El dejo de tu perfume en la lluvia

Amanecía cuando traspasaron la frontera y Kanda Yuu se dio cuenta de que sus heridas ya se habían cerrado, en tanto el malestar de Rinalí Lee seguía perpetuándose.

El Buscador los observó por la ventana sobre la puerta acolchada por tafetán salmón. Su túnica estaba embarrada por la travesía corrida en la estación del tren, con la intención de alcanzar el último a tiempo. Hacía un tremendo esfuerzo por no caer dormido en plena guardia, a pesar de estar exhausto.

Llevaba los pasajes de los Exorcistas en su mano izquierda, apretados. Los ojeó dos o tres veces, sin nada que hacer y tratando de encontrar alguna distracción en las fotografías de los documentos, comparándolas con ambos jóvenes en el compartimiento. Algo nervioso ante la idea de que alguien lo descubriera haciéndolo.

Rinalí Lee parecía una niña , pero definitivamente si no tuviera un oficio adjunto a esos grandes ojos de ave alegre por la mañana, y a esa piel que todavía mostraba las marcas de la recién llegada pubertad en la frente, el Buscador la hubiera invitado a salir. Sin lugar a dudas. Cuando se vive poco, no hay tiempo que perder en pensamientos derrotistas. Pero en la lúgubre noche que se terminaba, se vislumbraba la túnica oscura, cuya seda valía más que todas las prendas que usaban en la guarnición del cuartel general. Un aviso en rojo con las palabras "Alto", no sería tan respetable como ese signo inefable de pertenencia al Sacerdocio Negro: La cruz de oro en el hombro derecho. Si no fuera por eso, el Buscador podría decir que era una bella jovencita digna de ser cortejada por el hombre adecuado… Tal vez, quizás, en otro vocabulario.

En cuanto a Kanda Yuu, algo más imponente, sentado a su lado, mirando a la ventana con enfado: Era también, según la documentación, dos años mayor que Lee... Y casi más bello. Llevaba una túnica de diseño más imponente, acentuando los rasgos orientales, que en el caso de la muchacha, parecían buscar por sí solos, ocultarse. Su cabello era muy largo, llegando a más abajo de su cintura, pero sujetado en una altiva cola de caballo real.

Resultaba curioso ese rostro triangular, demasiado alargado, y aparentando la fragilidad de un trozo de vidrio. Era algo típico en las estatuas en los cementerios, recordando a los Arcángeles que custodian las tumbas más dignas.

Pero lo que revelaba la condición superior en ambos, y además de todo era más envidiable que cualquier otra cosa en ellos, era el vagón que habían obtenido, con sólo mostrar sus insignias y declarar en voz alta y clara su pertenencia al Vaticano. La bestia que los transportaba viajaba demasiado rápido y la tormenta afuera se volcaba con tal fuerza sobre ella que solía provocar sacudones que eran verdaderos terremotos en la clase turista. En tanto, el lujo allí se encargaba de reducir el Apocalipsis de la otra punta, a un ligero sobresalto de pasividad felina. ¡Lo que costaba ser pobre y siervo en esas épocas! La vida y por si fuera poco, sin causa alguna. Para los Buscadores, era más importante morir en garras del enemigo que como fruto de un accidente de carácter humano.

Por otro lado, teniendo en cuenta que era un viaje a gran escala, y eran personas importantes, llevaban sólo dos maletas. Eso casi era digno de ser agradecido a Dios, suspiró el Buscador.

Era muy difícil observar al joven Kanda Yuu sin quedar deslumbrado por Mugen, una vez que se notaba su existencia. La espada pasaba la mayor parte del tiempo pendiendo de su cinturón, en la funda, pero cuando la necesidad la llamaba, Yuu la desenfundaba y arremetía contra los enemigos, teniendo siempre para ellos, un desenlace fatal.

-Oye, tú.-La cabeza real con los penetrantes ojos de águila, había asomado por la puerta corrediza y se había posado en el hombro del Buscador.-¿No sabes cuándo llegamos a la maldita estación? –Señaló a la joven a sus espaldas con el dedo pulgar, en forma casi acusadora.-Ella se siente mal.-Replicó ante el estupor del hombre encapuchado.

-Urga está a menos de una hora, señor. –Contestó el Buscador, muy rectamente, cuidando su tono de voz, tembloroso pero audible, tan claro como fuese posible. Una vez, vió al Maestro Yuu abofetear a uno de sus compañeros y arrancarle con ese golpe, todos los dientes por no saber hablar inglés.