Disclaimer: Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada.


¡Hola! Aquí con un fic de Universo Alternativo centrado en mi personaje favorito de Saint Seiya: Ikki. Y también en mi chica favorita allí, Pandora, quien en este fic si sobrevive a lo acontecido en la saga de Hades (junto a otro par de pequeños cambios). Mi intención aquí es abordar como tema la inmortalidad del amor. Hay amores que son irrepetibles, personas que aman una sola vez en la vida y creo que Ikki es un claro ejemplo de ello ya que todos sabemos lo que sigue sintiendo por Esmeralda. Ahora mismo recuerdo la escena de cuando Ikki mira a una flor y sonríe con suprema ternura porque le recuerda a Esmeralda o cuando Cassa de Leumnades descubre antes de morir que si se hubiera transformado en Esmeralda, Ikki se habría dejado matar por ella. Así que el tema es: ¿vale la pena intentar volver a amar, aún cuando crees que nunca más lo harás con la misma intensidad?

El fic me salió más largo de lo esperado, pues sólo quería hacer un fic de unas 3,000 o 4,000 palabras, pero me inspiré más de la cuenta y este es el resultado xD Espero que les guste a pesar de su extensión.

Por último este fic va dedicado especialmente a mi estimada colega ficker y fan de Pandora, Odette Vilandra. Espero que te guste este humilde regalo ^^


Inmortal


Pagando un alto precio, la batalla contra el temible Hades por fin había terminado. El Dios del Inframundo fue vencido y el mundo podía estar a salvo de sus miserables garras de manera definitiva.

Pandora, la líder de los ciento ocho espectros, traicionó al señor de la muerte y fue pieza clave en la victoria conseguida. Fue ella quien permitió, a través de su collar, que el poderoso Fénix consiguiera llegar a los Campos Elíseos. A su vez, la premura de Ikki y los demás enfrentando a Thanatos, logró que la chica de pálidos cabellos violetas se salvara milagrosamente de la muerte. Y ayudada por el caballero de bronce más poderoso, también consiguió escapar definitivamente del Inframundo.

Sin embargo, para los valientes involucrados en la guerra santa, muy pronto arribaría una tarea que asomaba incluso más compleja que la anterior: sanar las heridas de guerra y reconstruir sus vidas.

Para gran sorpresa de Pandora, ya estando en el santuario, no vio rencor en los santos guerreros. Inclusive Atena misma no sólo la había perdonado, también le agradeció por ayudar a terminar la guerra.

Todavía muy confundida, la joven fémina contempló en silencio los reencuentros de los caballeros con sus seres queridos. Pasaron unos cuantos minutos en que fue una simple espectadora e hizo respetuoso silencio. Luego, entre el tumulto de gente desconocida, ansió hallar a Ikki. Su escrutar obtuvo resultado al verlo más allá, manteniendo una distancia respecto al resto de caballeros. Motivada por algo más que sólo las ganas de agradecerle, se dirigió hacia él sin dudarlo.

—Ikki —saludó al llegar a su lado, llamando enseguida la atención del guerrero solitario.

—Pandora —contestó con voz que no demostró emoción—. Es bueno verte recuperada —pareció más una afirmación por cortesía que una alegría genuina. Sin embargo, la poca expresividad en su rostro no estaba en consonancia con la de sus orbes. Quien buscara en sus ojos y supiera leer su mirada, hallaría auténtica complacencia prodigada.

—Gracias a ti estoy con vida —le dio el crédito que se merecía.

—Gracias a todos —corrigió él—. Fue una dura batalla, pero finalmente pudimos solventarla.

Pandora no tuvo que observarlo cuidadosamente para percibir algo que saltaba a primera vista. Algo que la inquietó al instante.

—Estás herido —hizo notar, con una mueca afligida, heridas abiertas que todavía despedían un poco de sangre.

—No es nada. Esto no me matará —desechó cualquier preocupación —¿Tú estás realmente bien?

—Físicamente estoy bien, pero estoy muy confundida. Todavía no puedo creer que siga viva. La muerte era el destino que realmente me esperaba...

—No te cuestiones eso. Lo realmente importante es que tienes una segunda oportunidad. No la desaproveches.

—No lo haré.

—Me alegro de ello.

Intercambiaron miradas unos segundos en que sólo ellos existieron. Por un instante, Pandora se sintió intimidada ante el cosmos tan intenso y agresivo que poseía ese hombre. Por ello, se preguntó si la idea que deseaba plantearle le sería buena o atractiva. Seguramente un «no» recibiría por respuesta, pero de todas formas no perdería nada con intentarlo. Y recordando que ella fue la líder del poderoso ejército del inframundo, no se dejaría amilanar ante él. No obstante, precisamente cuando le anunciaría su idea, Ikki le dio la espalda y comenzó a caminar, alejándose de ella sin siquiera despedirse. No había que ser una genia para ver que no era un hombre de modales refinados precisamente...

—¿Ya te vas? —preguntó lo evidente, pero no por ello menos sorpresivo.

—Así es. —No había más que hablar; al menos no para el Fénix. Y lacónico como de costumbre, prosiguió su marcha hacia un rumbo muy conocido por él, pero totalmente desconocido para ella.

—¿Te veré de nuevo? —preguntó al ver que se alejaba.

—No lo creo —contestó sin dejar de caminar.

—Yo quiero verte.

Ikki detuvo sus pasos.

—¿Por qué? —preguntó de espaldas, sin siquiera verla de soslayo.

—Porque me interesas.

Pandora no quería comulgar con medias tintas. Demasiado tiempo había pasado en el mundo de los muertos como para desperdiciar su vida en dudas que realmente no lo eran. Dudas artificiales que no tenían ningún sentido. Sabía muy bien que Ikki le atraía y eso era innegable. Irrechazable. Era un hecho que deseaba verlo de nuevo y conocerlo mejor.

Él guardó silencio y permaneció sin hacer ningún movimiento. Movida por su inacción, Pandora volvió a hablar.

—Quiero ir al castillo de mi familia para reconstruirlo. Y reconstruirme a mí misma en el proceso también. Necesito una meta para sobrellevar el dolor y creo que tú podrías ayudarme —impulsado por el viento, un mechón de sus largos cabellos cayó por su frente. Presta, lo colocó por detrás de su oreja usando su diestra. Tras aquella pequeña acción, continuó—. Me parece que ambos estamos muy solos, Ikki. Demasiado solos. Quizás podríamos hacernos compañía mutua. Por lo menos a mí me alegraría mucho verte seguido. Me haría bien —hizo una voluntaria pausa. Luego continuó—. No sé cual será tu motivación en la vida ahora que las batallas han terminado, pero me gustaría mucho que visitaras el castillo de mi familia. Te lo debo por abrirme los ojos y salvarme la vida.

—Tú me ayudaste a llegar a los Campos Elíseos. Estamos a mano, Pandora. No me debes nada.

Era la respuesta que esperaba, pero su negativa no haría rendir tan fácilmente sus intenciones. —Ikki, ayúdame a restaurar el castillo que fue mi hogar —insistió muy segura en su propuesta—. No podré hacerlo sola, es muy grande. Si me pudieras ayudar te estaría muy agradecida. Estoy completamente sola en el mundo y es como si estuviera a la deriva en un amargo desierto; no tengo a nadie más a quien pedirle ayuda.

El guerrero con voluntad de fuego guardó silencio, meditabundo. Pandora tenía razón en que estaba completamente sola. Él era un hombre solitario porque deseaba serlo, mas siempre podría contar con Shun y los demás. Sin embargo, Pandora no tenía esa alternativa siquiera. Ella estaba completamente sola en el mundo. No tenía familia o amigos que pudieran apoyarla. Además otra razón apareció para apoyar a la anterior: después de tantas batallas, quizás le vendría bien tener la meta de ayudarla a restaurar aquel castillo del que hablaba. Después de todo el Fénix se caracterizaba por la resurrección desde las cenizas; y, precisamente por honor a su nombre, debería ayudarla a reconstruir su palacio.

Sí, definitivamente le brindaría una mano.

Girando un poco su cabeza para mirarla de soslayo, dio por fin su respuesta: —Está bien, Pandora. Te ayudaré.

Ella por un momento entreabrió sus labios al sorprenderle su anuencia. Guardó silencio por unos escasos segundos, asimilando la noticia de que él realmente haya aceptado. Una vez recuperada del asombro, habló delatando genuina emoción.

—Gracias, Ikki. Créeme que has tomado una buena decisión.

—Lo sé —la dureza habitual de su voz se aminoró—. Pero antes hay algo que debo hacer. Llegaré a tu castillo mañana por la tarde.

—De acuerdo. Te voy a estar esperando; no te retractes.

—No lo haré, Pandora. Puedes estar tranquila al respecto.

Ella asintió con un brillo en su mirada.

