los mismos jacintos purpuras y azules. Kaneki parecía atónito. Para Tsukiyama esa fachada era más que suficiente para hacer que le recorrieran mil escalofríos por el cuerpo. Un Kaneki sorprendido sabría mejor, ¿en qué parte de su cuerpo? ¿Donde se junta la sangre, donde palpita más fuerte su corazón? Tal vez el sudor en frío que baja por su espalda al darse cuenta del significado de las flores es más sabroso, aunque un poco amargo. Tal vez, piensa Tsukiyama excitado, la sangre que causa el color carmín de las mejillas del chico de cabellos blancos en este preciso momento, ha de ser la más exquisita recompensa. La mirada vencida, el entendimiento, la aceptación. Todos esos sentimientos reflejados en ojos del color de cenizas cafés—La verdad es que Tsukiyama se había vuelto un admirador apasionado de todo lo que es Ken Kaneki, aún más allá del interés de un gourmet.
Eso fue hace un mes, un poco después de que le regañara sobre salir con Hinami sin decirle a nadie. Hoy Kaneki le decía que dejara de traerle flores cuando se enojaba con él, porque hoy le trae flores y ayer se enojó por haber hecho cosas a escondidas (aunque fueran benéficas para ellos). Kaneki se dio cuenta de lo que significaban las flores, mas no la razón exacta por la cual se las llevaba. Tsukiyama sonríe amargamente; esa era la parte difícil.
Pero hoy le sigue hasta la cocina donde ve a Kaneki detenerse frente al bote de basura. Kaneki sólo considera tirarlas un segundo antes de considerar tirarlas en la cara tan satisfecha del Gourmet, pero exhala lentamente y busca el florero que usualmente usa, una vez más, escondiendo tercamente una pequeña sonrisa. ¿Le hacen felices las flores, no le hacen feliz las flores? Son preguntas que Kaneki no se quiere hacer. Aunque puede aceptar que es interesante que sea el receptor de flores. No nota que Tsukiyama exhala junto con él, aliviado.
Se sienta Tsukiyama en la mesa esperando ver sus flores puestas en agua y arregladas en un florero, asegurándose de que su regalo en verdad estaba siendo aceptado. Ha sido un proceso un poco largo, pero Kaneki se ha ido acostumbrando a ver al hombre pelimorado, inmaculadamente arreglado en colores extravagantes o blancos brillantes, como modelo de revista extranjera, en la pequeña mesa de la cocina del departamento, y a veces de buen humor, a veces tarareando operas (que Kaneki no conoce) o compartiendo noticias locales, de la chica de la tiendita de la esquina o del chavo del Seven Eleven, hasta del viejecillo que vivía en el primer piso. ¿Por qué iba al Seven Eleven? Ese será el misterio del siglo, después de sus verdaderas intenciones al traerle flores.
Kaneki encuentra el florero debajo del lavabo. Era un florero simple, tubular y de cristal. Estaba un poco sucio así que toma el trapo que está a un lado del lavabo y le da un pasadita. Si iba a estar en uso, más vale que estuviera presentable. Al acabar llena el florero con agua y después de quitarles el celofán, coloca las flores en el florero y las pone en la mesa.
Mientras tanto, Tsukiyama ha estado siguiendo los movimientos de las manos de Kaneki. Manos fuertes, llenas de cicatrices, seguras de sí mismas. A veces extraña las manos delicadas y torpes del Kaneki que llevó a tomar café, hace tanto tiempo atrás. O eso parecía; no había pasado ni medio año desde entonces. Kaneki siente su mirada y lo ignora. Nunca se acostumbrará a eso, decide al sentarse en silencio a un lado del pelimorado para observar las flores. No tenían una tarjeta o dedicatoria esta vez, pero a diferencia de las anteriores estas contenían jacintos de color blanco. Kaneki las observaba con cierta incredulidad.
Tsukiyama decide interrumpir el cómodo silencio entre los dos para preguntar, —¿Entonces?
Kaneki se había perdido un poco en sus pensamientos que parecía que Tsukiyama le hablaba desde el fin de la tierra. Pestañea distraídamente y hace un sonido de pregunta, ¿Entonces qué? Acomoda dos flores que estaban aplastadas con su mano izquierda, aqulla más alejada de Tsukiyama.
Tsukiyama le ofrece una de sus sonrisas tímidas. Kaneki piensa de vez en cuando (cuando se digna a pensar en Tsukiyama) que de seguro no sabía que se veían tímidas, sus sonrisas tan raras como sinceras. No eran esas sonrisas exageradas y burlonas, aquellas que esconden intrigas, secuestros y asesinatos. Kaneki prefería creer que esas sonrisas sinceras eran camuflaje para sus intenciones verdaderas. Pero Kaneki nunca conoce sus intenciones. No confía en él—no quiere confiar en él. Tsukiyama alza las cejas y voltea en dirección de las flores. ¿Aceptas mis sentimientos?
Ken rueda sus ojos. Claro. Este hombre se pierde en lo sutil. Se deja suspirar lentamente, viendo los jacintos. Venían en tres colores distintos. Morado: pena. Blanco: sinceridad. Azul: perdón. Que Tsukiyama tratara de pedirle perdón con hanakotoba mientras le mira con cautelosa expectativa y algo más (tal vez) es desconcertante, definitivamente; mas no impredecible dado el origen de su .. relación. Que el mismo Kaneki las aceptara es algo que no esperaba hacer nunca por la misma razón.
Estoy arrepentido sinceramente, ¿me podrías perdonar?
Un día de estos este romanticismo los iba a matar— a los dos por igual.
—No—dice firmemente volteando la cabeza. No alcanza a ver a Tsukiyama cerrar los ojos y contener la respiración. Desilusión. Un segundo después Tsukiyama se ha desecho de esa fachada y sonríe como típicamente lo hace: Escondiéndose. Tercamente, Kaneki se levanta de la mesa sin voltearlo a ver y reitera:
—Deja de traerme flores por estas razones.
Tsukiyama no sabe que pensar de esa respuesta.
