Tan solo

Hessefan


ACLARACIÓN:

Este fic NO es nuevo, repito: NO es nuevo XD.

Nada más que quise dividirlo en dos porque está muy largo para considerarlo un one shot (más de 15000 palabras, es un abuso llamarlo one shot). No se emocionen (sí, claro u_u) creyendo que es algún SanZo nuevo; este, de hecho, fue mi segundo SanZo :D (cuántos beios recuerdos) y es mucho más viejo de lo que en verdad figura publicado (creo que lo escribí en diciembre del 2010).

Hace un montón que quería hacer esto de dividirlo, pero… la pereza es mi pecado capital por excelencia.

Dejo las notas viejas por nostalgia :3


Disclaimer: Nada me pertenece salvo las humildes palabras de este fic. One Piece es de Eiichiro Oda.

Advertencia: M, muy M (?)

Notas: Éste es, oficialmente, mi tercer fic para el fandom y mi primer intento de lemon en OP, estoy contenta por eso :D Lo que sí Sanji es un dolor en el traste para hacer yaoi. Será por eso que me tomó tanto plantear la idea de manera que sea coherente y creíble.

Digamos que no está basado en ningún arco en especial y no contiene spoilers del manga porque, a decir verdad, todavía no me acostumbro a los cambios físicos de los personajes (es cuestión de tiempo, igual). Así que aquí se ven como en el animé XD.
Al momento de hacer este fic no estaba segura si las habitaciones en el Sunny eran individuales, recuerdo que tenía una enfermería y que Chopper se ponía muy contento, y hasta pensándolo objetivamente, no tiene sentido en un barco ocupar tanto espacio innecesario. Al igual que el Going Merry, los hombres deben compartir habitación y las mujeres otra. Pero con sinceridad no me acuerdo, así que aquí, en éste fic, son individuales. Lo consulté con mi beta, pero tampoco lo sabe :P.

Gracias Halane por la corrección, sin ti no soy nada (?).


Capítulo 1


No habían pasado ni cinco minutos desde que el Sunny había anclado en la nueva isla y ya todos se encontraban dispersos. Franky se quedaría cuidando el barco. Usopp y Chopper temían mezclarse con la gente ahora que tenían recompensas sobre su cabeza, así que alegaron hacerle compañía para cumplir tan gloriosa labor.
En teoría Sanji iba en busca de provisiones, pero se fue al grito de "Ladies", lo que daba a entender que tardaría las horas que usualmente solía tardar cuando iba de cacería. Brooke acompañó a las mujeres del grupo en busca de bragas, ya que ambas advirtieron que necesitaban ropa nueva y esas cosas femeninas a las que Luffy no les daba demasiada importancia, y a decir verdad se aburría tanto yendo de compras con ellas como estando tanto tiempo quieto, así que fue el primero en desaparecer del rango visual del grupo rumbo a lo desconocido. Zoro intentó seguirlo para evitar que llamase tanto la atención pero, como era usual en él, se perdió apenas hizo una cuadra.

—Maldita sea, Luffy —chistó el espadachín observando a lo lejos para ver si lograba localizar a su capitán. —Será mejor volver al barco.
Encaró con seguridad hacia donde él suponía que habían anclado, pero claro, terminó en el extremo opuesto. Ya le parecía extraño, es decir, no recordaba haber caminado o haberse separado tanto del Sunny, pero llevaba alrededor de media hora dando vueltas por la ciudad y no daba con el puerto.

—¿Dónde se han metido? No pude haberme perdido —no le dio demasiada importancia al detalle, tarde o temprano Luffy armaría algún jaleo y lograría dar con él. Tampoco es que tuviera algo que hacer en ese lugar, no le interesaba pasear, y a decir verdad le resultaba molesto tener que andar con una capa encima como si fuese algún delincuente. Aunque bueno, lo era.

Lo mejor sería seguir buscando el Sunny, o parar en algún bar a beber un trago mientras esperaba a que Luffy hiciera de las suyas; sin embargo, una figura a lo lejos le llamó la atención. Llevaba la misma capa que él, así que suponía acertadamente que se trataba de alguno de sus amigos. Por fin podría volver, no obstante reculó al notar que no era otro que Sanji, las cejas lo delataban.

De todos sus nakamas tenía la nefasta suerte de cruzarse con él. Elevó los hombros: le daba igual, quería regresar junto a las botellas de licor que había dejado en el Sunny. Hacía calor y eso ya lo estaba poniendo de mal humor. Observó el cartel del negocio donde Sanji supuestamente había salido y esbozó una sonrisa de medio lado, ¿provisiones?, allí sólo encontraría mujeres dispuestas a todo por unos pocos berries. ¿Tan desesperado estaba? No lo veía en esas, en especial porque Sanji, pese a ser una patada en el culo —en todos los sentidos— era un hombre con el atractivo necesario para conquistar chicas, ¿necesitaba en verdad pagar por sexo? No era de su incumbencia, y si hubiera llegado antes se hubiera percatado que Sanji sólo se paró en ese lugar, en ningún momento había ingresado. Siguió su camino y, justo antes de llamarlo, vio a un sujeto acercándose a él. Notó que conversaban, que Sanji miraba hacia sus costados y que partían juntos.