Ultimaron los detalles faltantes, tales como la ubicación del castillo y de los pueblos aledaños. Luego, se despidieron como lo hacen dos desconocidos. No obstante, y a pesar de ello, Pandora abrigó la feliz esperanza de que aquella condición muy pronto podría cambiar...


Después de un largo viaje, la joven fémina regresó al hogar que perteneció a su familia durante varias generaciones: el castillo Heinstein. Un lugar que alguna vez fue tan opulento como precioso, pero que ahora estaba tan derruido como su alma lo estaba. La fémina se detuvo ante las ruinas y recorrió con su vista cada recoveco. Polvo y suciedad se adherían a los desvencijados muros. De hecho, ya ni siquiera tenía el aspecto de un castillo gótico; más bien parecía alguna clase de monstruo de concreto. Dio un profundo suspiro debido al pesar que emergió en su corazón. Luego bajó su cabeza y sus labios se torcieron esbozando una mueca triste. Ver en ruinas el lugar que tanto amó en su feliz niñez fue desesperanzador; tanto que razonables dudas asomaron en su mente. Reconstruir el castillo sería una tarea titánica y que quizás no valiera la pena.

Antes, en el que ahora era un lugar irreconocible, tuvo la fortuna de convivir con su familia y su fiel perro Adolf. Además la servidumbre siempre fue muy amable con ella y de una manera que desprendía autenticidad por sobre deber. Por un largo momento soñó con los ojos abiertos y añoró aquellos bellos tiempos. Vio a sus padres y a Adolf en la puerta principal, esperándola con felicidad y entusiasmo. Pero muy pronto despertó de su mágico ensueño y la cruenta realidad la golpeó de lleno: sus padres no estaban allí, tampoco su amado perro. Lo único que había para recibirla era un gris desteñido y apático.

El corazón sacudió su pecho inevitablemente. La verdad era que un castillo tan grande para ella sola no tenía sentido alguno. Las enormes habitaciones sólo acrecentarían el, ya de por sí, amplio peso de la soledad.

¿Valía la pena intentar que la vida y las flores volvieran a brillar en un lugar tan muerto como este? No lo tenía nada claro... De hecho, la inclinación a una respuesta negativa era más tentadora que a una positiva. Y por aquella causa, un sonoro suspiro tiñó con sabor a tristeza el ambiente.

Abrió la húmeda puerta y la visión interior no fue más alentadora: todo lucía decrépito y pútrido. El aroma a encierro golpeó inmediatamente su nariz, la cual se arrugó ante lo desagradable. Abatida, se dio a la tarea de recorrer cada habitación, mas ninguna hizo la diferencia ni le inculcó algo de esperanza. Sólo recuerdos infelices acudieron por ella.

Aún podía ver a sus seres queridos en cada una de las desoladas habitaciones. A pesar de lo imposible que era estar con ellos nuevamente, todavía podía verlos sonreír...

Sí, definitivamente sería un largo trabajo revivir su hogar... Pero mucho más trabajo implicaría resucitar su propia alma...


Más de un día ha pasado y Pandora se ha enfocado primordialmente en limpiar el comedor principal, la cocina más próxima a éste, un par de baños y los dormitorios que usarían Ikki y ella. Han sido aquellas tareas las que han mantenido su mente ocupada y le han impedido sumirse de lleno en la poco provechosa tristeza.

En la tarde, caminó hacia el pueblo más cercano y compró comida con el dinero guardado en la oculta caja fuerte. Por suerte, durante su ausencia siempre se dijo que el castillo Heinstein estaba maldito y, efectivamente, lo estuvo gracias a la mano de Hades. Cualquier ser vivo que se acercara a él perecería y fue precisamente esa fama de maldito lo que salvó a su hogar de saqueadores y forajidos.

Al llegar el ocaso y ya de vuelta en el derruido castillo, se sentó en la silla mecedora que solía usar cuando niña. Fijando su vista en el gran ventanal que había limpiado, se dispuso a esperar la llegada de su invitado. Como la visión no le resultó del todo amplia, decidió subir hasta el piso más alto en donde contaría con un espectro más extenso de visión. Se sentó en una de las cómodas sillas hechas de fino roble, esperando que su paciencia no fuera puesta a prueba durante mucho tiempo.

Pasaron un par de horas sumergiéndose en el mar de sus recuerdos, mas Ikki no interrumpió su navegación mental. Todavía no daba ninguna señal de llegada. Más pronto que tarde comenzó a asumir que él no acudiría. En realidad nunca le vio motivado con venir a su castillo, de modo que desde un principio debió mantener sus expectativas bajas. Él no tenía ningún deber y quizás ella ni siquiera le cayera bien...

La bella luna por fin se entronizó en la cumbre más alta del firmamento y fue entonces cuando aceptó que su visitante no haría acto de presencia.

—No llegará —musitó a la vez que torcía sus labios en una mueca triste.

Pesar acosó sus facciones, maquillándolas con decepción. Sin embargo, cuando se dispondría a comer sola antes de dormir, una silueta iluminada por la luz selenita apareció a lo lejos. Un instantáneo brinco dio su corazón; mismo brinco que dieron sus piernas al levantarse de su asiento. La figura, por la lejanía, apenas era abordable a los ojos, pero paulatinamente se volvió más dilucidable. Manos en los bolsillos, finalmente el poderoso caballero de bronce se aproximó hacia la puerta con paso tranquilo.

Pandora bajó corriendo las amplias escaleras de mármol y, por un momento, ella misma se sorprendió de las enormes ansias que tenía por verlo. Pensó en abrir la puerta antes de que Ikki la tocara, pero no quería delatar de manera tan evidente sus ansias. La timidez le susurró que quizás quedaría demasiado expuesta en su gran interés por él. Invocó paciencia y esperó que él llamara. Fue entonces que esperó unos cuantos segundos y abrió la entrada.

Su masculino rostro fue lo primero que saludó su vista. Luego un pantalón rojo, una camiseta azul sin mangas y una mochila, donde debía traer ropa de recambio, hicieron lo mismo.

—Ikki... pensé que no vendrías.

—Tu castillo queda más lejos de lo que pensaba —justificó su demora tranquilamente.

—Es verdad —concordó con esa verdad innegable—. Lo bueno es que ya estás aquí —a través de su mirada mostró su alegría—. Llegas justo para la cena. Compré cosas en el pueblo con dinero que todavía quedaba en la caja fuerte. También encontré mi alcancía de niña —llevó su índice hacia un cerdito de greda que reposaba sobre una pequeña mesa con lomo de cristal. La estrafalaria figura generaba instantánea simpatía.

Ikki miró el objeto seriamente y luego dijo: —Me alegra que hayas tenido una infancia feliz.

—Lo dices porque la tuya no lo fue, ¿verdad?

—No —fue su seca respuesta —. Pero eso no importa. Lo que realmente importa es restaurar este castillo. A eso he venido.

Evidentemente Ikki era un tipo de pocas palabras, lacónico en su totalidad. Y ella tampoco era precisamente una mujer habladora, pero tendría que aprender a intentar comunicarse con él. Debía superar las barreras verbales para poder conocerlo de una mejor manera. Le tomaría días o semanas inclusive, pero algo en su interior le decía que conocerlo mejor valdría totalmente la pena.


A la mañana siguiente, lo primero que quiso hacer Ikki fue recorrer los alrededores del castillo con la intención de ver qué tan dañado estaba. La radiante luz matinal le ayudaría a tener una clara idea al respecto. Pandora esperaba tomar desayuno antes, pero no dudó en acompañarlo en su recorrido.

Una vez fuera, lo primero que llamó la atención del varón fue lo negruzca y árida que lucía la tierra; como si hubiera ardido hasta consumir toda reminiscencia de fertilidad. A pesar de que hectáreas más allá había un caudaloso río y un frondoso bosque, en la cercanía del castillo todo era un desierto azabache y carente de vida. No había ningún aroma que no fuera hedor a vacío. Por un momento, Ikki recordó a la isla Reina Muerte, aunque este sitio lucía incluso más estéril de vida que el que alguna vez fuese su hogar. No cabía duda que la deleznable mano de Hades hizo muy bien su trabajo en el castillo Heinstein...

—Es algo tan innatural —le comentó Pandora con tristeza, coincidiendo con los pensamientos de él—. Antaño estos jardines eran muy hermosos y plagados de llamativas flores. Irradiaban felicidad por doquier. Ahora, en cambio, esto sólo despide amargura y muerte... —bajó su cabeza debido al peso de la tristeza—. Tal vez debería abandonar mi idea de reconstruir este sitio. Quizás debería reiniciar mi vida en otro lugar. Partir desde cero, quizás...

—Podrías hacerlo, pero desde el comienzo tu idea fue restaurar el hogar de tu infancia. Ese fue tu primer deseo y me parece que es lo que de verdad quiere tu corazón. No te deberías desanimar por ver esto así. Verás que con tiempo y esfuerzo este lugar resucitará y estará lleno de vida nuevamente.

