Veo explosiones brillar a mí alrededor, veo Vipers y Raiders luchar como si todos fueran pequeños insectos que se mueven velozmente para matarse los unos a otros. El resplandor de las llamas ahogadas rápidamente por la falta de oxígeno varía en su gama de colores, del rojo al azul, de una forma casi imposible de seguir para el ojo humano. Mintiendo a nuestros sentidos, convenciéndoles de que en realidad quieren ver otra cosa, haciéndoles creer que el fuego dorado está más cerca de lo que de verdad está.

Y yo no puedo meterme ahí, no con mi pájaro, el pájaro negro es bueno para unas cosas, pero para otras podría acabar muerta. Y ahora no quiero morir, no ahora que he dado un paso, que definitivamente me he decidido a caminar, aunque no tenga claro en qué sentido lo estoy haciendo, aunque lo único que tenga claro es que él se encuentra en el camino que he decidido tomar.

Miro por la ventana de la cabina en la que me encuentro metida, una explosión gigantesca inunda el cielo y yo rezo con todas mis fuerzas para que los míos estén a salvo, para que las llamas se traguen a las máquinas que nos han aniquilado y salven con su fuerza a los pocos que quedamos vivos.

Es como una gran colmena, en su interior repleta de celdas, celdas llenas de abejas que se alimentan de los fluidos que recubren toda la anatomía de ese gran insecto gigante que es la Nave Resurrección. He podido ver los pasillos que como laberintos llenan todo ese amasijo de cables, nervios, venas y sangre. Si los Raider han resultado ser como animales metálicos, ¿por qué esa nave no iba a ser igual?

Me siento asqueada ante la visión de su contenido tanto como de su continente. Filas y filas de mujeres desnudas, en tanques de suspensión, posiblemente esperando ser llenadas por el cerebro de sus otras copias ya sueltas por el universo. "Si tu cuerpo humano muere, tu consciencia será enviada a un nuevo cuerpo." Son como muñecas fabricadas en serie de una extraña colección nunca puesta en venta.

La nave ya casi es historia. Sonrío. Miro el Dradis aliviada, segura de haber realizado mi trabajo con éxito, sabiendo que cuando vuelva a Galactica podré volver a cenar con él, aunque me mire con gesto extraño al no comprender el motivo de mi cambio de actitud. Pero de repente algo me golpea como un puñetazo, algo se suelta en mi subconsciente y me indica que algo va mal.

No veo su nave reflejada en el Dradis, su Viper ha desaparecido. Contacto con el puente de mando, furiosa con ellos por haber permitido que esto haya ocurrido. Le busco en la oscuridad, guiada por las explosiones que aún se mantienen en el cielo, dándole colores a la nada que me rodea. Intentando que esas luciérnagas artificiales me digan dónde puedo encontrar al gran Apollo.

Apollo, el dios del sol, es imposible que siendo un dios su sol se haya apagado, es impensable que eso pueda llegar a ocurrir algún día. Pero no puedo dejar de pensar que es posible que eso haya ocurrido hoy.

Y veo su asiento flotar frente a mí, él sujeto con fuerza por los arneses, los hierros de su nave perdidos ya hace demasiado tiempo. No puede morir, no puede caerse del cielo, antes prefiero quemarme en uno de esos fuegos, que ver cómo se apaga ante mis ojos.