—Ey… — murmuró Zoro, sin la fuerza suficiente para que lo escuchase en el constante trajín de gente. Maldición, acababa de encontrar a uno de sus amigos y ya lo perdía de vista. Apuró el paso para alcanzarlo, sólo necesitaba que le indicase hacia dónde quedaba el puerto y ya, pero cuando dobló en esa esquina que, comprobó enseguida, era un pasadizo entre dos casas, se dio cuenta de que era un callejón sin salida, y la pregunta que se había hecho en un inicio y a la que no le había dado demasiada importancia, llegó de golpe. Abrió grande los ojos, ¿en verdad era Sanji? ¿Era él haciendo esas… cosas? El muchacho que le había hablado se encontraba arrodillado en el suelo practicándole sexo oral. Zoro miró hacia los costados tratando de ver si estaba solo, si alguien le podía decir si en verdad ese era el Sanji que él conocía. No podía haber cambiado tanto. El pervertido adorador de mujeres practicando un acto tan en contra de sus principios. ¿Cuántas veces había vociferado que no le interesaban los hombres? Quizás no era Sanji, quizás tenía un hermano gemelo. Lo que fuera, alcanzó a reaccionar a tiempo para dar la media vuelta y mandarse a mudar, cuando salió del callejón vio a lo lejos lo que parecía ser una tormenta de polvo, gritos, y algo que se estiraba como chicle:

—¡Luffy! —corrió para alcanzarlo y tomándolo de la capucha lo arrastró por todo el pueblo para sacarlo del epicentro del escándalo.
—¡¿Qué haces Zoro? ¡Suéltame! ¡Ahí en ese lugar hay carne!
—Idiota, ¡te dijimos que no llames la atención! ¡Eres el que más tiene que pasar desapercibido!
—Cierto —recordó con negligencia metiéndose el dedo en la nariz, mientras era ondeado como una bandera por su amigo.
Volvieron al barco y allí ya se encontraban las chicas y Brooke, quien estaba feliz porque había visto muchas bragas.
—Debemos esconder el Sunny —advirtió Nami—, dejarlo aquí a la vista de todos es peligroso.
—Por lo visto no se cruzaron con Cocinero-san —murmuró Robin, dando la pauta de que ellas y el músico de la tripulación recién habían llegado.
—Oh, qué raro, siempre soy yo el último en aparecer —dijo Luffy con una gran sonrisa a modo de respuesta.

Zoro se debatía internamente entre decir que lo había visto o no. No había necesidad de explicar haciendo qué, pero de sólo pensarlo no le salía la voz. No porque lo reprochase, tan sólo le sorprendía de Sanji, y de paso le venía a demostrar lo poco que lo conocía. Al final había resultado ser un hipócrita, ¿y por qué, demonios, le molestaba? Tendría que darle igual.

—Ese pervertido debe andar detrás de mujeres —murmuró Zoro al final, entre dientes.
—Déjenlo —dijo Franky haciendo una pose—, hemos pasado mucho tiempo escondidos, debe ser súper para él volver a la civilización.
—Bueno, mientras traiga las provisiones no me importa lo que esté haciendo —Usopp alzó los hombros y se sentó sobre el césped del Sunny dando a entender que lo esperaría.

No podían zarpar sin él, tampoco era prudente salir a buscarlo, tardarían más si él regresaba y encima tenían que esperar por los que iban tras él.
Luego de estar esperando por alrededor de una hora, el cocinero apareció con un gran bulto. Luffy se colgó de él tratando de hacerse con la carne aunque estuviese cruda, pero Sanji se lo quitó de una patada encaminándose a la cocina. Nami entonces puso manos a la obra, pronto oscurecería y era prudente encontrar un buen escondite para tremendo barco. Por fortuna habían divisado una zona rocosa lo suficientemente alta para pasar lo más desapercibidos posible. Rayleigh les había aconsejado quedarse unos días escondidos, así la Marina seguiría de largo y los despistarían por un tiempo.

Zoro fue a la cocina en busca de una botella de ron, Sanji parecía estar a punto de empezar a preparar la cena. No se dirigieron la palabra, pero el espadachín le dedicó una ruda mirada. El rubio pitó de su cigarrillo frunciendo el ceño, ¿a qué se debía ese porte? ¿Quería pelea? Se la daría. Pero Roronoa partió sin decir nada para, a la media hora, volver por otra botella.

—Ey, tiene que durar —si bien Zoro era de beber, no con tanta frecuencia y tan rápido, además era cierto: el usaba el alcohol a veces para cocinar y también tenía derecho a beber; a ese paso Zoro acabaría con todo lo que tenían en un par de días.
—No me molestes, cocinero, métete en tus asuntos.
—Que te jodan —murmuró furibundo para después tener un cambio abrupto de emociones al ver a Nami atravesando la puerta.
—¿Falta mucho, Sanji-kun? No podremos retener a Luffy por más tiempo.
—Ah, Nami-swan, lo haré lo más rápido que pueda, pero si Robin y tú tienen hambre tengo algo preparado especialmente para ustedes en casos de emergencia.
—Por mí no hace falta, yo puedo esperar.
Zoro chistó de una manera que crispó los nervios de Sanji.
—¿Tú, bastardo, tienes algo para decir?
—Hipócrita —fue la contestación de Zoro antes de atravesar la puerta, pasando junto a Nami. Esta arqueó las cejas, mismo gesto que de seguro portaba Sanji.
A la chica le pareció extraña la acotación de Zoro, pero no le dio demasiada importancia, dejó a Sanji con la preparación de la cena. Cuando todo estuvo listo, Chopper apareció a lo último avisando que Zoro no comería.
Sanji elevó los hombros, le daba igual.
—Genial, más para mí —bramó Luffy pletórico de felicidad y robando en un segundo lo que había en el plato de Roronoa.
—Espera, Luffy, que Zoro puede tener hambre más tarde, hay que guardarle —reclamó Chopper, pero ya era demasiado tarde.
—¡Esto está súper! —aclamó Franky. Sanji agradeció y se dispuso a comer en un introspectivo silencio. Esa simple palabra, la acotación del marimo, se había colado hondo. No entendía puntualmente qué le molestaba, es que por empezar no entendía a qué iba con lo de "hipócrita". Tampoco pensaba ir a preguntarle, que el espadachín pensase lo que quisiese, le resbalaba.