—Ikki... —una oleada de emoción afloró tanto en sus ojos como en el tono de su voz —Gracias por tus palabras. Necesitaba escuchar algo así y tienes mucha razón. No me voy a rendir. Aunque sea difícil, este castillo volverá a la vida nuevamente. Volverá como un Fénix desde sus cenizas —un tono animoso hizo eco al hacer una analogía respecto a él. Un brillo poseyó sus luceros violetas que destellaron fuerza de voluntad recobrada. Las palabras masculinas hicieron mella en ella para bien y el resurgir de la esperanza alimentó su corazón.

Era el primer matiz alegre que Ikki sentía en ella y, aunque él no era de sonreír, sus ojos también emitieron un brillo especial.

—No agradezcas, es bueno tener algo en qué ocuparme. Por el estado del castillo vamos a tener mucho trabajo, pero al final todo el esfuerzo valdrá completamente la pena. Te lo aseguro.

—Ikki... aunque no lo quieras escuchar, gracias.


Tres días pasaron laboriosos, pero tranquilos y provechosos a la vez. La única oportunidad de intercambiar pensamientos venía cuando las estrellas se adueñaban del cielo, pues mientras contaban con la luz del sol, se dedicaban con tanto esmero a la restauración que los esfuerzos prodigados les habían impedido conocerse más a fondo. No obstante, ambos disfrutaban de la compañía mutua y la cooperación había resultado muy armónica. Si actualmente alguien desconocido los viera, nunca habría podido imaginar que alguna vez fueron acérrimos enemigos. Menos habría creído que Ikki la había abofeteado para sacársela del camino, o que ella lo había herido gravemente por la espalda usando su tridente.

Cuando llegó la hora de la cena, hablaron un par de cosas mundanas y triviales mientras comían. Abordar a Ikki le estaba resultando complicado a la bella fémina, puesto que era mucho más reservado de la cuenta. Llevaban tres días juntos y, a pesar de que disfrutaba su compañía, el caballero de bronce seguía siendo un desconocido del que nada sabía. Quería conocerlo mejor y para lograrlo tendría que atreverse a indagar más.

Después de la hora de la cena sería el momento de torcer la dinámica establecida hasta ahora en su relación. Mientras Pandora e Ikki llevaban la loza a la cocina, ella aprovechó de comentar algo con lo que esperaba generarle interés.

—¿Sabes? Buscando entre mis cosas encontré mi arpa favorita —justo cuando lo dijo llegaron al fregadero, dejando los platos allí —. Después de lavar, ¿te gustaría escuchar como toco una melodía?

—Me parece bien —dijo a la vez que se dispuso a ayudarla en su quehacer. Pandora ya le había dicho los días anteriores que él era su invitado y que no era necesario que la ayudara. No obstante, como buen hombre solitario, Ikki estaba acostumbrado a realizar las cosas por sí mismo.

Terminada la labor, se dirigieron a una gran sala que Pandora había limpiado someramente. En ella yacían diversos instrumentos musicales que, curiosamente, estaban perfectamente bien conservados. Un gran piano reinaba en el centro del salón robándose la primera mirada. Luego guitarras, flautas, trompetas, entre otros instrumentos, exigían atención también. Curiosamente el arpa estaba alejada del resto, acomodada en un rincón contra la pared. La brillantez que lucía señalaba claramente que la mujer la había limpiado cuidadosamente durante alguna noche. Decidida a tener la mejor visión, la tomó entre sus manos dispuesta a llevarla hacia la azotea para estar más cerca del cielo y así observar un poco mejor la belleza célica de la luna. Sin embargo, Ikki, caballerosamente, se adelantó a la fémina y tomó el arpa, cargándola en su espalda pues su gran tamaño así lo requería.

Subieron las escaleras y llegaron a destino.

—Puedes dejarla ahí —le dijo Pandora apuntando un lugar con su índice.

Ikki la dejó allí, pero sorprendentemente hizo una mueca de dolor cuando lo hizo.

—¿Estás bien? —preguntó preocupada.

—Sí.

Pandora le echó una ojeada, no muy convencida de sus palabras.

—Quizás deberíamos descansar mañana —sugirió rápidamente—. Vienes saliendo de una guerra y tu cuerpo requiere descanso.

—Te dije que estoy bien —esbozó un gesto de molestia en su cara.

—Terco —lo criticó abiertamente —, pero como quieras. Al fin y al cabo es tu decisión —dijo sin ganas de iniciar una discusión.

Pandora se arrimó al arpa y se sentó en una silla tapizada en fina felpa. Observó la majestuosidad de la reina luna y de sus bellas súbditas llamadas estrellas. La preciosidad que exhalaban siempre serían una fuente de inspiración para cualquiera que tuviese un alma de artista resplandeciendo. Y dejándose llevar precisamente por ella, Pandora tocó la melodía, sintiéndola en el alma, viviéndola completamente como si se hubiera embriagado de estrellas. Sus dedos crearon una magia musical que a Ikki le costaría mucho olvidar. La melodía fue simplemente sublime, aunque a la vez también resultaba un poco perturbadora...

Acariciaba y lastimaba el alma por igual.

—¿Qué te ha parecido? —preguntó ella al terminar. Expectante, hizo viajar su mirada hacia la de él.

—Es increíble la melodía que has tocado —la halagó, aunque manteniendo su estilo parco y distante—, aunque es muy triste también.

—Lo sé —concordó suspirando—, pero es la primera canción que aprendí cuando niña. Aunque sea triste me gusta mucho. Quizás representa mi vida...

—Entiendo —fue su escueta respuesta, cosa que no sorprendió a Pandora en lo absoluto.

La fémina dejó a un lado su arpa y entrelazó sus manos encima de su muslo izquierdo. Con un gesto de abierto interés, mencionaría algo que le había llamado la atención.

—Desde los días que llevamos acá trabajando juntos me he dado cuenta de algo, Ikki.

Él reclinó su espalda sobre la pared y cruzó sus brazos. —¿De qué?

—Nunca sonries.

—Tú tampoco lo haces —señaló a su vez.

Él tenía razón en su cuestionamiento. A causa de ello Pandora parpadeó un par de veces y dirigió su mirada hacia sus propias manos un breve momento; luego alzó la cabeza.

—Pero yo si estoy dispuesta a sonreír nuevamente. Y tú Ikki, ¿estás dispuesto a sonreír?

El guerrero no reprimió un suspiro. Los brazos cruzados en su pecho se tensaron.

—Sonreír es algo que hago muy poco. Prácticamente nunca.

—¿Por qué?

El caballero de Atena guardó silencio. Evidentemente no quería hablar de algo íntimo, pero Pandora realmente quería conocer más acerca de su historia, más información de su vida. Quería conocer quien era realmente el Fénix, aquel hombre que rezumaba voluntaria soledad. Algo le decía que Ikki no siempre fue de esa manera tan distante y que esa mirada agresiva ocultaba algo más profundo en su interior. Algo que ella ansiaba descubrir a toda costa.

—Entiendo que no quieras hablar de ello —comprendió su silencio—, pero tú conoces lo que pasó en mi vida. Yo misma te lo conté. Es justo que yo sepa qué pasó en la tuya. Es justo que yo también sepa porque ya no sonries.

Ikki no expresó nada a través del lenguaje corporal; su semblante parecía petrificado en un gesto claro de aprensión. Pero si Pandora hubiera contactado sus ojos con los de él, habría visto el brillo de tristeza que surgió en ellos. Él no quería hablar del tema, pero debía aceptar que Pandora tenía razón: ella le había contado todo de su vida y lo menos que podía hacer era devolverle el favor.

—Mis sonrisas murieron el día que falleció la única chica que amé —giró su cabeza y clavó sus ojos en el oscuro horizonte de la noche; su mirada permaneciendo fijamente en lo insondable.

—Lo siento mucho —su voz se diluyó, entristecida por la fuerza de la empatía— ¿Cómo se llamaba ella? —hecha la pregunta, se puso de pie y avanzó hasta quedar un poco más cerca de él. E imitándolo, miró hacia lo lejos.

—Esmeralda.

—Es un nombre muy bello.

—El nombre más bello de todos —los orbes azules de Ikki brillaron instantáneamente al decirlo. Su espíritu no pudo evadir temblar hasta sus cimientos más internos al recordarla. Esmeralda era el nombre que marcó su vida para siempre. Tanto en el pasado, como en el presente y futuro, la bella mujer de cabellos áureos estaría por siempre en su alma.

Una mueca de tristeza brotó en las facciones de Pandora.

—Ahora puedo entender porque ya no sonríes... tu alma murió el día que ella perdió la vida.

Aunque Ikki no respondió, y tampoco hizo algún gesto que delatara su sentir, asintió involutariamente a través de ese significativo silencio que se produjo.

