Cocoon
Paraíso Unipersonal~
-Capítulo 1-
Disclaimer: Los personajes son propiedad de sus respectivos autores. No busco un fin comercial al usarlos, si no satisfacer un fin meramente ocioso.
Cocoon. Lit.-"Capullo":
-Sust.- Dícese de la cubierta hecha de hilos blandos y suaves que envuelve y proteje a determinados insectos durante el período de pupa, mientras se convierten a su forma adulta.
-Sust.- Un lugar seguro y tranquilo.
-V.- Dícese de la acción de proteger a alguien o algo del dolor o de una situación desagradable.
—Bueno, creo que es aquí…
La noche en la que Nanako llegó al Santuario era sorpresivamente calurosa, como si eso predijera el impacto que iba a causar en la vida de Mu. No había ni una sola nube, y podían apreciarse las estrellas en todo su esplendor.
—¿Cómo será Mu…?
Él era feliz, dentro de su ignorancia y timidez. Era puro.
Se sentía especial, único…
—¿Cómo será…?
Desde que Saori se había contactado con él para informarle que estaría recibiendo a alguien en su casa, Mu tuvo el presentimiento de que todo iba a ser diferente, pero no terminaba de comprender el alcance que eso implicaba. Sentía que las cosas iban a cambiar, pero no creía que aquella experiencia podría terminar afectándolo tanto. La única certeza que Mu tenía era que aquella persona se llamaba Nanako.
Por eso, cuando el Caballero de Aries pudo sentir su presencia detrás de la puerta de entrada, cuando pudo sentir su ansiedad, su miedo, sus dudas; cuando pudo escuchar sus pensamientos entrelazados con curiosidad, no titubeó ni un solo segundo al recibirla. Después de todo, él también estaba ansioso… Quería conocer a aquella persona que le estaba generando todos esos sentimientos.
Grande fue su sorpresa al darse cuenta de que Nanako era una mujer.
Nanako fue avasallante desde el primer momento en que la vio. Saludándolo con un gran abrazo, como si lo conociera de toda la vida, sin demostrar miedos; totalmente abierta a la experiencia. El hecho de que demostrase tanta confianza lo intimidaba ya que no estaba acostumbrado a tanta cercanía física. Después de todo siempre había estado él solo –sí contaba con sus amigos Caballeros… pero nunca con una mujer.
—¡Mu! Me alegra mucho conocerte. — le dijo, mirándolo fijamente a los ojos con una sonrisa de oreja a oreja.
—A mí también, Nanako. — le respondió, alejándose unos centímetros.
Necesitaba respirar.
—¿Sabes, Mu…? Cuando venía hacia aquí sentía mucha ansiedad. Pensaba que quizá eras un hombre malo, alguien que me diera miedo… Pero con solo verte sé que no eres ese tipo de persona. Me das mucha tranquilidad.
Aries la miró notablemente incómodo. Apenas se conocían y ya estaba haciendo esos juicios sobre su persona… y aparte hacía mucho calor. Rápidamente decidió que lo mejor sería acompañarla a la habitación que le había preparado, así podía ir por un poco de aire. Respondió con silencio a cada uno de sus comentarios, cada vez más frecuentes.
—Ya veo, eres del tipo silencioso…— se rió suavemente.
—Ah, yo no-…— él debía admitir que lo tomó por sorpresa.
Así de fácil y rápido pudo romper el hielo.
Así era Nanako… y Mu había perdido la batalla.
Cuando él se levantó el día siguiente la luz del sol entraba por entre las rendijas de la ventana. Iluminaba su habitación de manera muy cálida, casi como acariciando el interior, era un regalo para sus ojos cansados y adoloridos. Anoche le había costado mucho dormir… la presencia de Nanako en su casa era por demás extraña.
—¿Tardaré mucho en acostumbrarme…?— pensó.
Tenía la sensación de que el "evento especial" ni siquiera había comenzado aún... la razón por la cual Nanako había venido hacia su casa: el Templo de Aries.
—Honestamente, no sé en qué estaba pensando Saori…— se agarró la cabeza, visiblemente molesto.
