Disclaimer: todos los personajes que puedas reconocer en este documento son propiedad de George R. R. Martin, este fic no tiene fines lucrativos ni cosa que se le parezca.
Dedicatoria: con muchísimo muchísimo cariño a Aredian/KSB, una de mis grandísimas amigas. Lo hice pensando en ella ciertamente, porque creo que le agradará. Cuando volví a oír la canción de la casa Baratheon me acordé de ella y sonreí... como sonríe una amiga. Bueno, dije que le tendría una sorpresa. Tardó pero llegó.
Advertencia: Tal vez encuentren una palabra mal sonante por acá, sobre todo en este primer drabble. Pero deben entender que son relatos en primera persona y los que han leído más historias mías, comprenderán que soy muy buena para meterme en la piel. Eso es todo. Muchas gracias.
Black Ann Yellow I.
Cada noche hundo mi martillo de guerra en el pecho de ese hijo de mala madre (incestuosa, por lo demás) y observo cómo la vida escapa de esos ojos violeta hasta extinguirse en un último gemido, que suena a victoria y canción de acero entrechocando, tiene el sabor que seguro habría tenido la suave boca de Lyanna, una mujer que apenas conocí, el motor que me movió a la guerra y la consumadora involuntaria de mi dinastía. Baratheon. Aquella que hizo surgir la furia del venado desde lo más profundo de su pecho hasta regar con sangre lo que jamás pude demostrar con pasión.
Y soy el rey. Siempre quise ser grande, un guerrero de renombre, quizás un gran caballero temerario como Barristan el Bravo, lleno de un honor y gloria ya marchitos por mis días. ¡Soy el rey! Todos deberían inclinarse ante mí, cuando el viento acaricie y haga vibrar el estandarte de mi casa –como yo hago vibrar a las putas, claro–, deberían rendirme pleitesía. Y de hecho lo hacen, pero no me crean satisfacción alguna. Es mi pueblo, el que tomé con tan sólo una batalla perdida y muchas ganadas, aquel que me apoyó en la rebelión que llevé a cabo con tantísima sangre derramada haciendo valer la furia del venado por sobre el fuego del dragón.
No, no estoy para nada satisfecho con lo que de joven conseguí. ¿Las razones? Ni siquiera yo las conozco del todo bien, la cabeza se me nubla por el vino casi siempre y no me es posible vislumbrarlo. Creo que es porque me siento muerto en el trono, ni de lejos tan vivo como cuando luchaba por conquistarlo. Mi reina es inaccesible, mis hijos son tres renacuajos tan parecidos a su madre que me asquea mirarlos, mis reuniones del consejo son un grano en el culo (por eso no voy a ninguna ¡Qué se encargue Jon Arryn!).
Lo único que me consuela es la llegada silenciosa y cautivadora de una oscura y cálida noche, que me envuelve como las piernas de una puta. Entonces, borracho y exhausto, puedo tenderme en mi cama mientras la barba se me agita por mi respiración trabajosa a causa del sobrepeso. Y puedo matarlo en mis sueños, una vez y otra más, hundir mi maza en su pecho de dragón usurpador y ver cómo sus ojos se abren nuevamente. En mis sueños soy feliz, sintiéndome vivo y vengado, furioso como el lema de mi casa, le hago justicia cuando duermo... sin descanso.
«Los Otros te lleven, Rhaegar.»