—¿Algún día me contarás de ella y lo que le pasó?

—¿Por qué quieres saberlo?

—Sé que para haber enamorado a un hombre como tú ella debió ser muy especial. Me gustaría conocerla a través de tus palabras. Así podría darme una idea de cómo era la mujer que conquistó tu corazón.

—Sí, ella era muy especial. —Un pequeño intervalo de silencio se produjo; uno que abrió una válvula de incomodidad para ambos—. Quizás un día te cuente más acerca de ella... pero hoy no será ese día.

Un suspiro triste hendió el aire.

—Lo entiendo. —Un profuso mutismo conquistó el ambiente y mantuvo su reinado por largos segundos. Fue Pandora que, al verlo taciturno, quiso relajar la triste tensión que se provocó entre ellos. —Lo entiendo —iteró—, pero quizás yo pueda ayudarte a recuperar la sonrisa. Quizás nadie te ha dado razones para sonreír, pero yo te las daré.

—No tiene sentido que te pongas esa meta, Pandora —dijo directo como siempre.

—¿Por qué estas tan seguro?

—Porque sólo existía una persona que siempre me hacía sonreír. Y esa persona está muerta ahora.

—Ikki... —musitó mezclando sorpresa con tristeza. Producto de la misma, inevitablemente exhaló congoja a través de unos suspiros.

Pandora sintió dolor por él. Su mirada desesperadamente vacía lucía tan cortante como una hoja en blanco. Pero pese a ello, esos orbes azules se le hacían tan interesantes como estrellas flotando en lo alto del firmamento. Sí, sus ojos eran una hoja en blanco imposible de leer, pero quizás, contactando su corazón, Pandora pudiera escribir en ellos emociones que Ikki no fuera capaz de contener. Sólo de ella dependía hacerlo...

Pensaba en aquello, cuando el caballero de Atena interrumpió sus divagaciones.

—Iré a dormir.

La antaño comandante, dándose cuenta que quizás había llevado su curiosidad más allá de lo prudente, dijo lo siguiente con tono conciliador: —Lamento ser una entrometida —se excusó, verdaderamente apenada.

—No te preocupes, soy yo quien lamenta ser tan cerrado. Tú no tienes culpa de nada.

Pandora asintió con un ligero movimiento de cabeza. —Gracias por tu comprensión. Es sólo que me gustaría conocerte mejor, pero intentaré tener más paciencia —dicho esto, su frustración buscó consuelo acariciando el contorno de su arpa como si se tratara de un ser vivo—. Mañana tocaré una melodía más alegre para ti.

—De acuerdo.

—Buenas noches, Ikki.

—Buenas noches, Pandora —le dio la espalda e hizo un ademán con su mano como despedida —. Descansa.

A pesar de lo recién vivido, sintió que la voz del Fénix despojó un tono suave, inclusive casi dulce. Uno que nunca le había escuchado hasta ahora. Y aquel gesto le brindó una pequeña, pero firme alegría a su corazón.


Pasaron más días y el nuevo lazo de amistad se fue estrechando naturalmente. Ikki disfrutaba la compañía de la fémina que antes fue su enemiga y, gracias a ello, el lado seco de su personalidad aminoró su volumen. Pandora, por su parte, iba sintiéndose más cercana a él y sus ganas de conocerlo mejor fueron incrementándose cada vez más. Deseaba que todos los secretos del Fénix se le revelaran como si de un libro abierto se tratara. Le llamaba poderosamente la atención lo enigmática y misteriosa de su personalidad. Como si supiera perfectamente que había algo más cálido oculto detrás de esa fachada de hombre rudo y distante. No tenía duda, ni siquiera una sola, de que el Fénix era un hombre extraordinario; tanto como la mítica ave que le daba nombre.

Ahora, sumidos en una cómoda complicidad, ambos caminaban por un sendero de adoquines que cobijaba ruidosamente sus pisadas. El gran invernadero los esperaba al final del trayecto. Debido a la prioridad del resto de arreglos en el castillo, lo exterior lo habían dejado de lado hasta ahora. Al llegar a destino, encontraron la muerte esparcida por todos lados. Opacadas por un océano de desagradable polvo, sólo maceteros y herramientas de jardín abandonadas yacían allí. Sin embargo, algo hizo que repentinamente los ojos de Ikki se abrieran obnubilados. Avanzó más rápido hacia el objeto que había llamado su atención y cuando llegó a su destino, se arrodilló para observarlo todavía mejor.

La compañera, sorprendida por su reacción, llegó con él tras unos segundos.

—Mira Pandora, es una flor —dijo él, conmovido—. Una muy bella, por cierto —agregó con una sonrisa que brotó y adornó tiernamente su faz.

Aquellos labios curvos sorprendieron muchísimo a la joven fémina. No sólo fue asombro lo que la abrumó; también la cautivó ver la sonrisa de Ikki por primera vez. Tenía una bella; una mucho más radiante y resplandeciente de la que había imaginado en sus sueños y ensoñaciones.

—Es increíble que una flor pueda crecer en un lugar tan desolado como este. ¿Lo ves, Pandora? Incluso en el lugar más agreste, la vida siempre intenta abrirse camino —borbotones de intensa emoción nacieron a través de todo su semblante.

—Nunca pensé que te vería sonreír por ver una flor... —declaró contagiada por la sublime emotividad que estaba demostrando él.

—Me recuerda a Esmeralda —explicó manteniendo su sonrisa, la cual inclusive pareció aumentar —. Ella también floreció en un lugar en donde se suponía que no podía hacerlo.

Pandora sintió una ternura que caló hasta sus huesos. No podía creer que un hombre tan duro como Ikki pudiera mostrar ese nivel tan enorme de emoción. Parecía despedir amor infinito a través de todas sus células. Era algo que iba más allá de lo abrumador; más allá de lo excepcional.

—Por favor, cuéntame más de Esmeralda —pidió por la curiosidad que rogaba ser saciada. No quería importunarlo, pero simplemente no podía luchar contra sus ansias —. ¿A qué te refieres exactamente con florecer?

Ikki, alucinado, siguió mirando la flor y, casi como si sus recuerdos cobraran vida delante de sus ojos, le contestó a la bella mujer alemana.

—La Isla de la Reina Muerte era un lugar agreste y muy inhóspito —sus ojos abstraídos revelaron que ponía orden en sus pensamientos. Partir desde el principio era perentorio para contar lo sucedido—; fue ahí donde tuve que entrenar para convertirme en caballero. El volcán despedía cenizas durante semanas y la tierra era infértil en la gran mayoría de la isla. Maldije mi destino por estar allí y odié al mundo entero, pero cuando conocí a Esmeralda todo para mí cambió de una manera drástica. Ella era como un ángel viviendo en el infierno. En poco tiempo nos hicimos amigos y comenzó a curarme las heridas después de los terribles entrenamientos al que su padre me sometía —abrumado por el calor de los recuerdos, necesitó callar unos segundos. Luego continuó—. Era una chica muy tierna a la par de amable y, casi sin darnos cuenta, pronto nuestro cariño se acrecentó más y más hasta terminar enamorándonos perdidamente. Y un día ocurrió algo que jamás en mi vida olvidaré: Esmeralda me llevó con mucha alegría hacia un lugar árido e infértil en donde supuestamente nada podía crecer. Sin embargo, a pesar de todo, justo allí había nacido una pequeña tribu de flores muy hermosas y coloridas —su rostro se sumergió en la hermosa añoranza de lleno, haciendo que su sonrisa renaciera—. Esmeralda era como ellas: floreció en un lugar en que todo era estéril. En donde sólo existía dolor, angustia y oscuridad, ella fue todo lo contrario: alegría, paz y luz. Ella me brindó aliento cuando a nadie tenía. Ella fue mi apoyo cuando me sentía desfallecer. Ella curó mis heridas corporales y todavía más importante, también sanó las profundas heridas de mi espíritu. Me dio todo sin pedir nada a cambio —suspiró emocionado, completamente embargado por los recuerdos—. La única paz que conocí me la dio ella y también fue quien me hizo conocer el amor. Aun en el mismo infierno, tuve la suerte de tener a un ángel a mi lado.

—Debió ser una mujer extraordinaria... —Pandora sintió desazón al compararse inexorablemente con Esmeralda. Un cotejo injusto que le dolió mucho, pues en realidad ni siquiera podía comparársele. Ella estaba muy lejos de Esmeralda. Muy lejos de ser considerada de esa manera por Ikki. Demasiado lejos...

—Lo era —confirmó él, interrumpiendo sus pensamientos —. Era muy dulce y tierna, pero a la vez también era muy fuerte. Mucho más fuerte que yo —Pandora abrió sus ojos ante tamaña afirmación—. A diferencia mía, ella nunca permitió que el horror que la rodeaba la contaminara. Esmeralda fue quien me enseñó que en el mundo si había cosas maravillosas por las que valía la pena luchar. Luchar de corazón para protegerlas.