Miró hacia adelante con sus ojos perdidos en la puerta, pensando en que ellos siempre fueron sus peones, sus más ardidos protectores, sus guardaespaldas, prácticamente sus juguetes favoritos a la hora de canalizar su placer, perverso… aquella vulnerabilidad que la excitaba a la hora de caer presa de sus enemigos. Esas costumbres masoquistas les amargaron la vida tantas veces que de sólo recordarlo su cabeza da miles de vueltas. Si ellos eran hombres, prácticamente Santos, destinados al confinamiento, aquí en el Santuario… ¿por qué de un día para el otro se le ocurrió meter una mujer en su casa? No se supone que ellos siendo Caballeros tengan contacto con ninguna mujer exceptuando a Saori o a lo sumo las amazonas... y ni siquiera podía considerarlas una mujer mientras usasen su máscara. Mu bien sabía que hasta ahora había elegido acatar el celibato quizás a falta de alguna oportunidad que valiese la pena, pero era el único caballero que hacía caso a esa vieja regla.
Se llevó una mano a la sien, frotándola: no le estaba haciendo bien pensar tanto en esas condiciones. Y aparte, por más que no le gustara la idea… él tampoco había rechazado a Nanako cuando llegó- lo que seguramente significaba que, aunque le costara admitirlo, él también estaba expectante. Recordó cómo se le aceleró el corazón al verla en la puerta, sorprendido al darse cuenta de que debería convivir con una joven.
Cansado ya de pensar tanto, se vistió y se dirigió hacia el comedor. Miró la hora -1 del mediodía- y suspiró… con todas las cosas que habían pasado no se había percatado de lo hambriento que estaba. Ahora que estaba más tranquilo podía sentir el delicioso aroma que venía de la cocina.
—Buen día… — balbuceó un poco avergonzado. Nanako estaba cocinando.
Finalmente, tras respirar hondo, el ariano se sentó en una de las sillas del comedor y pudo observarla un poco más… aunque estaba de espaldas a él. Sobre sus ropas llevaba puesto su delantal de cocina amarillo, y su largo y ondulado pelo marrón caía sobre el meciéndose con suavidad sobre sus caderas.
—¿Dormiste bien, Mu…? — Nanako preguntó de la nada, sacándolo de su ensimismamiento. Se había dado vuelta y lo miraba.
—S-sí, pude descansar algo. — respondió él, fijando la mirada en la mesa instintivamente.
—Me alegra mucho saber eso. — habló ella, acercándose con parsimonia hacia el Caballero. — Sabes Mu, ya que vamos a vivir juntos de ahora en más, pensé que sería una buena idea cocinar algo para ti... para que podamos acostumbrarnos de a poco e ir conociéndonos. — dejó el plato de pasta sobre la mesa y se sentó a su lado.
—Gracias. — dijo Mu tímidamente.
—No hay nada que agradecer… — Nanako le contestó suavemente, sonriendo.
Él agarró los cubiertos, visiblemente nervioso por su cercanía. ¿Era realmente necesario que se acerque tanto? ¿No podía simplemente sentarse en la silla de enfrente, o mejor aún, quedarse donde estaba mientras cocinaba? No hacía falta estar tan pegados para poder charlar… Pero, realmente, ¿estaban tan cerca como Mu creía? ¿O simplemente era su imaginación, visiblemente perturbada por la presencia de esta mujer extraña? ¿Por qué se estaba sintiendo tan cálido todo…?
Giró su rostro hacia ella y si, realmente estaba cerca, mirándolo fijo a los ojos casi como en trance. Esa calidez que sentía provenía de su mano, la cual se encontraba sobre la rodilla izquierda de Mu, acariciándola con la yema de los dedos. ¿Cómo podía emanar semejante calor una mano tan pequeña? Sus pupilas, dilatadas, no se desviaban de los ojos del ariano y por unos segundos se sintió instantáneamente atraído, como si una fuerza invisible lo empujase hacia ella. Realmente era la primera vez que se sentía de esa manera.
Nanako suspiró profundamente y mientras miraba la manera en la que ella relamía sus labios –casi en cámara lenta– las manos de Mu se aflojaban, dejando caer los cubiertos sobre la mesa. Estaba tan cerca, a milímetros de su rostro… el calor subía con parsimonia hacia su muslo, sintiendo como la punta de sus dedos pretendía hundirse en la entrepierna. ¿Por qué? ¿Por qué estaba pasando esto?
¿Realmente era esto lo que él quería?
Anoche, al abrirle a Nanako… al ver que era una joven, ¿era esto lo que estaba esperando?
