Universo Alterno con personajes de Saint Seiya: The Lost Cavas, propiedad de Shiori Teshirogi.
Se podría denominar el "yang" de "Siete", fic que fue publicado hace ya más de un año. No es necesario conocerlo para leer éste, aunque sería gratificante que picara la curiosidad para poder darse un paseo por el "ying" de esta actual locura.
Agradezco de antemano las lecturas que pueda recibir.
EL CHICO DEL CUPÓN
1. Arrancar
Son las 6:50 de la mañana.
Todavía no ha sonado el despertador. Ni la alarma del teléfono móvil, que también tengo activada en caso que fallen las pilas del aparato que en raras ocasiones me despierta. Aunque a veces me pregunto por qué me preocupo de tener listos tantos dispositivos, si el que nunca falla tiene un corazón que no está hecho a base de cables, contactos alcalinos ni baterías de litio.
El despertador que jamás se olvida de rescatarme del sueño es un perro labrador, imagino que de un hermoso color...
Raay.
Raay y su lengua, los cuáles están perfectamente programados y sincronizados para robarme diez meticulosos minutos de sueño. Siempre diez.
No niego que a veces me gustaría poder dormir un poco más, pero tampoco nos engañemos: estos diez minutos que Raay toma prestados al despertador me vienen bien. Ir con prisas no va conmigo, ni con mi ceguera, por mucho que ambos nos conozcamos desde nacimiento.
De modo que no tengo más remedio que alzarme de la cama, éso sí, sin escatimar en amañagar a discreción la peluda cabeza de mi fiel compañero de colchón.
Y de vida.
Yo sin él poca cosa sería, admitámoslo. Y dejémoslo aquí. No tengo ganas de pensar de más y a él lo único que ahora mismo le importa, después de recibir su primera sesión de mimos, es que cumpla con mi segunda obligación de la mañana: que haga real la aparición de su desayuno.
Por suerte mi apartamento es pequeño. Contar los pasos que me llevan de una estancia a otra es tarea sencilla. Más si se tiene en cuenta que la decoración para mí es inexistente, innecesaria, inútil y vacua. Muebles los justos. Pasillos libres. Objetos...sólo los que realmente nos sirven para algo.
Raay me ladra, alertándome que me estoy demorando en mi segunda obligación para con él, y no cesa de revolotear a mi alrededor, pero es que no alcanzo a dar con la zapatilla que me falta...Quizás se metió bajo la cama, porque por mucho que barra con el pie el espacio que hay entre la cama y el armario, no doy con ella.
Me rindo, da igual. Luego me agacho y la busco con más tranquilidad. Primero que el campeón coma, así también me deja asearme tranquilo, siendo ésta una tarea que por fortuna también puedo hacer perfectamente solo.
Darme una ducha por las mañanas, antes de tomar mi desayuno, es sagrado. Pero hoy acabo de darme cuenta que el champú ya se está agotando...Bueno, si no es hoy un día de éstos me urgirá ir a comprar un bote nuevo. Cuando cierro "el puesto", el pequeño colmado del barrio aún sigue abierto, así que no debo preocuparme por éso.
La segunda alarma del día, una que solamente tengo activada en el móvil, hace su acto de presencia. Ésta sí que la silencio yo mismo, y es quizás tan importante como lo serían las dos primeras si Raay no se adelantara a ellas. La segunda alarma me indica que ya es hora de ir saliendo de casa si quiero abrir el puesto de los cupones a tiempo.
El puesto de cupones...o lo que es lo mismo, mi trabajo y sustento, es toda obligación con la sociedad que de momento tengo. No es que me apasione el trabajo, pero dada mi condición de ciego aún tengo que estar agradecido de poder poseer un trabajo y acabar los meses sin deber a nadie ni un sólo céntimo.
La pequeña oficina , allí donde voy a buscar los cupones que tal vez conocerán alguna suerte en el sorteo de esta noche, no está lejos de casa. A ella llego andando, y al puesto asignado desde hace unos meses también. Así me ahorro tener que subir al metro diariamente.
Y es en este momento cuando Raay comienza su jornada laboral también. Espera paciente que le coloque el arnés especial para invidentes y que lo tome con firmeza para indicarle que ya estoy listo para arrancar un nuevo día.
No hace falta que le diga cada mañana dónde ir. Lo sabe de sobras. Al fin y al cabo, es un fiel lazarillo que ve por mí. Que vela por mí.
En definitiva, que vive por y para mí.
Llegar al puesto nos tomará unos veinte minutos, contando la parada que haremos para entregar la recaudación de ayer y tomar los cupones de hoy. Y luego allí también arrancará el día y nacerán las ilusiones de muchas otras personas.
De algunas conozco los horarios. De otras las voces. Y de algún que otro desperdigado, sus malos modales.
Siempre hay alguien que se cree con el derecho de derrochar sus frustraciones diarias contra personas que no somos las causantes de nada, pero no importa. Me he acostumbrado a ello. Incluso podría decir que me he inmunizado a la mala educación que enarbolan ciertos especímenes. Hay algunos que lo hacen porque son así, gente amargada sólo por el simple hecho de existir. No les culpo...al fin y al cabo, los que sufren son ellos.
Pero hay alguien que...bueno...Raay se tensa a la que le huele. Le gruñe cuando se acerca, casi siempre a la misma hora, cuando a nosotros ya nos queda poco para cerrar.
Debo admitir que no es amable con nosotros, pero algo me dice que mucho menos lo es consigo mismo.
"El chico del Siete" le nombro yo en la intimidad con Raay.
Hoy supongo que también vendrá.
A cambiar su cupón, siempre sin premio ni reembolso.
Y a sustituirlo por otro que también termine en siete...
Su misterioso y eterno siete.
