Recuerdo el día que todo comenzó como si fuera ayer, pero a la vez siento que cada día es eterno. La posibilidad de que llegue el mañana es muy lejana y no solamente por los zombies si no por arriesgarme en conseguir comida para mi y para Rex, mi perro.

Estuve varias veces con grupos de personas, pero con el tiempo me di cuenta que es mas fácil que sobreviva cuando estoy yo sola. Hay mas comida, solo arriesgo mi vida y no hay discusiones sobre que hacer y que no hacer. En el último grupo en el que estuve me trataron de comer, primero se comieron a un forastero y luego a mis amigos, a mi me dejaron al último porque yo les servía para planear estrategias, pero cuando vi que ya no les servia mas escape.

Desde entonces evito a las personas, como aquella vez que me refugie en una casa cerca de una carretera, deje entrar a varios zombies como advertencia pero el grupo que entro pareció no importarles y se deshicieron de ellos en un abrir y cerrar de ojos. Me escondí con Rex en el ático hasta que se fueran y eso fue hasta que una jauría de zombies los ahuyentó, mientras se iban observe que había un niño como de unos 13 años que llevaba un sombrero de vaquero, me impresiono mucho verlo porque no había vuelto a ver otro niño desde el grupo caníbal.
Después de que se fueron volví a meter algunos zombies y me encerré en la planta alta con Rex. Desde entonces he estado ahí y los alimentos se han ido acabando.


Durante una semana he comido una lata de atún y bebido una botella de agua, pero no es suficiente. El hambre y la deshidratación empiezan a tener efecto en mí, así que me preparo para partir porque no quiero que empeoren. Me hago dos trenzas y me las agarro a la cabeza como diadema.
Antes de partir me pongo mi chamarra y me cuelgo la mochila en la espalda. Veo donde están los zombies, saco mis tijeras y salgo corriendo seguida de Rex.

Los lugares que visito están vacíos en su mayoría, lo único útil que encuentro son destapacorchos y clavos, los cuales los coloco en mi peinado por si se ofrece la ocasión de sacarlos rápido. Al final del día llego a una guardería, al principio no se si meterme porque no quiero ver ningun bebé convertido pero el hambre me obliga a meterme. Entro por la puerta que da a la cocina y rápidamente busco algo de comer; encuentro tres latas de papilla y dos litros de agua, también hay formula pero no la necesito así que me voy.

Cuando salgo de la guardería el sol empieza a esconderse, camino un rato más y es cuando la veo, una cárcel en perfecto estado, no hay rastros de zombies pero tampoco de humanos. Parece estar intacta pero aún así me voy acercando cuidadosamente hasta que veo un punto débil en la reja por donde Rex puede pasar arrastrándose, levanto un poco la reja y le doy la orden a Rex que se pase y como siempre, empieza a cavar un poco para que se pueda arrastrar, dejando que para mi sea más fácil pasar.

Sin dificultad pasamos las rejas y cuando menos me doy cuenta me topo con un sembradío en perfecto estado.

-¡Rayos!- digo mientras me regreso a la reja.

De pronto Rex empieza a gruñir e inmediatamente me volteo. Un señor sale del bloque C, no trae la pistola en mano pero la lleva en su cinturón lista para lo que sea. También hay dos francotiradores uno en una cada torre, ambos me tienen en la mira. Siento como mi ritmo cardíaco se acelera mientras el señor se acerca.

-¿Puedes calmar a tu perro?- Me dice. Primero dudo, pero no quiero que le disparen así que hago que se siente junto a mi. El hombre se tranquiliza y se acerca un poco a mi.- Mi nombre es Rick soy el jefe, por favor saca tu arma y déjala en el suelo, no vayas a hacer algo estúpido porque…

-Tus francotiradores me dispararían. Te escucho.

-Impresionante, ¿cuántos años tienes?- Me pregunta Rick, pero yo no le contesto así que continua.- Si quieres algo de comer, agua, bañarte, algo para tu perro me tendrás que dar tus armas. Casi es la hora de la cena así que decide rápido.

Por primera vez en mucho tiempo no lo pienso dos veces, saco mis tijeras y las dejo en el suelo. Me ve con cara desconfiada y las recoge, da la señal de que no disparen y empieza a caminar hacia la prisión. Empiezo a seguirlo y cuando entro alguien me empuja hacia la pared, me quita la mochila y empieza a catearme. Cuando revisa uno de mis bolsillos saca la foto de mi familia y como no quiero que nadie la vea rápidamente me volteo, tumbo a la persona que me cateaba y cuando está en el suelo me pongo encima de él.

-¡Jamás! Te lo repito, jamás toques esta…

Es el niño, el niño del sombrero de vaquero. Como me quedo en shock él se aprovecha y se escapa de mi. Creo que él también está sorprendido, lo se por su mirada. Ahora que esta frente a mi lo puedo observar detenidamente: tiene el cabello largo con flequillo y es de color café obscuro, su rostro esta lleno de pecas y sangre seca, tiene los ojos de color azul claro pero apenas logro vérselos porque se ha vuelto a poner el sombrero de vaquero.

Rick me agarra de los hombros y me hace sentar. Pone una botella de agua frente a mi y yo la destapo. Poco a poco me la voy tomando, hasta que llego a la mitad y es cuando se la doy a Rex. Cuando se la termina veo que me están mirando como si fuera una loca, pero es mi perro y para mi es igual de importante, o más, que una persona. Como el silencio parece no tener fin empiezo a hablar.

-Rick no quiero causar problemas así que te propongo algo. Me comportaré solo si dejas que me bañe y duerma aquí esta noche, para que mañana en la mañana pueda partir. Mi perro se queda conmigo y nadie lo toca.

-Hecho, pero con la condición de que me cuentes tu historia. - Dice el señor de la ballesta antes de que Rick pueda contestar.

Parece que Rick está de acuerdo con él porque me está viendo fijamente como si le debiera algo. No se que contarles, quizá no les diga todo porque en estos tiempos no se sabe en quien confiar, a parte si les digo que soy buena haciendo estrategias quizá me quieran mantener cautiva para su beneficio. Pero se ven buenas personas, no como las demás personas con las que me he topado. Así que acaricio la cabeza de Rex y dejo que los recuerdos invadan mi mente.