Risorgimento
( Italia x Romano)
Bueno es la primera vez que intento hacer un fanfic-novela histórica. Espero que les guste realmente esta historia, ya que me cuesta más trabajo del que pensé. Risorgimento está basada en las guerras de independencia italianas, así que no sólo verán actuar a los hermanos italianos, sino también a varios personajes más. Por el momento no me decido por una pareja fija, así que por ahora va todo ambiguo con cierta inclinación por el Itacest. Voy a escuchar sus ideas, así que ahí tienen más motivos para dejar reviews xD.
Ahora sí…
Disclaimer: Axis Power Hetalia ni ninguno de sus personajes me pertenecen. Todos son parte de Hidekaz Himaruya y los libros de historia en que me basé para hacer los datos históricos xD. Yo sólo hago esta historia sin fines de lucro y a pura diversión personal.
Capítulo 1: Cambios
- ¡Alto!
Era la tercera vez en la noche que despertaba así. El sudor le impedía ver con claridad y la agitación de las pesadillas aún se encontraba en su garganta, impidiendo retomar la respiración normal. Puso una mano en su pecho y pudo descubrir lo que ya su cuerpo le decía: estaba agitado.
No era normal para él tener pesadillas con tanta frecuencia. Y no cualquier pesadilla. En ellas podía ver gente sufriendo en la miseria, fuego quemando sus casas, el terror de la guerra. ¡Era tan horrible y real! Incluso a veces sentía que él mismo era quemado en el fuego de sus sueños, despertando caliente. Y la fiebre no era buen signo para un país. ¿Se encontraría su hermano igual? Pues a pesar de estar bajo dominios diferentes ambos eran parte de un mismo país. No lo entendía…
Considerando que esa noche no iba a poder descansar más se levantó de la cama en dirección al baño que tenía conectado a la habitación, dispuesto a despejarse un poco con una ducha fría. Se despojó rápidamente de su ropa, y una vez entrado en la ducha sintió la agradable sensación del húmedo frío en su piel y cabello castaño, relajándole los músculos en un dulce alivio. Un rato después salió envuelto en una toalla, encaminándose hacia su guardarropa, del cual eligió una camisa blanca simple y un pantalón marrón. Tomó un cinturón para ajustarlo a su cintura, ya que al ser antes prendas de Austria le quedaban grandes. Finalmente tomó unos zapatos marrones de delicada terminación para hacer juego.
- Ve~ – Susurró de forma cantarina como acostumbraba hacer mientras se asomaba por la ventana y deslizaba la cortina que la cubría, descubriendo que estaba amaneciendo. Gracias a aquella hermosa visión del sol iluminando con tonos anaranjados el cielo y las nubes, decidió salir a tomar aire. Debía refrescar un poco más su cabeza y tratar de eliminar aquellas imágenes tan horribles de su mente.
La otra mitad de los Italia aún daba vueltas en su cama, producto de una noche, según él, literalmente de mierda. Las pesadillas lo rondaban todo el tiempo impidiéndole descansar, así que simplemente resolvió quedarse despierto.
¿Qué estará haciendo su hermano menor? Ojalá que no pase por lo mismo que él, ya que era de público conocimiento su débil carácter. Si vivía las mismas pesadillas no lo soportaría…
Las imágenes de fuego y gente corriendo aún estaban vívidas en sus ojos, proyectándose en todos los rincones donde éstos se enfocaban.
- Maledizione!
Al grito de aquella exclamación, las sábanas que segundos atrás tapaban la piel masculina ahora yacían en parte sobre el suelo.
No quería pensar sobre aquella idea que venía persiguiéndolo como una sombra, pero esos sueños le dictaban que debía hacerlo. Aunque le doliera el alma luchar contra España, debía reclamar su derecho a ser libre. A formar una Italia unificada. Y, lo más importante de todo, a reunirse con su hermano de una vez por todas.
Ya habían sido demasiados años separados y ya era hora de juntarse en un nuevo reino. Y esas pesadillas le confirmaban que de no hacerlo una gran tragedia ocurriría.
