Hola, soy Tomoyo y este es el primer fanfic que escribo espero que les guste. Tengo planeado que sea una historia larga que contendrá Dino/Hibari/Yamamoto también tendrá Reborn/Tsuna/Gokudera y entre otras extravagancias que se me pueden ir ocurriendo.
Mokona: ¡A Tomo-chan siempre se le ocurren extravagancias!
Tomoyo: ¡No es verdad! ¿Y si así lo fuera que tal que a ellos les gusta?
Mokona: De acuerdo no perdemos nada con intentar
Tomoyo: Pero si tu no escribes nada. TTwTT
Mokona: Eso es porque yo soy tu inspiración OwO
TyM: Disfruten el capitulo.
***Namimori***
La primera vez que Hibari Kyoya se enamoro era muy joven, tan joven que le fue difícil descifrar que eran aquellos sentimientos que empezaban a golpear en su pecho. Pero estaba enamorado y juro nunca volverlo a estar…
Cuando Hibari apenas tenía diez años ya era diferente a los demás niños de su clase, se mantenía alejado y absorto en sus propios pensamientos, sumergido en un mundo en el cual solo el habitaba. Nunca necesito de nadie y según supuso nadie necesitaba tampoco de él.
Kyoya vivía en un pequeño pueblo llamado Namimori, un lugar donde todos sus habitantes se conocían cuando menos de vista, donde la paz y quietud reinaban como en el más bello cuento de hadas. A aquel pequeño eso le gustaba, especialmente porque podía ir a las afueras del pueblo cerca de unas vías del tren abandonadas cubiertas de musgo y plantas silvestres. Los arboles a su alrededor lucían majestuosos cubriendo el cielo con su imponente presencia. Era perfecto. A Hibari le gustaba sentarse bajo un farol descompuesto, adornado por una hermosa enredadera que florecía con campanillas amarillas que alguna vez juró podrían iluminar.
-Hola- le llamo un joven que aparentaba un par de años más que él. Hibari no respondió más que voltear a verlo con molestia pues invadía su pequeño frasquito lleno de ilusión.
-¿No hablas mucho?- sonrió de manera cálida y los rayos de sol que se colaban de la copa de los arboles se reflejaban en su cabellera dorada.
-¿Quién eres tú?-
-Mi nombre es Dino Cavallone- hablo posando sus hermosos ojos avellana sobre el infante. Aquel acto reflejo hiso que Hibari se perdiera por un segundo. ¿Acaso aquel extranjero era la luz que espero toda su vida? No, aquel jovencito de catorce años era más que una lucecilla que tintineaba al son de la voz del azabache, era el sol que salía triunfante a través de las nubes dejando aquellos ojos azules cegados por su inigualable brillo.
-Tú no eres de por aquí ¿verdad?- pregunto desviando la mirada, porque era un niño y poco sabia del motivo por el cual su corazón se acelero.
-Sí, recién me mude de Italia- afirmo sentándose al lado de su acompañante.
-No dije que pudieras sentarte-
-Tampoco me has dicho que me marche- sonrió de manera amable.
-Me voy- anuncio en tanto se ponía de pie.
-Espera, espera- pidió el rubio impidiéndole al paso –Acabo de llegar y no tengo amigos, no seas tan mal educado- volvió a sonreír y esa sonrisa a Hibari le tocaba el fondo de su ser, se le pudo ir la vida en unos instantes preguntándose el por qué, investigando el motivo y aun así no hubiera logrado darle un nombre a aquel sentimiento que se acababa de filtrar por su corazón.
-¿Qué quieres que haga?- pregunto el de cabellos oscuros cruzándose de brazos tras la insistencia del anterior.
-Puedes, ¿puedes decirme tu nombre?- aquellos ojos avellana se llenaron de decisión, tampoco comprendía lo que pasaba pero de lo que estaba seguro es que quería ser amigo de aquel chiquillo tan solitario.
-Hibari Kyoya-.
Cuando las temporadas pasaron aquel mágico lugar se tiño de blanco por la fría nieve, los rieles del tren brillaban congelados por finas capas de hielo, aquellas campanillas amarillas que se encontraban alrededor del farol ya no estaban, se encontraban dormidas esperando con paciencia la primavera.
-Kyoya, ¡Kyoya!- corría un rubio alegremente hacia aquel paraje, llevaba las mejillas sonrosadas por el frio y su rostro adornado con una cálida sonrisa que divergía entre aquellos matices y la calidez que su cuerpo despedía.
