Capítulo 1: El 4 de Enero

ENERO 1994

Miraba por la ventana, atónito, buscaba algún rayo del sol que iluminara al menos un centímetro del suelo de aquella oscura calle. Llovía como si nos cayera una cascada del cielo; eran normales las tormentas en el lugar pero no podía soportar la idea de quedarme encerrado en casa.

Oí el pitido del microondas, la sopa ya estaba caliente y lista para tomar. Me bajé del respaldo del sofá, sujetándome en el frío cristal del ventanal y corrí, dando brincos, hacia ese olor tan bueno que provenía de la cocina. Mamá preparó otra de sus sopas caseras, con trozos de pan flotando por el líquido anaranjado y hundiéndose poco a poco hacia el fondo del cuenco. Me acerqué a la encimera, esperando haber crecido algo para llegar a ella, pero fue inútil. Salté y salté pero no llegaba. Ella rió, cogió el cuenco, colocándole una cuchara en el interior, y llevándolo a la mesa del comedor. Pude subirme a la silla y sentarme, pero la encimera era mi peor enemigo.

Me gustaba ayudar a mi madre a poner los cubiertos y los vasos en la mesa, pero era tan pequeño… Me mosqueaba no ser más alto o más mayor para llegar a coger un simple tazón. Miré enfadado la sopa, tenía tan buena pinta; pocos podrían resistirse a no comérsela. Pero mi cabezonería podía con ello.

-¡Kora! –Gritó mi madre con retintín.- No oigo la cuchara funcionar.

Resoplé. Al rato de no hacer nada, apareció con sonrisa amable y caminar tranquilo y sereno. Ella era así. Siempre sonreía, y eso que no había tenido mucha suerte en sus años casada. Tuvo suerte en casarse con el hombre de su vida, Alfred, mi padre; pero entonces las cosas se complicaron para mi familia. Perdió a casi toda su familia, sus tíos, sus padres y sus hermanos. Hace dos meses su hermana pequeña, Dorothy, murió en un accidente; el conductor del taxi en el que volvía ella de Ámsterdam iba drogado y cayeron por un barranco. Aunque de eso me enteré cuando fui mucho más mayor.

Su risa resonó por todo el comedor. Sentada y tomando su sopa, me miraba risueña, con ganas de que yo le devolviera alguna pequeña sonrisa. Suspiré e hice parecer sonriente y avergonzado; mi madre me pilló enseguida. Lo supe porque posó su mano sobre la mía, descansando en el mantel de cuadrados verdes que había puesto ella en la mesa antes de comer. Hice una mueca, apartando despacio la mano de la suya y cogiendo de nuevo la cuchara. Mi otra mano hizo de apoyado para mi mejilla, que aguantaba gracias a mi codo apretado contra la dura madera de la mesa.

-¿Qué te pasa, cariño? –me preguntó con curiosidad.

-Nada mamá.

-Bueno –miró al plato de reojo y, de nuevo, a mis ojos.- No creo que la sopa se tome sola.

-Uhm –miré la sopa, reflejaba mi rostro enfadado. Luego desvié la mirada hacia otro punto de la casa.

Tomó una cucharada de sopa, devolviendo la mano al lado de su cuenco.

-Mamá, ¿no te cansas de hacer todas las tareas de casa sola? –le pregunté. Se la veía cansada.- Me gustaría ayudarte.

-Lo sé, y gracias, pero eres aún pequeño para llegar a sitios donde hay que limpiar o coger cosas.

-Yo soy lo suficiente mayor para ayudarte, al menos, a coger mi comida –contesté molesto.

-Jajaja –se carcajeó.- Solo tienes 7 años, deberías disfrutar de jugar al aire libre y salir al parque de enfrente con tus amigos –miré a la ventana. Ella suspiró, avergonzada.- Bueno, hoy no es el día indicado para ello pero, en cuanto salga el sol, podrás salir. ¿Vale?

-Igualmente, mamá, tengo 7 años y soy más bajito que mi primo de 5 años –renegué.

-Lo dices por la encimera, ¿verdad? –susurró ella con preocupación.

-Sí.

-Verás, esa encimera es muy alta, a mi me llega por el pecho. Tu padre quiso hacerlo así para que no cogierais cuchillos o sartenes ardiendo y pasara alguna desgracia –me explicó intentando hacerme comprender, pero sin éxito. Lo intentó de nuevo.- Es por vuestra seguridad.

