La estación estaba vacía, salvo por dos muchachos sentados en una banca, esperando por el tren. El de cabello negro contemplaba con frialdad las pesadas maletas a sus pies y el otro, de cabello rubio, lo miraba a él, los ojos cargados de tristeza.

Llevaban largo rato en silencio, los dos tratando de reunir la fuerza suficiente para expresar en voz alta todas las sensaciones que se los comían por dentro. Porque las cosas no podían terminar así. Todo había sucedido tan rápido, que apenas les había quedado tiempo para reaccionar. Un momento estaban hablando sobre los planes para su futuro y al siguiente uno de ellos tenía que irse. El destino estaba vengándose de ellos, no había otra explicación. El rubio contuvo la respiración un instante, y en un alarde de valentía, le tomó la mano a su compañero. El moreno reaccionó lentamente, cerrando sus dedos alrededor de los otros y ejerciendo una presión desmedida. En ese simple gesto se podía leer mucho. Él no quería irse y el otro rogaba porque no lo hiciera.

Entonces, la estación se llenó de vapor y un enorme tren esmeralda se detuvo frente a ellos. Personas sin rostro salieron de los vagones y desaparecieron tan rápido como habían llegado. El muchacho de cabello negro se puso de pie, y tomando sus cosas, enfiló hacia el tren. El rubio lo aferró del brazo, incapaz de contener las lágrimas un segundo más, y lo obligó a mirarlo. Para su sorpresa, él también lloraba.

—No me dejes… —murmuró el rubio con voz quebrada—. Por favor.

El moreno cerró los ojos un instante, luchando contra sus deseos. Tenía que irse. No le quedaba más opción.

—Regresaré —en un arrebato, acarició el rostro moreno con la punta de los dedos—. Es una promesa.

Y antes de que pudiera arrepentirse, entró en el vagón. Las puertas se cerraron de inmediato y el tren abandonó la estación unos momentos después, dejando al rubio completamente solo.


Naruto y todos sus personajes son propiedad de Masashi Kishimoto


-Back From The Dead-

"Prometió que regresaría, pero siete años después, no es más que un recuerdo. Naruto ahora vive la vida que siempre quiso, feliz y sin muchas preocupaciones, hasta que se encuentran de nuevo. Muy a su pesar, todavía lo ama. Pero hay un pequeño problema: Sasuke no lo recuerda."

Por:

Bel'sCorpse


Capítulo 1

Salió de su casa a toda velocidad, con la mochila colgando precariamente de un hombro y con una tostada entre los dientes. Como siempre, iba a llegar tarde. Definitivamente tenía que dejar de jugar con la portátil hasta bien entrada la madrugada. Masculló un insulto, esquivando peatones en las aceras y consultando el reloj cada dos segundos. Al llegar a un cruce, saltó a la calle sin fijarse. Las bocinas de los autos le reventaban los oídos, pero en ese momento nada era más importante que llegar a la facultad. Le caía examen a primera hora, y por primera vez en toda su historia académica, se había tomado la molestia de estudiar. Bueno, si es que a leer el libro de cabo a rabo una sola vez se le podía llamar estudiar. La víspera del examen había coincidido con la adquisición de un juego de video nuevecito al que le tenía echado el ojo desde hacía meses, y para no sentirse tan culpable había leído el libro y luego se había pasado la noche entera jugando. Definitivamente tenía que aprender a organizar sus prioridades.

Aceleró el paso cuando la entrada de la universidad se materializó frente a él. Estudiantes de todas las edades cruzaban las gigantescas puertas de madera roja y otros tantos, como él, entraban a la carrera en las instalaciones. Abriéndose paso entre la gente, llegó a la facultad en el preciso instante que tocaba la campana de comienzo de clases. Se detuvo un instante frente a las escaleras y subió los peldaños de dos en dos, notando la falta de aire. Se ejercitaba religiosamente dos horas todos días, pero la carrera de la casa a la universidad agotaba sus fuerzas en escasos diez minutos. Al llegar al salón, frenó en seco, y componiendo su mejor sonrisa, cruzó el umbral. De inmediato llegaron los saludos de sus compañeros e hizo su camino hasta su pupitre. Se desplomó en la silla, respirando entrecortadamente. Lo había logrado. Había llegado a tiempo.