- Veneciano… ya es hora.
Con el pensamiento de su hermano menor aún fresco tomó un cambio de ropa y salió corriendo de su habitación, ante la mirada asombrada de un español que había llegado con un desayuno recién hecho para ambos. Al verlo, Romano se detuvo un momento.
- ¿A dónde vas Romano?
- A ver a mí hermano.
- ¿¡Ah? ¿¡Ita-chan? – Una sonrisa iluminó su rostro al escuchar el nombre del menor de los Italia, para desagrado del castaño. – ¡Déjale mis saludos! Dile que un día iré a visitarlo.
Romano no respondió. Pero cuando volvió a emprender camino hacia la salida dos hombres lo detuvieron.
- ¿Qué mierda-?
- Para que te acompañen – Dijo aún sonriente. El italiano bufó varias maldiciones para con el español antes de irse, seguido de esas escoltas militares.
Aún era muy temprano por la mañana, pero Italia disfrutaba caminando por el jardín tan amplio en donde vivía, y como no estaba Austria en casa podía relajarse a gusto. Después de todo lo consideraba una bendición por parte del Señor gracias a los sueños que padecía noche tras noche. Sin embargo no podía evitar cuestionarse, en contra de su naturaleza, por qué tenía que pasar por eso.
Bajo esos pensamientos fue entrando a la casa para comer algo, cuando un ruido a medio camino lo distrajo.
- ¿Ve? – Enfocó la vista para poder distinguir la figura que venía en su dirección. Al no poder distinguirla prefirió entrar, creyendo simplemente que no era a él a quien buscaban.
Sin embargo ya al haber entrado y emprendido su camino hacia la cocina escuchó la puerta abrirse para su propia sorpresa.
- F-Fratello Romano… ¿Qué haces aquí? – El menor preguntó hacia la figura que entraba por la puerta de su casa. No, ni siquiera podía considerarse aún su casa, pues ésta pertenecía a Roderich, mejor conocido como Austria.
- Tenemos que hablar – La seriedad que arrastraban las palabras del mayor hizo que el menor de los Italia se preocupara. Era muy inusual que su hermano actuara así, pero hoy en día todo era inusual. Con tanta guerra nadie actuaba normal.
- Claro… siéntate. Austria-san no está ahora así que…
- Lo sé, y no, estoy bien. Escúchame Veneciano, debes independizarte, ahora.
- ¿Qué? – No entendía por qué su hermano le estaba diciendo eso. ¿Por qué venía con eso ahora?
- ¡No podemos seguir así! Ni tú ni yo, no podemos seguir dependiendo de naciones extranjeras mientras nosotros seguimos siendo sólo pedazos de territorio.
Mientras Romano hablaba, el menor tragó saliva pesadamente. Le fue difícil compilar todos esos datos que su hermano le estaba diciendo, pues él jamás había pensado en independizarse de Austria. Después de todo, fueron tantos siglos a su cuidado que ya se había tomado como una costumbre el que su vida fuera así. Tampoco tenía un instinto guerrero. ¿Cómo lo haría?
Y de pronto recordó todos esos sueños horribles que había estado teniendo últimamente y se le ocurrió que podrían estar relacionados con lo que Romano le decía.
- E-Espera fratello… ¿Por qué me dices todo esto?
- Nunca entiendes nada Veneciano. Si seguimos así jamás podremos ser una nación unificada. Jamás… podremos estar juntos. – La mirada verde del mayor enfrentó a la dorada que lo miraba perplejo ante aquella declaración, tiñéndole las mejillas en un suave carmín.
- ¡Reacciona! – Ante ese grito, el menor tembló ligeramente, pero se asustó cuando vio que los fuertes brazos de su hermano se aferraban a los suyos, casi con desesperación.
- Attesa fratello! Non lo farò! – Gritaba tapándose los oídos el castaño menor, mientras los frenéticos brazos de Romano lo seguían empujando en direcciones contrarias. Estaba perdiendo el control.