¿Por qué se sentía tan incómodo?
—Me gustas mucho… — ella le susurró al oído, acariciándolo con cada palabra. Mu se estremeció involuntariamente al sentir el roce suave de sus labios. — Realmente me gustas, Mu… — su corazón palpitaba cada vez más fuerte, tan intensamente que sentía que iba a explotar… otra vez le estaba costando respirar.
El ariano se levantó bruscamente, causando que Nanako se sobresalte y se resbale de la silla. Algo dentro de él comprimió su pecho, sintiendo una poderosa fuerza en su interior que le indicaba que se aleje.
—Lo siento mucho.
Mu pudo ver cómo los ojos de ella se oscurecieron en segundos, llenándose de vergüenza y otros sentimientos que no supo o no quiso interpretar.
Si bien Mu se encontraba abierto al amor, no quería que fuese esa la manera en la que se entregase a otra persona, dejando de lado aquellos ideales propios de su vida como Caballero, así lo había decidido hace mucho tiempo. Todas esas horas en las que se mantuvo apartado no pudo evitar debatirse constantemente: ¿debía priorizarse cómo humano o debía continuar abandonándose? Aquellas dudas sólo le traían dolor y mucho sufrimiento, no solía encontrarse preso de semejante dualidad… había trabajado mucho en lograr suprimir todo eso y de un día para el otro la persona por la cual se sacrificó todo este tiempo mandó todo por la borda, vaya a saber por qué razón egoísta. ¿Por qué estaba haciéndole esto Saori? Mu moría de ganas, pero tenía terror a perder aquella estabilidad que había logrado conseguir con esfuerzo, sentía terror de perder el control de su vida.
Quizás era inmaduro, pero lo único que pudo hacer fue pretender que nada había sucedido: Nanako no existía, nunca entró a su casa. Sabía que era evitar la realidad pero así se mantuvo durante varios días, consciente de que iba a llegar a un límite, de que aquel papel no era infinito… él ya estaba contaminado, y no tan al fondo como creía.
Aquella noche también hacía mucho calor, pero era particularmente insoportable. Sabía que Nanako había salido por lo que el ariano pensó que sería un buen momento para escabullirse al baño y tomar una ducha, necesitaba refrescarse un poco y el sudor ya se estaba tornando molesto. Aunque él no quisiera admitirlo desde aquel incidente no podía dejar de pensar en lo sucedido y, tal como en días anteriores, se sumergía bajo el agua a reflexionar, deseando que la corriente se llevase sus preocupaciones.
—Ah… no…
A lo lejos Mu pudo escuchar la voz de Nanako, proveniente de la habitación de al lado… Sintió la presencia de alguien más en su casa. Alguien más. Era un hombre. Otro caballero se encontraba en su casa con Nanako. Alguien más… alguien que no era él.
—…-o, aquí no podemos… basta…— llegó a escuchar mejor al cerrar las canillas.
Luego quedaron en silencio los tres por unos segundos. Hasta que su mundo se vino abajo al escuchar su voz nuevamente, emitiendo los que parecían ser gemidos de placer.
Salió del baño lo más discretamente que pudo para volver a su habitación, que estaba a unos pocos pasos de distancia… miró de reojo el pasillo y había una fina rendija de luz proveniente de la alcoba que utilizaba Nanako, causando que la curiosidad se apodere de su interior.
Mu ya se sabía perdido mientras se acercaba sigilosamente hacia la puerta. Ya podía escuchar con claridad, pero a estas alturas estaba destrozado por dentro, se encontraba aturdido y aunque ya sabía qué era lo que estaba pasando necesitaba verlo con sus propios ojos. Su corazón necesitaba reencontrarse con aquello que reprimía y su cuerpo solamente quería sentirse humano, quería sentirse libre aunque sea una vez.
A pesar de haberlo deseado tanto, ver a Nanako siendo penetrada por otro hombre fue muy difícil y aquello no radicaba precisamente en un sentimiento romántico, si no que repercutía en cuestiones más oscuras que estaban desbordando al Caballero de Aries. ¿Por qué otro hombre? ¿Por qué no era él quien embestía su interior…? Si él quisiese, claramente podría ser él quien estuviese penetrándola.