Apenada, Pandora bajó su cabeza todavía más. Por un momento se sintió poca cosa ante Esmeralda. La forma en que la describía Ikki, tan emocionado, era como si estuviese hablando de un divino ángel. Entonces, ¿qué posibilidad real tenía ella de ocupar un lugar en su corazón? La respuesta que vino sacudió su mente y contaminó de lleno sus expectativas. Producto de ello, sintió que un temblor quemaba su garganta, uno que haría tambalear su voz en la siguiente pregunta que formularía:

—Sé que te es algo difícil de hablar, de modo que si no quieres responder lo entenderé sin reparos... ¿qué fue lo que sucedió con ella?

Ikki dio un suspiro triste y un nudo visceral nació irremediablemente en su pecho. Su corazón pareció zigzaguear por dentro, como si buscara un refugio donde el dolor pudiera disminuir su intensidad.

—Su padre, quien además era mi maestro, la asesinó. Ni siquiera le importó —su cara adquirió una máscara de enojo que sorprendió a Pandora. De hecho, sus puños se cerraron con fuerza por la inercia de tal sentir. No cabía duda que sus recuerdos estaban apareciendo de manera sumamente vívida en su mente.

—Que horrible... Lo siento mucho, Ikki —cerró sus ojos y atinó a decir lo más simple, puesto que, dijese lo que dijese, no existían palabras que sirvieran para consolarlo.

—En ese momento maldije a todos y odié al mundo entero —continuó con semblante perdido—. Mi corazón se volvió negro y creo que fue aquel sentir, ese odio tan colosal que me nació por dentro, el que me permitió ganar la armadura del Fénix.

Pandora recordó claramente a la legendaria armadura inmortal. El yelmo, la pechera y la protección a la cadera, además de las tres delgadas alas que nacían desde la espalda. Sin duda alguna, se trataba de una armadura muy llamativa. Incluso desde antes de conocerla, recordó la historia que le habían contado los mismísimos tres jueces del inframundo cuando hablaban de los caballeros que deberían enfrentar en la futura guerra santa.

—Sé que eres el único en toda la historia que logró ser el Fénix. Absolutamente nadie, ni siquiera en los tiempos míticos, logró obtener aquella armadura inmortal. Tu odio debió ser algo realmente gigantesco. Ineluctable y colosal en su totalidad.

—Probablemente tengas razón; quizás nadie en la historia sintió un odio tan gigantesco como el que yo sentí hacia el mundo y el maldito destino. Por ello, la armadura me aceptó como su portador. Pero si existiera la posibilidad de retroceder el tiempo y cambiar mi destino, preferiría mil veces que Esmeralda siguiera con vida en vez de ser el caballero Fénix.

Un silencio incómodo y atosigante se hizo monarca del lugar. El feliz y emocionante momento anterior, cuando vio la flor, se había desvanecido tras una sombra de dolor. Pandora, dándose cuenta de ello, interrumpió con su voz el dominio ejercido por el mutismo.

—Lo siento mucho, Ikki. Quizás nunca debí preguntarte por tu amada...

—Está bien —alzó su mirada y pareció inyectarla de resiliencia—, es algo con lo que he aprendido a lidiar y que, tras lo que hemos compartido, te mereces saber.

—Agradezco tu consideración.

Él asintió con su cabeza, brindando natural complicidad.

—Después de lo que pasó con Esmeralda —continuó—, mi odio se volvió tan grande que incluso equivoqué mi camino. Pero gracias a la ayuda de mi hermano, y también de Seiya y los demás, logré resarcirme.

—Y yo logré enmendar mi sendero gracias a ti.

—No me debes nada por ello, Pandora.

—Lo sé... pero de todas maneras estoy agradecida contigo.

Pandora calló e Ikki hizo lo mismo, todavía inundado de un exceso de sentimientos que le costó manejar. La joven allí presente, impresionada, no supo qué hacer para aliviar el dolor que él cargaba. Le recordaba al suyo propio y por eso entendía perfectamente que cualquier cosa que dijera sería completamente fútil. Guardó respetuoso silencio y, por esos azares inexplicables, recordó los días de niñez en que grillos amenizaban los prados con sus particulares cantos. También recordó a su fiel perro Adolf que de vez en cuando aullaba a la luna llena, evocando los hábitos de sus parientes más ancestrales. Dio un suspiro que pareció plasmar sus pulmones en el aire y pensó en tomar la mano de Ikki para confortarlo. Sin embargo, no se atrevió a hacerlo. A lo único que se atrevió fue a agradecerle la confianza depositada en ella.

—Gracias por contarme de Esmeralda. Conocerla a través de tus labios ha sido una experiencia muy hermosa. Cuando hablas de ella te brilla la mirada. Es como si todavía estuvieras enamorado de ella...

Cuando dijo esas últimas palabras, sintió un dolor que removió su pecho en todas direcciones y en ninguna a la vez. Como una cuchilla que serpenteaba maléficamente a través de su interior y que volvía al punto de partida una y otra vez.

—Todavía la amo. Y la amaré eternamente. —La emoción desplegó sublime amor en su pecho y trepó claramente hacia sus azulados ojos.

—Ikki...

Pandora sintió como contradictorias emociones se amalgamaban en su ser. Por una parte admiró el amor que, incluso cuando Esmeralda ya estaba en el otro mundo, el guerrero de bronce seguía profesándole. Pero por otro lado vivió una gran amargura tanto por ella como por Ikki. Amar a una fantasma debía ser algo duro... y pelear contra una también lo era. Era una batalla que ella quizás no podía ganar. Una guerra que quizás tenía perdida desde un principio...

—Es mejor que sigamos con el trabajo. Hemos descansado más de la cuenta —enfriando el calor de sus emociones, Ikki cabalgó hacia la seriedad que acostumbraba.

Pandora, interrumpida en sus divagaciones, simplemente se limitó a asentir. Continuar las labores sería lo mejor que podría hacer, puesto que no tenía ánimos para seguir pensando en aquella chica que tuvo por nombre Esmeralda... No ahora.

—Está bien.


Al día siguiente, las acciones se enfocaron en reparar el techo interior del amplio vestíbulo. Estaba resquebrajado en ciertas zonas y aunque no había daño estructural ni peligro de derrumbe, si que debía reforzarse con una capa de concreto. Después de ir por el polvo de cemento a la ciudad más cercana, Ikki comenzó la labor. Temprano, fue a la sala de herramientas por la gran escalera de metal, la cual examinó cuidadosamente antes de usar. El óxido era poco, de modo que juzgó de manera certera que no habría problema en subirse a ella. Sin embargo, no previó que no sería la escalera la que iba a dar problemas, sino su propio cuerpo. Todo transcurrió con normalidad hasta casi concluir el trabajo, pero de repente, al elevar su brazo derecho un poco más de lo normal, su camiseta se tiñó con sangre en la zona media alta de la espalda, cerca de ambos omóplatos. Él mismo pudo sentir como el líquido vital comenzaba a manar a borbotones.

Pandora, quien hacía lo mismo que Ikki en las paredes laterales, se vio obligada a voltear cuando escuchó un quejido casi inaudible. La mancha roja que comenzó a teñir la camiseta, asaltó su vista sin piedad. Asustada y preocupada a la vez, exclamó su nombre a todo volumen: —¡Ikki!

El caballero Fénix, muy a su pesar, no tuvo más opción que bajar de la escalera al incrementarse el punzante dolor que surgió en su espalda.

La fémina agachó su cabeza y le ofreció su hombro para sostenerlo. Sin embargo, él hizo caso omiso.

—Estoy bien —dijo entredientes por el dolor.

—¡¿Cómo vas a estar bien?! —espetó sumamente enojada— Estás sangrando a chorros.

—No es nada.

—No seas terco y déjame ver que tienes. —No fue una propuesta; al contrario, fue una clara orden.

Ikki dio un suspiro de fastidio, pero no rechazó aquella exigencia. Agarrando su camiseta desde la zona del cuello, la jaló hacia arriba con el brazo que si podía mover libremente y la tiró al suelo.

Pandora, al ver la gran herida que tenía cerca de ambas zonas escapulares, abrió boca y ojos desmesuradamente. Era la herida que ella misma le había causado con su tridente cuando lo atacó por la espalda. Y al verificar su responsabilidad, de inmediato se sintió sumamente culpable. Esa herida necesitaba reposo para sanar definitivamente, pero los esfuerzos que había realizado Ikki durante estos incansables días terminaron pasándole la cuenta. El tajo se había abierto en casi toda su extensión y por ello la sangre estaba saliendo eyectada como si de un pequeño río se tratara.

