Toda la historia peretenece a la increíble Jennifer L. Armentrout. Nombres de los personajes a la maravillosa Sthepenie Meyer.

Dos ideas se cruzaron por mi mente formando un espiral, no sabía si funcionaría o no, pero decidí intentarlo y aquí esta. Dos sagas de mis favoritas unidas. La primera: Twilight. La segunda: Lux. Talvez algunxs de ustedes no conozcan la segunda pero les aseguro que les va a encantar. Si no la han leído, pueden empezar ahora, con este fic o leyendo los libros. Toda la historia es completamente escrita por Jennifer L. Armentrout, hice los cambios en algunos aspectos físicos y, por supuesto, en los nombres de los personajes. Así que ya se hacen la idea de como va todo. Sin más que añadir, espero que les guste esta loca idea.

Summary: Cuando nos mudamos a Virginia Occidental justo antes del último curso de instituto, creía que me esperaba una vida aburrida, en la que ni siquiera tendría internet para actualizar mi blog literario. Entonces conocí a mivecino, Edward. Alto, guapo, con unos ojos verdes impresionantes… y también insufrible, arrogante y malcriado. Pero eso no es todo. Cuando un desconocido me atacó, Edward usó suspoderes para salvarme y después me confesó que no es de nuestro planeta.Sí, lo habéis leído bien. Mi vecino es un alienígena sexy e inaguantable. Resulta que, además, él y su hermana tienen una galaxia de enemigos que quieren robar sus poderes.

Y, por si fuera poco, ahora mi vida corre peligro por el simple hecho de vivir junto a ellos.

Capítulo 1

Me quedé mirando el montón de cajas que se apilaban en mi nuevo dormitorio mientras suspiraba por tener internet. No había podido actualizar mi blog desde que nos mudamos, y aquello era tan terrible como que me arrancarán un brazo o una pierna. Según mi madre, Bella's Krazy Obsession es mi vida. Yo no diría tanto, la verdad, pero es cierto que para mí es importante. Para ella los libros no significaban lo mismo que para mi.

Suspiré.

Llevábamos dos días aquí y todavía había mucho para desempaquetar. Odiaba ver cajas por todas partes. Eso me desagradaba incluso más que estar aquí. Por lo menos, desde que nos mudamos a la puritana Virginia Occidental, ya no me sobresaltaba ante cualquier crujido: aquella casa parecía salida de una película de terror. Hasta tenía una torre. Una escalofriante torre. ¿Para qué leches quiero yo una en casa?

Ketterman no era una población propiamente dicha; lo que quiero decir es que no es un pueblo «de verdad». El núcleo más cercano es Petersburgo, que como mucho tendrá tres semáforos en total... Está cerca de otros pueblos en los que seguro no hay ningún Starbucks a kilómetros a la redonda. No íbamos a recibir el correo en casa: tendríamos que ir en cache a Petersburgo y recogerlo allí.

La barbarie.

De repente, me asalto la idea de que Florida se había esfumado en la nebulosa de kilómetros que habíamos recorrido porque mamá quiso empezar de cero. No es que echará de menos Gainesville, el tiempo, mi antigua escuela o nuestro departamento... Me froté la frente con la mano mientras me apoyaba en la pared.

Echaba de menos a mi papá.

Y florida era mi papá. Allí había nacido y allí había conocido a mi mamá. Y todo había sido perfecto... Hasta que empezó a desmoronarse, los ojos me abrasaban pero me negaba a llorar, porque así no iba a lograr cambiar el pasado, y a papá no le habría gustado saber que yo todavía seguía con mis lloriqueos a pesar de que había pasado tanto tiempo. También echaba de menos a mamá. Añoraba a la madre de antes de que papá muriera. La que solía acurrucarse junto a mí en el sofá y leerme una de esas novelas tan petardas que tanto le gustaban, parecía que hiciera siglos de aquello.