- Stupido! ¿Quieres ser siempre su esclavo? Acaso… Acaso… ¿¡Acaso no quieres que estemos juntos! – Las lágrimas se agolpaban en los ojos esmeraldas, impotentes por la negativa de su hermano al querer independizarse. Se sentía horrible al hacerle esto a su amado Feliciano, pero… ¡Debía entenderlo!
Los ojos ambarinos enfocaron a su hermano mayor con la misma mirada iluminada por las lágrimas, al tiempo que era liberado de los brazos que lo sujetaban con fiereza.
- Claro que quiero… estar contigo hermano… - Sollozaba por lo bajo, desviando la mirada hacia el suelo. – Pero no puedo luchar contra Austria-san…
- ¿No puedes o no quieres?
Aquel tono frío tocó una fibra sensible en él.
Desde que tenía uso de razón, en toda su niñez fue torturado por aquél ser representado con el nombre de Austria. Pero aun así, él lo quería. No podía guardarle rencor, pues sabía que esa era la única forma en la que él podía demostrar su cariño, aún si era del modo incorrecto. Simplemente no podía luchar contra aquel que le dio un techo, le dio comida… y lo conectó con su primer y gran amor.
- Capisco.
El mayor de los hermanos italianos dio media vuelta hacia la salida, no sin antes dirigir una mirada melancólica a su otra mitad que seguía con la vista fija en el oscuro del suelo.
- ¡Feliciano! – El nombrado reaccionó, pues pocas personas lo llamaban por su nombre humano. Él era Italia para todos, aunque no fuera un país completamente real. – No me pienso rendir. Tú y yo estaremos juntos, así tenga que luchar contra la gente que más quiero. – Los ojos del menor se abrieron de par en par. Podía ser lento en muchas cosas, pero no en esto. Sabía lo que eso significaba. - Lo juro…
- Fratello…
Así, la imagen de su hermano se alejó del umbral, yendo con dos figuras mayores que lo esperaban. Ambas vestían el uniforme de la milicia española. Entonces no estaba equivocado, Romano realmente estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para unificar Italia. Incluso rebelarse contra el ser que más quiere.
Con este pensamiento en mente cayó en cuenta de la cruda realidad y tembló. No quería que su hermano pasara por eso, y tampoco quería luchar contra Austria. Ni siquiera tenía las fuerzas para hacerlo ni una armada dispuesta a ayudarlo. ¿De qué serviría luchar? Sólo se acabarían con vidas inútilmente. No… No podía luchar… ¡No quería! ¡No quería!
- Fratello! – Con ese grito de angustia cayó de rodillas detrás de la puerta, largándose a llorar por varias horas seguidas, hasta quedarse profundamente dormido.
- ¿Ya estás en casa, Romano? – Preguntó un alegre español hacia la figura que entraba por el portón del castillo real mientras los guardias se alejaban.
- Si lo ves, ¿por qué preguntas?
El español suspiró. El mal humor del italiano no había cambiado desde que se marchó hacia la casa de su hermano. No, incluso había empeorado.
- ¿Le dejaste mis saludos a Ita-chan?
No hubo respuesta. Simplemente el castaño se dirigió hacia una de las habitaciones y se encerró, sin mediar contacto visual con su interlocutor.
Al cabo de unos pocos segundos, el ruido de un clic alertó al italiano, levantándose de la cama en la cual se había acostado para poner en orden sus ideas. La figura del español fue recibida por un almohadón que voló en dirección a su rostro, golpeándolo de lleno, pero sin causarle el menor daño.
- Ouch! No era necesario eso Romano… - Suspiró con voz cantarina en perfecto acento español.
- Bastardo… ¿Cómo hiciste para entrar? Cerré con llave la puerta.
- Soy el dueño de esta casa, tengo copias de todas las llaves. – Respondió ante la mirada fría del italiano, que no se movía en absoluto ni bajaba la mirada.