—Te quedaste jugando hasta la madrugada, de nuevo.

Un muchacho de cabello negro y ojos oscuros se materializó a su lado; un bolso de cuero le colgaba del hombro, y como siempre, lucía esa ridícula chaqueta negra que le dejaba al descubierto los marcados abdominales. Las chicas de la clase lo consideraban atractivo, pero para él era un fastidio. Sai era su mejor amigo, el único que podía seguirle el ritmo a su cerebro y, que a pesar de parecer de un leve trastorno psicológico que no le permitía sentir de la misma forma que el resto, le entendía como nadie en el mundo.

—Estaba estudiando —puntualizó el muchacho, ligeramente ofendido.

—Leer el libro de corrido no cuenta, Naruto —apostilló Sai, deslizándose con gracia en el pupitre junto a su amigo—. Perdiste el tiempo, de todas formas. Cancelaron el examen.

Naruto enterró las manos en su espeso cabello rubio y soltó un suspiro de alivio. El día no estaba perdido, después de todo. Componiendo una tonta sonrisa, se recostó contra el respaldo de la silla.

— ¿Al menos hiciste la tarea?

—Pareces profesora de primaria —se quejó Naruto, sacando de malos modos un cuadernillo forrado de naranja que dejó sobre el pupitre—. Hace dos semanas que está listo.

Sai tomó el cuadernillo sin decir nada, lo abrió por la mitad y frunció el ceño. Para ser despistado, bullicioso y poco paciente, Naruto tenía una habilidad para dibujar que rayaba en la perfección. Si se trataba de trabajar con las manos, lo hacía todo bien. No había cuadro o dibujo que se le opusiera, pero desde hacía unos meses había notado una constante en los trazos de su amigo. Cuando antes dibujaba todo lo que se le ocurría, ahora simplemente se concentraba en una misma escena, hecha de todos los ángulos y formas posibles. Era siempre lo mismo: una estación de tren vacía y un muchacho mirando como una locomotora se alejaba en la distancia. Nunca se había atrevido a confirmarlo, pero sabía que estaba dibujándose a él mismo.

— ¿Usaste tinta? —El rubio asintió, sonriendo de medio lado—. Adulador —añadió Sai—. No puedo creer que Iruka te consienta estas cosas.

Iruka era su profesor de técnica, y un famoso dibujante que trabajaba únicamente con tinta y plumilla. Para Naruto él era como un padre y para Iruka, Naruto era el hijo que nunca tuvo, así que cuando se trataba de los deberes, el rubio se esmeraba el doble, en muchos casos desviándose de las instrucciones originales.

— ¿Dónde está el tuyo?

Sai sacó de su bolso una libreta forrada en verde oscuro y le mostró al rubio su trabajo. Un dibujo sencillo de un bosque seco y una mujer de vestido blanco deambulando por un sendero. Sai era fanático del terror y la mayoría de sus dibujos seguían esa temática. No entendía porque la gente se asustaba con esa clase de tonterías, así que las dibujaba una y otra vez con la esperanza de encontrarles alguna clase de sentido. Sai recuperó su libreta en el momento que una guapa mujer de cabello castaño entraba en el salón. Las conversaciones murieron al instante.

—Uzumaki-san, tome estos impresos y entréguelos en secretaría —la profesora le puso en las manos un fajo de hojas perfectamente dobladas—. Y no se distraiga mucho.

El rubio se llevó una mano a la nuca, sonriéndole de forma inocente. Siempre que lo enviaban a él a dejar algo en las oficinas, se tomaba su tiempo en regresar, paseando por los jardines o conversando con otros compañeros de la facultad. Salió del salón entre las risitas burlonas de sus compañeros y enfiló pasillo abajo. La facultad de artes de la universidad de Konoha consistía en un enorme edificio de ladrillo de cuatro pisos. Por fuera, parecía cualquier cosa, pero por dentro el lugar era el equivalente a una galería de arte. Murales, cuadros, y estatuas decoraban cada rincón del recinto, y ni siquiera las oficinas se salvaban. El personal que trabaja allí era mucho más relajado en comparación a los demás funcionarios, pues ellos también eran artistas.

—Tengo que entregar esto —dijo amablemente a la recepcionista, una mujer de corto cabello negro y marcados rasgos orientales, cediéndole los papeles.

