Disclaimer: HQ! no me pertenece, es de Furudate.

NA: Se viene acabando el año y yo he traído una historia nueva, (que no debería ser tan larga). Sólo puedo decir que esto tendrá algunas escenas explícitas, así que estáis advertidos (especialmente a las personas que tengan problemas con la mención de sangre, tripas y esas cosas). Como advertencia y referencia; no soy psiquiatra, así que cualquier cosa explicada acá es por mera búsqueda propia y tampoco conozco Japón en primera persona, todo es investigación geográfica que puede tener errores;;


Anatomía acompañada de salsa tabasco—

Prefacio.


Al final de la calle, en toda una esquina, con un letrero de fondo rojo y letras amarillas que se ha ido gastado con el tiempo junto a unas lámparas color anaranjado colgando a cada lado, se encuentra un restaurante de comida china. Las personas que lo llevan son un matrimonio de mediana edad con un hijo único que los ayuda todas las tardes después de la escuela y los fines de semana la mayor parte del día, el resto se encuentra estudiando. Según lo que ha escuchado se mudaron cuando el chico tenía tres años y poco más, y a pesar de que al principio tenían cierta dificultad con el japonés, ahora podían comunicarse relativamente bien; lo que no podían expresar con palabras lo hacían con gestos pero de todos modos tenían al hijo para que se comunicara por ellos, quien era un bilingüe nato al tener que aprender los dos idiomas involuntariamente. Aunque el acento cantonés sigue pegado a sus lenguas, difícilmente se irá, y cuando hablan siempre parecen seguir un tono en sus conversaciones. Son gente amable, humilde y le gustaba conversar con ellos cuando tenía el tiempo de hacerlo.

En muchas ocasiones pasó a comer al restaurante con sus amigos o simplemente pedían a casa cuando la pereza de cocinar (o fingir que lo hacían) era demasiado. En aquellos tiempos, cuando pedían comida a domicilio mamá todavía se encontraba con ellos, yendo de un lado para otro; limpiando ventanas, mesillas, reordenando los muebles y papá tenía tanto trabajo que no podía hacer nada al respecto para compartir tiempo con él, pero a cambio le entregaba dinero para compensarlo y alimentarlo como la gente, parecía una persona normal. En aquel tiempo también estaba su hermana mayor con sus sonrisas graciosas y sus delicadas muñecas. Ahora no sabe nada de ella. No desde que se fugó con su novio a los dieciséis años dejándolo a él atrás solo en esa casa sin si quiera pensarlo dos veces, sin despedirse o dejarle un número para contactarla, y aunque la falta de su existencia fue un golpe a la realidad que le dio una fuerte bofetada (ya que ocurrió, literalmente, de la noche a la mañana) con el tiempo aprendió a soportarlo. Ahora no es más que un simple recuerdo que con el tiempo ya se ha estado borrando.

Hay muchos recuerdos en su cabeza que se mezclan; una sonrisa borrada de mamá, la voz de su hermana gritando sobre la de sus padres (o eso es lo que cree), la forma de hablar de su padre y los escalofríos que le causan, la vez que se cayó de la bicicleta por andar muy rápido con su mejor amigo, aquella ocasión en que prendieron petardos en los basureros para luego salir corriendo, la escapada a la playa con su grupo cuando iban en primero de preparatoria (donde tuvieron que subir de in fraganti en un tren, pedir un aventón en la carretera y caminar unos cuantos kilómetros) y cuando una vez casi lo muerde un perro. Se mezclan también con otros más recientes; el desayuno, las aburridas horas de clase, el sonido de los lápices rasgando las hojas, calzarse los zapatos, los saludos de sus compañeras, las bromas de sus amigos, el silencio de la biblioteca, una chica diciéndole que tiene algo importante que confesarle (muy sonrojada)…

