Summary: ¿Qué podía ser peor que saber que ella no estaba enamorada de mí? Escucharla decir cada noche que me amaba… °D&Hr°
Disclaimer: Nada me pertenece excepto la trama, todo es de J.K Rowling. Cualquier parecido con la realidad, u otras historias, es pura coincidencia.
Nota: Bien, el título surgió a raíz de una canción que andaba escuchando, en realidad sólo mencionaron esa oración y me puse a pensar qué significado podría tener, finalmente llegué a la conclusión de que el cantante parecía dar a entender que todas las mujeres, no importa que tan bellas sean, son iguales o no se salvan de tener algo malo. Así que me dije "¿Por qué no crear una historia a partir de esa oración?" Después de todo, todas las rosas tienen espinas… ¿no?
Disfruten y no teman en comentar que todo review es bien recibido =).
Todas las rosas tienen espinas
Fijé mi vista en esos increíbles ojos dorados que cada vez parecían atraparme más y más.
No eran los mismos que una vez había conocido; una vez me dije que quizás eran los ojos más cálidos y amables que había visto, y hasta a veces su esplendor me dejaba ciego como si estuviera mirando directo al sol. Pero ahora eran diferentes, era como si la magia en ellos se hubiera apagado después de tanto tiempo. Seguían siendo de un bello dorado, pero ya no había brillo: se habían secado.
Todo pareció apagarse lentamente.
Después de todos esos años que estuvimos juntos, recién venía a darme cuenta de que apenas la conocía. Había confiado tan ciegamente en su amor, y demasiadas veces, que hasta ese momento no me había percatado de la verdad.
El comienzo de nuestra historia es muy confuso. Ni siquiera estoy seguro de que ella sepa cuándo fue que cayó en este juego, donde se perdió poco a poco.
Quizás fue antes de la guerra, cuando por primera vez nos conocimos, quizás fue durante la guerra, donde tuvimos que elegir de qué lado pelear- aunque ella ya había elegido el suyo.-; o puede que quizás después de la guerra, donde nos tuvimos que ver las caras todos los días, recordando un pasado que ambos tratábamos de enterrar.
Ella era feliz. Feliz como lo puede ser una mujer exitosa y famosa de veinticuatro años; con un trabajo ideal, una casa ideal, una vida ideal y sobre todo, un novio ideal. Ella estaba a punto de casarse, de unirse en matrimonio con el infeliz pobretón de la comadreja.
Cualquiera en la comunidad mágica se preguntará por qué una mujer como ella, de tanta capacidad intelectual, con metas ya trazadas en la vida y con una larga carrera para sobresalir en cualquiera de ambos mundos, podía acabar enredada con un auror o jugador de Quidditch frustrado y mediocre bueno para nada socio de Sortilegios Weasley, la tienda de bromas que dirigía junto a su hermano.
¿Qué le podría ofrecer él más que un amor sincero? ¿Qué podría llegar a prometerle, si él no poseía absolutamente nada?
¿No se daba cuenta de que estaba perdiendo el tiempo?
Ya se lo había dicho, había querido que ella reaccionara antes de que fuera demasiado tarde como para dar un paso al lado y no poder salir de ese infierno. Pero ella… ella no me hizo caso.
Hermione Granger no me había escuchado.
Después de la guerra, ella se había dedicado a tiempo completo a ayudar a los caídos y a sus familiares. Fueron meses en los que se entregó al mundo mágico y a su reconstrucción, incluso había abandonado sus estudios.
Luego le llegaron las ofertas de trabajo en el Ministerio, pero por más tentadoras que fueron, ella prefirió seguir con sus estudios de leyes mágicas en Francia, después de haberse graduado en Hogwarts. Tiempo después, ingresó al Departamento para la Regulación y Control de Criaturas Mágicas, donde hizo algunos avances en orden de proteger los derechos de los elfos domésticos y los de su tipo. Y más tarde había decidido trasladarse al Departamento de Aplicación de la Ley Mágica donde fue la voz progresista que aseguró la erradicación de las leyes opresivas pro-sangre puras, con un puesto alto e importante.
Debo admitir que la admiraba y al mismo tiempo la odiaba mucho, pues no todos tenemos ese coraje para luchar por lo que queremos y creemos.
Yo por mi parte, había enfrentado varios juicios después de la caída del Señor Oscuro, y a pesar de que no poseía ninguna Marca Tenebrosa, durante un año el Ministerio no dejó de indagar en casa ni en mi cámara de Gringots con tal de encontrar alguna prueba que me inculpara y poder mandarme por fin a Azkabán, donde mi padre pasaría otro año para terminar con su condena.
Pero no me importaba enfrentar juicios, ir a prisión o que todos creyeran que era un cruel mortífago. Incluso no me importaba que el malnacido de Potter hubiera apelado a mi favor. Lo único que me importaba era que mi madre no sufriera. Ella era una persona frágil, podía parecer frívola, pero era muy frágil. Y si ella se viera afectada de más por una situación así, jamás me lo perdonaría.
Después de otro año más de cargos y juicios, los mandatarios del Ministerio decidieron dejarme en paz y dedicarse a lo que realmente tenían que hacer: controlar el mundo mágico. Además con un Lucius Malfoy haciendo servicio comunitario, los magos podrían dormir tranquilos.
Y después, con mucho esfuerzo y más pruebas en mi camino, había logrado ocupar un lugar con el que mi padre hubiera soñado ocupar en sus días de engreído del Ministerio: jefe del Departamento de Misterios.
La oficina de Hermione se ubicaba en la segunda planta del cuartel general del Ministerio de Magia, mientras dos plantas más abajo se hallaba la mía; un nivel con corredores de paredes desnudas, sin ventanas o puertas excepto por aquella puerta plana negra al final del pasillo, y un corredor a la izquierda con escaleras que llevaba a los tribunales del Wizengamot. Aquel era un laberinto de estancias muy peligrosas, pero como yo era una persona peligrosa, eso para mí no representaba ningún problema.
El único problema en ese entonces era subir hasta su despacho, pues éste se encontraba en el mismo nivel que el Cuartel General de Aurores, donde odiosamente San Potter era el jefe, a pesar de sus cortos veintitantos años.
El burlar a todos se volvió en un pasatiempo, pues cada día ideaba nuevas formas y excusas para ir a verla, hasta lograr convencerla de que en mi Departamento habría menos gente y nadie nos molestaría.
No sé si me he adelantado en mi relato, o si las estoy confundiendo.
Pero para no hacerla más larga lo diré de una vez: Hermione y yo éramos amantes.
Como quise decir al principio, el comienzo de nuestra historia es muy confuso pues ella me ignoraba y yo la aborrecía con todo mi ser. Sin embargo, de la noche a la mañana algo cambió. Fue quizás el diario convivir, la tolerancia o el mudo pacto que teníamos por no insultarnos cada vez que nos veíamos, pero algo había cambiado en nuestro día a día. Cabe recalcar que eran muy pocas las veces que nos encontrábamos en algún corredor y menos las que nos saludábamos camino a nuestros despachos.
La odiaba, de veras que sí.
Pero al mismo tiempo la amaba.
Supongo que ésta es mi historia…