Luego de la cena el grupo se dispersó, Sanji entonces quedó solo en la cocina y se dispuso a lavar los platos. Le tocaba a Zoro lavarlos ese día, pero dado que no había aparecido y que no le daban ganas de ir a buscarlo, decidió hacerlo él con la idea de cederle su próximo turno. Y ya para cuando le faltaba lavar las ollas nada más, esa palabra seguía rondando su mente: Hipócrita.

Se encontraba terminando y deseando fumarse un cigarrillo cuando la puerta de la cocina se volvió a abrir y por ella entró el espadachín con cara de pocos amigos, y en busca de otra botella. ¿Qué demonios? ¿Pensaba emborracharse? Por mucha resistencia que tuviese el maldito, tres botellas eran una exageración.

—Ey, te tocaba a ti lavar los platos.
—Métetelos en el culo, —rugió—bien que seguro te gustará.
—¿Qué te ocurre, infeliz? —Sanji no entendía a qué se debía esa actitud tan hosca por parte de Zoro, que sí, siempre era hosco con él, pero había un límite. Cada palabra que salía de la boca del espadachín parecía nacer con odio, verdadero odio, y más allá de reconocer que no se llevaban bien, Sanji jamás había visto tanta aspereza y violencia de su parte. Lo tomó del brazo con el fin de sonsacarle las razones, pero Zoro se removió inquieto, colocando la mano libre en una de las empuñadoras de su katana.
—No me toques, me repugnas.
—Se ve que te has vuelto más intratable con el tiempo —buscó un cigarrillo, como si eso lograse calmarlo—, deja de beber, no te lo digo más, después el que tendrá que salir en busca de provisiones seré yo.
Zoro chistó de manera irónica y abrió la botella, desafiante, para comenzar a beber.
—Provisiones y algo más, ¿no?
—A eso iba lo de hipócrita —asintió, reconociendo que no había estado equivocado al suponer que había visto al marimo rondándole cerca en el pueblo. Antes de que desapareciera por la cocina agregó—: ¿Qué carajo te importa lo que yo haga?—Zoro lo ignoró, hasta que el cocinero cometió el desacierto de acotar—: Para tu información, Marimo, estás equivocado—seguía sin entender el motivo de sentirse tan encabronado con Zoro, pero se vio en la penosa necesidad de decirle algo hiriente—Al menos no soy un maldito amante de las katanas. Dime ¿duermes junto a ellas? ¿Te excitas acariciándolas? —rió al imaginárselo, pero fue eso lo que Zoro necesitó para explotar y sacar a flote toda esa ira que venía acumulando. Se le fue al humo dejando la botella sobre la mesa, pero como Sanji lo frenó con una patada indicando que iba en serio, sacó una de sus katanas dando a entender que él tampoco estaba jugando.

Durante mucho tiempo el cocinero le había tocado los cojones, y ya estaba harto. Sanji forcejeó con él, incluso usando sus sagradas manos, y es que en ese momento, si podía, lo despedazaría.

Era tanto el jaleo que armaron que enseguida Nami llegó dispuesta a darles tunda para que se calmasen, pero fueron Robin y Franky quienes tuvieron que separarlos. La muchacha necesitó usar las manos de su akuma no mi para atajar al cocinero y Franky se armó de valor para retener la furia de Zoro, cuando éste vio que ya no podría seguir, echó una maldición, tomó la botella que había dejado sobre la mesa y se fue.

—¿Otra vez peleando? —preguntó Luffy con desgana, metiéndose un dedo dentro de la oreja.
—Esta vez fueron muy lejos —balbuceó Usopp—, ¡parecían dos demonios dispuestos a matarse! —remarcó con cierto tono de reproche y sorpresa.
Nami observó a un callado Sanji. Cuando Robin lo soltó se percataron de la herida que el cocinero tenía en el brazo, pero éste no le dio demasiada importancia. En cambio, con ese mismo brazo que goteaba sangre, buscó otro cigarrillo, el anterior había muerto en medio del ajetreo con Zoro.
—¡Sanji-san! —bramó Chopper—Estás herido. ¡Un doctor! —corrió en círculos hasta que reaccionó yendo en búsqueda de su botiquín. Brooke no entendía muy bien algunas cosas del grupo, podía decirse que él era el nuevo, pero entendía que allí había pasado algo grave. Dio la vuelta marchándose a seguir con su música sin acotar nada. Franky se masajeó la nuca expresando lo que la mayoría pensaba:
—Ey, se les fue la mano, chicos.
—Sí —murmuró Sanji con apatía. Hasta él comprendía que las cosas se habían salido de control, pero no entendía bien las razones, ¿qué podía hacer al respecto, entonces? Nami negó con la cabeza y suspiró. —¿Estás enojada conmigo Nami-san? —se lamentó Sanji haciendo todo un teatro.
—No, me da igual; sólo espero que no se maten entre ustedes.
—¿Fue para tanto? —Luffy ladeó la cabeza, había llegado último y creía haberse perdido algo importante.
—Vámonos, Luffy-chan —Robin colocó las manos sobre los hombros de su capitán y se lo llevó de allí. Veía la herida de Sanji y también se daba cuenta de que había sido algo más que las acostumbradas peleas de esos dos.
Franky notó el aire enrarecido y decidió irse para darle espacio a un enrarecido Sanji. Usopp en cambio miró a Nami, pero ella tampoco sabía qué decir o qué hacer.
—Ey, Sanji —murmuró Usopp, pero ninguna palabra surgió de inmediato y Chopper apareció corriendo.
—Tengo que atenderte, estás herido.
—No es para tanto —Sanji se recargó en la mesa y cerró los ojos. Los otros dos aprovecharon para irse al darse cuenta de que no podían hacer nada. Afuera Usopp soltó lo que pensaba.
—¿Qué les habrá pasado para pelear así?
—No lo sé, Usopp, pero en todo caso es algo que ellos deben arreglar —dijo la navegante dándose por vencida.
—Pero si siguen así, van a matarse —reclamó el chico deteniendo sus pasos. —Ey, Nami, ellos dos son… nakamas, ¿verdad? Es decir, se llevan mal pero…
—Entiendo lo que quieres decir, yo pienso igual pero no sé qué ha pasado para que lleguen a ese punto… No creo que se maten, nosotros sabemos que esos dos idiotas se aprecian aunque ni ellos lo sepan —sonrió tratando de darse y darle ánimos—Ya, no te preocupes, sabes como son. Se les pasará…