Tooru no está seguro de qué ha pasado pero puede notar la sensación de estar tirado sobre su espalda en una superficie dura, demasiado incomoda. Le duelen los músculos de todo el cuerpo o quizás, para sintetizar, simplemente le duele todo. Es como si lo hubieran apaleado. No sabe cómo ha llegado ahí y tiene la mente en blanco, junto con un dolor de cabeza terrible en la parte frontal de su cerebro. Sólo sabe que ese día había estado devolviéndose un poco más tarde de lo usual desde la escuela y entonces nada. Se encuentra en aquella incomoda situación. Alrededor suyo huele mal, se siente mareado y con mucho asco, al mismo tiempo que con sueño. No tiene idea cuánto tiempo se encuentra simplemente mirando lo que parece ser el cielo oscurecido en aquel lugar, parpadea unas cuantas veces para acostumbrar sus ojos. Reconoce las nubes moviéndose en el cielo ante la oscuridad, sobresalen con un tono grisáceo sobre el azul profundo. No hay estrellas y tampoco una luna que pueda reconocer.

Ha estado ahí antes.

Reconoce la parte trasera del restaurante chino; ahí es donde da la puerta de la cocina (lo sabe porque una que otra vez se inclinó sobre el mesón para husmear lo que hacían ahí dentro por mera curiosidad) y, por lo tanto, se encuentra apilada también la basura del local. Por eso el mal olor. No quiere pensar que se encuentra tirado en ese lugar sin saber en qué condiciones se encuentra el suelo, sólo sabe que no está limpio y eso es suficiente para que le de un escalofrío.

Se obliga levantarse y mientras lo hace, apoyando las manos a cada lado de su cuerpo, nota que realmente le duele todo.

Sisea.

Aunque está desesperado por encontrar respuestas las ganas de salir de ahí, llegar a casa, darse un buen baño y acostarse en su cama es más fuerte por lo cual lo primero pasa a segundo plano, (cuando no debería ser así. Hay algo que se llama prioridades y él parece estar fallando completamente). Logra ponerse de pie usando de soporte la pared del restaurante y mientras cojea, porque las piernas se le han dormido, tratando de soportar las nauseas que le suben desde lo bajo del estómago por la garganta, rebusca su bolso. Está seguro que ha salido con eso, después de todo venía de la escuela. Todavía usa el uniforme del instituto, aunque está sucio (puede saberlo sin si quiera tener una luz que funcione).

«Quizás me han robado», piensa tratando de atar puntos todavía rebuscando entre las oscuridad, entrecerrando los ojos. Por suerte ese día andaba con los lentes de contacto.

Extrañamente el pensamiento lo tuvo de una manera muy tranquila, contrario a lo que podría esperar de algo así.

Suelta un suspiro de alivio cuando nota que su bolso se encuentra no tan lejos de donde había estado él mismo tirado. Arrastra las piernas mientras camina para tomarlo, todavía sintiendo la molesta sensación de que le estuvieran clavando algo. Tiene que hacer un esfuerzo para sujetar el bolso y aunque le hacía pensar que entonces no le habían robado como él pensaba, quizás todavía pudieron quitarle otras cosas. Tal vez robaron lo que tenía de valor y dejaron lo que no servía detrás. Eso sonaba bastante lógico pero cuando comienza a hacer un inventario de lo que tenía nota que realmente no le falta nada; esta su celular intacto (eso se consideraba ya de valor), su billetera con el poco dinero que le queda de la semana (igual algo servía) junto con sus identificaciones, las llaves de su casa, los libros, sus anteojos normales y las otras porquerías más.

Bien, eso sí era una sorpresa.

