Una nueva oportunidad
Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen, son de la grandiosa Rumiko-sensei.
Prólogo
—¡Inuyasha! —gritó Kagome, sintiendo su corazón latiendo con cada vez más fuerza debido al miedo—. No —susurró sin aliento, mas con sus últimas fuerzas volvió a alzar su voz—. ¡No puede ser! ¡INUYASHA!
Al abrir los ojos Kagome no encontró frente a ella la cabellera blanca de Inuyasha o sus ojos dorados perdiendo su luz o su traje rojo que ocultaba su sangre, sino el simple y familiar techo de su habitación.
A Kagome le tomó unos segundos procesar dónde estaba y cuando lo hizo, rogó internamente no haber gritado de nuevo a causa de sus persistentes pesadillas o que, al menos, nadie se hubiese despertado por su culpa.
Consciente del acelerado palpitar de su corazón, Kagome cerró sus ojos y se concentró en respirar pausadamente, esforzándose por calmarse por completo antes de levantarse.
Le tomó varios minutos conseguirlo y una vez lo logró, giró su cabeza y parpadeó un par de veces antes de fijar su mirada en el despertador, una de los pocos objetos nuevos en su habitación, pues su madre lo había comprado para remplazar el anterior, el cual Inuyasha había roto.
Kagome inclinó su cabeza un poco, viendo de reojo la perla de Shikon que permanecía colgada en su cuello y sin pensarlo, apretó sus puños.
Aquella joya que tantos deseaban había cambiado su mundo, la había llevado a conocer a personas que nunca dejarían de ser importantes para ella, la había llevado hasta Inuyasha, quien nunca dejaría de ocupar un gran lugar en su corazón.
Y también se lo había quitado, le había traído el sufrimiento que seguía atormentándola y a diferencia de Inuyasha, la perla de Shikon seguía allí, bajo su cuidado aun cuando no quería tenerla cerca.
¿Acaso tenía otra opción?
No.
Kagome sabía eso bien y sin poder contener una mueca amarga, abandonó su cama.
No importaba qué tan temprano fuese, que el sol apenas comenzase a asomarse en el firmamento, pues ella sabía que, aunque lo intentara, no conseguiría volver dormir.
Kagome salió de su casa media hora después, tras una ducha corta y un desayuno que no era más que media tostada y un poco de jugo de naranja, mucho antes de que su familia se levantara.
Aunque ellos se había acostumbrado a su nueva rutina, la preocupación de todos era obvia y Kagome prefería evitar los intentos de conversación de su abuelo, las miradas preocupadas de Souta y la forma en que su madre ponía una mano sobre su hombro cada vez que la veía y le recordaba que ella estaba ahí si quería hablar.
Al igual que todas las mañanas, Kagome se dirigió a las escaleras que la llevaría fuera del templo, decidida a no pasear su mirada ni a detenerse, mas sin poder evitarlo, su atención terminó en el gran árbol que se encontraba a poca distancia del pórtico, donde había conocido a Inuyasha en otra época.
Allí había comenzado todo.
Kagome sonrió con tristeza y miró de reojo hacia la estructura que ocultaba el pozo, el cual incluso ahora continuaba conectando ambas épocas aun cuando no había nadie que lo cruzara.
Al fin de cuentas, después de lo sucedido Kagome no había deseado regresar y ni siquiera el echar de menos a Sango, quien la había consolado la última vez que se habían visto, y a sus demás amigos era suficiente para hacerla cambiar de idea.
Si regresaba, tendría que luchar de nuevo, proteger la perla con su vida y tragarse el temor de que ella y quien la ayudase podrían terminar muertos tarde o temprano.
¿Y cómo confiar en lo contrario ahora que Inuyasha no estaba?
Deseosa de no pensar más en eso, Kagome se obligó a caminar a paso rápido rumbo hacia su colegio, solo mirando de reojo la tienda en la que Inuyasha había comprado una gran cantidad de ramen, el canal que había atravesado cargada por Inuyasha, la estación a la que había corrido para presentar un examen antes de que Inuyasha viniese por ella.
Era tan imposible evitar esos lugares que tantos recuerdos le traían como lo era extrañar a Inuyasha y esos tiempos, en los que la felicidad estaba ahí, siempre presente, aun cuando los muchos problemas no lo hacían obvio.
Kagome sostuvo la perla entre una de sus manos por un segundo y tras un largo suspiro, se esforzó en enfocarse en el ahora.