Luffy seguía mirando las estrellas, ajeno a las preocupaciones, como siempre. Es que en su interior no tenía nada de qué inquietarse, sabía que esos dos no llegarían más lejos porque, como Nami había afirmado, se apreciaban demasiado pese a sus diferencias; habían sido compañeros de armas por mucho tiempo y ambos habían confiado su vida al otro en más de una ocasión. Ese lazo era inquebrantable, y Luffy bien sabía de eso.

En la cocina Chopper revisaba el corte que tenía un taciturno Sanji en el brazo, él tampoco sabía muy bien qué decir al respecto, pero en toda su inocencia soltó lo que pensaba:

—Zoro se ha pasado de la raya, este corte es muy profundo.
—No te preocupes, él tampoco salió ileso. Le quebré una costilla al menos.
Chopper palideció con esas palabras. Lo mejor sería ir detrás de Zoro una vez que terminase con Sanji, para ver en qué condiciones estaba.
—Bueno, ya está —dijo el doctor terminando de colocar la venda—, en unos días te la cambio, no cortó ningún tendón así que puedes moverla libremente, ¿te duele mucho? Puedo darte unos calmantes.
Sanji negó sin salir de esa introspección y postura aletargada, lucía ¿triste? El reno no supo si esa era la palabra correcta para definir el estado del cocinero.
—Gracias —Sanji se puso de puso de pie acotando—: será mejor que ordene este desastre y me vaya a dormir. Ya es tarde.
Chopper vio que era hora de irse pero antes consultó con el fin de hacer algo por Sanji en ese momento:
—¿Quieres que te ayude? —visualizó el piso, en donde había trozos de vidrio y palillos diseminados.
—No, no hace falta, ve a dormir si quieres.
—Pero…
—Prefiero estar solo, Chopper —interrumpió tratando de no sonar tan rudo como creyó serlo—, no te ofendas.
—Entiendo —el reno asintió. —Que descanses —se marchó en busca del espadachín.

Sanji se colocó en cuclillas para juntar los trozos grandes de vidrio y la mirada se posó sobre el vendaje. Suspiró, tratando de no darle demasiada importancia al asunto, porque no debía darle… era problema de Zoro ser un intolerante, él hacía lo que quería con su vida, no era quién para reprocharle. Asimismo estaba muy equivocado: él no se consideraba gay, ni por asomo, tan sólo había aprendido, con el tiempo, que el sexo oral era igual te lo hiciera quien te lo hiciera, y era un gran desahogo físico. Podía cerrar los ojos y pensar en Nami —de hecho, al hacerlo en ese momento, plantó una enorme sonrisa— y no le gustaban los tipos. ¿Qué sabía Zoro de todo ese asunto? Con esa personalidad tan retorcida seguramente era virgen, asexual o katanafílico.

Había estado demasiado tiempo encerrado en la cocina lamentándose y tratando de encontrarle un sentido a las reacciones de Roronoa, ese bastardo no merecía ni que perdiese tiempo pensando en él. Sin embargo, cuando se dispuso a salir de la cocina, la puerta se abrió, Zoro ingresó de nuevo con cara de tener ganas de seguir peleando y para colmo apestaba a alcohol, acaso ¿iba en busca de otra botella? Sanji tardó en reaccionar, pero en cuanto pudo mostró los dientes:
—¡¿Qué mierda tienes en la cabeza? —y es que esa era la gran incógnita para él, entenderlo.

Zoro no contestó, en cambio se quedó en la posición, con los puños apretados y el ceño fruncido, como si estuviese cavilando seriamente sobre algo de suma importancia. Sanji no se acobardó, se había dicho a sí mismo segundos antes que no le seguiría el juego al marimo, pero las palabras nacían solas, por necesidad.

—¡No sé qué problema tienes, pero resuélvelo! ¡Yo no tengo la culpa!
—¡Sí que la tienes! —explotó atacándolo otra vez.

Sanji estaba demasiado agotado para tolerar un enfrentamiento con él, pero no era cansancio del tipo físico, era otro, emocional o quizás mental. Sea lo que fuera, no le apetecía guerrear con él. Aun así tampoco iba a dejarse pegar. Tomó a Zoro por el cuello de su chaleco abierto, pero este lo acorraló con facilidad contra la mesa a la vez que le sostenía por las muñecas. Alcanzó a darle un puñetazo antes, pero ahora trataba de adivinar el siguiente movimiento del espadachín y este fue el que más le sorprendió, porque de todos los movimientos que esperaba del marimo jamás imaginó un beso de ese estilo; la boca de Zoro atrapó los labios del cocinero. No dejó de oponerse pese a la sorpresa, incluso con más ahínco al percatarse de que era el marimo quien lo estaba besando de esa forma, tan tosca, tan violenta, tan inexperta pero de igual modo tan intensa.