Cuando papá murió, mamá empezó a trabajar de forma obsesiva. Antes siempre quería estar en casa. Después de que sucediera aquello, parecía que quisiera estar lo más lejos posible de nuestro hogar. Al final se dió por vencida y se decidio que teníamos que irnos de allí, muy lejos. Por lo menos, desde que vivimos aquí, parece que quiere estar más presente en mi vida, aunque siga trabajando como una esclava.

Había decidido hacer caso omiso de mi furia compulsiva interior y pasar totalmente de las cajas cuando percibí un aroma familiar. Mamá se había puesto a cocinar. Algo malo pasaba.

Baje las escaleras a toda prisa.

Allí estaba ella, delante de fogones, con su uniforme de lunares del hospital. Sólo mi madre es capaz de llevar lunares de los pie a la cabeza y estar guapa. Mamá tiene un precioso pelo rubio y liso y unos ojos color azul claro muy vivaces. Incluso con el uniforme puesto hacia que mis ojos grises y mi cabello castaño y molinete pareciera del montón. Además, yo soy... más redondita, por decirlo así, tengo las caderas más anchas, los labios carnosos y los ojos muy grandes, como de muñeca pepona (aunque a mamá le encantan)

Mamá se dió la vuelta y agitó la espátula de madera a modo de saludo, salpicando la cocina de huevo a medio cocinar.

—Buenos días, cielo.

Me quedé mirando aquel desorden, preguntándome cómo podría ofrecerme para arreglar aquel desastre sin herir los sentimientos de mi madre, que se estaba esforzando por parecer una de verdad. Aquello era un progreso enorme.

—Has llegado pronto a casa.

—Casi doble mi turno entre ayer y hoy. Me las he apañado para trabajar de miércoles a sábado, desde las once hasta las nueve de la noche. Así me quedarán tres días libres. Y estoy pensando en trabajar a tiempo parcial en una de las clínicas de por aquí, o quizá en Winshester. —Despego los huevos medio pegados de la sartén antes de colocarlos en dos platos y ofrecerme uno.

Ñam. Supuse que había llegado tarde para intervenir, así que me puse a rebuscar en la caja que estaba marcada como «Cuberteria y demás» .

—Ya sabes que no me gusta quedarme de brazos cruzados; por eso iré pronto a echarles un vistazo a esas clínicas.

Lo sabía, si.

Y también sabía que la mayoría de los padres preferirían cortarse un brazo antes que dejar a una chica adolescente siempre sola en casa; pero mi madre no era así. Confiaba en mi porque nunca le había dado ninguna razón para que pensará lo contrario. No porque yo fuera de las que nunca hacen nada... Bueno, vale, quiza si era esa la razón.

Supongo que soy aburrida.

En mi pandilla de Floria no era de las más calladitas, pero nunca faltaba a clases, sacaba buenas notas y era bastante buena niña. No porque me diera miedo desmadrarme o ser imprudente, sino porque no quería ser un problema más para mamá. Por lo menos, no entonces ...

—¿Quieres que vaya hoy a comprar? No tenemos nada de nada.

Asintió y se puso a hablar con la boca llena.

—Hija, estás en todo. Si pudieras ir a comprar sería genial. —Cogió el monedero de la mesa para sacar el dinero—. Con esto tendrás de sobra.

Me puse el dinero en el bolsillo de los vaqueros sin mirar cuanto me daba.

Siempre me daba demasiado; se pasaba tres pueblos.

—Gracias— le dije entre dientes.

Se inclinó hacia adelante con un brillo en la mirada.

—Bueno, bueno... ¿Sabes que esta mañana he visto algo que me ha parecido muy interesante?

—¿El qué? —De ella se podía esperar cualquier cosa.

—¿Te has dado cuenta de que tenemos por vecinos a dos chicos de tu edad?

El sabueso que llevo en mi interior se despertó de repente, levantando las orejas.

—¿Ah, si?

—¿Todavía no has salido de casa, ¿no? - Sonrió-. Y yo que pensaba que ya te habrías puesto manos a la obra para arreglar ese jardín tan ruidoso que tenemos ahí afuera.