Perdió la noción del tiempo, arrodillado frente a la rendija con lágrimas en los ojos. Con una erección que no se iba, la cual lo hacía sentir vacío y pleno al mismo tiempo, mientras observaba cómo se desarrollaba aquella escena de la cual formaba parte en su propio universo, de una manera voyeurística. Los ojos de Mu estaban perdidos en sus espaldas: el Caballero de Escorpio la tomaba por detrás entre sus brazos, sin ningún dejo de amor, moviéndose de manera brusca anticipándose al final.
—Voy a acabar… — mencionó entre jadeos, aumentando el ritmo.
Aries mordió su labio inferior, no tan inconscientemente como creía. Su corazón arremetía contra su pecho con una fuerza que jamás había sentido.
— ¿Te gusta adentro…? — fanfarroneó Milo con voz ronca.
Nanako giró su cabeza hacia atrás para poder mirarlo mejor, asintiendo entre gemidos. Sus ojos se cruzaron con los de Mu por primera vez en días y no se separaron por algunos segundos, mientras Milo llenaba su interior con un gruñido, que de disimulo no tenía nada.
Habiendo finalizado el acto Aries sabía que debía marcharse lo más pronto posible, por lo que se levantó y despacio se dirigió nuevamente a su habitación.
—¿Cómo era tu nombre, nuevamente…? — fue lo último que escuchó antes de encerrarse en su pieza.
Al cerrar la puerta sus rodillas se doblaron automáticamente y comenzó a llorar como jamás lo había hecho en su vida… se sentía libre por primera vez en tantos años. Ahí abajo estaba su erección: inamovible, poderosa… junto con sus manos pudo ayudarse a reconocerse, sintiéndose único pero a la vez común, seguido de aquella inevitable explosión sobre estimulante de humanidad. Ya extenuado procedió a acostarse directamente, tal como había sido traído al mundo.
Deseaba guardar esa sensación para siempre.
—¿Mu…?
Temprano en la mañana, Mu abrió los ojos al sentir la voz de Nanako. Todavía estaba algo aturdido.
— Sé que no quieres pero, ¿podemos hablar?
El caballero de Aries procedió a levantarse de la cama y se acercó a la puerta con paso lento, para abrirle a Nanako.
—Voy a pasar. —dijo ella.
Nanako entró con decisión pero no esperaba encontrar a Mu de pie frente a ella… el hecho de verlo completamente desnudo la descolocó un poco e instintivamente miró hacia un costado.
—Lo siento. — balbuceó Mu, mientras colocaba la toalla de la noche anterior sobre sus caderas.
—Ah, no, no hay problema… es tu casa después de todo, si así lo deseas puedes estar desnudo. —le respondió ella, volviendo a la normalidad.
Mu se sentó en el borde de la cama, dispuesto a escucharla.
—Siento mucho lo de anoche, no deberíamos haberlo hecho aquí. Fue un error.
¿Era eso lo que quería decirle? Mu se sintió algo decepcionado, pensando que mejor debería disculparse por haber descolocado su cabeza y su vida… pero, ¿por qué debería reprocharle? En realidad, aquello tampoco era su culpa. A decir verdad no era culpa de nadie: él mismo lo había elegido y él mismo ahora se estaba arrepintiendo.
—Bueno… — mientras él estaba ensimismado en sus pensamientos, Nanako se sentó a su lado. — Me gustaría que ha-
—¿No te incomoda? — Mu la interrumpió de golpe.
—¿Qué cosa? —le preguntó ella, mirándolo dubitativa.
—Lo que hiciste conmigo. — pensó él, pero nuevamente reconoció que no debía reclamarle nada. — Lo que hiciste anoche con Milo. Ni siquiera sabía tu nombre.
—No, para nada —admitió, riéndose. — ¿Debería incomodarme…? — susurró, acomodándose un mechón de pelo por detrás de la oreja mientras lo miraba a los ojos. — Mu. —continuó mirándolo fijamente, con una sonrisa en sus labios. —¿Qué color de ojos tengo?
—No entiendo a qué viene eso. — respondió él a la defensiva. La pregunta lo había tomado por sorpresa.
Por supuesto que sabía qué color de ojos tenía Nanako, cualquier persona que la hubiese visto por lo menos unos segundos sabría…
— ¿Entonces? — Nanako insistía, aun sonriendo.
…Pero lamentablemente, esa persona no era él.
— ¿Qué te hace pensar que eres diferente a Milo? — espetó, ya sin sonreír.