No lo dejaba respirar, y no parecía estar dispuesto a dejar de morderlo; finalmente la boca de Sanji se dio por vencida y se abrió, recibiendo de lleno la lengua del espadachín. Y contrario a lo que éste podía llegar a pensar del cocinero, era la primera vez que un hombre le besaba, y vaya, pese a lo especulado por el rubio no era tan desagradable como supuso. Poco a poco dejó de ofrecer resistencia, era como una tregua momentánea para después arremeter con más ganas a intentar evitar lo que, por mucho que le importunase, le agradaba.

Zoro parecía insatisfecho, no podía saciarse de la boca del cocinero, parecía querer más y más, no menguaba la intensidad y ya les dolían los labios a ambos.

—¡¿Qué haces, idiota? —reclamó de una manera tan cándida cuando Zoro lo dejó en paz, pero sin recibir respuesta enseguida, entendió porqué le había liberado los labios al sentir una fuerte mordida en la clavícula por encima de la camisa, y la lengua del espadachín subiendo a través de su cuello. Maldición, y para empeorar el asunto su pene comenzaba a reaccionar.

Zoro no abría la boca más que para morderlo, ninguna palabra surgió de ella por mucho que Sanji reclamase explicaciones, ¿qué carajo le pasaba al espadachín? ¿Se había vuelto loco? Primero reaccionaba como todo un homofóbico para después atacarlo de esa forma tan ruda y ardiente, y es que esa era la palabra que mejor se adecuaba, porque en verdad sentía que se quemaba por dentro con cada trato grosero por parte de ese malnacido. Sin embargo la situación tomó un matiz diferente y previsible, que puso en alerta todos los sentidos de Sanji, cuando las manos de Zoro intentaron desvestirlo de una manera aún más tosca, como si pretendiese dejarlo desnudo en un segundo tan sólo arrancándole, con desesperación, la tela que cubría esa zona de piel que de repente le urgía tocar. Fue lo que el cocinero necesitó para reaccionar, había un límite para todo y Zoro estaba tratando de cruzarlo.

—Suéltame —se deshizo de él con facilidad—, estás borracho —argumentó, pasando por la puerta de la cocina sin poder mirarlo, como si temiese hacerlo por algún oscuro motivo, quizás por miedo a descubrir que Zoro había tenido la fuerza necesaria para despertarle curiosidad, una honda, retorcida y peligrosa curiosidad.

Le tocaba a él hacer la guardia esa noche y temía que Roronoa apareciese para seguir con lo empezado. ¿Temer? Temerle a Zoro por algo así era tan irónico, tenía otros motivos más válidos para temerle, nunca lo había hecho y ahora —de un segundo al otro— todo era tan distinto. Por fortuna no apareció y la noche transcurrió con calma; una noche de puras reflexiones que no llevaron al cocinero a nada, simplemente a fumar más de lo normal.

Y si el grupo se había sentido desconcertado en un inicio por presenciar una pelea entre amigos que iba más allá de una cotidiana disputa, ahora no tenía palabras para describirlo, y es que durante todo el día siguiente, aquellos dos no se habían dirigido la palabra, ni siquiera para discutir o solicitar algo. Nadie acotó nada al respecto, pero todos repararon en el detalle: De pasar a matarse ahora pasaban a ignorarse. Zoro se mantuvo entrenando y Sanji trató de distraerse con Nami y Robin, pero ambas lo notaban distinto, como apático. Los ojos de Sanji se veían tan afligidos.

Quizás era la distancia con Zoro, no lo sabía, pero en parte se sentía tranquilo al ver que el espadachín no había intentado acercarse de nuevo a él. En el caso de que ocurriese, pensaba mandarlo a volar con una patada.

Al finalizar el día, luego de la cena, le tocó a Zoro lavar los platos, Sanji partió raudo, como si buscase evitar quedarse a solas con él y darle lugar a que intentase sacar el tema o mencionar algo respecto al beso. Lo mejor, para el rubio, era hacer de cuenta que nada había pasado.
Se encerró en su camarote sin estar dispuesto a dormir aún, a decir verdad no tenía sueño, pero las chicas ya se habían ido a dormir y no le apetecía darle esa bendita oportunidad a Zoro.

Las horas pasaron sin más y el sueño que seguía resistiéndose. Dio vueltas en la cama, fumó como un desquiciado hasta que apagó la luz mentalizándose en que debía dormirse de una jodida vez y no pensar más en el retorcido espadachín, porque lo era: estaba demente ese hombre.

Se ahogó con el trago largo que le había dado a la botella consiguiendo que chorrease un poco por la comisura de los labios. Dejó de observar las estrellas para descender la vista. Todas las luces del Sunny estaban apagadas, el viento era agradable y el mar se notaba calmo. Era una noche ideal para beber. Cuando bajó en busca de varias botellas —para no tener que andar bajando y subiendo a cada rato— percibió que una sola luz estaba encendida.

—Maldito cocinero pervertido —murmuró distinguiendo que era la habitación de Sanji. Llegó a la cocina y se quedó un rato allí bebiendo, como si estando en ella pudiese imbuirse y tener eso de Sanji que tanto le atraía… porque sí, le atraía, de una manera que le enfurecía. ¿No se suponía que el cocinero era heterosexual? ¿No se suponía que adoraba las mujeres? Chistó en la oscuridad acabando de un trago lo que quedaba de la botella. ¿Cuántas veces el cocinero se había mostrado ofendido o había recalcado que no estaba interesado en hombres? Mentiroso. Esa palabra resonaba en la mente de Zoro: mentiroso.