-¿Qué?- pregunto con simpleza.
-Como que "¿Qué?" hace un frio de los mil demonios y tu aquí. ¿Acaso quieres pescar un resfriado?- el rubio se notaba preocupado como si fuera el hermano mayor en busca del pequeño que ha salido a mitad de la tormenta invernal.
-Ese no es tu asunto- hablo falsamente indignado aunque en su interior sabía bien que aquellos finos rayos ya se encontraban brillando en su interior.
-Da igual vamos, te llevare a tu casa-. Dino tomo las frías manos de Hibari arrastrándolo hacia la ciudad, aunque fuera en contra de los deseos del oji-azul no podría dejarlo en aquel lugar, aquel chico claramente le preocupaba, cada célula en su ser gritaba con desesperación "protégelo". Quizá Dino Cavallone fue la única persona que siempre noto la fragilidad de Hibari, aquel blanco transparente que solo palidecía en su presencia y le había permitido albergar aquel cariño en su cuerpo.
-¿Qué haces?- pregunto Hibari afilando un poco su mirada cuando sintió que Dino colocaba algo sobre él.
-Estas temblando- afirmo el rubio cubriéndolo con su bufanda y después con su chaqueta.
-No me trates de esa manera- exigió golpeando la mano de Dino apartándola de él.
-¿Cuál manera?- Dino seguía sonriendo como cada día, con aquella luz que se atrevía a iluminarle los días, las noches y colarse hasta el rincón más oscuro donde Kyoya habitaba.
-No soy un niño- refunfuño el oji-azul y muy pronto una risa silente se escapo de los finos labios del mayor.
-Para mí siempre lo serás, aunque tengas veinte, treinta y los que quieras… Kyoya siempre será el mismo en mi corazón- Dino tomo las manos de Hibari y por un momento juro que pudo sentir que el interior de este se empezaba a derretir.
Hibari se estremeció pensando que fue por el frio, su cara se sonrojo y culpo a la ventisca. Sus ojos pudieron haberse cristalizado y bien poder culpar a la escarcha. Pero nadie tenía más culpa que aquella sonrisa mágica seguida de un "Hola" que atravesó la copa de los arboles como el más irradiante sol.
-Q-quítate, nos verán- bufo Kyoya en un patético intento de alejarse.
-Nadie nos ve- aseguro el rubio cuando entrelazo sus dedos, el vaho de sus respiraciones se mezclaba como la densa niebla que unía al amanecer.
-Pero…- sus replicas fueron calladas cuando os labios de Dino se posaron en la boca entreabierta de Hibari y la humedad de sus labios se fundió en un momento mágico. La nieve caria haciendo escarcha sobre su cabello, sus respiraciones quemaban en la boca del otro. Aquel beso había durado solo un par de segundos, pero lo suficiente para que Hibari supiera que aquel fue su primer amor, su primer beso y su primera ilusión.
-Te voy a querer siempre, aunque te mueras, aunque me muera- los ojos de Dino brillaron como estrellas cuando pronuncio aquellas palabras por qué lejos de ser falsas, lejos de ser la confesión de un niño de catorce años, eran la confesión de un alma que había encontrado la dicha y la gloria en la boca entreabierta de aquel niño al que acorralaba contra la pared.
Hibari recargo su cabeza en el pecho del rubio mientras este lo abrazo con fuerza y "Te voy a querer siempre" resonaba en sus oídos y su respiración quemaba el cuello de Dino...
Cuando Dino Cavallone cumplió quince años, apenas termino el invierno y las campanillas amarillas empezaban a revivir sobre el farol, se marcho de regreso a Italia. Hibari quedo como los rieles de aquel tren cubierto de musgo, quedo solitario y los rayos del sol jamás volvieron a atravesar la copa de los arboles.
-No quiero volverme a enamorar- susurraba entre su amargo llanto, porque era un niño que acababa a prender a amar y tan pronto se le había roto el corazón…
Espero que les gustara / y que le den una oportunidad a esta historia que va a tener muchas cosas hermosas, drama y sufrimiento de muchos personajes. Muchísimas gracias por su tiempo y el apoyo brindado. Les mando todas mis buenas vibras.
Mokona: ¡Yo también! Dejen comentarios si les gusto para poner a Tomo-chan a escribir el siguiente capitulo OwO