Me quedé pensativo. ¿Por nuestra seguridad? Típico de papá. No me dejaba ayudarle en mucho y siempre me reñía si cogía alguna cosa que no debía. Pero yo tenia cuidado con las cosas y sabia qué era peligroso y qué no; lo sabía, y por eso no quería que estuvieran siempre pendientes de mi. Miré a mamá de nuevo, se había terminado el plato y, al cerrar los ojos, se quedó dormida. Sonreí, sabia que estaba cansada, lo intuía siempre.

Al rato acabé de comer, cogí mi plato y el de mi madre. Me costó bajar luego de la mesa, pero pegando saltos por las sillas lo logré. Fui hasta la cocina y observé alguna ayuda para subir a la encimera y dejar los tazones y las cucharas en la pila. Pero nada.

Oí un maullido. Era Miro, el gato de rayas grises y blancas que encontró mi padre hace dos años y medio. Siendo un gatito lo dejaron abandonado y herido de una pata en medio de la calle. ¡Para haberlo atropellado! Menos mal que él lo recogió y ahora está sano entre nosotros. Me miraba con cara suplicante, tal vez tenía hambre; entonces supe lo que quería. Dejé los tazones a su lado y los relamió. Parecía encantarle.

-¿Te gusta Miro? –acariciándole el lomo mientras este seguía comiendo.- La sopa de mamá está buena, ¿eh? –le afirmé alegre. Él maulló dulcemente.

Al dejarlo limpio y reluciente, pegué un salto a la encimera y dejé uno a pleno vuelo en la pila. Lo extraño es que no se rompiera. Hice lo mismo con el otro y brinqué hasta el comedor, donde me llamó un fuerte color rojo marcado en el calendario de este mes. Era el 4 de Enero, a su lado había algo escrito en una letra tan pequeña que me fue imposible de leer. Seguramente seria alguna de las reuniones que tenia mi padre con los empresarios de vez en cuando. Él se pasaba todo el día trabajando en la empresa constructora, era el jefe según me contaban sus compañeros de trabajo cuando venían a cenar. Siempre comentaban que era muy buen director y que les pagaba genial, que nunca se irían de ese trabajo porque, aparte, no era muy agobiante con él ayudándoles. Yo siempre sonreía con mi sonrisa de oreja a oreja, con los labios abiertos, enseñando mis dientes recién lavados y la gran boca de la que mi madre solía presumir con las mujeres o novias de ellos. Al acostarme, como mi padre ya estaba en casa y me arropaba con mi madre de pie en la puerta mirándonos, le hacia siempre la misma pregunta. "Papá, de mayor, ¿seré tan bueno como tú y todos me querrán como a ti?", y él me respondía "claro, porque tu serás el próximo jefe de Lucky's Street". Ese era el nombre de la empresa.

Desperté de mis pensamientos y recuerdos al oír aporrear la puerta. Mi padre solía darme una sorpresa cada vez que venia pero últimamente no las hacia; mi madre decía que era porque las sorpresas valían un precio y, ese precio, lo necesitaban para cosas más importantes que mis caprichos. Aunque yo diría más bien los de papá. Fui corriendo y saltando por las escaleras, abriendo la puerta y mirando como la figura nerviosa de él entraba con prisa y buscando algo alrededor mío.

-Kora, ¿dónde está mamá? –me preguntó mi padre arrodillándose ante mí y mostrando un brillo de preocupación en los ojos.

-Está durmiendo en la mesa, ha trabajado mucho hoy. Está cansada –le informé.- No la despiertes –le advertí con un refunfuño.

-Solo es un momento, es muy urgente –me dijo medio gritando.

-¡No! –le tapé la entrada a las escaleras. Él suspiró y simuló una pequeña sonrisa de comprensión; posó las manos en mis hombros, dejándolas caer, y cerró los ojos relajadamente.

-Kora… Te entiendo que no quieras despertarla. Pero debo hablar con ella pronto –al ver que no reaccionaba se levantó y abrió la puerta.- Ven conmigo, te llevaré a enseñarte algo.