Mu sintió un baldazo de agua fría en todo el cuerpo.
—Ustedes los moralistas… —suspiró. —…a veces pueden ser muy hipócritas.
Nanako tenía razón, él la había visto anteriormente e incluso en ese momento se encontraba allí, sentada a su lado… pero realmente nunca la había mirado. Y en ese mismo momento algo se terminó de desbloquear dentro de él.
—Tus ojos… —comenzó a hablar Mu, pausando por unos segundos para tomar aire. — Tus ojos son color miel. Sonríen. —reconoció con la voz levemente temblorosa.
Nanako acercó una de sus manos a la del Caballero de Aries y la tomó con delicadeza, atrayéndola hacia una de sus mejillas. Los dedos del ariano temblaban mientras la tocaba suavemente. Su tez era pálida como un papel, con algunos tonos rosados.
—¿Y mi rostro? ¿Mi piel…? — su mirada parecía perforarlo.
Mu deslizó sus dedos hacia la nariz de ella, recorriendo el puente, angosto, hasta llegar a la base, algo más ancha; y con lentitud bajó su pulgar hacia sus labios, naturalmente turgentes, sintiendo cada milímetro de los mismos. Registró cada parte de su rostro con determinación, no podía terminar de asombrarse de lo bella que era.
Súbitamente la mano de Nanako ascendió hacia el pelo de Mu, tomando un mechón mientras acercaba su rostro al de él con parsimonia, mirándolo profundamente con ojos entrecerrados; permitiéndole al ariano sentir la calidez de su aliento y su rostro: Nanako entera emanaba sensualidad y lo atraía de una manera insoportable. La lengua de ella conocía instintivamente el camino y acarició el labio inferior de Mu, casi imperceptiblemente, haciéndole saber que no estaba soñando… El cuerpo de él sabía que no era mentira y su entrepierna iba a explotar. Ella se percató de ese detalle y deslizó la otra mano lentamente hasta el bajo abdomen de Mu, arrancándole un suspiro.
El Caballero de Aries, desbordado más allá de cualquier salvación, había decidido que era el momento adecuado. Su interior gritaba y lo alentaba a seguir, pero el roce de los finos dedos de Nanako contra su erección era torturantemente lento; además de que no le permitía besarla, cada vez que lo intentaba ella dejaba de tocarlo, haciendo que se sintiese como una presa, indefenso y vulnerable… lo disfrutaba, pero en el fondo era incómodo.
Finalmente decidió tomar la iniciativa agarrándola de los hombros y empujándola sobre la cama. Mu clavó sus dedos en la piel tersa de ella, sabiendo que posiblemente le quedarían marcas. Luego acarició sus brazos, sintiendo como si cada centímetro de su piel arrancara aquella coraza que lo rodeaba, desechando aquellos horribles vendajes que lo envolvían. Aries finalmente pudo sentir que se abría por completo.
—¿Nanako…? — una voz la llamaba desde afuera, seguida por el timbre.
Pero ese día tampoco iba a poder ser.
En realidad, quizás nunca: nuevamente un hombre la buscaba.
¿Por qué no podía ser él…? El caballero de Aries la miró con tristeza, pero ella solamente le sonrió. Esta vez sus ojos no acompañaban su sonrisa, y el interior de Mu se rompía en pedazos otra vez.
—Yo prefiero este tipo de honestidad Mu. No espero que comprendas. —le dijo Nanako con suavidad, mientras dejaba la habitación y se dirigía a la puerta.
Él la siguió todavía con la toalla alrededor de sus caderas, cargando aquella erección repleta de sentimientos. Desde la puerta pudo ver cómo se iba nuevamente con Milo, acercándolo a su cuerpo. A los ojos de Mu ambos eran inalcanzables, tenían algo que él jamás podría tener. Algo que secretamente codiciaba, pero desconocía la existencia de aquel sentimiento… algo que despertó gracias a ella. Pero sí, después de todo tenía que reconocer que ella tenía razón… él no podía comprenderla. No podía entenderla. Qué difícil amortiguar aquel fracaso… Se había equivocado, Nanako y él no eran iguales: ella sí era libre. Se preguntó a si mismo cuánto debió haber sacrificado ella para obtener esa libertad y no pudo sentir más que tristeza.
Y así una vez más, supo que todo volvía a empezar… consciente de que jamás podría volver a ser como antes.