—Permíteme un momento… Son para Hatori-san, en la administración.

El rubio le agradeció y salió del edificio. Los jardines estaban repletos de estudiantes, disfrutando de una mañana particularmente agradable. Respiró profundo, dejando que el sol le calentase el rostro, e hizo su camino hasta las oficinas de administración. Allí todo era sobrio, de cuero, cristal y plantas. Preguntó por la directora a una de las secretarias y le guiaron hasta una enorme oficina en el segundo piso. A pesar de que no era la primera vez que trataba con ella, nunca había estado en su oficina. Hatori Tsunade era una guapa mujer de cabello rubio y ojos claros, cuerpo sugerente y que poseía la fuerza y el mal carácter de diez hombres. La había conocido tres años atrás, cuando fue a matricularse en la universidad. Ella no trataba directamente con los alumnos, pero el caso de Naruto era especial. Siendo huérfano, había tenido que presentar muchos más documentos que el resto de estudiantes y ella era la encargada de esos asuntos. Fue odio a primera vista. Se trataban como dos niños pequeños particularmente malcriados, aunque la diferencia de edad era enorme. Cuadró los hombros y llamó a la puerta.

—Adelante.

Estaba sentada tras un enorme escritorio de madera repleto de papeles, de espaldas a la puerta. Tecleaba como posesa en la portátil mientras insultaba por lo bajo. El rubio se mordió el labio para no reír.

—Asuka-san le envía esto —dejó los papeles en la mesa—. Me retiro.

—Tú no te vas para ningún lado, maleducado —volteó y lo aplastó con todo el peso de su mirada—. Llegaste tarde, de nuevo.

Naruto frunció el ceño y se cruzó de brazos. Esa mujer tenía ojos en todos lados.

—Cancelaron el examen, no hay de qué preocuparse.

Tsunade soltó un sufrido suspiro. Ese niño rubio la sacaba de sus casillas y muy a su pesar le tenía cariño. Cuando lo conoció parecía un perrito desvalido, así que lo acogió, si es que se le podía decir de esa forma y ahora era uno de sus mayores quebraderos de cabeza.

—Así no vas a mantener la beca; eres de los mejores que han pasado por esta universidad, pero si sigues llegando tarde no vas a graduarte. Ya te lo he explicado.

—Pero si no me gradúo, nunca va a deshacerse de mí —puso su mejor cara de angelito—. Y ninguno de los dos quiere eso.

—Ya lárgate —le espetó, acida, y luego le guiñó un ojo—. Dedícate a estudiar —añadió en tono más suave.

— ¡Si, señora! —realizó una salutación militar y salió de la oficina riendo a carcajadas.

Todavía padecía de los últimos coletazos de la risa, cuando su mente y su corazón se paralizaron. Estaba a medio camino de su facultad y en una de las muchas mesas que plagaban el jardín, estaba sentado un muchacho de cabello negro que se le hacía tremendamente familiar, acompañado de uno de los guías de la universidad. De forma inconsciente, acortó la distancia y se le congeló la sangre en las venas. Era él. No cabía duda. La misma pálida piel blanca y los mismos ojos negros, dos pozos sin fondo que se tragaban toda la luz a su alrededor. Se lo quedó mirando como un imbécil hasta que él y el guía se alejaron por uno de los caminos de gravilla, sin reparar en su presencia. Le tomó un minuto entero recordar cómo demonios se hacía para caminar y antes de darse cuenta, ya estaba de regreso en el salón.

— ¿Estás bien? —le preguntó Sai en un susurro cuando se sentó a su lado.

Pero él no le respondió. Pasó el resto del día en un trance, incapaz de sacarse de la cabeza esos ojos. Asistió a todas sus clases sin prestarles realmente atención. Nadie lo había notado hasta que en la clase de Iruka, este tuvo que llamarlo varias veces para que se acercase al frente de la clase a entregarle la tarea.

— ¿Pasó algo? —Iruka le puso una mano en el hombro—. Parece que hubieses visto un fantasma.

Pues casi, pensó con amargura. Sacudió la cabeza, compuso una sonrisa y regresó a su lugar sin decir una sola palabra. Sus compañeros le dedicaban de rato en rato preocupadas miradas, pues las clases no eran lo mismo sin su usual bullicio. Finalmente, cuando se terminó la última clase del día, Sai arrastró a Naruto fuera del salón y se lo llevó a un rincón apartado de los jardines. Como a niño pequeño lo sentó en el suelo y le clavó una mirada vacía que pretendía ser acusadora.