Una vez terminaron las clases, Kagome rechazó una invitación de Hojo-kun e inventó una excusa para no ir a estudiar con Ayumi y las demás en un puesto de comida rápida.
Se sentía agotada pese a que el día había transcurrido sin incidentes y deseosa de volver a casa y cerrar los ojos con la esperanza de dormir y no soñar. Pese a eso, Kagome no fue directo hacia a su habitación y en cuanto trepó las largas escaleras del templo, se movió de manera automática, como si una fuerza magnética la estuviese arrastrando, hasta el pozo.
Solo fue una vez que estuvo observando hacia su fondo que se percató de ello y se sostuvo apoyando sus manos en el borde al tiempo que cerró con fuerza sus ojos
No estaba lista para esto.
El solo estar ahí la hacía pensar en esa última batalla...
Naraku había concentrado sus ataques en Inuyasha.
A pesar de que Sesshômaru también continuaba luchando en pie, Naraku se había limitado a distraerlo con cientos de demonios menores, como si quisiese probar primero usando a Inuyasha la fuerza que la perla de Shikon, ahora completa y en sus manos, le había dado.
La diferencia de fuerza no había acobardado a Inuyasha, pero su desventaja era obvia y una y otra vez Kagome tuvo que verlo esquivando a duras penas cada ataque, sufriendo heridas menores que por su cantidad comenzaban a ser preocupantes.
Aunque Sango estaban inconsciente y tanto Miroku como ella estaban heridos, incapaces de ayudar, Kagome no perdió sus esperanzas, mas estas menguaron cuando un nuevo ataque de Naraku desarmó a Inuyasha, enviando a Tessaiga a varios metros de distancia de él, contra un árbol en el que se clavó.
—¡Kagome-sama, cuida a Sango! —pidió Miroku, corriendo de inmediato hacia la espada.
Estaba claro que planeaba recuperarla y lanzársela, mas pese a que Naraku no se preocupó en atacarlo por ello, Miroku no logró hacerlo, débil como estaba debido a la gran cantidad de veneno que había absorbido con su Kazaana.
Si tan solo ella pudiese hacer algo...
Kagome alzó su brazo izquierdo, decidida a ignorar el gran corte que Naraku había logrado hacerle y apuntar su arco hacia aquel demonio, mas su determinación no fue suficiente y con un gemido de dolor, Kagome lo dejó caer.
Y además tenía que seguir protegiendo no solo a Sango, sino también a Rin.
Aunque Naraku no había logrado usar a la pequeña como escudo gracias a la pronta acción de Sesshômaru, no habían logrado sacarla y Rin estaba inconsciente, quizás debido al veneno que había inhalado.
—¡Kagome!
El grito de Inuyasha hizo que Kagome volviese a concentrarse en la batalla y vio a Naraku arremetiendo contra ella y tras él, Inuyasha corría con todas sus fuerzas, olvidando su espada y el peligro de los otros demonios que Naraku estaba manipulando.
Kagome se tensó, consciente de que Naraku la alcanzaría antes de que Inuyasha lo hiciera. No podía moverse a no ser que dejase atrás a Sango y a Rin, por lo que solo podía esperar un milagro.
Cerrando sus ojos y deseando poder usar su poder espiritual para crear una barrera que las protegiera, Kagome aguardó el impacto que acabaría con su vida, mas este nunca llegó.
—¡Kikyo! —El nuevo grito de Inuyasha le explicó qué había sucedido aun antes de abrir sus ojos y cuando lo hizo, solo lo confirmó.
Kikyo estaba frente a ella, con una última sonrisa —para Inuyasha— en su rostro pese a que Naraku había logrado atravesar su pecho.
Quizás eso no habría sido suficiente para detener el ataque de Naraku, mas según cayó, su cuerpo desboronándose y sus almas abandonando su cuerpo y dirigiéndose hacia Kagome, una gran barrera se formó a su alrededor, manteniendo a Kagome y a quienes estaban cerca de ella a salvo.
Naraku maldijo por lo bajo y retrocedió, pero Inuyasha, por su parte, continuó avanzando, sus ojos tornándose rojos al tiempo que un gruñido desgarrador escapó de su garganta.
—Inuyasha... —susurró Kagome, impotente ante lo que estaba ocurriendo.
Ante la ausencia de Tessaiga y el dolor de perder de nuevo a Kikyo, la sangre de youkai se había apoderado de Inuyasha.
Y después...
Kagome solo podía recordar el olor metálico de la sangre, a Inuyasha atacando a Naraku con una ira desenfrenada y un resplandor opaco que la cegó.
