Disclaimer: Los personajes que reconocen pertenecer a Hiro Mashima, todo lo demás es de mi autoría.
Nota autora: Esta historia es para Luciel-san, quien hizo la petición de una historia basada en los años 20 de los Estados Unidos de cualquier pareja a nuestra elección (yo escogí GaLe) y que fuese desde el punto de vista del chico. Me ha encantado la temática, así que tomé la petición. ¡Espero te guste! Los capítulos serán de extensión regular y la historia lo más probable es que también, no soy buena escribiendo historias muy largas 7u7 lo siento; pero ten por seguro que lo hice con amor :D! Mi gran inspiración fue la canción de Taylor Swift, Wildest Dreams, pero no sé si tiene mucho o poco que ver, no se basen en ella.
.
Wildest Dreams
.
Preludio.
Antes de su llegada a los Estados Unidos, solo había soñado con una vida llena de oportunidades, tanto de trabajo como de bienestar. Desde Europa, luego de la gran guerra, lo único de lo que se hablaba era del popular estilo de vida de los norteamericanos. De lujos, carros, casas, vida que todos desean tener; los felices años 20. Eso, había sido el motor de arranque de muchos europeos a movilizarse de sus tierras para vivir la gran vida.
Lo que nunca imaginó es que al llegar a Chicago nada de lo que había deseado se pudo cumplir. Tratado de manera hostil por ser inmigrante —sin siquiera poder disimularlo por no tener los rasgos valorados y característicos de los habitantes de ese país—, se había visto forzado a tomar cualquier trabajo necesario para poder subsistir.
Años más tarde a su llegada, por la gran inmigración producida en los Estados Unidos, concadenó un gran revuelo entre los políticos y la clase alta republicana, lo que recayó finalmente en la creación de varias leyes prohibitorias. Entre ellas la prohibición de inmigrantes asiáticos, latinos y algunos europeos (daba las gracias de haber podido salir antes de la dictación de la ley). Otra gran prohibición, la cual si agradecía, era la llamada "Ley Seca"; esta prohibía tanto el consumo como la venta y fabricación de alcohol, y las consecuencias de esto —especialmente en Chicago— fue la creación del contrabando, el mercado negro, las bandas y la mafia. Ahí, justo en ese punto, es cuando agradecía la creación de la Ley Seca, ya que por ella tenía trabajo, dinero y un porvenir más o menos estable junto a una familia escogida por él.
La Ley Seca produjo el desencadenamiento de las bandas y la mafia. Una de las grandes familias mafiosas era la que se conocía como Fairy Tail —un nombre bien extraño para una familia mafiosa, pero corrían rumores que la nieta menor del jefe había insistido mucho con ese nombre—.
Esa noche era una de tantas en donde estaba trabajando. Montado en una lancha, propiedad del mafioso más grande de Estados Unidos, descargaba cajas de ron traídos de afuera junto a un par de compañeros. Su larga melena oscura se mimetizaba con la oscuridad y sus ojos rojos afilados estaban atentos a cualquier movimiento extraño. Vestido con ropas sueltas y con mucho uso, daban cuenta de su posición social, pero el arma escondida entre ellas le daba el poder necesario para defenderse.
Luego de años de sufrimiento y buscando como ganarse la vida, agradecía haber llegado a Chicago, ya que era el punto álgido del contrabando de alcohol. Al estar geográficamente situada en la zona central del país y al fondo del lago Michigan, era fácil manejar lanchas con las cajas del preciado líquido.
De lo que había que cuidarse, además de la policía, eran las bandas enemigas; pero para Gajeel Redfox eso no era problema, ya que una de sus aficiones eran las peleas callejeras; si un idiota quería enfrentarlo, bienvenido sea. Tena puños de hierro y, a veces, era literal gracias a sus manoplas adquiridas con el pago de uno de los contrabandos realizados.
Terminado su trabajo con el cargamento de licores, se subió a la parte trasera del automóvil que cargaba todo. Junto a él iban dos compañeros de trabajo y el chofer del auto. Debían llevar las botellas al almacén del jefe, cobrar su pago y finalmente volver a la pieza que actualmente arrendaba. Esperaba que esa noche acabara tranquila, pero nada aseguraba que así fuera, por lo menos no hasta que llegaran al almacén designado.
En la mitad de la noche se sentía el fuerte sonido del motor. Dentro del carro, por el camino irregular, se sentía el tintineo de las botellas al chocar unas con otras. Al ser pasada la media noche, no había nadie en las calles. La mitad de los habitantes debían estar durmiendo y, la otra mitad, metida en los bares consumiendo el mismo licor que estaban contrabandeando.