— ¿Se supone que tengo que asustarme? —Soltó en son de broma, tratando de alivianar la tensión—. No sucedió nada, lo prometo.

—Pues no parece, con la cara de pánico que traes encima.

—Es enserio, Sai. Si necesito ayuda te la pediré, así que ya déjame tranquilo.

El moreno aceptó a regañadientes. Muy pocas veces la curiosidad lo quemaba como en ese momento. Naruto era la persona más honesta que conocía y podía dar fe de que no tenía secretos, pero ahora ya no estaba tan seguro. En los seis años que se conocían, el rubio le había contado hasta el último detalle de su vida, alegando que los amigos no se escondían nada. Él en ese entonces no tenía familia, mucho menos amigos, así que simplemente le siguió la corriente al revoltoso adolescente de ojos azules que se convirtió en uno de los pilares de su mundo.

Naruto agradeció en silencio el que no le hiciera más preguntas. No quería hablar de eso bajo ningún concepto.

—Vamos, te invito a comer —dijo entonces el rubio, poniéndose de pie.

Sai lo siguió por los jardines hasta la cafetería, un edificio de cristal repleto de estudiantes. Tomaron una bandeja de bento cada uno y ocuparon un lugar en la barra.

— ¡Chicos!

No habían empezado a comer cuando una mancha de pelo rosa se les lanzó encima. Haruno Sakura era su mejor amiga y la última integrante del trío. Como siempre, iba ataviada con una bata de doctor y llevaba a la espalda una pesada mochila repleta de libros. Se desplomó en el asiento vacío junto al rubio, poniendo su mejor cara de cansancio. Era algo obvio, cuando pasaba la mayor parte del tiempo estudiando. Eso de hacerse médico era demasiado complicado.

— ¿Mal día? —inquirió el rubio, jugueteando con su comida.

—No tienes idea, ha sido de los peores. Tres exámenes y una práctica —gimoteó—. A este paso voy a morirme.

—Exagerada —terció Sai, dando buena cuenta de sus vegetales.

—Tú no te metas, niño. En fin, hagamos algo esta noche; no he salido en siglos.

Sai fingió atorarse con su comida. Sakura le sacó la lengua como niña pequeña.

—Maratón de películas de terror y cervezas —sugirió el rubio.

Todos los viernes en la noche, como mandaba la tradición que habían establecido varios años atrás, se reunían en el pequeño departamento en el que vivía Naruto a atiborrarse de licor y comida chatarra, viendo películas. Muy pocas veces alternaban con alguna otra distracción, y a juzgar por la cara de Sakura, sería una de esas ocasiones.

—Ino dará una fiesta en su casa —pescó de su mochila una tarjeta de color púrpura con una dirección y una fecha garabateados—. Nos haría bien salir; que ya tu casa la tengo muy vista. Sin ofender.

—Mientras Ino no se me lance encima como la última vez…

Yamanaka Ino era una prominente estudiante de diseño de modas que a los veintidós años había ganado varios concursos en el extranjero. También la conocía desde niña, pues ella y los demás miembros de su gran grupo de amigos, habían asistido a la misma academia. Y desde que podía recordar, la despampanante rubia de pálidos ojos azules lo perseguía, tratando de conquistarlo. Fuera de eso, era una chica bastante agradable, así que se tomaba sus bromas y comentarios de buena manera.

—Está decidido, entonces —Sakura sonrió, contenta—. Nos reuniremos todos en la estación a eso de las seis. Naruto… ¿vas a comerte eso? —y le quitó del plato una de sus salchichas de pulpo.


La estación de Konoha estaba repleta de gente. Trenes de todos los colores y tamaños entraban y salían de los andenes a velocidades vertiginosas, transportando pasajeros las veinticuatro horas del día. Naruto entró a la carrera, atrapado en medio de un gigantesco grupo de colegialas que no paraban de lanzarle miradas subidas de tono. Al menos había hecho un buen trabajo arreglándose. Llevaba vaqueros grises, camisa naranja, mocasines y una chaqueta de cuero. Su armario estaba repleto de ropa de ese tipo, pero como pasaba la mayor parte del tiempo rodeado de pintura y demás, no se arriesgaba a ir vestido de esa forma a la universidad.

