Análisis

Hacía anotaciones para no olvidar cómo era y qué acostumbraba hacer. Y es que, en teoría, era un suplicio suponer estar dormido un tiempo y que al despertar el mundo del día anterior se desfigurase como una acuarela hasta acabar en la nada. Lo terrible era, entonces, que la sangre seca y el dolor de la última vez perduraban intactos (él no), junto con el aroma de su cuerpo y el de alguien más (¿de quién, de quién, de quién? Si estoy tan solo aquí que…) frases hirientes en la parte posterior de su cabeza resonando, el recuerdo de una tonada inexacta y un último golpe. Siempre se preguntaba cómo terminaba aceptando las órdenes de un jefe al que nunca había visto más que en sus pesadillas calcinadas. Entonces el sonido de un teléfono sonando llenó el ambiente. Razonable.