Lily Luna Potter era la hija menor de una de las familias más ricas y famosa del mundo mágico, por lo tanto era normal suponer que la pequeña Lily, teniendo la familia que tenía, tendría gran interés en aprender magia y ser una gran bruja. Pero, la verdad era que la niña Potter no tenía ningún interés en ello. La magia no era algo que le llamara la atención.
Aunque esa no era la única razón, la más pequeña de la familia había conocida la verdad de su familia cuando apenas tenía ocho años. Cuando una periodista había logrado escabullirse a dentro de la casa, cuando el matrimonio se encontraba fuera. Había encontrado a la niña practicando con su violín en la sala del té, mientras sus hermanos estaba jugando videojuegos en el piso de arriba. Esa tarde fue cuando Lily se enteró de toda la verdad, y fue cuando supo que nada de lo que hicieran ella o sus hermanos, o incluso sus primos, lograría superar a sus padres. Esa noche fue cuando supo que tendría que cargar una mochila muy pesada.
La primera vez que la pequeña había hecho magia había destruido todos los vidrios de la escuela Muggle a la que asistía… Fue una suerte que nadie hubiera podido relacionarla a ella con ese incidente. Lily fue sacada de la escuela, al día siguiente... Desde entonces la pequeña Potter, no había tenido relación con ningún niño que no fuera de su familia.
Lily empezó a sentirse encerada...presa en su propia casa.
Ella tenía en sus hombros mucho más peso que el que cualquier niña de su edad debería cargar…
Cuando ella había cumplido los once años, y por fin llego su carta, ella estaba destrozada… Ya no había excusa que valiera, tendría que ir a Hogwarts, a Gryffindor y ser como sus hermanos, Unirse al equipo de Quidditch y ser la mejor. Mas no quería eso. Le aterraba volar y odiaba el rojo. No quiera ser como sus hermanos: James esforzándose siempre en ser el mejor y Albus tratando siempre de ser el héroe de los más pequeños…
Ella quería ser solo Lily… No quería que las personas se acercaran a ella solo por su apellido. Eso lo había jurado cuando recibió su carta. Un juramento silencioso que solo ella y su diario conocían…
Allí estaba ahora, caminando hacia su última oportunidad, de no estar bajo la sombre de su padre, o incluso de sus hermanos… Que el sombre seleccionador no la pusiera en Gryffindor.
Y su deseo fue cumplido, casi dos segundos después de que el sombrero tocara su cabeza, este grito:
-¡Slytherin!-
Una mínima sonrisa se extendió en su rostro y camino hacia su mesa en medio de aplausos y las caras desconcertadas de sus hermanos.
Ellos se tendrían que acostumbrar a que esa mueca de asombro fuera su expresión permanente porque su nombre seria una revolución y este solo era su primer paso en su legado.
Hogwarts podía esperar grandes cosas de ella...