Consiguió zafarse de las colegialas a los cinco minutos y entonces emprendió la ardua tarea de ubicar a sus amigos. Pasó un buen rato moviéndose de un lado al otro, esquivando oficinistas apresurados, hasta que finalmente divisó la rosada cabeza de Sakura junto a las boleterías. Cuando se le acercó, comprobó que algunos otros miembros del grupo también estaban allí. Conversando con Sakura y Sai, estaba Hinata, estudiante de arte como él, tomada de la mano de su novio, Neji, estudiante de medicina como Sakura, quienes lo saludaron a la distancia. Un poco más allá, sentados en una banca, estaban Kiba, Shikamaru y Temari, su novia. Suponía que los demás ya estaban en casa de Ino.

— ¡Eh, animal! —Kiba le saltó encima, pasándole una mano por los hombros y regalándolo con un amistoso golpe en el estómago—. Dichosos los ojos que te ven.

—Déjate de estupideces, que salimos la semana pasada —espetó el rubio, doblado del dolor—. Shikamaru, haz algo con este idiota.

—Parecen niños —se acercó al rubio y le dio un sólido apretón de manos—. Ya conoces a Temari, creo.

Naruto asintió y aceptó abochornado un beso en la mejilla. Temari era la hermana de otro de sus amigos, y una ejecutiva cinco años mayor. Ninguno entendía todavía como Shikamaru había terminado enrollado con ella, pero a nadie parecía molestarle. La rubia encajaba bastante bien con todos y era de esas personas que no se andaba con estupideces.

—Ino no va a dejarte en paz —soltó Sakura, abrazándolo por la espalda—. Yo que tú, mejor me regreso a mi casa.

— ¡Sakura!

—No sirve de nada; es un caso perdido —intervino Sai, cruzándose de brazos.

Ya que estaban todos completos, compraron los boletos y se dirigieron al andén. El tren que los llevaría a la casa de Ino era uno pequeño y relativamente viejo, una gran locomotora escarlata que recorría la ciudad a paso de turista, y precisamente por ese motivo iba vacío. Ocuparon el vagón del medio, desperdigándose por los asientos y armando relajo.

Les tomó más de media hora llegar hasta uno de los barrios plenamente residenciales de la ciudad. Salieron de la estación, rumbo a una casa de dos plantas con jardín propio a una cuadra de distancia. Desde dónde estaban podían escuchar la música que escapaba por las ventanas de la primera planta. El lugar estaba repleto. Había gente sentada en el patio, conversando animadamente, otros sentados en la acera y todos los demás metidos dentro de la sala, bailando y bebiendo. Encontraron a Ino cerca de la puerta principal, botella de cerveza en mano, conversando con una bonita muchacha de cabello castaño recogido en moños a los lados de la cabeza. Después de los saludos de cortesía, cada cual tomó su rumbo. Naruto, Sakura y Sai fueron a la mesa hacia el fondo de la estancia y rescataron unas cervezas de la hielera. De vez en cuando se les acercaban otras personas a saludar. La mayoría de los presentes eran estudiantes de la universidad, así que se conocían más o menos bien.

—Sai me dijo que estabas raro —le dijo Sakura al oído, para hacerse escuchar por encima de la música—. ¿Es por la fecha?

El rubio la miró extrañado, y entonces, sintió como si alguien le hubiese dado un golpe en la cabeza. Se le había olvidado por completo. Durante unos cuantos años había ido a la estación de tren el mismo día del mismo mes, ocupaba una banca en especial y se quedaba por horas mirando a la gente que salía y entraba de los trenes, esperando reconocer un rostro familiar entre todos los demás. Entonces no era tan amigo de Sakura, pero por cuestiones del destino, habían terminado encontrándose en la estación y Naruto le había contado el porqué estaba allí. Y había sido ella también que le convenció de dejar de torturarse de esa forma. Hacía tres años que no iba de visita a la estación.

—No es nada —repuso en el mismo tono—. Sai se preocupa demasiado.

