Plot: Han pasado apenas horas después de la desastrosa noche en la que Shilo Wallace perdió todo lo que le quedaba. Han pasado horas, pero ella siente que está atascada en el momento en el que su padre la abandonaba. (Aún no lo tengo muy claro, pero sé que me apetecía relatar algo sobre la vida después de la ópera y demás. Aún soy una novata, así que no me peguéis, que no sé cómo va esto, no es culpa mía D:)
Disclaimer: No, no tengo nada que ver con la creación de esta maravillosa obra de arte, dadle las gracias a Zdunich y a Bousman.
¿LIBRE AL FIN…?
Los flashes de las cámaras apenas le molestaban, y los gritos de la gente animándola, abucheándola o simplemente gritando su nombre, eran como simples susurros en sus oídos. Su padre acababa de morir en sus brazos, después de haberle confesado que él mismo era el motivo de la enfermedad que la llevaba atormentando diecisiete años -o lo que es lo mismo, toda su vida-, y su madrina estaba allí también, muerta, con el cuerpo roto, ensangrentado y colocado de manera casi grácil, ante sus ojos, atravesado en una valla metálica de attrezzo. Así que, no, mientras se dirigía a la limusina negra que la esperaba fuera y terminaba su última canción en la que había sido la ópera más sangrienta de todas, no pensaba en toda la gente que centraba su atención en ella, llena de sangre, pálida y con la mirada perdida, sino en lo que su padre le había dicho poco antes de morir: "ve y cambia el mundo por mí", y después, en lo que había pensado por un momento: "No será necesario, porque tú vivirás para cambiarlo conmigo". Segundos después, su padre cerraba los ojos e iniciaba el viaje que lo conduciría a la paz, haciendo que su única hija perdiese esperanza.
No se dio cuenta de que estaba frente al coche, quieta, mientras muchos espectadores callejeros se quedaban en silencio, admirando su quietud y serenidad. Reaccionó cuando alguien le abrió la puerta de la limusina y entró, despacio, sentándose en el centro, mientras el chófer cerraba la puerta que le había abierto y se iba al asiento delantero. Aún dentro de aquel largo y cómodo coche, Shilo no se sentía demasiado bien. Ni siquiera sabía por qué había subido al coche ni a dónde la llevaba. No siguió dándole vueltas a ese asunto, pero sí al asunto de cambiar el mundo. "¿Cómo se supone que debo hacer eso?", pensó, inspirando fuertemente y aguantando la respiración varios segundos, antes de expulsarla, aliviada. Conforme iban avanzando, el vacío que la joven sentía en su pecho crecía más y más, y el coche se hacía pequeño por momentos.
Las calles parecían más húmedas, oscuras y tétricas que de costumbre, y eso hizo que las caras de su padre agonizando y la de Mag, sin ojos y ya sin expresión, apareciesen en su mente de nuevo, atormentando sus pensamientos, haciendo que se sintiese culpable. Le lloraban los ojos, le escocían las heridas que se había hecho en las palmas de las manos al caer en el escenario, y le dolía el cuerpo en general, aunque eso era por culpa de la medicina que su padre había estado administrándole durante años; era, básicamente, una droga. Al dejar de tomarla, su cuerpo la pediría, y Shilo no podía conseguir más, ni sabía de dónde diablos la sacaba su padre.
De un momento a otro, el coche había parado, y Shilo bajó de él cuando una voz robótica anunció: "Hemos llegado a su destino, Sta. Wallace: Casa de los Wallace". No quería saber más de robots de GENEco, o de GENterns, o de lo que estuviese relacionado con la compañía en general, simplemente quería saber qué era lo que sentiría al entrar en casa y no ver a su padre, lo que sería no ser un bicho encerrado en una jaula de plástico nunca más. Lo que sería apañárselas sola. Abrió la verja con cuidado, entrando por donde horas antes, Mag se había presentado en su casa, y en su mente podía ver la escena de nuevo, al mismo tiempo que ella misma avanzaba, como una sombra de lo que Mag fue. Entró en la casa, con la llave que su padre siempre decía, escondía bajo un jarrón enorme junto a la puerta, en una rendija del suelo. Le pareció enorme, enorme y silenciosa, tétrica y llena de recuerdos, de cuadros de su madre por todas partes.
Subió lentamente a su dormitorio, sin apoyarse a la barandilla de la escalera, queriendo esperar a llegar allí para desplomarse. Cuando llegó al rellano, vio que su padre había dejado la llave que cerraba su dormitorio puesta, y eso la alivió. Al menos un poco. Oía algo: una especie de sonido agudo y repetitivo, molesto. Entró para averiguar qué era. La máquina que le recordaba cuándo debía tomar su medicina, pitaba como loca, y el monitor, enchufado pero sin nadie a quien diagnosticar, se había vuelto loco y marcaba demasiadas estadísticas sobre un cuerpo que no estaba ahí a la vez.
Miró a su alrededor, al caos que reinaba allí, y entonces pensó en todo lo que había ocurrido, en todo lo que había pasado ahí dentro, siendo prisionera de las mentiras tejidas por Rotti Largo y por su padre. Sus ojos, llenos de lágrimas desde hacía bastante, dejaron derramar lágrimas, una tras otra, mientras se acercaba a los monitores y las máquinas con furia y arrancaba los largos enchufes con fuerza, gritando mientras los sollozos hacían que pareciese, iba a ahogarse. Maldecía con fuerza, sin importarle quien la oyera, y acercaba las máquinas en una misma dirección: la ventana. Una por una, las tiró todas, hasta que su cuarto parecía el de una chica de diecisiete años cualquiera. Exceptuando el plástico que tapaba su cama, como una burbuja, segura y transparente, desde la que podía ver lo que la rodeaba, pero no explorarlo.
Se acercó a la cama y cogió la cortina con decisión, con la mano hecha un puño. Cuando llegó el momento de la verdad, Shilo sintió que quería ser un bicho, y que quería meterse en la cama y no salir de allí en mucho tiempo, que quería morir, acompañar a lo que le faltaba, abandonar el vacío que sentía en su estómago. Apartó un poco la cortina, se sentó en el borde de la cama y muy despacio desabrochó las botas que llevaban horas molestándole, dejándolas bajo la cama. Sin quitarse siquiera el vestido, y aún llorando, apagó las luces y se metió bajo las sábanas blancas de la enorme cama, para seguir llorando y lamentándose. Podía oír ruidos fuera, ruidos de coches, de bocinas, ruidos que emitían los anuncios de la calle, en los enormes carteles flotantes o que colgaban de los edificios.
Parecía que todo quería gritar, romperse o llorar por la pérdida, y aunque parecía no ser demasiado, para cualquiera que lo oyese por la televisión, la radio o lo leyese esa noche, Shilo Wallace lo había perdido todo.
N/A: Bueeeno, pues eso es todo por ahora. ¿Qué hago? ¿Lo sigo? Reviews, son como zydrate, dear readers *O* !