—¿Pero como has aguantado todo este tiempo esa herida? ¿¡Estás loco!? —los decibeles de su voz ascendieron hasta el pináculo más alto de la recriminación.

—Un guerrero siempre vence al dolor.

—Por favor, Ikki. No seas tan orgulloso ni te quieras hacer el más macho de todos. Hay algo que se llama inteligencia y tu orgullo esta reemplazándola —lo siguió regañando con toda confianza, tal como una hermana mayor lo haría con uno menor. O mejor dicho, como una novia lo haría con su novio...

Él, por primera vez, no objetó absolutamente nada. Debía admitir que ella tenía toda la razón del mundo, mas tenía una excusa quizás justificable: nunca pensó que su herida empeoraría.

—Voy a suturarte esa herida. ¡Y no quiero protestas! ¡Sé muy bien que esa herida es por mi culpa y voy a resarcir ese pecado! —advirtió severamente y de una forma que al Fénix le hizo recordar a la antigua general de los ciento ocho espectros. Pandora sabía que para dominar el ímpetu del guerrero debía sacar el lado más fiero de su personalidad. Sólo al ejercer esa rudeza, él le haría caso. Y tal como predijo, el guerrero de fuego sólo esbozó un gruñido como alegato, más ninguna palabra emergió para contradecirla.

Esta vez Pandora volvió a darle el hombro para que se apoyara y, por primera vez desde que llegaron al castillo, Ikki aceptó su ayuda sin chistar. Caminaron hacia una de las habitaciones y, sabiendo Pandora que las frazadas se mancharían de sangre, puso unas más viejas encima de la cama.

—Iré por una aguja e hilo quirúrgico. Espero que haya en la habitación médica y de lo contrario, tendré que vendarte fuertemente para que se comprima la sangre y no siga saliendo. Ya vengo —dijo en forma atropellada a causa de la evidente preocupación que estaba sintiendo por él.

De esta manera, la chica fue hacia el lugar en donde recordaba que se guardaban los implementos para curar heridas. Esperaba que estuvieran en el mismo lugar de siempre y que todavía mantuvieran un buen estado. Recorrió el pasillo hasta llegar a destino; allí comenzó a hurgar en los cajones y finalmente encontró todo lo necesario: gasas, vendas, alcohol e hilo quirúrgico; todos sellados en bolsas de fino y traslúcido plástico. Era una suerte que ese tipo de objetos mantuvieran un estado utilizable. También había más instrumentos dignos de un hospital, pero con eso bastaría. Volvió corriendo hacia donde Ikki.

—Bien, lánzate sobre la cama —le ordenó como si se tratara de un subordinado.

Él hizo caso en silencio, aunque sin dejar de odiar la maldita situación. Extendió su cuerpo sobre la cama de tal manera que la espalda quedó a descubierto.

Pandora se sentó al lado suyo, tomó los elementos quirúrgicos adecuados para suturar la herida y comenzó a hacerlo con gran maestría. Después de todo era un proceso parecido al de coser, sólo que en vez de tela se hacía con la piel. A cada puntada que daba en la herida, Pandora se preguntó cuanto dolor sentía Ikki. Y aunque no podía verle el rostro, no tenía duda que era tan orgulloso que ni siquiera se animaba a retorcer sus facciones por el dolor. Seguramente para un guerrero como él, que había recibido tantos golpes devastadores, esto significaba poca cosa.

—Duele mucho —dijo Ikki.

—Oh, perdón. Trataré de hacerlo más suavemente.

O quizás su tolerancia al dolor no era tan alta como ella pensaba...

Terminó el proceso sin sobresaltos y la sangre dejó de escurrir por fin. Pandora dejó la aguja y el hilo quirúrgico a un lado y, humedeciendo una blanca gasa con alcohol, procedió a desinfectar su herida. Totalmente concentrada, se encargó de ejercer un cuidado casi maternal durante su acción.

—Terminé con la herida principal —avisó tras algunos minutos—, pero tienes otras más también. Voy a echarles alcohol encima o puede que se terminen infectando.

—Estoy bien, Pandora —protestó agravando su voz.

—Ikki... —gruñó su nombre.

—Está bien, hazlo entonces —aceptó a regañadientes.

Ya con la preocupación habiéndola abandonado, la bella mujer se dio el tiempo de admirar la fiera espalda masculina. Era fornida y esculpida al punto máximo. Algunas cicatrices lucían como prueba de sus incontables batallas, pero no sentía que manchasen su piel. Al contrario, la hacía más llamativa de lo que ya era. Por un momento incluso deseó tocarlo con sus propias manos en vez de la gasa que tenía en ellas. Darle un masaje completo que aliviara sus dolores y sentir la calidez de su piel bajo las manos...

Sacudió su cabeza un poco para dejar de pensar cosas fuera de lugar. No podía hacerlo aunque se muriera de ganas de hacerlo o él podría tomarla como una atrevida.

—¿Terminaste? —preguntó Ikki al sentir que la ardiente gasa impregnada de alcohol ya no se desplazaba.

—Eh, no —reaccionó ella continuando el proceso hasta finalmente culminarlo. Cuando lo último ocurrió, esbozó una pregunta —¿Cómo te sientes ahora?

—Como si me hubieras quemado la espalda —no lo dijo en tono de broma, pero pareció una.

Ella, por primera vez, sonrió un poco. Por primera vez desde la tierna infancia lo hacía.

—Era necesario —justificó la molestia —. Además eres un Fénix, ¿no? Deberías resistir el fuego del alcohol.

—Créeme, prefiero el fuego del infierno al del alcohol —dijo en tono serio, pero no por ello su afirmación resultaba menos divertida. De hecho, los rojizos labios de Pandora se curvaron todavía más y demostraron que la perfección si existía. Lamentablemente Ikki, por estar de espaldas, se perdió de verla.

—Es verdad que existen fuegos que arden más que otros. Y no sólo el fuego quema, el hielo también... —le lanzó una indirecta muy directa. Y sin estar conforme la completaría todavía más —. Eso lo sé muy bien, porque a pesar de que eres el Fénix en el fondo eres como un hielo.

—Entonces quizás debería ser el caballero del Cisne en vez del Fénix —esta vez su tono si sonó un poco más ameno. Evidentemente Ikki no era precisamente un tipo que echara bromas, pero por lo visto también tenía un sentido del humor muy particular.

Pandora sonrió por segunda vez y de nuevo fue una verdadera lástima que Ikki se perdiera de ver su sonrisa, puesto que tenía una muy bella. Radiante, de hecho.

Finalmente el proceso de curación terminó cuando la mujer lo vendó de una manera ajustada, pero lo suficientemente libre como para pudiera moverse sin que pareciera un robot. Por ello, Ikki se puso de pie y el rostro de Pandora no logró evadir la adquisición de un carmín incendiario. Debido a la preocupación por su herida principal no se había dado el tiempo de observar los abdominales de Ikki con atención, pero ahora si que lo estaba haciendo y prácticamente alucinó. Cuando creía que era imposible adquirir más calor en su faz, la vida le demostró que se equivocaba completamente. Los músculos bien trabajados, la firmeza en cada centímetro de piel y la tonificación apolínea no dejaron de sorprenderla. Las incontables batallas habían esculpido su cuerpo de guerrero como si fuera acero forjado por los mismísimos dioses. Para su pesar, sintió claramente como el calor viajaba desde su cara hacia el resto de su cuerpo. Por un momento incluso pensó que ni una ducha de agua fría podría evaporar aquel ardor que estaba sintiendo. Un calor digno de un fénix femenino.

Definitivamente estaba enamorándose perdidamente de él, no tenía ningún sentido esmerarse en negarlo. Ya había visto hombres guapos y trabajados entre los ciento ocho espectros, pero por ninguno había sentido, ni siquiera mínimamente, ese murmullo burbujeante de emociones que estaba deshaciendo su cuerpo y corazón al mismo tiempo. Sólo Ikki le había causado algo así.

—Me duele todo —dijo sin notar el rubor femenino gracias a que la luz del candelabro no fue lo suficientemente intensa como para revelarlo—. Parece que me hubieran pegado una paliza —comentó él arrugando el entrecejo.

Tímidamente, Pandora lo escrutó transformando sus ojos en tentación. Y antes de que se diera cuenta, dijo algo a lo que un microsegundo después se arrepintió.

—Si quieres te doy un masaje.

«¡Pero qué tonta! ¿Cómo demonios me atreví a decirle eso? Boca maldita, ¡boca maldita!»

—¿No te molestaría? —preguntó él sin darle mayor importancia al asunto.

«¿¡Molestarme!? Debes estar loco»

—No me molesta. Si te sirve para sentirte mejor no tengo problema —aparentó indiferencia, a pesar de lo ardientes que sentía sus carrillos. Parecía que un pequeño volcán había surgido bajo su piel.