Sakura le dedicó una mirada escéptica, más no dijo nada. Sabía que hablar con Naruto sobre ese tema era más difícil que estudiar medicina. Se terminó su botella en un par de tragos, desapareció entre el gentío y regresó igual de rápido en compañía de Ino. La rubia le dedicó a Naruto una coqueta mirada y sin pensarlo los veces, lo arrastró a la pista. Sakura y Sai se les unieron unos instantes después.

Bailar era otra de las muchas cosas que le gustaba hacer, simplemente porque requería de esfuerzo físico. Pronto, se había olvidado de todos sus problemas, perdido por completo en la música. El licor iba y venía, así como sus parejas de baile. A Ino la reemplazó Sakura, e ella, Hinata, y en un momento que Neji decidió inmortalizar digitalmente en venganza, terminó bailando con Sai. Todos estallaron en carcajadas y en cuestión de minutos la foto estaba en posesión del grupo en pleno. Ligeramente mosqueado, el rubio tomó una cerveza y salió al patio trasero en busca de aire fresco.

—Con esto tienen para chantajearte una vida —Sai apareció de la nada y se acomodó a su lado—. Gaara acaba de llegar, por cierto; creo que te estaba buscando.

—Ya me encontrará…

Gaara era otro de sus amigos, aunque la relación que mantenía con él no se podía llamar amistad propiamente. Un rato se llevaban de las mil maravillas, al siguiente se metían la lengua hasta la garganta, y luego no se hablaban por un mes. Sakura decía que eran amigos con derecho, y él no podía estar de acuerdo, a pesar de que la idea no le era grata. Él no era de romances esporádicos, si se enrollaba con alguien o iba para largo o no iba, así de fácil. Y durante siete años le había faltado el respeto a ese principio tan básico.

— ¡Naruto! ¡Sai! —Sakura los llamaba desde la puerta—. Nos vamos al centro, vengan por sus cosas.

Para cuando regresaron adentro, se había apagado la música y la mayor parte del estropicio había sido recogido. La pelirosa los esperaba en la calle, colgada del brazo de Kiba. No había que ser ciego para darse cuenta de que más de uno estaba borracho. Él iba por el mismo camino. Compuso una sonrisa y siguió a sus amigos de regreso a la estación. Tras otra media hora de viaje, llegaron al centro, una zona repleta de restaurantes, bares y discotecas. Para ese punto solo quedaban los miembros del grupo, así que entraron al primer lugar que llamó su atención y de inmediato se hicieron con todo el licor al que pudieron echarle mano.

—Naruto.

El rubio se atragantó con su ron y clavó los ojos azules en los verdes de Gaara. El muchacho se le había acercado en silencio y ahora lo tenía atrapado entre su cuerpo y la barra. El cabello rojo se le pegaba a la frente perlada de sudor y los músculos se le marcaban tentadores bajo la ajustada camiseta negra. El rubio miró más allá de Gaara en busca de ayuda y tropezó con las figuras de Sai y Sakura, quienes lo observaban atentamente unos pasos más allá. A regañadientes, regresó su atención al pelirrojo. Estaban en el tercer ciclo de su relación: la pelea.

— ¿Quieres? —Naruto le ofreció su vaso en un intento de llenar el silencio.

Gaara aceptó y le dio un largo trago.

—Hace tiempo que no te veo —le dijo el pelirrojo, parco.

—He estado ocupado con las clases, ya sabes.

—Estudiamos en la misma facultad, parece que a veces se te olvida —sonrió levemente.

Naruto se sonrojó hasta las raíces del pelo, atrapado en la mentira. Gaara era músico, un verdadero prodigio, dos años mayor a él. Se habían conocido en uno de los festivales de la universidad. Gaara cantaba en un pequeño escenario y Naruto se había unido sin siquiera pensarlo. Desde entonces estaban en ese tira y afloja que les daba dolor de cabeza.

—Ya, vamos a bailar.

Y así de rápido se había disipado la tensión. Hicieron las paces en silencio y se reunieron el resto, que ya tenían las venas intoxicadas de alcohol y bailaban apretujados a un lado de la cabina del dj. Sakura y Sai se le colgaron encima de inmediato, con la clara intención de fastidiarle la existencia. Visiblemente más relajado, el rubio les rió la gracia y se les unió.