Por supuesto que no le molestaba la idea de que anduviese con tipos, le daba igual lo que la gente hacía y dejaba de hacer siempre y cuando no jodiese a los demás, pero jamás, en toda la fingida heterosexualidad de Sanji, imaginó tener una ínfima oportunidad con él. Y ahora tenía que soportar la idea, lidiar con la posibilidad de que podía intentar algo más con él que sólo pelear por nimiedades. No entendía qué era lo que le enojaba tanto: si sentirse atraído por Sanji y ver que ahora había una pequeña luz de esperanza, o tener miedo de luchar por esa oportunidad. Claro, el resultado podía ser nefasto, porque era Sanji, porque no lo soportaba, porque era el baboso que andaba detrás de las mujeres y que sólo sabía alardear, y tenía tantas ganas de hacerle morder la almohada, de golpearlo, como si eso lograse hacer distinta la relación que tenían. El asunto es que no quería cambiar nada, ni la relación que tenían, ni la personalidad del cocinero, en cierta forma —retorcida si se quiere decir— era eso precisamente lo que le atraía de Sanji, era eso lo que le hacía sentir que corría sangre por sus venas. Y Dios, tenía tantas pero tantas ganas de ir a darle una tunda hasta dejarlo inconsciente, y de besarlo también. ¿Por qué tuvo que verlo en ese callejón? Las cosas seguirían como siempre, pero no, el destino quiso poner todo su mundo interno patas para arriba, y lo más nefasto es que Señor Destino lo había logrado.

Llegó a vaciar medio contenido de la botella y apuró lo que faltaba, como si necesitase de eso para tomar el coraje que escaseaba y enfrentar sus propios fantasmas.
Era irónico para él necesitar coraje, pero aunque había tenido que enfrentarse a muchos enemigos y a muchas situaciones que le causarían terror a más de uno, esa era una nueva, muy distinta y que no tenía parangón.

No, el sueño no llegaba, pero tampoco pensaba levantarse en busca de otro cigarrillo, ni tampoco se iba a torturar observando por el ojo de buey las estrellas para reparar en las horas que llevaba tratando de dormir. Sería un buen comienzo quitarse un poco de ropa, sin embargo cuando se incorporó en la cama la puerta se abrió, y aunque supo de inmediato de quién se trataba fue tanto el azoro que le costó formular el reproche.

Era idiota de su parte remarcarle a Zoro que ese era su cuarto y que no tenía derecho a ingresar sin golpear, estaba en claro que Zoro lo comprendía y que no le importaba en lo más mínimo.

Cuando sintió el peso del espadachín sobre el suyo se alegró de no haberse quitado la ropa antes. Intentó echarlo, pero de nuevo volvía a silenciarlo con un beso tan doloroso y fogoso como el primero. Doliente porque Zoro no tenía ningún cuidado en el trato y actuaba como un verdadero desesperado.

—Apestas a alcohol, marimo —se quejó, suspirando en clara señal de hartazgo. Encima el otro se limitaba a guardar un sepulcral silencio.

Recorrió con la lengua el cuello del cocinero, atravesando por la nuez de Adán hasta llegar a lo más abajo que la ropa le permitía. No sabía bien cómo comportarse, todo lo hacía por instinto, y su instinto en ese momento le dictaba hacer desaparecer ese inconveniente llamado camisa, y mientras mordía todo lo que estaba a su alcance como el lóbulo de la oreja, de nuevo el cuello y las manos que en vano intentaban apartarlo, pensaba con más firmeza que no toleraba la idea de que otro tipo degustase la piel de Sanji. No, de tan sólo pensarlo le daban ganas de cortar todo en finos pedazos, y seguía sin explicarse porqué. Acaso, ¿esos sentimientos siempre habían estado presentes? ¿Despertaron luego de comprobar que no todo era imposible con Sanji? No lo entendía, y no le importaba en ese momento entenderlo, sólo quería dejarse llevar. Y si bien nunca había estado en una situación tan íntima con alguien, el pene endurecido debajo de los pantalones clamaba atención. Sanji se percató enseguida de la situación del marimo y le aterraba la idea de tener que lidiar con un pene ajeno, ¿qué se suponía que tenía que hacer?

Pensar en eso le erizaba los pelos de la nuca, pero Zoro no parecía estar dispuesto a ceder, al contrario, cuanta más resistencia mostraba Sanji, más fuerza empleaba el espadachín para doblegarlo.

No había querido llegar tan lejos, pero más vale prevenir que curar. Un rodillazo a los testículos puso fin a la libido de Roronoa. Se retorció en la cama vociferándole insultos al rubio; éste lo puso de pie sin remordimientos y lo echó de su habitación, poniendo la traba de inmediato. Le convenía empezar a acostumbrarse a hacerlo de ahora en más.

Situaciones así hubo en demasía para el gusto de Sanji. Cada vez que veía a Zoro bebiendo clamaba a los cielos, y es que sabía que después tendría que tolerar las consecuencias. Por mucho que tuviese la entrada del cuarto vetada no desaprovechaba las oportunidades.

Para cuando zarparon del escondite provisorio rumbo a la siguiente isla, la situación entre ambos no había mejorado, inquietando cada vez más al grupo. Notaban que esos dos no se hablaban y que Zoro bebía como cosaco, pero bueno, siempre había bebido como uno.

Antes de partir volvieron a abastecerse y marcharon rumbo a la siguiente isla deseando que hubiese un pueblo. Sin embargo fue grande la sorpresa cuando se toparon con una isla casi desértica sin nada en ella más que arena y animales exóticos de gran tamaño, pero con barrancos ideales para anclar, pasar desapercibidos y esperar a que el Log Pose estuviese listo.