Me extrañé, estaba lloviendo y no debíamos salir porque podíamos resfriarnos. En vez de revelarme contra mi padre le hice caso, curioso de qué querría enseñarme. Pensaba que me llevaría a algún estreno de alguna película en el cine, como hacíamos muchas veces; íbamos y me daba una sorpresa porque estrenaban una que yo había dicho que quería ver. Solía pegarme mucho a la tele y ver anuncios. El coche iba despacio, no era normal que lo llevara así. Mamá siempre le decía que no fuera rápido, que algún día tendríamos un accidente, pero él nunca hacia caso e iba a doscientos por hora; eso marcaba el controlador de velocidad del coche. Los pitidos de alerta me molestaban mucho, cuando me dolía ya la cabeza era cuando él bajaba la velocidad. Me ayudaba en muchas cosas y me quería mucho; lo era todo para mí, igual que ella. Desvié la cabeza rápidamente, decepcionado, al ver que habíamos pasado la salida que llevaba al cine y a los centros comerciales. Seguíamos recto, no quitaba un ojo de encima de la carretera. Empezaba a asustarme, entonces era algo serio de verdad, no seria una broma ni una sorpresa como hacíamos siempre. Algo en mi corazón me decía que, por culpa de eso, nuestra vida iba a cambiar; ya no íbamos a ser una feliz familia con algunos problemas pero siempre solucionándolos. Me sentía triste solo de pensarlo, ¿qué habría pasado para que todo esto me diera tan mala espina?

Mis manos se oscurecieron, todo el coche y nosotros se volvían de color oscuro y todo el paisaje de color negro. Poco a poco no se podía ver nada y reinaba la oscuridad. ¿Ya era de noche? Miré al cielo, el Sol estaba tapándose con algo redondeado que había que se vieran rayos rojos y amarillos alrededor de él. Sentí miedo, temblaba y tenia frío. Me sobresalté cuando le oí hablar tan seriamente.

-Kora, eso es un eclipse Solar. Hoy es entero y eso significa que hasta la noche ya no habrá más Sol, estaremos a oscuras todo el día –me explicó.

Tal vez era eso lo que quería enseñarme, un eclipse Solar. Me quedé atónito mirándolo, era hermoso pero a la vez helador. Daba escalofríos solo verlo y pensar que la oscuridad estaría más horas en el día, haciendo que todas las criaturas peligrosas salieran a comenzar su caza.

-Kora, ¿vistes el subrayado en el calendario no? –me preguntó.

-Sí, del día 4 de Enero –le asentí.

-Ese día… Es hoy. Lo subrayé porque este eclipse Solar no es normal, tiene referencia a algo que no me explico y quiero que veas con tus propios ojos –hizo una pausa para aparcar en el borde de un descampado. Me miró a los ojos con confianza en sí mismo.- Esto va a ser difícil, pero tienes que pensar en mamá, en mi y en el mundo. ¿Vale? –salió del coche y me abrió la puerta. Después cerró el coche con llave.

Esto empezaba a agobiarme, ¡ni que fuera un tema del ejército! Salí del coche, algo había ahí, algo que no era natural. Una luz nos iluminaba, una luz azulada enorme, tan grande como un edificio. Una gran luna azul, como una bola de energía que salían en los dibujos animados; algo que me dejó como una piedra. Eso solo pasó un momento porque, enseguida, sopló un viento muy fuerte que nos cortaba la piel a tiras. En cambio, nosotros dos mirábamos aquello con gran atención; yo más bien curiosidad porque era tan majestuoso y me daba la sensación de haberlo visto antes. En algún recuerdo pasado, en un recuerdo serio y veloz. Unas imágenes me venían a la cabeza, esa bola había aparecido antes, en una vida pasada; y ahora la veía de nuevo. Todo esto parecía una fantasía de película, con dragones y hadas, pero no era así; era real, hasta podía acercarme y tocarla.

Caminé con disimulo, alejándome de mi padre, que seguía mirando aquél resplandor hipnotizador. Cuando estabas más cerca de ella, algo cálido te arropaba más el cuerpo, como si quisiera tenerme entre sus brazos. Un deseo que cualquiera quisiera.

Me llamaba, me invitaba a estar con ella, dentro de ella. Alargué la mano, deseando sentir ese calor en mi piel, queriendo que fuera un momento bonito de vivir. Un momento de felicidad. Era caluroso, y notaba como si traspasara una barrera de energía, sin darme calambres, pero como si una pared de cristal me permitiera pasar. Noté que temblaba, como si tuviera miedo. Mi mirada cambió de brillo, por la preocupación de aquello.

-No llores, yo estoy contigo –le dije sonriente.

Un susurro me consumió la mente y la luz se hizo tan poderosa que nos cubrió a todos con ella. Al girarme solo pude ver la sombra de mi padre desaparecer entre la luz; me quedé asombrado pero ha la vez asustado por ello. Quise correr hacia él pero no pude. Noté que iba desapareciendo poco a poco, que la vida ya no existía para mí. Solo vivía entre la luz. Aunque pensé que todo aquello…

Era solo un sueño…