Mira sobre su hombro varias veces pensando si alguien todavía lo estaría observando pero realmente no podía notar a nadie y según su celular, que todavía tenía un poco de batería restante, era pasado las once de la noche. Eso explicaba que ahora no hubiera nadie y se sintiera todo tan solo. No es que él fuera un cobarde pero realmente tampoco tenía una buena sensación de todo lo que estaba ocurriendo y, de nuevo, simplemente quería llegar a casa a limpiarse, quizás revisar que todo estuviera realmente OK. De pronto los escalofríos no eran suficientes y pensó, durante unos breves pero serios segundos, si sería buena idea llamar a la policía, pero, ¿qué les diría? ¿Qué había despertado en un callejón, de la nada, sin recordar lo que pasó, con todo intacto, dolor en su cuerpo (bueno eso sí) y ya? Tooru no podía considerarse exactamente un genio pero era de los primeros de la clase por algo y sabía que cualquier persona que escuchara esa historia lo creería un demente. Si fuera un robo se habrían llevado su mochila así que no tenía nada para argumentar en ese caso. Aunque le dolía el cuerpo podrían creer que él había buscado pelea antes y ahora hacía una excusa, además de que tenía un bloqueo desde las cuatro de la tarde.

Si lo drogaron (otra vez), no estaba seguro, pero comprendía que la policía creería que él se encontraba en cosas raras.

«Deja eso. No te van a ayudar. Creerán que estoy demente y hasta quizás, ¡quién sabe! Termine yo en problemas», el pensamiento cruzó rápido por su cabeza mientras tiraba la correa de su bolso para cruzárselo por el pecho, haciendo una mueca. Tooru no quería terminar en una comisaria siendo interrogado por parecer sospechoso, su padre ahí sí que sí lo mataría y no sería lindo. No tenía ganas de morir, (no todavía, después de todo. Le quedaba un año y unos meses más para graduarse y por fin salir de casa, de todas maneras).

La boca le sabía amargo.

Sacudió la cabeza y comenzó a caminar para salir del callejón, pensando seriamente en su dolor corporal. Tooru había estado en peleas antes (unas cuantas veces, son cosas que pasan cuando el resto del mundo es muy imbécil y tu honor se encuentra en juego) así que era bastante consciente de cómo se sentía una paliza. El dolor que tenía ahora, viéndolo de un lado más analítico, era el mismo que cuando hacía mucho ejercicio sin estirar lo necesario y al día siguiente le dolían los músculos por el sobreesfuerzo.

Cuando salió del callejón a la calle principal notó que realmente estaba muy solitario. Las luces del restaurante, en todo caso, se encontraban encendidas pero no sentía ningún movimiento en el interior. Las casas del barrio también tenían las luces y en una que otra ventana se podía ver la silueta de alguien pasando. Las familias haciendo cosas de familias durante la noche. A lo lejos ladraba un perro y quizás lo que se escuchaba todavía más allá era algo parecido a un auto, pero nada de gente. Ningún vecino suyo o ni si quiera los salaryman borrachos tambaleándose por la calle después de estar obligados a asistir a las invitaciones de sus jefes para tomar unas cuantas copas.

Se mordisqueó el labio, sintiendo otra vez las nauseas.

Notó, de pronto, que sus manos estaban más sucias de lo esperado y otra puntada más le golpeó en la cabeza, como si le electrocutaran. Ante eso sólo pudo aferrarse a su bolso con toda la fuerza que pudo mientras trataba de darse ánimos. Se recuperó después de respirar unas cuantas veces y miró el cielo con unas pocas estrellas asomándose. Era una noche bastante curiosa, muy silenciosa para su gusto, en parte le recordaba a las veces que uno sabe que lloverá pronto pero al mismo tiempo era diferente. Quizás la genética le estaba golpeando (lo cual sería asquerosamente terrible para su gusto. No quería tener que verse con psicólogos o psiquiatras de nuevo. Desde que salió de la escuela media tampoco había tenido que volver a verse con los psicólogos escolares y así estaba muy bien, muchas gracias), tal vez se había quedado dormido, quizás realmente había consumido alguna droga y no se acordaba.

«Tal vez estoy realmente demente», fue lo único que pensó mientras, lentamente, hacía su camino a casa.