—Tengo intención de arreglarlo, pero resulta que las cajas no se desempaquetan solas, ¿Sabes? —Le dedique una mirada mordaz. Adoro a mi madre, aunque era típico de ella que olvidara hacer tareas como esa. —En fin, dejémoslo y háblame de los chavales esos.

—Bueno; son dos, una es una chica que parece de tu edad, y luego está el chico... —Sonrío al ponerse de pie —. Esta como un tren.

Me atragante con un trozo de huevo. Que mamá hablará de los chicos de mi edad de esa manera me parecía muy fuerte.

—Ay, mamá, no digas que está como un tren, que es muy raro.

Mamá se aparto de la encimera, recogió el plato de la mesa y lo llevo al fregadero.

—Cielo, puede que sea mayor, pero te aseguro que mis ojos funcionan de maravilla; especialmente hace un rato.

Volví a sentir vergüenza.

—¿Es que tienes pensado volverte una asaltacunas? ¿Estás en plena crisis de los cuarenta y debo preocuparme?

Mi madre me miró por encima del hombro mientras aclaraba el plato.

—Bella, hija, espero que hagas un esfuerzo por conocerlos. Creo que sería bueno para ti que hicieras amigos antes de que empiece el instituto.—Se quedó callada un instante antes de bostezar.—Podrían enseñarte cómo es todo por aquí, ¿no?

Me obligue a no pensar en el primer día del colegio, en ser la nueva y todo lo que conlleva. Tire a la basura los huevos que no me había comido.

—Si, supongo que me vendría bien. Pero no pienso acudir a su puerta para suplicarles que sean mis amigos.

—No tendrías que suplicarles nada si te pusieras uno de esos vestidos tan bonitos de flores que llevabas en Florida en vez de eso que llevas. —Tiró del dobladillo de mi camiseta.— Solo tendrías que coquetear un poco.

Baje la vista, en mi camiseta se leía « MI BLOG ES MEJOR QUE TU VLOG » . Pues no estaba nada mal. ¿Que tenía de malo?

—¿Que prefieres, que me presenté en paños menores?

Se dió unos golpecitos con los dedos en el mentón.

—Eso si que sería una presentación que no olvidaría jamás...

—¡Mamá! —Le dije riendo. —¡Se supone que tendrías que gritarme y decirme que no es una buena idea!

—Cielo, ya sabes que sé que no vas a hacer ninguna tontería. Ahora en serio, haz un esfuerzo hija.

No sabía exactamente cómo debía llevar a la práctica lo de « hacer un esfuerzo » .

Bostezo otra vez.

—Bueno, cariño, voy a acostarme un rato para recuperar horas de sueño.

—Vale, yo me ocupo de ir a comprar comida. —Y quizá algo de abono y plantas. El jardín daba verdadera pena.

—¿Bella? —Mama se había quedado quieta junto a la puerta, con el ceño fruncido.

—¿Si?

Sus ojos se ensombrecieron

—Se que este cambio es difícil para ti, especialmente antes de tu último año de instituto, pero era lo mejor para nosotras. Estar allá, en aquel departamento, sin él... Había llegado el momento de que volviéramos a empezar. Es lo que tu padre habría querido.

El nudo en la garganta que creía había dejado en Florida había vuelto.

—Ya lo sé, mamá. Estoy bien.

—¿Seguro? —Apreto el puño. Los rayos de sol que se colaban por la ventana se reflejaban en la alianza dorada que llevaba en el dedo anular.

Asentí con la cabeza, en un gesto rápido, para tranquilizarla.

—Si. E iré a ver a los vecinos. Quizá puedan decirme dónde está la tienda. Y así haré un esfuerzo ...

—¡Me parece perfecto! Si necesitas algo, llámame, ¿Vale? —Los ojos de mi madre se volvieron vidriosos a consecuencia de otro bostezo—. Te quiero, cielo.

Antes de poder decirle que yo también la quería, ya había desaparecido escaleras arriba. Por lo menos mi madre estaba intentando cambiar, y yo estaba decidida a intentar encontrar mi hueco aquí.

