De él ya no quedaba nada, nada salvo el deseo de venganza.
Una cascara vacía, eso era el, allí en el lugar su alma había habitado ahora solo las llamas del infierno quedaban.
Ya no quedaban sino recuerdos de lo que alguna vez fue su vida, pequeños recortes de sus memorias que resurgían cada tanto para avivar las infernales llamas que habían consumido su alma.
No tenía esperanzas, sueños o anhelos, solo un deseo oscuro le quedaba. Lo único que mantenía su cuerpo en movimiento era su deseo de venganza, lo único que le impulsaba a continuar era su necesidad de matar.
El sentir ese caliente liquido viscoso resbalar por su espada, el ver como los ojos de sus enemigos perdían la vida a cada segundo después de que había hundido su oscura espada en su ser. Cortar la piel, desgarrar los músculos y romper los huesos de sus enemigos era el único placer que le quedaba en el mundo. Y no renunciaría a él, no de nuevo.
