Disclaimer: Naruto no me pertenece, sino a Masashi Kishimoto. Ya te lo sabes que hago esto sin fines de lucro.
Notas: Nuevo fic, espero que les guste. La idea nació cuando después de un par de años me volví a encontrar con esa imagen del viejito tomando un café pendiente, y dije, "Haré un fic lindo sobre esto". Y ya sé que tengo otros fics que actualizar (Ella y su oscuridad), pero la verdad es que este fic tiene como dos años guardados y en vista de que la sección KakaHina está muy solitaria, decidí subir de una vez el fic. Van a salir más personajes como Itachi, Kisame y otros Akatsukis. ¿Ideas, peticiones? Las pueden dejar en un review.
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Café para los pobres
Capítulo 1: Un café pendiente
A veces Hinata se preguntaba cómo es que la cafetería familiar lograba salir adelante si había días en que ni las moscas se paraban. Se llenaba de estrés mirando las cuentas que tenía que pagar, la pila de trastos que había por lavar, y la montaña de libros y cuadernos que debía estudiar para antes de las doce de la noche. Pero de repente Hanabi le daba un golpecito detrás de la cabeza cuando la veía pensativa mirando la nada, y le decía que ya había lavado los trastos y que mejor se fuera a estudiar, que ella atendía la barra.
Hoy era uno de esos días en que la mente de Hinata se llenaba de preocupación, pero Hanabi no estaba para espabilarla. Se había salido temprano porque tenía que entregar el proyecto final de su clase y probablemente llegaría tarde porque ni siquiera lo había empezado. Lo iba a iniciar y finalizar en la biblioteca de la secundaria y se había ido temprano para alcanzar una mesa, ya que como eran los últimos días de clase aquél lugar se volvía intransitable.
El día estaba húmedo y algo fresco, las nubes grises amenazaban desde ayer y el reporte meteorológico pronosticaba una tormenta eléctrica para la noche de aquél día. Normalmente con ese tipo de clima la cafetería tenía al menos unas cinco mesas ocupadas, pero era raro, pues no había nadie desde en la mañana. Hinata supuso que probablemente la razón era que ese día era lunes. Y los lunes no son muy queridos por la gente. Ni para trabajar, ni para estudiar o presentar exámenes, ni para salir de casa. O al menos eso decía su amiga Ino.
El reloj análogo de la pared indicó que eran las seis en punto y posteriormente el reloj de cuco dejó salir un pajarito cantor de color amarillo, reiterándole que la hora de cerrar estaba próxima, pues como el negocio estaba posicionado en un barrio bajo, era preferible cerrar a buena hora para evitar problemas. Usualmente se esperaba una hora más, pero empezó a llover de repente y también a tronar, así que la chica del extraño cabello berenjena se levantó de la silla que estaba tras la barra y se encaminó hacia la puerta cristalina del lugar. Estaba por cambiar el letrero de posición para que dijera "Cerrado", cuando de pronto un hombre alto apareció al momento en que un rayo luminoso casi cegó a la joven dependienta.
Hinata se sobresaltó y emitió un grito ahogado. El hombre remojado levantó una mano, diciendo "Hola", y ella amablemente le abrió la puerta para que pasara una vez que se calmó.
—Lo siento, ¿estabas por cerrar? ―preguntó él mientras se colocaba a un ladito de la puerta para no mojar el piso rojo. Estaba hecho una cubeta de agua, le escurría lluvia por todos lados; de su raro cabello platinado y sus ropajes haraposos. Su indumentaria consistía en un pantalón de vestir color negro y roto de las rodillas, una camiseta de resaque color blanca… o más bien blanca con manchones entre marrones y negros. Sus pies estaban "protegidos" por unos zapatos cafés que estaban tallados por todas partes y despegados de la suela por la parte frontal.
—Claro que no. ―sonrió la muchacha del cabello suelto y largo quien tenía un mandil blanco con holanes en los lados. Usaba un vestido lila con mangas de tres cuartos y le llegaba a la mitad de las rodillas. Sus zapatillas negras eran de charol y estaban tan bien lustradas que hasta te podías reflejar en ellas ―. Adelante ―Lo alentó y ella fue tras la barra ―. ¿Qué va a pedir?
—Oh, pues… verás… ―Él no se movió de su lugar por miedo a ser molesto y mojar más el piso. Suficiente era que su intención no fuera monetaria, sino más bien caritativa. Bajó la mirada hacia el suelo, sintiéndose un poco avergonzado, pues era la primera vez en su vida que pedía una limosna. Hinata en seguida reconoció ese gesto. Lo había visto tantas veces y hacía que el corazón se le estrujara de manera dolorosa.