No iba a esconderme en mi habitación, con el portátil, como mamá temía que hiciera. Aunque relacionarme con gente de mi edad no era lo mío. Preferiría leer un libro y rastrear en plan psicópata los comentarios que dejaban en mi blog. Me mordisqueé el labio. Oía la voz de mi padre, animandome con su frase preferida:

«Adelante, Bells, no seas una simple espectadora» .

Ergui la espalda. Papá no era de los que se quedaban viendo la vida pasar...

Y preguntar dónde estaba la tienda más cercana era una razón de lo más inocente para presentarme. Sí mamá no se equivocaba y aquellos chicos eran de mi edad, quizá mudarnos aquí no habría sido una cagada total.

Todo aquello era de locos, pero salí a toda prisa y atravesé el césped antes de tener tiempo de arrepentirme.

Subí de un salto al amplio porche, abrí la puerta de tela metálica, llamé a la puerta y me aparte antes de pasarme la mano por la camiseta para alisar las arrugas. «Todo controlado. Lo llevo bien.» Al fin y al cabo, preguntar por una dirección no tiene nada de raro.

Al otro lado se oyeron unos pasos contundentes y entonces se abrió la puerta y sin apenas darme cuenta me había quedado absorta contemplando un torso ancho, musculado... Desnudo. Baje la vista y creo que me quedé...sin respiración. Los tejanos le quedaban por debajo de las caderas, y dejaban al descubierto una fina oscura de vello que nacía debajo del ombligo y desaparecía bajo la cinturilla del vaquero. Se le marcaban los abdominales: tenía una tableta de chocolate perfecta y muy apetecible. No esperaba que un chico de diesiciete años — La edad que sospechaba que tenía— Estuviera tan bien formado... Pero, vaya, no pensaba quejarme. Además, me había quedado sin habla. Y no podía apartar la vista de allí.

Cuando logré que mis ojos se desplazaban en dirección norte, me encontré frente a unas pestañas espesas que abanicaban la parte superior de unos pómulos marcados y que ocultaban la parte de sus ojos al bajar la vista para mirarme. Tenía que saber de qué color eran.

—¿Necesitas algo? —Preguntaron, molestos, unos labios carnosos y muy besables.

Tenía una voz profunda y firme; de esas acostumbradas a ser escuchadas y obedecidas sin vacilación. Las pestañas se alzaron, revelando unos ojos tan verdes y brillantes que no podían ser de verdad. Eran de un tono esmeralda intenso que destacaba por contraste contra la piel bronceada.

—¿Hola? —Volvió a intervenir mientras apoyaba una mano en el arco de la puerta, inclinándose—. ¿Se te ha comido la lengua el gato?

Respire hondo y di un paso atrás. Note que me ponía roja como un tomate de la vergüenza.

El chico levantó un brazo para apartarse un mechon de la frente. Miró a lo lejos y después me miró a mi.

—Te lo voy a preguntar...

Cuando logré recuperar la voz quería morirme.

—Me... me preguntaba si sabrías donde está la tienda más cercana. Me llamo Bella, me he mudado a la casa de a lado. —Seguí divagando mientras señalaba a mi casa—Hace un par de días ...

—Ya lo sé.

—¿Ah, si? Pues vale. —Bueno, es que me preguntaba si alguien podría decirme dónde se llega a alguna tienda y quizá a algún sitio que venda plantas.

—¿Plantas?

No parecía que me estuviera haciendo una pregunta, pero yo me apresuré a responderle de todos modos:

—Si, es que tengo un jardín delante de ...

Se limitó a arquear una ceja desdeñoso.

—Ya.

Notaba que la vergüenza desaparecía y la rabia empezaba a ocupar su lugar.

—Bueno, verás, tengo que comprar plantas...

—Para el jardín, ya le he pillado.—Apoyo la cadera contra el marco de la puerta y se cruzó de brazos. Algo brillaba en sus ojos verdes. No era enfado; era algo diferente.

Respiré hondo. Si aquel tío me pegaba otro corte... Mi voz adoptó el tono que mi madre usaba cuando me veía jugar con objetos puntiagudos de pequeña.