Ikki volvió a extenderse sobre la cama en la misma posición que antes. Y de esa manera, Pandora lo masajeó transformando sus manos en las de un ángel femenino. Hombros y cuello fueron sus objetivos, pues allí eran donde se formaban los nudos nerviosos más molestos. Le gustó mucho sentir la calidez de la piel varonil al tacto con sus manos. Nunca había vivido tal sensación y le agradó. Le encantó, de hecho. Con Ikki se sentía tranquila y feliz al mismo tiempo. Algo muy distinto a cualquier cosa que haya sentido antes. Algo muy diferente que conmovía su alma de una manera idílica, casi utópica. Era inevitable tener las mejillas de un color atípico y las pulsaciones aceleradas cual géiser activo.

Para el caballero de bronce también fue muy placentero sentir las suaves manos de una mujer después de tanto tiempo. Inevitablemente alguien llegó a su mente.

—Esto me recuerda a Esmeralda —dijo de improviso—. Ella siempre curaba mis heridas y me daba masajes después de cada tortura que me daba su padre.

Y allí aparecía Esmeralda nuevamente. Siempre presente; siempre entre ellos como una presencia fantasmal.

Pandora apretó sus labios y bajó su mirada, apesadumbrada por causa de la frustración y la tristeza. Empezaba a sentir cosas tan hermosas por Ikki, pero, comprobar que ciertamente no era recíproco, le dolió. Él sólo tenía amor para Esmeralda. Por nadie más que ella...

Su garganta tambaleó y, producto de ello, necesitó tragar saliva. ¿Cómo podría ayudarlo a liberarlo del peso de su recuerdo? Decidida, dijo algo que provino más desde su corazón que desde su mente. —Quizás yo pueda hacer algo más que curar tus heridas físicas. Quizás también pueda sanar las heridas de tu alma...

Todo fue silencio después de aquellas palabras. Seguramente Ikki había deducido el verdadero sentido de sus palabras y las estaba meditando. Las expectativas de Pandora crecían hasta tocar el cielo, pero la mente consciente le susurraba que debía mantener los pies en el suelo o podría llevarse un porrazo enorme.

El feroz guerrero se incorporó y lanzó una mirada curiosa a Pandora. Ella, al primer instante bajó su mirada avergonzada. Pero tal sensación apenas duró unos segundos; luego clavó sus emocionados ojos en Ikki, gritándole a través de ellos lo que sentía por él. Si era lo suficientemente perceptivo, sabría su sentir con total claridad.

—Gracias por curar mis heridas, Pandora. Pero las del alma sólo yo puedo curarlas. De todos modos agradezco mucho tu intención —su tono fue más afable que nunca antes y su faz, habitualmente carente de emociones, fue reemplazada por una que si las exhibió sin reprensión ni renuencias. La confianza entre ellos había escalado muchos niveles y Pandora se sintió emocionada por ello.

—Ikki, yo... —musitó abrumada por algo que escapaba a su comprensión.

—Hay que seguir con las labores de restauración —la interrumpió sin dudarlo. Era lo más conveniente para ambos.

Ella salió de su ensoñación irremediablemente. Era evidente que Ikki no quería seguir el tema, de modo que respetaría su voluntad. Por ahora.

—Tendrás que descansar unos días. Cualquier esfuerzo que hagas provocará que tu herida se abra nuevamente.

El guerrero mostró su inconformidad chistando. —Es una molestia —agregó tras su primera acción.

—Lo es —concordó—, pero más molestia será si tu herida empeora. No te preocupes, sanarás más pronto de lo que crees. Pero siempre y cuando te cuides.

—¿Y qué pasará con las reparaciones del castillo?

—Eso puede esperar. Para mí tú eres mucho más importante que estos muros.

Por un momento, Pandora se sorprendió de sí misma. Nunca pensó que podría decirle algo así con tanta soltura, pero lo había hecho y no se arrepentía en lo más mínimo. Después de todo, esa era la completa verdad.

Ikki, entretanto, necesitó parpardear rápidamente un trío de veces, pues la sorpresa lo conminó a hacerlo. Sus neuronas no emitieron ningún pensamiento coherente por algunos segundos y, por ello, se vio obligado a guardar silencio.

La chica de cabellos violetas lo vio con una ternura inusitada; una que esta vez no se molestó en disimular. Por más veces que lo intentara, ya no podía negar lo que estaba sintiendo. Estaba cayendo enamorada por él. No; en realidad se equivocaba rotundamente. Ya estaba enamorada. Se lo expresaba claramente su corazón a través de la incandescencia que adquiría su sangre cada vez que estaban cerca. No sólo se trataba de atracción: era algo mucho más profundo, algo que iba mucho más allá. Antes de dormir pensaba en él. En las mañanas, cuando despertaba, también pensaba en él. Ikki siempre estaba presente en ella. Era la primera vez que había sentido una calidez de esa clase en su corazón y la emocionaba demasiado sentirla. Después de convivir con los muertos durante tanto tiempo, aquel fúlgido sentir la hacía feliz. La vibración que él provocaba en su ser le causaba una fascinación única y tan especial que le resultaba incomprensible. Sólo había pasado poco más de una semana a su lado, pero el tiempo poco importaba para enamorarse. Y menos importaba todavía cuando ambos habían vivido situaciones tan límites como una guerra santa; cuando lo que separa la frontera de vida y muerte sólo pendía de un delgado hilo.

Era más fácil darle valor a las emociones y al don de la vida cuando se ha pasado tanto tiempo entre los muertos... Por ello, no quería desaprovechar la nueva oportunidad que había recibido. Quería decirle ahora mismo que lo amaba, ¡explotaba en ganas por hacérselo saber! Sin embargo, muy a su pesar, este no era el momento adecuado. La confesión tendría que esperar un poco más. Pero sólo un poco más...


Pandora ha debido actuar con dureza para impedir que la terquedad de Ikki continuara los trabajos. Gracias a ello, la herida en su espalda dejó de lado su gravedad y, tras unos cuantos días, terminó por cerrarse definitivamente.

Durante ese tiempo la amistad se profundizó todavía más, puesto que ya no han estado ocupados todo el día en los arreglos del castillo. Conversaciones sobre la vida y amenos paseos por los alrededores del castillo se volvieron agradable rutina. También viajaron juntos hacia el pueblo más cercano en busca de más provisiones. Así, la dinámica de confianza se fue afianzando todavía más, al punto que Pandora había logrado su primer propósito con gran éxito: ya no eran, en absoluto, dos desconocidos. De hecho ambos, con el correr de los días, ya consideraban como un gran amigo al otro.

Una vez que Ikki se recuperó del todo, ambos continuaron esmerándose en los arreglos. Muy pronto el castillo Heinstein luciría radiante y, aunque todavía faltaban algunas labores por realizar, sólo eran minucias en comparación a todo lo ya hecho. Fue entonces que Pandora supo que el momento de confesarse llegaría muy pronto. No podía seguir impidiendo lo que su corazón quería exclamar a gritos. De hecho, mañana mismo en la noche reuniría el valor necesario para revelar sus sentimientos. Tenía que decirlo antes de que él se marchara lejos, como parecía ser su intención después de terminar la trabajosa restauración.


El día elegido llegó por fin. Curiosamente, después de varios días agradablemente soleados, una inesperada y enorme nube continua apareció para conquistar el cielo. Una nubosidad que no dudó en desatar su furibundo desahogo a partir de horas de la noche. Y estaba dejando muy claro que no tenía ninguna intención de abdicar su reinado; al contrario, arribada ya la medianoche lo estaba intensificando. De hecho, la lluvia hacía castañetear los vidrios del castillo como si quisiera abrirse paso a través de ellos.

La chica de nívea piel y violetas cabellos quedó abrumada por la fascinación que le causaron las frondosas lágrimas del cielo. Desde que había escapado del inframundo, el buen clima la había acompañado siempre. Era la primera vez que veía la lluvia desde hacía muchos años; desde la más tierna infancia específicamente. Observó atentamente como caóticos hilos de agua recorrían el vidrio del gran ventanal principal; unas hileras descendían lentamente, otras rápidamente, como si danzaran a diferente compás. Sobre la fría ventana puso su diestra, desplazándola como si quisiera acariciar la lluvia a través del cristal. Sonrió levemente, pensando en cuanto valía la pena vivir sólo para ver aquel espectáculo de la naturaleza. Había perdido a toda su familia y la oscuridad la había acompañado desde entonces, pero, a pesar de todo, quería seguir viviendo. Y una de las razones, la más importante de todas de hecho, estaba a su lado, específicamente a un lado del guardafuegos de la chimenea.

¿Cuantos días llevaban juntos ya? Muchos, pero cortos días a la vez. Una afirmación contradictoria, mas no equivocada. El tiempo había pasado tan rápido y fugaz, que apenas tomó conciencia de cuanto había transcurrido realmente. Pero, para su pesar, de algo si que tenía plena conciencia: la marcha de Ikki estaba cada vez más cerca. Los arreglos del castillo estaban próximos a terminar y si no hacía algo para impedirlo, él simplemente se iría sin más.