Él estaba de misión esa noche. Todos estos individuos eran nuevos en el trabajo y por supuesto ninguno de ellos tenía idea de que estaban siendo vigilados de cerca. Entrar a la mafia no es fácil, como tampoco es fácil salir de ella. El chofer y el copiloto iban conversando sobre el encargo realizado y la facilidad de como había resultado. Junto a él, el compañero sentado a su lado, se sobaba las manos de manera insistente sin decir una palabra. Esto le pareció bastante extraño ya que no hacía frío, lo más probable es que no lo dejarían continuar.
Gajeel pronto pudo divisar el almacén donde siempre dejaban las botellas. Fuera del recinto, había un hombre muy corpulento en la entrada sentado en una silla. Junto a él se encontraban tres hombres más de figuras delgadas.
Uno de los hombres delgados sacó una llave grande tratando de parecer amenazante. El hombre corpulento se levantó de su asiento e hizo señas para que el auto se detuviera y se identificaran. El coche se detuvo a una distancia prudente. Gajeel conocía ese hombre: Elfman, era una de las cabecillas que cuidaba los almacenes; se sabía que poseía mucha fuerza, era muy fiel —como todos los reales pertenecientes a Fairy Tail—, pero también se rumoreaba que era muy blando al tomar decisiones. Su hermana mayor, Mirajane, estaba casada con el nieto del jefe, por ello es que estaba donde estaba, el hecho de ser blando en este tipo de trabajos, no ayuda.
—Traemos el encargo de las 12 — dijo el chofer a media voz alzada, sacando su cabeza por la ventana.
El grandote asintió con la cabeza y ordenó que abrieran la puerta de la bodega. Todos los cargadores se dispusieron a iniciar con la última parte de su trabajo, descargar las cajas de licores dentro del almacén. Acabaron tan rápido como las fuerzas se lo permitieron. Ya llegaba el momento final: el pago.
El pago significaba muchas cosas, aparte del dinero. Aquí es donde se ponía buena la cosa, ya que era momento de decidir quien se quedaba y quien no volvía más a ese lugar —y el no volver implicaba no quedar vivo—. Generalmente muchas bandas enemigas intentaban infiltrar subordinados suyos para sacar información y finalmente eliminar a los líderes. Eran pequeños kamikaze. La única manera de saberlo —por lo menos en esa instancia— era de mala manera.
Las luces del almacén repentinamente se apagaron y el pánico de los nuevos no se hizo esperar. Gajeel y Elfman solo se hicieron a un lado y dejaron que los demás se encargaran. Max, Warren, y Alzack colocaron bolsas de genero en las cabezas de los nuevos y se los llevaron a un cuarto aparte. Ahí serían las interrogaciones y ver que cosas decían bajo presión.
—Sigue sin gustarme esto— dijo Elfman, con gotas de sudor en su frente, mientras las luces volvían al hangar.
—Tzch, hay que hacerlo por el bien de la familia— respondió Gajeel, cruzado de brazos y con la mirada en el suelo —. Uno de ellos no va a salir de aquí.
En la puerta continua se podían escuchar explicaciones a gritos, súplicas alzadas, encomendaciones a Dios. A la par se escuchaban las amenazas, golpe en las mesa ya sea de manos pidiendo explicaciones o metales pesados calmando la insolencia. La cosa se estaba poniendo fea.
—El maestro te ha enviado una nueva misión— dijo repentinamente Elfman, rompiendo el silencio entre ellos.
Del bolsillo de su pantalón, Elfman, sacó un sobre blanco un poco arrugado. Se leía su nombre con la pulcra letra de Mirajane, ella escribía las cartas del jefe. Gajeel lo tomó, lo abrió y leyó su contenido. Luego de leerlo detalladamente un par de veces más, sacó una caja de fósforos y prendió fuego al papel.
Se escuchó un disparo seco. Uno había caído, ya no había vuelta atrás.
—Gi-hihi, te dije que uno no iba a volver— dijo Gajeel, repentinamente más contento ¿cómo no estarlo? hacía tiempo que no tenía una misión interesante.
Como se dijo antes, Fairy Tail es una de las familias mafiosas más grandes de Chicago, por tanto, no le era indiferente ni las bandas enemigas —las cuales eran controlables— y mucho menos la policía —ahí radicaba un buen problema—. Es por ello que debían contrarrestar las fuerzas policiales. No era una tarea fácil, ya que no se puede llegar y matar a rienda suelta a todo el sector policial, ni mucho menos el FBI; pero sí era factible atacar desde el núcleo, es decir, a quien tienen el control sobre ellos y mueve los hilos para hacerle difícil la vida a la mafia; y no había nada más desesperante para un padre que perder a su preciosa hija, ¿no?
¿Intrigados?
¿reviews?
¿:D?