—Déjeme revisar, esto… creo que me quedaban dos cafés pendientes y rebanadas de cheesecake ―Hinata sacó una libretita de su delantal y la empezó a hojear, entonces le sonrió al señor ―. Sí, efectivamente, me queda un último café pendiente y una rebanada de cheesecake.
El hombre peliplateado sonrió de medio lado sin saber qué decir. Qué suerte tenía.
—Tome asiento, por favor ―Le indicó la barra pero él siguió sin moverse.
—Pero… ―Miró el agua que ya había dejado por allí. Hinata lo entendió.
—Oh, n… no se preocupe por eso ―Negó con la cabeza ―. Es solo agua ―Le aseguró.
El hombre, un poco reticente aún, caminó hacia la barra y se sentó en una de las sillas de asiento circular que no tenían respaldo, apoyando sus codos en la mesa. La dependiente se dio la vuelta para servir el líquido caliente de la cafetera puesta en una taza blanca de tamaño grande. Lo puso frente al cliente junto con una cucharita, la azucarera y una jarrita de leche. Mientras se iba hacia el refrigerador de medio uso para sacar el pay, el hombre aprovechó para tomar la taza de café y sentir la calidez entre sus manos, hacía tanto tiempo que no tenía frente a él comidas o bebidas calientes, y sentir esa taza de café entre sus manos le hizo sentirse tan pequeño, tan frágil. Visto de un punto impersonal, aquello se veía patético, pero lo cierto es que solo él sabía todo lo que había pasado en ese último año y ahora se daba el derecho de sentirse débil al estar dentro de aquél local tan hogareño resguardándose del frío octubre y de la húmeda lluvia.
—Se… señor, ¿se encuentra bien? ―La pequeña dependiente de ojos lilas lo encontró vagando por el pasado y en seguida su voz regresó al cliente a la realidad.
—Sí. ―contestó mirando el café entre sus manos.
—Aquí está su rebanada, q… que la disfrute ―Le entregó una mediana rebanada de pay. El hombre tenía tanta hambre que quería devorársela en ese instante, pero su orgullo y sus modales le dijeron que no podía hacer eso frente a la joven que tan amablemente lo estaba atendiendo, así que se gobernó a sí mismo y comió con tranquilidad. El dulce pay le caló bastante en las encías, pero no lo dejó entrever, pues siguió con su rostro normal; entre indiferente y triste.
Hinata se volvió a sentar en la silla de antes y vio por la puerta cristalina la lluvia que arreciaba sobre la ciudad. Esperaba que su hermana estuviera bien, normalmente salía hasta las ocho de la tarde, pues estaba en el turno vespertino, pero cuando pasaban esos fenómenos meteorológicos era común que en las instituciones educativas dejaran salir temprano a los alumnos o simplemente suspender las clases por mayor seguridad.
Podría hablarle al móvil, pero no tenía crédito en su teléfono, ni Hanabi tenía para comunicarse con ella, así que solo oraba al cielo que su hermanita estuviera bien, aunque no es como si le preocupara mucho, pues no estaba sola ya que sus amigos siempre estaban con ella; Konohamaru, Moegi y Udon. Konohamaru era un niño de buena familia y cuando había ese tipo de clima le pedía de favor a su padre que fueran a dejar a Hanabi hasta su casa, y el padre del chico amablemente lo hacía.
—¿Cuál es su nombre, señor? ―inquirió mirándolo. Su codo estaba recargado en la mesa y en su mano apoyaba su mentón.
—Hatake Kakashi.
—Un gusto. Yo soy Hinata. Uhm, no lo había visto por aquí.
—Eso es porque antes vivía en otra parte de la ciudad. Me vine para acá porque las cosas son muy baratas. Además, aquí no me tratan como un apestado. ―Siguió comiendo su postre y el café mientras Hinata lo contemplaba. Era verdad. La gente usualmente se alejaba de personas diferentes, personas tatuadas, sucias o mal olientes. Pero ella lo sabía más que nadie debido a tantas historias que llegaban a ella en el café que esas personas no estaban así por gusto, sino por alguna tragedia o alguna deuda que no pudieron pagar.
—El café pendiente. ―dijo ella ―. ¿Cómo se enteró de él? Si… si no es mucha molestia.
—Por supuesto que no. ―sonrió levemente, ella era curiosa. Una persona que no había visto. Era bella, cándida. A veces hablaba normal y otras veces tartamudeaba dulcemente ―. Estaba durmiendo en la plaza y tenía mucho frío, desde ayer no había podido comer nada hasta que un anciano se acercó a mí y me dijo que había una cafetería donde podía obtener un café pendiente.
Hinata sonrió. La historia iba a llegar a su parte favorita. Todos coincidían en esa parte.