Tras un profundo suspiro y una atenta mirada hacia el horizonte, tomó noción de que para la mayoría de las personas no era un día bello o idílico para realizar una declaración. Sin embargo, quizás el clima coincidía con la turbulencia de su alma y en ese sentido si que era muy propicio. Pandora sabía muy bien que no podía seguir perdiendo tiempo. De hecho, demasiado había perdido ya. Tenía que decírselo o se arrepentiría toda la vida. Y lo haría sin dudas ni temores de por medio. Después de todo, había sido la general de los ciento ocho espectros y declararse a un hombre no era algo que debiera ponerla a temblar.

Sí, el momento había llegado por fin. Pero lo que necesitaba revelar no sería a través de palabras. Ellas nunca serían suficientes para hacerle ver todo lo que sentía por él. Lo haría a través de un bello acto que gritaría su amor con todo el corazón.

—¿Te gustaría acompañarme fuera? —le preguntó de improviso al varón— Me gustaría sentir la lluvia tocando mi piel después de tantos años.

Ikki reaccionó mirándola. Él también parecía estar sumergido en su propio mundo, pero la voz de la que ahora se había convertido en su amiga lo trajo de vuelta al mundo real.

—De acuerdo —contestó sin agregar nada más.

Uno al lado del otro, salieron del hogar y la cornisa los guareció de la lluvia, aunque no de la intensidad del viento. Pandora quedó fascinada y recuerdos refrescaron tanto su mente como su corazón. Impulsada por una fuerza ajena a su razón, avanzó hacia la intemperie y recibió la intensidad del agua sobre su cuerpo. Se dejó mojar por la lluvia como si fuera una traviesa y rebelde niña pequeña. Abrió sus palmas y las juntó con alegría. El agua del cielo se acumuló en ellas rápidamente y, cuando comenzó a desbordarse, la bebió ganosa. Necesitaba un refresco natural para aliviar la severa sequedad que estaba causando estragos en su garganta.

Sí, definitivamente le encantaba la lluvia. Pero había alguien que la encantaba incluso más que ella...

Ikki, al verla feliz, también se introdujo bajo la lluvia para acompañarla. Dándose cuenta que una molesta sed también lo acosaba, imitó lo recién hecho por ella y bebió gustosamente el contenido.

La bella joven lo miró y no ocultó un brillo de diversión reflejado en su semblante. El caballero de bronce se percató de ello y le devolvió la misma actitud. A través de los días juntos, habían creado una conexión única y especial; de eso ninguno de los dos tenía duda alguna.

Tras un profundo suspiro y una atenta mirada hacia el horizonte, Pandora se atrevió a incrustar su mirada en la del hombre que amaba. Emocionada, redujo la distancia que los separaba a sólo unos centímetros. La cercanía se hizo más vibrante que nunca antes. Ikki volvió ceñudas sus facciones y clavó sus ojos azules en los femeninos de tonalidad violeta. Por un momento se olvidó de que tenía dos pulmones y que podía usarlos para respirar. Por un corto, pero prolongado momento a la vez, lo único que abordó su mente fue una mezcla de confusión con curiosidad.

Los recuerdos que se poseen se quedan en la mente pues ella selecciona qué recordar y qué descartar. Rara vez, en el preciso momento en que se vivía un instante memorable, alguien toma noción de que ese recuerdo perdurará allí... pero esta vez, Pandora tuvo plena conciencia de ello. Sabía que en diez, veinte, cuarenta o más años, este momento jamás se iría de las redes de su mente. Permanecería de manera inmortal en lo superficial y en lo profundo de sus memorias.

La lluvia, sin ganas de ser sólo una testigo, los acarició queriendo disfrutar del mar de emociones desatadas. Los cabellos y cuerpos mojados de ambos provocó una sensualidad visual imposible de rechazar. La blusa de ella, por el peso del agua, se había ajustado a su silueta, sugiriendo sin pudores la forma y tamaño de sus adorables pechos. Su cintura resaltó y sus bien proporcionadas caderas también lo hicieron. Toda la figura de la bella joven alemana, todo su hermoso cuerpo de mujer, se realzó de una manera que se atrevía a cautivar cual hechizo. Ikki no era ciego e inevitablemente apreció cada una de las curvas de la mujer. Inclusive sus manos se sintieron atraídas por posarse en la más sensual de todas: su cintura.

Pandora, entretanto, observó tímidamente como el cuerpo de Ikki presumía de ser el de todo un guerrero. La ajustada y mojada camiseta insinuó lo pronunciado de sus abdominales y sus brazos mostraron abiertamente lo fornidos que eran. Su pecho era vigoroso e ideal para usarlo como almohada. Al pensarlo, una eyectada dosis de timidez coloreó todavía más las mejillas femeninas. Un tremor inhóspito emitió su alma inundada de emociones. Era inexperta y no sabía bien cómo hacerlo o qué hacer realmente. Pero por él derrotaría todos sus temores y, a pesar de ser una completa novicia en asuntos del amor romántico, quería vivir su primer beso con Ikki. Con él y nadie más que él. Por ello no se permitió dudas; tampoco permitiría dilaciones. Deshaciéndose de la estorbosa timidez incendió su voluntad con fuego, dispuesta a no dejarlo escapar nunca más. Se volvería su dueña eternamente y lo marcaría con besos para dejar claro que él era de su propiedad. Que Esmeralda ya no tendría el primer lugar en su corazón. Ahora ese sitio lo ocuparía ella.

De súbito, el tiempo se ralentizó completamente. El mundo entero dejó de existir. Durante ese instante eterno, sólo dos miradas tuvieron significado. La abrumadora emoción dominó cada rincón. Parecía que hasta la misma naturaleza, conmovida hasta las entrañas, mermó la intensidad de su tormenta debido a ellos. El mundo físico y el metafísico mostraron de esa forma la expectación por la epifanía que muy pronto se produciría.

El amor rodeaba a Pandora e impregnaba su aura en ternura y deseo mezcladas a la perfección, haciendo destellar su corazón como una estrella en su máximo esplendor. Su respiración agitada y efusiva daba prueba de las ansias que la consumían de pies a cabeza y viceversa. Deseaba calcar en su memoria para siempre este único y bello momento en que ambos se unirían bajo el precioso alero del amor. Sin límites, ni fronteras. Sin maldita cosa que los detuviera. El deseo perenne de hacer feliz a la persona amada estallaba por cada centímetro de su piel. Quería deshacerse de cualquier atavío que significara raciocinio; solo vivir sus sentimientos a flor de piel tenía cabida. Nada más y nada menos.

Su nariz hizo tierno contacto con la de él y sus rojizos labios quedaron a escasos centímetros, presta a devorar cada jadeo y beber cada aliento como un delicioso néctar. Pandora no podía contener la fuerza intempestiva de sus emociones. El sueño que estuvo proyectando durante estos días estaba a punto de realizarse definitivamente. Reemplazando a la timidez por la pasión, fue ella quien tomó las mejillas de su amado entre sus manos temblorosas. Disfrutó por varios segundos aquella faz que la alucinaba y su alma no tuvo reparos en estallar cual supernova.

Ikki lucía abiertamente confundido, pero a Pandora muy poco le importó. Ella le quitaría la confusión a cualquier precio. Le haría ver que si se podía amar dos veces en la vida. Que amar nuevamente no era tan solo una ilusión.

El fascinante momento finalmente había llegado. A un centímetro el uno del otro, la bella dama ansió el contacto intensamente; queriendo fusionar sus labios en el significado más excitante y bello del amor. Por fin podían dejar atrás los sufrimientos y sacrificios. Por fin olvidaría los rencores, los reconcomios y los pecados. Desde ahora, podrían dedicar el resto de su vida a vivir el amor en centelleante plenitud. La tentación terminó por incendiarla como un metal al rojo vivo. Y de súbito, como si fuera tocada por un conjuro, su cuerpo desapareció completamente. Sintió que su sangre y su carne dejaron de existir y que su corazón enamorado desplegaba alas que lo elevaban al cielo. Por ese grato momento que congeló el tiempo no existió nada más. En ese momento sólo fue alma. Nada más y nada menos que alma.

Guiada por los deseos más profundos yacentes en su corazón, muy pronto contactaría a través de sus labios al guerrero que había salvado su vida. Un beso primerizo y trémulo, pero que gritaría a todo volumen un mayor significado espiritual que cualquier otro...

Sus tersos y rojizos labios se acercaron a los masculinos. Bebió el aliento de él como si fuera brisa de primavera y, acariciando las mejillas masculinas con sus manos, se preparó a unir su alma a la de él a través del beso más dulce y hermoso de todos...


Continuará.