—Parece que vive gente en esta isla —comentó Usopp desde lo alto.
—¿A dónde vas, Luffy? —preguntó Nami al ver que ya estaba bajándose del barco, pero ni se molestó en agregar nada más porque su capitán ya había desaparecido de su rango visual al grito de "aventura". —No entiende que debemos pasar desapercibidos —se quejó observando a Chopper quien estaba a su lado.
—Igual, parece ser que no hay una civilización —dijo refiriéndose en realidad a que no había una ciudad.
—Sería mejor no perder de vista a nuestro capitán, en caso de necesitar huir de inmediato —aconsejó Robin, Franky entendió lo que insinuaba y acotó:
—Mira el tamaño de esas bestias —las señaló en una pose a lo Elvis Presley—, lo mejor será ir todos juntos.
—¿Dónde están Zoro y Sanji? —Preguntó Nami en general—¡Usopp, baja! —gritó hacia el puesto de vigilancia.
—Pues Sanji está terminando de limpiar la cocina y a Zoro creo que lo vi entrenando, aunque no tengo ojos para ver —dijo Brooke practicando los cuarenta y cinco grados.
—Bueno, que se queden ellos dos entonces —combinó Nami cerrando los ojos y arqueando las cejas por un leve instante. —A ver si al menos logran aclarar sus asuntos.
—Igual deberíamos avisarles que nos vamos —sugirió Usopp al bajar, no obstante al ver de cerca el tamaño de las bestias que había visto de lejos pensó en retractarse y decir que mejor se quedaba; pero sabía por otro lado que Nami tenía un buen punto al querer dejarlos solos.
La navegante fue hasta la cocina notando que Sanji había terminado de limpiar lo del almuerzo y se encontraba pensativo, fumando un cigarrillo con la espalda recargada contra la mesada.
—Nami-san, benditos los ojos que te ven —se incorporó de golpe cambiando la expresión por una de ensoñación.
—Venía a avisarte que nos vamos. Luffy se ha vuelto a ir y es una isla extraña, así que más vale andar todos juntos.
—Bueno, si Nami-san me pide que me quede, yo me quedo.
—Bien —dio la vuelta no sin antes olvidar remarcar—, por cierto, Zoro también se queda.
—¡¿Eh? —plantó un gesto mezcla de espanto y sorpresa porque, como habitualmente venía sucediendo, Zoro para esas alturas del día ya se había robado una botella de la cocina y eso sólo significaba problemas. —No, llévenselo al cabeza de marimo.
—¿Qué sucede, Sanji? —lo encaró finalmente—No entiendo que ha pasado entre ustedes dos.
—No ha pasado nada —aclaró con una rapidez torpe y sospechosa—, nada de nada.
—Entonces compórtense como es debido. Y te quedas a solas con Zoro, punto, no se habla más del asunto —fue tajante, casi cruel para Sanji.
—Eres tan linda en versión dominatrix.

Nami lo ignoró yéndose detrás del grupo que ya había puesto un pie sobre la isla, echando una ojeada hacia atrás como si encontrase la respuesta que andaba buscando respecto a la actitud de dos de sus nakamas. Robin, perspicaz, le había mencionado algo, pero no había querido rumiar la loca hipótesis de la arqueóloga.

Zoro los vio a lo lejos, ¿acaso se habían ido dejándolo solo y sin avisarle? Fue hasta la cocina para hacerse de algo para comer y beber, últimamente no podía comer demasiado, no porque la comida de Sanji hubiera perdido su sabor, simplemente sentía el estomago cerrado y solía tener hambre a deshora. En la cocina se encontró con Sanji; parecía ser que era inevitable relacionarlo a ese lugar del barco, suponía que pasaba más horas allí que en cualquier otro sitio, ¿o se quedaba porque sabía que él tarde o temprano aparecería en busca de una botella? Claro, si no controlaba lo que Luffy comía y lo que Zoro bebía, las provisiones no durarían ni un día.

—¿Y los chicos? —preguntó el espadachín al notar que el cocinero huía, con un tono que parecía estar dando a entender que no buscaba pelear.
—Han bajado a inspeccionar la isla —dijo sin mirarlo y se fue a su cuarto.

De forma inconsciente, tal vez, como si estuviese invitándolo a Zoro o tentando la suerte, dejó la puerta abierta. No le dio importancia, él sabía muy bien que si no cedía —y no pensaba hacerlo— no tenía por qué temerle a Roronoa. Y cuando después de estar media hora mirando el techo de su camarote el espadachín apareció en el dintel de la puerta no se sintió sorprendido, ni siquiera se puso en alerta, se limitó a ignorarlo repitiéndose mentalmente que si no quería, nada pasaría.

Zoro tomó esa inusual pasividad del cocinero como una clara invitación. Dejó la botella sobre el suelo y entró teniendo muy en claro que en esa ocasión se saldría con la suya, porque ya iba una semana y por mucho que le daba vueltas al asunto llegaba a la misma conclusión: quería, necesitaba más de Sanji.

Fue con calma hacia él, el rubio no parecía tener las fuerzas necesarias para evitar nada a esas alturas, pero cuando Zoro intentó llegar a su boca, acostarse sobre él, la mano de Sanji sobre el pecho del espadachín quebró el clima que se había creado. Una simple barrera, no más, pensó Zoro y no se dejó doblegar por eso.

—Siempre me buscas cuando estás borracho —parecía ser un reclamo—, me tienes harto. ¿Qué pretendes? —preguntó ladeando la cabeza para evitar el beso, sentía el peso que Zoro ejercía sobre su cuerpo—¿Que te mate? ¿Eso quieres?

Como Zoro acostumbraba hacer en esas circunstancias, no abrió la boca más que para besarlo. Un leve forcejo dio comienzo, Sanji suspiró, comenzaba a sentirse verdaderamente cansado de esa situación. La ropa se desacomodó, irremediablemente, dejando al descubierto el vientre del cocinero. Fue como si el espadachín recién reparase en esa parte de la anatomía del rubio, miró por un largo instante dándole una idea a Sanji de lo que intentaría hacer a continuación. Quiso frenarlo aferrándolo de la verde cabellera, pero fue en vano: llegó a destino haciendo que la espalda de Sanji se arquease; el contacto era insoportable, tan íntimo y directo, era electrizante y le producía sensaciones que no le apetecían en ese momento sentir y menos con el marimo.