Divertidos como estaban, ninguno se dio cuenta de la hora que era. Para cuando llegó la hora de irse, el lugar estaba casi vacío. Pagaron en la caja y tras recoger sus cosas, se marcharon. En grupos de dos o tres, sus amigos se fueron, algunos a seguir la fiesta, otros a sus casas. Naruto, Sai y Sakura hicieron lo segundo. Los tres tomaron el mismo tren y terminaron en la casa del rubio, Sai en el sillón, Sakura en la cama y Naruto en un futón. Ya se les había hecho costumbre. Los tres vivían solos y no tenían que darle explicaciones a nadie.

— ¿Naruto?

El rubio gruñó, medio dormido.

—Naruto —insistía Sakura, arrastrando las palabras—. ¿Por qué vas a la estación en la misma fecha todos los años?

Ahora sí estaba despierto. Se revolvió incómodo, y terminó incorporándose. Hasta la ligera borrachera se le había pasado.

—Ya lo sabes.

—Igual quiero que me lo digas.

Guardó silencio unos momentos.

—Porqué sigo esperando a que regrese —escupió—. Ahora duérmete.

Sakura asintió y enterró el rostro en la almohada. Si él tan sólo supiera…


Al abrir los ojos, comenzó a martillearle la cabeza. Se arrastró fuera del futón e hizo un esfuerzo por ponerse de pie. El mundo le daba vueltas y sentía la boca seca. Sakura seguía dormida en su cama, y tras ir a la sala, comprobó que Sai también dormía. Soltó un pesado suspiro e hizo su primera parada en la cocina por algo de agua. Luego, a pesar de que tenía el estómago revuelto, decidió preparar el desayuno para todos. Abrió el refrigerador, llevándose un chasco. No tenía absolutamente nada. Tendría que ir a la tienda.

Quejándose como niño pequeño, se dio una ducha, se vistió y salió de la casa con la cartera y el móvil. Se tomó su tiempo en llegar a la tienda, a dos cuadras de distancia. Ninguna de las dos marmotas que hibernaban en su departamento se iba a despertar pronto, así que planeaba aprovecharse de eso. Tomó una canasta y empezó su recorrido por las perchas, metiendo algo de fruta, enlatados, cereales y los mejores paquetes de ramen instantáneo que había probado en toda su vida. El tendero lo saludó con una amable sonrisa y le empaquetó todas las cosas con cuidado. Recogió todo y se encaminó a la salida.

Fue entonces cuando lo vio y esta vez no quedaba duda. Era él. Iba acompañado por un hombre de espeluznante parecido pero obviamente algunos años mayor. Conversaban en voz baja, metidos en su mundo y tarde se dio cuenta de que venían hacia la tienda. Trató de moverse, pero las piernas no le respondían. El corazón se le disparó y comenzó a hiperventilar. Entonces, el mayor de los morenos pareció darse cuenta de que los observaban y tras unos segundos de escrutinio, una sonrisa quebró su sereno rostro.

—Mira, ötoto, es...

Se le desconectó el cerebro. No podía escuchar nada, pensar en nada, ni hacer nada. Estaba clavado frente a la puerta, con las bolsas de la compra colgándole de los brazos. El mayor le decía algo al otro y de repente, esos ojos negros que tanto lo atormentaban se clavaron en los suyos. Lo que vio en ellos le congeló la sangre en las venas: desinterés y aburrimiento.

— ¿Sasuke? —consiguió pronunciar en voz baja.

El aludido asintió, seco.

—Disculpa, ¿te conozco?


¡Hola a todos! Este es mi nuevo proyecto, espero de todo corazón que les guste. Está basado en la canción "Back From The Dead" de Skylar Grey. La estaba escuchando el otro día y simplemente se me ocurrió una escena, que es la primera del capítulo. Quiero aprovechar para hacer un par de aclaraciones: los personajes son estudiantes universitarios que varían entre las edades de 22-26, así que va a haber menos niñerías y más madurez pero sin deprivarlos de sus personalidades originales; y la segunda cosa, no tengo fecha fija de publicación. Cuando el capítulo esté listo y corregido, lo subo. Eso era todo. Muchas gracias a quienes le dieron la oportunidad a esta historia. Por favor dejen sus comentarios, que me hacen mucha ilusión.

Gracias de nuevo y nos vemos en el siguiente capítulo.

Bel's.