¿Qué había pasado exactamente? El no saberlo le causaba una desagradable inquietud.
Aunque Kagome sentía sus mejillas húmedas que evidenciaban las muchas lágrimas que había llorado ante aquel recuerdo, no pudo hacer nada para detenerlas y dejó escapar un sollozo ahogado.
La batalla y su resultado era un recuerdo amargo que solo se hacía peor porque la esperanza que ella había sentido el momento en que había despertado y encontrado la perla de Shikon en sus manos se había hecho trizas.
No solo la perla traía desgracias, ella no podía contener su poder y si la usaba y todo salía mal, quizás esta vez perdería a todas las personas que le importaban.
¿Y que querría Inuyasha? ¿Preferiría volver a la vida o que ella no lo arriesgara todo por él?
La incertidumbre la detenía tanto como el temor que le producía el poder de la perla.
Tras tomar una bocanada de aire, Kagome usó sus manos para secar sus lágrimas.
Sabía que llorando no conseguiría nada, que por Inuyasha mismo ella tenía que continuar con su vida... pero eso era imposible, especialmente si no enfrentaba lo sucedido, si continuaba evitando la realidad y deseando al menos poder olvidar.
Kagome volvió a abrir los ojos y miró hacia el fondo del pozo, del que provenía una suave brisa como si quisiese invitarla a saltar...
En un impulso, Kagome dejó caer su maleta fuera del pozo y luego se impulsó con sus brazos y se dejó caer.
Era hora de volver, de ver a sus amigos y recordar para comprender qué había ocurrido exactamente.
Salir del pozo sin ayuda no fue un trabajo fácil y le tomó varios minutos, mas una vez lo logró, Kagome descubrió que nada había cambiado.
El claro en el que se encontraba el pozo seguía rodeado de unos pocos árboles verdes, cuyas copas parecían rojizas gracias al brillo del sol poniente y lo único que se podía escuchar era el sonido del viento contra las hojas.
Aferrándose a la tranquilidad que brindaba tal lugar, Kagome empezó a andar en dirección a la aldea.
¿Acaso Sango continuaba allí, viviendo junto a Miroku? ¿Y cómo se encontraba Kaede? ¿Shippo los visitaba ocasionalmente?
El solo pensar en eso e imaginar la sorpresa de todos cuando la viesen allí logró que Kagome se permitiese una pequeña sonrisa y tras unos minutos, se decidió a acelerar su paso, queriendo llegar antes del anochecer aun cuando todavía no sabía qué les diría.
Ni siquiera sabía qué había cambiado en el tiempo de su ausencia, si Miroku había logrado convencer a Sango de casarse con él y dejar la exterminación para ocuparse en algo más seguro, si ella había logrado superar el vacío que había dejado la muerte Kohaku y todas las heridas no solo físicas que habían dejado la batalla o si la extrañaba tanto como Kagome había extrañado a Sango.
Parte de la respuesta a su primera pregunta llegó cuando apenas comenzaba a vislumbrar las primeras casas de la aldea, frente a las cuales una figura conocida se encontraba mirando el atardecer.
—¡Sango-chan! —gritó Kagome, corriendo hacia ella.
Sango se levantó de un salto, sorprendida, mas de inmediato corrió hacia ella mientras movió su mano en un gesto de saludo.
—¡Kagome-chan!
Cuando se encontraron, Kagome notó las lágrimas en los ojos de Sango y sin pensarlo dos veces la abrazó con fuerza, sintiendo también cómo sus ojos se aguaban.
Aunque solo habían pasado meses desde la última vez que se habían visto, se sentían como años.
—¡No has cambiado en nada! —dijo Sango cuando se separaron y le sonrió, gesto que Kagome imitó.
—Tú tampoco has cambiado, Sango-chan—contestó y no pudo evitar buscar la respuesta a otra de sus dudas—. ¿Y Miroku?
La sonrisa de Sango se tornó tranquila, cariñosa, claramente dedicada a Miroku a pesar de que el monje no estaba allí.
—Fue a su ronda por la aldea para prevenir cualquier ataque —contestó Sango y con un gesto la guió hacia la aldea.
Caminaron despacio, hablando de los últimos sucesos, del matrimonio de Sango y Miroku, de la decisión de ambos de quedarse en esa villa, de la buena salud de Kaede, quien comenzaba a bromear que superaría los cien años.
En ningún momento mencionaron a Inuyasha.
Era demasiado pronto.