—Y yo le dije, ¿qué es un café pendiente? Él dijo, un cliente normal paga cinco cafés y se lleva solo tres. Los dos que restan se convierten en cafés pendientes de preparar para las personas que no puedan comprar uno. También a veces pagan postres o comida, aunque raras veces. Por unas horas me resistí a venir pero… pues ―rió ligeramente ―, tenía hambre y ya no sabía qué hacer.
La sonrisa de la dependiente se fue difuminando ligeramente ante la última frase del hombre. Si ella se sacara la lotería o hubiera nacido millonaria no dudaba en que saldría todos los días a repartir comida y bebidas, cobijas y hasta ropa para las personas necesitadas. Lamentablemente el destino la había hecho de clase media y no podía permitirse ese lujo, tenía que pagar dos colegiaturas, la de su hermana y la de ella misma, y ya con eso las utilidades del negocio se recortaban bastante.
Era curioso la diferencia que hacían unos simples papeles impresos de colores.
—Muchas gracias ―Terminó Kakashi ―. Me has salvado la vida. Esto me dará muchas energías ―Se tocó el estómago mientras sonreía.
—No es nada.
El hombre de cabello plateado se levantó de la silla, tomó unas servilletas y secó el asiento forrado de hule, después las tiró en la papelera cercana.
—Ya me tengo que ir, en verdad muchas gracias, señorita Hinata ―Juntó las palmas de las manos y le hizo una reverencia.
—¡Oh! Espéreme aquí, por favor. ―Anunció con prisa mientras se bajaba del asiento y corría a un lado donde estaba una puerta. Se metió por allí y después de unos segundos regresó toda ajetreada con un paraguas en mano ―. Está poquito roto de una orilla, pero le servirá. E… es el único que tengo. ―dijo avergonzada, entregándole el artículo, pero Kakashi se hizo para atrás, negando con la cabeza.
—No puedo aceptarlo, ya has hecho demasiado por mí. Más que cualquier otra persona.
—No he hecho nada, un cliente fue quien pagó su comida. El paraguas es mi ayuda para usted, tómelo, por favor ―Lo instó con una sonrisa.
Kakashi, inseguro, lo aceptó. Era negro y estaba largo, incluso se veía grande.
—Bueno, pero te lo devuelvo mañana, señorita Hinata ―Le prometió ―. Muchas gracias. Hasta luego.
Hinata asintió y el hombre alto y delgado salió del local haciendo sonar las campanillas de la puerta. Lo vio abrir el paraguas y refugiarse bajo él de la inclemente lluvia. Suspiró y mentalmente oró para que el hombre pasara bien la noche. Después se dispuso a cambiar el letrero a "Cerrado" de una buena vez, pues ya estaba oscuro, cuando de pronto vio que un auto blanco se estacionaba frente a la cafetería y de él bajó Hanabi corriendo. Inmediatamente Hinata le abrió la puerta y su hermana se metió volada al local. Ambas dijeron adiós con la mano a Konohamaru y su padre.
—¿Cómo te fue? ―preguntó Hinata finalmente cerrando el local con llave y otros seguros que tenía la puerta.
—Bien, alcancé a entregar el proyecto a tiempo ―sonrió y después su vista se fijó en el suelo mojado hasta dar con la barra donde había un plato usado y una taza ―. ¿Se acaba de ir un cliente? ―Levantó una ceja.
—Oh, sí.
Hanabi caminó hacia el libro donde llevaban las cuentas para revisar las ventas de ese día mientras Hinata iba hacia atrás para buscar el trapeador.
—Nee-chan. ―Arrastró las palabras en un tono cansado ―. ¿Cuántas veces te he dicho que si no hay cafés pendientes, no se dan cafés pendientes? ―La regañó ―. A este paso vamos a quebrar.
—Lo siento ―Se escuchó la voz de Hinata adentro hasta que salió para secar el piso ―. El hombre… Oh, Hanabi, lo hubieras visto. Sus zapatos… y su ropa… tenía hambre. Cuando preguntó tímidamente si había un café pendiente no pude decirle que no.
—Tú vas a ser la culpable de que este negocio se vaya por la borda. ―Negó con la cabeza, decepcionada, Hinata se quedó viéndola sintiendo un poco de culpa ―. No tienes remedio, nee-chan ―Sonrió de repente.
Hinata limpió el agua hasta dejar todo limpio y Hanabi lavó los trastos usados de ese día. Tenían la ventaja de que su casa estaba detrás de la cafetería, conectada por medio de una puerta, así que no tenían que salir para nada, por suerte, ya que aparte de ser un barrio bajo, ya estaba oscuro. A eso de las ocho de la noche las luces de la cafetería se apagaron.
Mañana sería un nuevo día.