—Me gustaría saber dónde puedo encontrar comida y plantas.

—¿Sabes que en este pueblo no hay más que un semáforo, verdad?—Arqueaba las cejas hasta el nacimiento del pelo, como si estuviera preguntándose cómo podía ser tan boba. Entonces supe porque le estaban brillando los ojos: se estaba riendo de mí, y encima, iba de superior por la vida.

Durante unos instantes no pude más que mirarlo. Probablemente era el tio más cañón que había visto en toda mi vida, pero era un cretino total. Ver para creer.

—Bueno, solo quería saber por dónde tenía que tirar. Veo que no he venido en el mejor momento.

Levantó la comisura de los labios.

—Nunca será un buen momento para que vengas a llamar a mi puerta, niña.

—¿Niña? —Repetí incrédula.

Volvió a arquear aquella ceja burlona que ya empezaba a odiar.

—No soy ninguna niña. Tengo diesiciete años.

—¿Ah, si? —Pestañeó.—Pues parece que tengas doce. Bueno, no; trece. Mi hermana tiene una muñeca que me recuerda a ti, con los ojos grandes y la expresión vacía.

¿Que le recordaba a una muñeca? ¡A una muñeca con la expresión vacía!

La ira se me agolpaba en el pecho y me subía por la garganta.

—Oye, vale; perdona por molestarte. No te preocupes: no volveré a llamar a la puerta de tu casa, créeme. —Empecé a darme la vuelta para marcharme y no sucumbir al imperioso deseo de partirle la cara. O ponerme a llorar.

—Eh— me dijo.

Me detuve en el escalón de abajo pero no quise volverme para que no se diera cuenta lo disgustada que estaba.

—¿Que?

—Vete a la carretera 2 y gira cuando llegues a la 220 en dirección norte; te llevará a Petersburgo.—Exhalo irritado, como si estuviera haciéndome un grandísimo favor—. Foodland está justo en el centro; lo verás seguro. Bueno, quizá a ti te cueste encontrarlo. Creo que está a lado de una ferretería. Allí encontrarás cosas para tus plantas.

—Gracias. — musité antes de añadir entre dientes— , gilipollas.

Soltó una carcajada.

—Eso no es propio de una señorita, gatita.

Me volví dando un respingo

—Nunca vuelvas a llamarme así —Le espeté.

—Es mejor que llamarle «gilipollas» a alguien, ¿no?—Salió por la puerta—.Que visita tan estimulante. La recordaré por mucho tiempo.

Aquello ya era suficiente.

—¿Sabes que? Tienes toda la razón. Mira que llamarte gilipollas... Esa es una palabra que no te define bien —Le dije sonriendo —: «Subnormal» te pega más.

—Conque «subnormal», ¿eh? —Repitió —Eres un encanto.

Levanté el dedo corazón.

Se rió de nuevo y agachó la cabeza. Un mar de mechones se deslizó sobre la frente y casi oscureció sus intensos ojos verdes.

—Que fina eres, gatita. Seguro que tienes una buena selección de gestos y de apodos interesantes que dedicarme, pero no me interesan.

En efecto, podría haberle dicho y hecho más cosas, pero me volví, muy digna y regresé a casa pegando unos buenos pisotones sobre el césped, sin darle el placer de saber lo enfadada que estaba. Antes siempre había evitado sacar la arpía que llevaba dentro.

Cuando llegue a mi coche, abrí la puerta con un gesto brusco.

—¡Hasta luego gatita! —Dijo riendose mientras daba un puertazo.

Unas lágrimas llenas de rabia y vergüenza me quemaban los ojos. Metí las llaves en el contacto y dí marcha atrás.

«Haz un esfuerzo» .

Me había dicho mi madre. Eso es lo que pasa cuando haces un esfuerzo.

Yyyyyyyy, eso es todo!!! Me dicen si les gusto la idea, ¿porfis? xD Mientras voy a seguir editando los siguientes capítulos. Gracias por leer :)

Obsidian. Twilight.