Entonces la situación se tornó violenta, porque cuando Zoro intentaba cruzar el límite que Sanji imponía, el cocinero mostraba más resistencia recurriendo a la extrema violencia si era necesario. Pero el asunto se tornó en verdad pesado cuando el espadachín se las ingenió para colocarlo de costado en la cama, inutilizándole los brazos y de paso todo el cuerpo; había querido ponerlo boca abajo pero Sanji no iba a ponérselo tan fácil. Pensó en replicar, pero había visto en los ojos de Zoro la determinación.

—Idiota, suéltame.
—No.
—¡No pienso hacerlo contigo!
—¿Y con otros tipos, sí? Cocinero marica.
Qué ganas sintió en ese momento de molerlo a golpes, pero Zoro lo había sometido por mucho que le costase reconocerlo.
—¡Me vas a tener que violar porque de otra forma no pienso dejarme, infeliz!
—Bien —lo tomó como una incitación.
—Ni se te ocurra —amenazó cuando sintió la mano de Zoro tratando de desabrocharle el botón del pantalón. La cosa iba en serio, ¿en verdad Zoro era capaz de llegar tan lejos? No, sabía que no lo haría. Por eso Sanji dejó de forcejar, de mostrar resistencia; permaneció dándole la espalda con una expresión neutra en el rostro y la mirada lejana. Zoro por la posición no podía verlo, pero poco a poco desistió en su intento, dejándolo tranquilo, limitándose a abrazarlo en esa posición, en silencio. Como si ambos tuvieran mucho sobre lo que reflexionar. De repente el espadachín se advirtió abatido, como nunca antes se había sentido, un nudo se instaló en su garganta y no dijo ni hizo nada cuando Sanji se removió inquieto para sacárselo de encima e irse de su propio cuarto.

Para cuando el grupo volvió con novedades sobre la isla, se encontraba preparando la cena. No estaba deshabitada, vivían unos seres extraños que parecían ser humanos de baja estatura. Luffy dijo que se trataban de enanos, pero no lo eran. Los nativos parecían vivir de forma rudimentaria. El capitán había logrado domar una enorme bestia que parecía tener cuatro cabezas —parecía porque en realidad las cuatro caras hacían una sola cabeza— y en su lomo recorrieron la isla. Sanji escuchó al grupo tratando de corresponder la emoción, pero todos notaron sin demasiada dificultad que si lo habían dejado en el barco en un estado introspectivo, ahora no sabían cómo tildarlo. Porque no lucía triste, no era esa la palabra correcta. Estaba inmerso en un debate interno. Era bastante común para él a veces abstraerse de la realidad y sumergirse en sus pensamientos, para volver a tierra tiempo después y darse cuenta de que se había ido.

Lo más importante, que era saber cuánto tardaba el Log Pose en habituarse, lo sabían. Iba desde unos días a un par de semanas, por suerte no se trataba de años, y en caso de necesitar zarpar cuanto antes partirían sin rumbo fijo, como ya habían pactado de antemano dada su situación.

La cena terminó y de nuevo el grupo volvía a dispersarse. Como los turnos de Nami y Robin eran tomados por Sanji, le tocaba a él hacer guardia esa noche. Bajó del puesto de vigilancia en busca de los cerillos, en la cocina revisó que todo estuviese como lo había dejado y es que Luffy se había vuelto todo un experto en robar la llave del candado de la heladera. Corroboró que todo estaba bien en cuanto a eso, pero en el mueble faltaba una botella. Fue inmediato relacionar el objeto faltante a Zoro.

Se sentía asqueado. No sabía si del alcohol, si de la situación o qué demonios, pero se sentía asqueado. Últimamente no entrenaba como solía hacerlo y eso le daba la pista de que había empezado a descuidarse. Y toda la culpa la tenía ese cocinero. Sí, ese mismo que ahora había aparecido por el pasillo y lo miraba con cara de querer matarlo.

—Sólo tengo que seguir el rastro a alcohol que dejas para encontrarte. —Sanji se encorvó y le quitó la botella. Le preocupaba que tomase así, pero claro que no iba a confesárselo siquiera a sí mismo.
—¡¿Qué haces, infeliz? —inquirió malhumorado, apoyando una mano en la empuñadura de su katana y poniéndose de pie en un segundo.
—Si te emborrachas después seré yo quien tenga que soportarte —dijo con calma dando la vuelta para irse con la botella—porque se ve que no tienes los huevos suficientes para ir de frente y estando sobrio. —Dio un trago y se marchó ante la pasividad de Zoro. Y es que le había tomado por sorpresa.

Había querido gritarle que él nunca se emborrachaba, pero volvió a sentarse en el suelo, suspirando largamente para luego llevar las manos detrás de la cabeza y exhalar el aire con una expresión en el rostro como si estuviera ante un enigma complicado de descifrar.

Se sentó en el suelo y comenzó a beber lo que quedaba de la botella, como si robarle a Zoro impidiese que éste fuera en busca de otra. O quizás porque había altas probabilidades de que en cuanto lograse volver en sí, fuese a la carga, en busca de su botín como si se tratase de alguna vana necesidad de demostrar que quien mandaba ahí era él.

Mientras el cocinero bebía como si se tratase de algún desafío. Se sentía nervioso, histérico por comprobar que las actitudes de su nakama, habían causado cierta revolución en su ser. Acabó con todo el contenido y una risa lastimosa le nació. Se reía de sí mismo porque acababa de darse cuenta de que, al final, tanto se quejaba y terminaba comportándose como Zoro.

Negó con la cabeza y le dio una última pitada al cigarrillo.

—Al demonio —balbuceó el rubio antes de ponerse de pie, decidido.