- Has estado actuando muy extraño todos estos días… ¿Por qué no me cuentas qué te ocurre? – Preguntó con voz gentil, pero no se esperó para nada la reacción del castaño. Literalmente saltó de la cama en dirección al español y lo abrazó. Era completamente inusual que Romano actuara así, pero tampoco estuvo actuando normal todos estos días, así que en cierta forma tenía sentido.
- ¿Roma-?
Pero la palabra no pudo ser terminada, pues Romano lo había besado. Sin perder tiempo el mayor lo correspondió, aventurándose a explorar más la cavidad cálida y húmeda del italiano, que poco a poco se dejaba llevar y que de un solo movimiento había terminado debajo del español, con las mejillas completamente sonrojadas. Antonio sonrió de lado ante esta iniciativa traviesa, pero la mirada casi desafiante del menor lo confundía. Algo no encajaba.
- Estás más rojo que un tomate – Bromeó ante su amante, que reaccionó con una rabieta digna de un chiquillo avergonzado. No, no había nada extraño en él, eran sólo ideas suyas. Romano siempre sería Romano, y así lo amaba.
- ¡Ya, ya! ¡Deja de golpearme, que me duele! – Mintió dulcemente, mientras se aferraba en un nuevo y cálido abrazo al menor que yacía debajo de él, comenzando a despojarse de sus prendas, dejando la piel tostada por el sol al descubierto. Esto provocó un nuevo sonrojo por parte del italiano, el cual también empezaba a perder sus vestimentas, tal cual una flor lentamente deshojada. Como un náufrago a la deriva, Romano se aferró a la espalda del español al sentir un dolor punzante en su cuerpo, logrando que sus ojos contuvieran algunas lágrimas. No por el dolor, sino por el momento que estaba viviendo.
- A-Antonio…
El susurro casi imperceptible fue aumentando poco a poco hasta convertirse en sonoros gemidos que eran ahogados una y otra vez por las embestidas del mayor, que miraba con cuidado las expresiones de su amante. No quería perderse ningún detalle.
Cada vez aumentaba más y más la velocidad de las embestidas contra el frágil cuerpo de porcelana del italiano, hasta que notó ese leve escalofrío recorrerle la espina dorsal, claro signo de que estaba llegando al límite, aferrándose aún más a la espalda morena con sus uñas, provocando marcas rojizas en la piel en un dolor placentero e inigualable, casi masoquista.
Las voces se unieron al unísono clamando el nombre del otro, llegando juntos al clímax del placer que podía representar aquel acto que habían acabado de hacer juntos.
Inmediatamente después de eso y de marcar un camino de besos por el rostro italiano, el español se quedó profundamente dormido, ante la mirada esmeralda que lo observaba. Una vez comprobado esto, el menor se levantó del lecho revuelto, tomó sus prendas y con un brillo de determinación en sus ojos se marchó.
- Adiós Antonio…
Al día siguiente en que España despertó y no encontró a su amante a su lado, desesperó. Lo buscó por todos los rincones del castillo sin resultado alguno. Incluso mandó a llamar a toda la armada que rodeaba el lugar para recolectar información. ¡Alguien debía haberlo visto! Pero no, nadie sabía nada, provocando que su boca fuera un torbellino de malas palabras y maldiciones para todos. Y fue ahí, en ese momento, en que el moreno recapituló todo lo que había ocurrido ayer, junto con el extraño comportamiento del italiano, cayendo en cuenta de la realidad: Romano se había ido.
Yay! Bueno acá está el primer capítulo, espero que realmente les guste! Para todas las terminaciones en italiano les dejo al final un diccionario con los significados de las palabras.
Dejen review así sé si les gustó y si tienen alguna preferencia por alguna pareja! Escucho todas las opciones.
Nos leemos pronto!
Diccionario:
Maledizione: Maldición
Fratello: Hermano
Attesa: Detente
Non lo farò: No quiero
Stupido: Estúpido
Capisco: Entiendo
